Loading...
Loading...
Loading...
Loading...
Loading...
Loading...
Loading...
Loading...
Loading...
Loading...
Loading...
Loading...
“En la historia, las aguas estancadas, sean las de la costumbre o las del despotismo, no toleran la vida; la vida depende de la agitación que realizan unos pocos individuos excéntricos. En homenaje a esa vida, a esa vitalidad, la comunidad debe aceptar ciertos riesgos, debe admitir una porción de herejía...Debe vivir peligrosamente, si es que quiere vivir”. Herbert Read
Fue una tarde del año 1997, creo. Estábamos en la casa de Pasaje Newbery. La casa de la Tota y Pascualito Ferrario, mis abuelos, que estaba por ser vendida por motivos que no vienen al caso. Yo fui con mi amigo el Mono. Era domingo, en la ciudad de Rosario. Y llevamos dos palas de punta. Antes de vender la casa queríamos desenterrar el tesoro que había escondido en ella. ¿Tesoro?. Preguntarán. ¿Joyas?. ¿Dinero?. ¿Oro escondido?. No, era algo mucho más valioso que todo aquello. Ibamos a desenterrar los libros de mi tío, Jorge Raúl Ferrario, asesinado por la Triple A, en Buenos Aires, el 18 de febrero de 1976, junto a otros tres compañeros de OCPO (Organización Comunista Poder Obrero), libros que habían sido enterrados en el jardín de la casa, donde el Nono tenía los dos limoneros.
No tengo claro si los libros fueron enterrados después de la muerte de Jorge o días antes. Creo que fue después. Pero había un problema, los libros fueron enterrados en 1976 y estábamos en 1997, ya habían pasado veintiún años, los limoneros habían crecido mucho mientras la memoria de mi viejo, quizás a causa de querer olvidar todo aquél horror lo más pronto posible, no lograba tener bien en claro, después de tanto tiempo, a cuánta distancia del primer árbol habían sido enterrados. Mi viejo nos dijo al Mono y a mí: “Fíjense más o menos a un metro del tronco, yo recuerdo que hicimos poco menos de un metro para abajo, pusimos unos ladrillos debajo, arriba de ellos una gran bolsa con todos los libros, siendo tapados a su vez por otra hilera de ladrillos”. Mi vieja, que ayudó a mi viejo a enterrarlos, también tiraba los datos que recordaba.
Con el Mono cavamos y cavamos, hacía mucho calor, pero nada nos hacía parar aquélla tarea, hasta encontrar el tan preciado tesoro. Encontrar aquello era como encontrar poco a poco mis orígenes familiares, parte de mi identidad ideológica, y encontrar lo poco que había quedado de mi tío, luego de que la casa sufriera un allanamiento de la Triple A el mismo día del asesinato de Jorge, cuando ocho policías de civil tiraron la puerta abajo, rompiendo todo a su paso, y deteniendo a mi vieja que apenas tenía dieciséis años, al grito de “dónde está Ferrario”, “dónde está Ferrario”, mientras los fusiles fal apuntaban a la cabeza de mi vieja. Ese día la esposa de Jorge, mi tía, lo había llamado a mi viejo para decirle que Jorge había tenido “un accidente”, mi viejo ya se imaginaba lo que había ocurrido, y salieron con mi abuela, la Tota, para Buenos Aires. Mi vieja se quedó en casa, cuidando al Nono, su suegro, que estaba recién operado. Fue en ese momento que cayó la Triple A.
Por lo visto parece ser que aquellos animales no tenían bien el dato, porque o bien lo buscaban a mi viejo también, o no estaban enterados de que otro grupo de la Triple A lo había matado a Jorge en Buenos Aires. Mi vieja fue interrogada y no fue secuestrada por milagro. Aunque nunca se repuso de aquello, al punto de sentir casi ganas de vomitar al ver a cualquier policía, o de querer matarlos, sentimiento que me contagió y del que estoy orgulloso.
Eso había ocurrido veintiún años atrás. Como decía, seguimos cavando con el Mono, hicimos varios pozos, nuestras palas chocaban con las raíces del limonero sin hallar nada. El cansancio y el fuerte sol rosarino ya nos estaban agotando, di una de las últimas paladas, la que seguramente iría seguida de otro corto descanso para continuar cavando, cuando de pronto sentí que la pala mía chocaba contra algo macizo, duro. Saqué la pala, comencé a escarbar con mis manos, no veía la hora de tener esos libros. Fui sacando tierra, el Mono, quizás interpretando que su ayuda ya había concluido y que esa tarea debía ser seguida por mí, se hizo a un costado. El Mono quedó expectante, presto a dar cualquier ayuda, pero dejándome ese momento a mí.
Habíamos hecho quizás más de un metro de profundidad con nuestras palas. Al sacar lo último que quedaba de tierra, encontré la primera línea de ladrillos que había nombrado mi viejo. Comencé a tener taquicardia, el corazón me latía como si estuviera a punto de encontrar a mi tío. No me animaba a sacar esos ladrillos. Saber que debajo de ellos venía la bolsa con los mismísimos libros de mi tío, aquél hombre que había dado su vida por una idea, que fue objeto de culto y admiración durante toda mi adolescencia y que me marcó para toda la vida, gracias al cual soy lo que soy en gran parte, era algo muy fuerte para mí. Saqué los ladrillos, uno por uno, y comencé a notar con extrañeza, que entre la tierra y los ladrillos, había pedacitos muy pequeños de papel quemado, cosa que me llamó la atención. Saqué todos los ladrillos y la bolsa no estaba. Algo raro había pasado o mi viejo no recordaba bien cómo los habían enterrado junto a mi vieja.
Cuando saqué los últimos ladrillos, para mi desgracia, sólo había más tierra. No me dejé vencer, algo me indicaba que tenía que seguir cavando, no sé por qué, pero la cuestión es que tomé la pala, bajo la mirada del Mono que ya me miraba como quien mira a un extraño, y comencé a sacar tierra compulsivamente. No iba a parar hasta encontrar esos libros.
A medida que cavaba la tierra estaba más dura. Y cada vez con más frecuencia encontraba restos de papel quemado. Yo esperaba encontrar libros del Che, de Marx, lo que yo imaginaba que podía guardar mi tío y que los imbéciles de los policías buscaban como buenos inquisidores que son.
Las gotas de sudor inundaban mi frente, el pelo se me pegaba en la piel. La tierra se me pegaba en el rostro. Y estaba casa vez más profundo, con más restos de papel quemado, hasta que pasó lo mismo de antes. Mi pala chocó contra algo duro, era una nueva hilera de ladrillos. Pensé: “esta vez sí”, volvió la taquicardia, volvieron los nervios. Comencé a sacar más y mas tierra, y encontré un montón de pedacitos más de papel quemado. Cuando saqué lo último que quedó de tierra, encontré tres ladrillos, aún hoy lo recuerdo, después de varios años. Le grité a mi viejo: “papi, encontré los ladrillos”, mis viejos me miraban emocionados, mi viejo se atrevió a entrar al jardín como quien entra a una parte de la memoria que fue borrada por mucho tiempo, me dijo “dale, sacálos”. Saqué los tres ladrillos y para sorpresa mía, y de todos los que estaban ahí, encontré dos rosas rojas de plástico, cruzadas entre sí. Nadie entendía nada. Los famosos libros no estaban. Hasta que mi viejo comprendió todo. Y dijo: “éste fue Pascualito”, mi abuelo. Así nos dimos cuenta de todo.
Los hechos sucedieron de esta manera. Pocos días antes o después de asesinado Jorge, mis viejos enterraron los libros, por miedo a que la policía al allanar la casa, encontrara toda esa pila de libros considerados subversivos. Pero hay aquí algo de lo que nos dimos cuenta luego al encontrar las dos rosas cruzadas. Tras el asesinato de Jorge, Pascual, sabiendo que los libros estaban enterrados en el jardín, los desenterró, los quemó por miedo, y en homenaje a su hijo muerto colocó las dos simbólicas rosas rojas cruzadas, le puso los tres ladrillos arriba, llenó el pozo de tierra, puso la otra pila de ladrillos y tapó todo, sin que nadie se diera cuenta de ello. El dolor del Nono, al perder a su hijo, fue tremendo. Pascualito, vivió con humildad hasta el último día de su vida, y se llevó a la tumba el secreto de los libros. Nunca nos dijo nada, murió en 1988, cuando yo apenas tenía ocho años, pero dejó esas dos rosas cruzadas, símbolo que hoy comprendo más.
Saqué las rosas del pozo con cierta desazón, y las guardé cariñosamente con mis libros y algunas cosas de Jorge, que tengo en un mueble de mi habitación. La casa se vendió poco después. Y ahora, pasados los años, me doy cuenta de que esas dos rosas quizás valían mucho más que los libros, que pese al terror, al asesinato legalizado, a las dictaduras, a las torturas, seguirán siendo impresos, en nuevas tiradas, para nuevas generaciones de jóvenes que retomarán la tarea de los que murieron por una idea.
A mi prima Bárbara.
Juan Manuel Ferrario, Rosario, 22 de enero de 2009.
La embarcación fue prácticamente una artesanía, el Gallego, Marcelino Álvarez, la construyó tablón a tablón en el fondo de la casa de calle A Godoy 7750. Siempre tuvo un gusto especial por las embarcaciones, muy joven había tenido un barquito a vela pequeño qué dejaba atado cerca del muro de Guadalupe, próximo a su casa de calle Boneo. Una tormenta, el viento, lo soltó de su amarra y la laguna qué es especialmente brava lo estrelló contra el muro destruyéndolo. El Gallego siempre contaba su historia de lo que fue esa mañana cuando llegó al amarradero y encontró la embarcación hecha trizas, los restos desparramados y lo que quedaba de la embarcación hundido. Amaba navegar el río y todo lo que tuviese que ver con él, la pesca, la isla, recorría los riachos que desembocan en la laguna y poseía un equipamiento completo para la pesca.
La casa de calle Godoy era una casa baja de dos dormitorios con un patio de tierra en el fondo, la habían alquilado con la Coca (Raquel) luego de casarse en 1971, ella recién recibida de asistente social, y él visitador médico. En esa casa ambos se incorporaron a las FAR por medio del Pocho Bie. Marcelino se apropió rapidamente del patio trasero, no sin resistencia y protestas de la flaca. Poco a poco el patio se fue convirtiendo en un pequeño astillero donde fueron acumulándose elementos, materiales, herramientas y todo lo necesario para la embarcación que se parecía a una canoa grande, pero que nadie debía llamar de tal manera ya que al constructor del «barco o lancha» le disgustaba mucho y consideraba que le bajaba el precio a su obra. Poco a poco fueron tomando formas las distintas partes aparecieron las costillas de la canoa, también llamada cuaderna... el piso, los laterales, la regala, etc.
Las manos del Gallego, en la medida que avanzaba la construcción, se tornaban cada vez más habilidosas y precisas, lo cual demuestra que la práctica es la fuente principal de todo conocimiento. Todo entre abundante mates y charlas y en horarios impredecibles, a veces hasta muy tarde y aprovechando al máximo los findes y de vez en cuando algo de comer y porqué no, de beber un poco y de profundizar las charlas de ir hilvanando ideas, prácticas y compromisos, donde indefectiblemente se agregaba Raquel que ya trabajaba en Villa del Parque y Santa Rosa.
Finalmente un día el casco estuvo terminado, incluido su empabilado, que es como un hilo grueso que se pone con resina entre las juntas de las tablas. Pero al constructor no le gustó algo y decidió que el casco debía ser plastificado. De modo tal que apareció con la lana de vidrio y los monómeros, y manos a la obra plastificó el casco, que quedó espectacular según se denotaba en la alegría del constructor y la aprobación cómplice de su pareja, sin objeciones... Para plastificar el casco hubo que ponerlo boca abajo y se notó que tenía buen peso aunque manejable para gente joven encima impulsados por ilusiones de navegantes especialmente el capitán constructor. También para ese entonces aparecieron un remo de pala ancha y una botavara cuyo origen nunca fue explicado tal vez producto de una inocente expropiación. Con el plastificado el color azul cumplido, todo el casco menos la línea de flotación, que era de color negra. La embarcación debió tener más de 4 metros y medio de eslora, como se dice al largo por un metro ochenta de manga.
En algún momento, con la construcción avanzada, se reparó en un detalle, bastante importante si se quiere, que la embarcación no tenía manera de salir por la parte delantera de la casa, estaba atrapada en el patio de la casa. Hubo una sorpresa y un intercambio de opiniones al respecto, aunque dio la impresión que el Gallego algo se había percatado, porque cuando se comentó la dificultad que presentaba la salida se limitó a sonreír con complicidad y poniéndose un dedo sobre la boca dijo: «la operación está controlada pero no hablemos en voz alta del tema. La vamos a sacar por lo del vecino, porque por el techo es imposible, lo tengo todo hablado», dijo con seguridad. Según el Gallego se había dado cuenta enseguida que la embarcación no iba a salir, según él si no la comenzaba a construir no tendría otro lugar para hacerlo y decidió actuar sobre el hecho consumado, cuando ya no habría vuelta atrás. Los fondos de la casa lindaban con un vecino que tenía un patio con jardín que se comunicaba por una cochera pasante que salía a calle Pavón. Realmente a pedir de boca, cómo sí todo encajara a la perfección, fríamente calculado.
Finalmente llegó el día de botar la embarcación. Un sábado a media mañana se quedó de acuerdo para sacar la lancha por lo del vecino, la operación de rescate fue bastante sencilla, mucho más de lo que se esperaba. Se levantó la lancha, se la apoyó sobre unas bolsas qué estaban sobre el tapial y lentamente se la fue pasando a la casa del vecino y bajado al patio lindero. De ahí entre cuatro, incluido el vecino, fue llevada a la calle donde estaba esperando el famoso DKW con un pequeño tráiler. picada por el viento y todos sabíamos que el viento en la laguna picada es muy traicionero. Pero poco importó todo eso, colocó el doradito en la popa, subimos, le dio marcha y finalmente la lanchita se comportó realmente muy bien, aunque al motorcito le costaba empujarla. Anduvimos un rato, la llovizna era persistente y la laguna zarandeaba la embarcación, por lo que el capitán decidió regresar a puerto. Se vivieron momentos muy felices y de pequeñas aventuras en esa embarcación que más
El día no acompañaba, estaba nublado, con viento y una pequeña llovizna. Era lo de menos, a nadie le importaba y mucho menos al constructor de la nave, que lucía espectacular en su tráiler. Bajamos por la calle con bajada a la playa de la Laguna. Finalmente la embarcación fue depositada en el agua con algarabía generalizada; el día no ayudaba para nada, la laguna estaba muy tarde se conoció como «La Farolita» y que en 1973 formó parte del pago de una embarcación de mayor porte, que también estaba a nombre del Gallego, cuyo destino se perdió en la oscura noche de la dictadura.
Por Daniel Cecchini – Infobae
A mediados de marzo de 1976 los días del gobierno estaban contados. Pocos sabían con exactitud la fecha del golpe contra la democracia, pero a nadie se le escapaba que era inminente. En el centro porteño los cines, teatros y restaurantes abiertos, mantenía una falsa rutina de normalidad. Por esos días actuaria Vinicius de Moraes y Toquinho en el Gran Rex, a los dos monstruos de la música brasileña los acompañaban «Azeitona» en el bajo, «Mutinho» en la batería y Francisco Tenorio Cerqueira Junior, un pianista que a los 35 años ya era considerado uno de los mejores exponentes de samba-jazz.
En la madrugada del jueves 18, después del recital y de la cena tardía en un restaurante, los integrantes de la banda prolongaban la velada en el apart hotel Normandie, a las tres de la mañana, Tenorinho comprobó que faltaban cigarrillos. Por estar en el centro había kioscos que no cerraban nunca. -Voy a comprar tabaco – dijo antes de salir. Salió a la calle y es posible imaginarlo: un hombre flaco, de barba y pelo largo, con aire de artista o de intelectual. Es posible que no haya imaginado que en la Argentina de 1976 esa imagen, coincidía con el estereotipo del militante de izquierda o, traducido a la jerga represiva, la de un «delincuente subversivo». Lo interceptó una patota de cuatro hombres armados que bajaron de un Ford Falcon y lo subieron a la fuerza.
El kioskero, desde unos cuarenta metros, vio toda la escena. Ni se le ocurrió intervenir, ni siquiera gritar: en la Argentina del terrorismo de Estado que antecedió al golpe la gente común no hacía esas cosas. A las 3.20 de la madrugada sonó el teléfono en el departamento del apart que ocupaba Vinicius. Renata Schusseim y Marta Rodríguez Santamaría que también estaban en el apart estaban despiertas. Era Toquinho, que con voz desesperada pedía hablar con Vinicius, Todavía semidormido, el poeta agarró el tubo y se lo llevó a la oreja. Las Mujeres lo escucharon decir dos cosas: «¡Oi, Toquinho!» y, después, «¡Merda!». Colgó y se quedó parado en el lugar, como ausente. -Vina, ¿qué pasa? – le preguntó. -Tenorinho… Tenorinho desapareció – le contestó Vinicius como un fantasma. Además de poeta y músico, Vinicius de Moraes tenía experiencia diplomática.
Esa misma noche llamó a todos los hospitales de la ciudad sin ningún resultado. La mañana siguiente buscó un abogado y presentó un habeas corpus. Se comunicó con un ex yerno, que era cónsul brasileño en Buenos Aires y le pidió que se moviera rápido. Ese mismo día fue también a la Embajada de Brasil y se reunió con el embajador, Joao Baptista Pinheiro, que le prometió que pediría información en las más altas esferas del gobierno. Más tarde llamó a todos los periodistas y políticos que conocía, para que la desaparición de Tenorinho tomara estado público. La última esperanza del poeta era que Tenorinho hubiera sido detenido porque había olvidado su pasaporte en la habitación por averiguación de antecedentes.
El 24 de marzo se produjo el golpe y pocos días después, desolado, Vinicius volvió a Brasil. Tenorinho nunca apareció. Pese a sus contactos políticos y diplomáticos, Vinicius no sabía que desde hacía tiempo los aparatos represivos de la Argentina, Chile, Bolivia, Uruguay y Brasil trabajaban coordinadamente en la coordinación de la represión ilegal contra la disidencia política y social en todos esos países. Intercambiaban información e incluso, para entonces, empezaban a trasladar detenidos de un país a otro. El embajador brasileño Joao Baptista Pinheiro nunca le dijo a Vinicius que sus gestiones ante sus contactos argentinos habían tenido una respuesta. Una fuente de la Armada le dijo que lo tenían detenido, pero no ofreció devolver al pianista –para entonces estaba muerto– sino pasarle la información que habían obtenido de él. «Los militares brasileños conocían la suerte de Tenorio, pero la estaban ocultando. Hay documentos encontrados en los archivos de la policía política brasileña, el DOPS (Dirección de Orden Política y Social), que refieren a un mensaje dirigido por la ESMA a la embajada brasileña informándola sobre el fallecimiento del pianista, secuestrado y torturado desde el 18 de marzo. Porque una vez que reconocieron que se habían equivocado de persona, ya no podían dejarlo libre.
Habría sido un escándalo», confirmó años después la periodista Stella Calloni, que investigó a fondo el funcionamiento del Plan Cóndor. «Lo mató Astiz». Debieron pasar 37 años para que se supieran detalles del secuestro y el asesinato de Francisco Tenorio Cerqueira Junior. La información la brindó en marzo de 2013 un represor argentino por entonces radicado en Brasil, Claudio Vallejos (a) «El Gordo», antiguo integrante de los grupos de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada y uno de los autores materiales de la desaparición de Tenorinho la madrugada del 18 de marzo de 1976 en la avenida Corrientes. Vallejos había escapado a Brasil pocos meses después de la recuperación de la democracia en la Argentina, cuando aún no regían las leyes de impunidad conocidas como de «Obediencia Debida» y de «Punto Final», para evitar que la Justicia lo llamara a declarar por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la ESMA. «El Gordo» relató que la madrugada del 18 de marzo estaba participando de un operativo en el centro de Buenos Aires cuando recibió la orden de ir a buscar con la patota que integraba a un sospechoso que tenían en una comisaría, un tipo con «aspecto medio de subversivo».
Lo trasladaron a la ESMA donde, según sus dichos, «llegó con vida y sin ser golpeado». También confirmó que la inteligencia brasileña estaba al tanto de la suerte corrida por el pianista. «En marzo de 1976, el oficial Rubén Chamorro, jefe de la ESMA, pidió autorización para establecer contacto con un agente brasileño, que pertenecía al Servicio de Información Naval de Brasil, para que le informase qué grupo de tareas estaba interesado en brindar informaciones sobre la identidad y vínculos políticos de Francisco Tenorio Cerqueira Junior», contó Vallejos en la entrevista. En su confesión, el represor relató que Tenorinho fue torturado, aunque aseguró que él no había participado en los interrogatorios. Y también proporcionó la fecha en que lo asesinaron, el 25 de marzo, y quién fue su ejecutor: «(Alfredo) Astiz lo mató en el sótano de la construcción vieja de la ESMA pero no sé dónde lo enterraron», dijo. Poco antes de morir, Vallejos confesó: «Maté a por lo menos 30 personas y perdí la cuenta de aquellos que torturé y aquellos que torturé y terminaron muertos».
En Buenos Aires, desde 2011 se recuerda a Tenorinho con una placa en la fachada del hotel Normandie. Debajo su nombre dice: «Aquí se hospedó este brillante músico brasileño, víctima de la dictadura militar argentina».
Claudio Cherep (sobre la historia real contada por «Moncho»)
Fue un día del año pasado que El Pibe andaba mal en la Escuela. Y justo en Historia. ¿Cómo el hijo del Moncho iba a andar mal en historia si su padre, a su modo, había escrito un pedacito? Claro que la había escrito. Cuando el pibe era el padre, un hijo una quimera y el país un proyecto, Moncho se hizo de armas llevar para la libertad traer.
Una tarde peronista cualquiera del 75, los mal llevados de siempre le pisaron los talones a Moncho y a Pascual y la cosa salió para el lado de la mala leche. En un tambo de la pampa gringa, los muchachos tuvieron que expropiar dos tachos de lecheros antes que pase el camión a retirarlos por las tranqueras y esconder dentro de ellos algunos orgullos que para los otros eran vergüenza. El contenido de los tachos fue a parar a las alcantarillas y después de la fuga de película en moto y por el barro, en un rincón por nadie sabido y para el Moncho y Pascual nunca olvidados, los dos amigos guardaron bajo tierra plomo y papel, para siempre.
El Moncho se marchó al sur y a los tachos se fueron sus recuerdos militantes y los sueños de un país mejor, donde pudieran vivir con justicia social los viejos del Moncho y el Pibe que el Moncho un día iría a tener. Éste pibe que vino a tener, el que ahora no daba pie con bola con la historia. Éste pibe que encima tenia una maestra con memoria y libros dudosos. Éste pibe que en el '85, cuando Moncho volvió a Esperanza a buscar los embutes todavía no había venido al mundo, iría a ser la puerta grande de la memoria.
El Moncho volvió al descampado, pero siguió callando. Hasta que un día del año pasado, 34 años después del robo de los tachos, 20 años después de la recuperación, el Moncho habló con el Pibe, por eso de que andaba mal en historia y por eso de que la maestra también, porque la contaba cambiada. El Moncho lo miró fijo al Pibe y le dijo que eso que contaba la seño no era así. Y mientras le decía que lo podía buscar en una revista y rememoraba:
«Estaba en la vereda, frente a una casa. Me fui un sábado a la hora de la siesta, dejé el auto, bajé con una palita, (lo habÍa marcado bien), escarbé y cuando llegué, con un destornillador y un cuchillo seguí intentando, me dio un trabajo destaparlo. Cuando lo abrÍ, en una bolsa de consorcio guardé todo y le tiré tierrita arriba, tapé todo. De los dos embutes encontré el de los papeles». «Volví a mi pueblo, a mi casa, agarré dos cajones de manzanas, metí todos los papeles adentro y lo clavé. Sobrevivieron a todas las mudanzas (y tuve casi 20). Pero cuando me fui lejos se los dejé a mi viejo para que los cuide»
Y aquí ahora, frente al pibe que andaba mal en historia, tres décadas y media después, aparecieron de un cajón, todavía con bolsas y tierrita, unos cuantos ejemplares de la revista «Causa Peronista», en original y bien cuidados, para que la maestra lo increpara al hijo del Moncho con un «De dónde sacaste eso, vos, che?», y que cuando el pibe le espetara henchido que «me lo dio mi papá», se encontrara con una extraña respuesta: «prestamelo que le quiero hacer fotocopia». Quizás fue porque la maestra supuso que estaba ante algo grande, acaso porque intuyó que el pibe tenía en las venas una convicción que la historia no registra o bien pensó que la historia es algo que se hace y se aprende todos los días por igual.
Lo cierto es que el Moncho ahora anda con más atrevimiento para mirar sus papeles viejos guardados en embutes necesarios y ha descubierto que el tiempo lo tiene compartiendo las mismas luchas que aprendió con Pascual, que ya no está para contarla, pero dejó la vida para que muchas maestras y muchos hijos del Moncho entiendan de qué va la cosa.
A PASCUAL y todos los Pascuales que siguen alimentando nuestros sueños Jorge Peralta, Pascual, Bananita
Ernesto Guevara «el Che», un santafesino de clase alta, detrás de la aventura juvenil se lanzó a recorrer la Argentina y Latinoamérica, en su camino comprende la realidad de los pueblos sojuzgados, el desamparo y sus luchas. Sumado a la lucha revolucionaria, su trayectoria y sus logros no se detienen con los triunfos, en el convencimiento de llevar la revolución a otros lugares, sus ideas lo presentan ante la muerte. Lejos de terminar, su ejemplo se transforma en el paradigma de una generación en busca de resolver en la práctica las injusticias y desigualdades que a diario se conocían.
Los gobiernos dictatoriales se extendían por todo el continente dando surgimiento a la resistencia popular, sus ideas y figura se multiplican por el mundo, se puede decir que hay un antes y un después, se comienza a evaluar la lucha armada como respuesta al sistema. Varios grupos de militantes argentinos se preparaban para sumarse a la guerrilla del Che en Bolivia cuando fue muerto en 1967. De esos grupos se originaron luego organizaciones armadas. En él se comprueba que la muerte no mata las ideas.
Ernesto Guevara de la Serna, santafesino. Nació en Rosario un 14 de junio de 1928, hijo de Ernesto Guevara y Celia de la Serna, el mayor de cinco hermanos. Su padre fue un firme partidario de los republicanos en la Guerra Civil española y alojó a algunos en su hogar. Tenía ascendencia irlandesa y vasca. A los dos años se le descubrió una afección asmática y su familia decidió trasladarse a Alta Gracia Córdoba, pasaría allí diecisiete años de su vida, hasta 1947. Trató de combatir la enfermedad con la práctica de deportes como el rugby. Sus padres se separaron y él permaneció junto a su madre y tres hermanos.
En 1948, empezó la carrera de Medicina y en 1953 se doctoró por la Universidad de Buenos Aires, donde siguió practicando rugby en el club San Isidro. Firmó artículos con el seudónimo de Chang-cho en la revista Tackle, la primera revista de rugby de Argentina que él fundó y dirigió. Le gustaba jugar ajedrez y leer poesía, se convirtió en un lector voraz, le gustaba mucho la filosofía. En 1950 recorrió el norte de Argentina visitando las regiones más pobres en motocicleta, después se alistó como médico en barcos de la flota mercante en viajes por la costa. De enero a julio de 1952, realizó su viaje en motocicleta acompañado de su amigo Alberto Granado, visitando Chile, Perú, Colombia y Venezuela. Durante el viaje conoció al doctor Hugo Pesce, dirigente del Partido Comunista de Perú; el encuentro, junto a la miseria y la explotación de Latinoamérica por multinacionales estadounidenses, determinarían su visión revolucionaria. En Costa Rica conoció a políticos como Rómulo Betancourt, Juan Bosch y a los líderes exiliados del Movimiento 26 de Julio, sobrevivientes del asalto al Moncada.
En Guatemala hizo amistad con el cubano Antonio «Ñico» López, quien le daría el apodo de «Che» en referencia a la interjección típicamente argentina que usaba. Se dedicó al transporte de armas y cuando cae Arbenz, su nombre figura entre los condenados a muerte. Lo salvó el embajador argentino en Guatemala, Sánchez Toniuzo, que lo asiló en la sede diplomática. En México el 26 de julio de 1954 se unió al Movimiento formado por revolucionarios cubanos exiliados. Conoció a Raúl Castro, recién salido de la cárcel, con el que trabó amistad, luego le presentó a su hermano Fidel Castro en 1955. En los últimos años de la década de los 50, tuvo un destacado papel en la lucha de guerrillas iniciada por Castro contra el dictador cubano Fulgencio Batista. El 2 de diciembre de 1956, desembarcó en Cuba con los revolucionarios, el ejército los esperaba y logra dispersarlos. Nombrado comandante en julio de 1957, lidera la llamada «Columna n°4». En 1958 es designado director de la recién creada Escuela Militar para formar a futuros guerrilleros. En junio de 1958, formó la Columna N°8 con reclutas para enfrentar a la ofensiva que lanzó Batista un mes antes enviando 10.000 soldados a la Sierra Maestra. El 31 de agosto, tras el fracaso militar de la dictadura, Castro lanza la contraofensiva con el fin de extender la guerrilla a todo el país y ordenó al Che y a Camilo Cienfuegos dirigirse hacia la capital. El 28 de diciembre es el ataque contra la ciudad de Santa Clara, último bastión del régimen antes de La Habana. La batalla terminó tras la captura del tren blindado que llegó de la capital con refuerzos. Al enterarse de la caída de Santa Clara, Batista huyó en la noche del 1 de enero de 1959 hacia la República Dominicana.
En 1959 Castro se hizo con el poder tras el triunfo de la Revolución Cubana. Nombrado Ministro de Industria (1961-1965). Procedió a la nacionalización de los sectores estratégicos de la economía del país oponiéndose a la influencia estadounidense en el Tercer Mundo. En 1955, había contraído matrimonio con Hilda Gadea, la economista y dirigente peruana del APRA (Partido Aprista Peruano). El 15 de febrero de 1956 nació su primera hija. Divorciado de Hilda Gadea en 1959, el 9 de junio del mismo año se casó con Aleida March, militante cubana, tuvieron cuatro hijos Aleida, Camilo, Celia y Ernesto. Escribió «Relatos de la guerra revolucionaria en Cuba» y «Diario de campaña en Bolivia», dos libros que muestran la lucha guerrillera donde defendió los movimientos revolucionarios de base campesina en los países en vías de desarrollo. En 1965, escribió la carta de despedida a Fidel Castro en la cual renuncia a sus cargos y a la nacionalidad cubana y declara su voluntad de hacer la revolución en otras tierras.
Deja Cuba y aparece un año después en Bolivia, desarrollando una guerrilla en contra de la dictadura militar boliviana. El 8 de octubre de 1967 fue capturado por una patrulla de rangers y asesinado. Exhiben su cuerpo y antes de enterrarlo, le cortan las manos para que no pueda ser posteriormente identificado.
En el año 1997 el Equipo Argentino de Antropología Forense colaboró junto a especialistas de Cuba en la identificación en una fosa común en Bolivia, de los restos de Ernesto Che Guevara, que junto a los de compañeros combatientes, fueron trasladados a Cuba. Desde entonces reposan en el memorial Ernesto Guevara de la ciudad de Santa Clara.
En la mayor oscuridad siempre hay un resquicio de luz. Las cárceles son una oscuridad infame, las cárceles de la dictadura fueron campos de concentración donde lo peor de la dictadura expresó libremente su inhumanidad. Una de las características que impuso la dirección de la cárcel de Coronda (Comandantes Zirone y Kushidonchi) fue ofrecer ascenso al personal a cambio de maltrato a los presos, porque consideraba que los guardias no estaban preparados «virilmente» para los detenidos políticos. El régimen resultante fue oprobioso, la consigna del director era que los presos iban a salir muertos o locos.
Aún así, en esa oscuridad casi absoluta, siempre existieron pequeños destellos de luz: que un guardia diera un cigarrillo o un fósforo lo era, que un guardia no «vigilanteara» la peña de las ventanas lo era, el papel de muchos presos comunes que arriesgaron hasta su libertad lo era, el capellán Guillermo que fue apartado por sacar información lo fue. El régimen de atención médica de las cárceles es ineficiente y muy malo en su calidad; los médicos de Coronda se sumaron eficazmente al verdugueo propuesto por las direcciones, el resultado fue de tres compañeros muertos y otros seriamente deteriorados psíquica y físicamente.
A pesar del intento, la resistencia y la solidaridad fueron más fuerte, la vida y la alegría resistieron a la muerte y la tristeza. Las innumerables declaraciones de los compañeros en el juicio señalaron a los doctores Valls, Traverso y al psiquiatra ya fallecido, que permanecen impunes por los delitos cometidos y por su participación activa del régimen instrumentado. Sin embargo en las denuncias se rescata la humanidad del odontólogo, quien cumplió cabalmente su deber, inclusive muchas veces arriesgándose. Por ello está presente en este libro como uno de los tantos qué se arriesgó. A él y a tantos otros, GRACIAS.
Desde el primer testigo se lo menciona. Se dan distintos ejemplos. Ninguno recuerda el nombre. Tampoco sus opiniones políticas. Durante la descripción que hacen los testigos sobre la atención médica, que fue responsable de la muerte de dos compañeros y (desgaste) de muchos más, invariablemente aclaran: «pero el dentista era distinto» «Nos parecía alguien extraordinario, y solamente nos brindaba un trato humanitario» dice uno, «Para nosotros era un paraíso, ahí nos sentíamos seres humanos» dice otro. «Cubría prestaciones que no podía hacer, y pedía que no lo contemos», agrega un tercero. Hasta se relata que cuando el penal no le proveía la anestesia la traía oculta desde su consultorio. Otro testigo aclara al salir: «expliqué lo de los médicos, pero al dentista lo dejé fuera, eh?» . Otro relata: «Personalmente me tuve que bancar su sentido del humor cuando le contó a otros compañeros que casi me desmayo cuando me iba a sacar una muela pero lo compensó curándome de palabra un montón de verrugas que me habían salido en un brazo. ¿Vos no me crees? Me dijo, la semana que viene cuando vengas a la consulta no la vas a tener más, y así fue. ¡¡Un Tipazo!!» En su consultorio no entraba la obediencia debida, solo personas privadas de su libertad para ser atendidas.
El odontólogo de la cárcel de Coronda, el Doctor Enzo Bortolotto, fue un hombre digno, atendió a los presos políticos como seres humanos y aunque no se lo propuso, se mantiene presente en el recuerdo y la valoración de todos desde hace 40 años.
LIDIO ACOSTA - Diario de un Juicio Nº 12 – 2018 -El Colectivo de la Memoria
Silvia empezó a militar muy tempranamente, cuando tenía apenas 15 años. Los fines de semana junto a su hermano, Hugo, iban al Hogar de Menores Madres de Rafaela con la finalidad de proponerles actividades a las madres, niños y niñas que allí se encontraban. Estas acciones se enmarcaban en el proyecto de Caritas y consistían fundamentalmente en compartir lecturas, juegos, música, y conversaciones de toda índole, así como también prestar clases de apoyo a los estudiantes. La idea era acercarse a los lugares más desprotegidos de la ciudad y ofrecer ayuda, amistad, comprensión.
Luego, sus inquietudes crecieron y comenzó a reunirse con compañeros y compañeras a debatir, a intercambiar opiniones sobre lo que pasaba en ese momento, a pensar los cambios que creían necesarios para una sociedad más democrática y equitativa. Esto los condujo a desarrollar actividades diversas, pero la más importante fue la del famoso Cine Club. Militantes de la Juventud Peronista y del Partido Auténtico, así como de otras corrientes políticas, se reunían a ver un audiovisual y luego discutían sobre eso. Los ejes abarcaban siempre temáticas sociales graves, pero sobretodo, lo que más los movilizó en aquel momento fue la contaminación producida por los desechos tóxicos de las curtiembres, en particular, en los zanjones ubicados en el barrio Villa Podio. A la vez, participó de la A.E.S (Agrupación de Estudiantes Secundarios) y de la revista, «Qué Hacer», cuyo eje principal eran las reivindicaciones de la época.
Estos primeros años de militancia y de participación le permitieron acercarse a otros miembros de su generación con los que compartía ideas muy renovadoras con respecto a otras generaciones: libertad sexual, igualdad entre los géneros, derecho a la educación sexual, libertad de cátedra, menos autoritarismo en la educación. Esto influyó mucho en su forma de ser y en su forma de encarar sus vínculos. Pero a la vez, y fundamentalmente, esta primera militancia, la ayudó a construir y reafirmar algunos valores que defendió y practicó toda su vida: igualdad, democracia, justicia, defensa de la verdad y de todos los derechos humanos.
Un año antes de terminar la secundaria en la escuela «de Comercio» de nuestra ciudad, es decir en 1975, Silvia conoce a Reinaldo Hattemer, militante sindicalista, de quien se enamora. En 1976, cuando finaliza la escuela, deciden casarse e ir a vivir a la capital de Santa Fe donde Reinaldo tenía trabajo y gran parte de su militancia y donde ella estudiaría enfermería. Lamentablemente Reinaldo fue secuestrado en pleno casamiento de su hermano en la Iglesia Sagrado Corazón de Rafaela el 25 de enero de 1977. A los pocos días de la desaparición de Reinaldo, ella y su hermano son secuestrados. Hugo en su domicilio y Silvia en su lugar de trabajo donde era secretaria de un médico.
Estuvo presa en la Comisaría Cuarta de Santa Fe aproximadamente un año y medio, tenía tan sólo 17 años y allí sufrió las peores vejaciones de su vida: fue torturada, violada y obligada a abortar. Las marcas fueron imborrables pero nunca pudieron callarla, su lucha por la justicia y la verdad fue constante a lo largo de su vida.
Reinaldo aún se encuentra desaparecido y desde ese momento ella nunca dejó de reclamar justicia por él, lo denunció ante la CONADEP, recorrió todos los medios periodísticos a fin de difundir su causa. Junto a su compañero Jorge Destéfani, militante, también detenido el 24 de mayo de 1977, preso político, impulsaba el juicio por la desaparición de Hattemer en la Justicia Federal de Santa Fe. Su militancia continuó desde la salida de la cárcel hasta sus últimos días, a pesar de que se encontró frente a nuevos y duros desafíos: volver a reinsertarse en una ciudad pequeña y conservadora donde conseguir un empleo fue muy difícil, así como lo fue rearmar su vida afectiva con su hermano exiliado, su novio desaparecido y muchos amigos y amigas muertos.
Trabajó junto a diversos compañeros en busca de la democratización de la cultura en el proyecto del Centro Cultural «Utopías» de nuestra ciudad desarrollando talleres, debates y la redacción de la revista «Al margen». Formó parte de la comisión por la Verdad y la Justicia de Rafaela organizando continuamente acciones concretas para la concientización y la reflexión sobre las consecuencias de la dictadura en el presente. Jorge, Silvia y otros compañeros acompañaron y asesoraron a familiares de desaparecidos y víctimas del terrorismo de Estado acercándoles herramientas legales o actuando como canales de comunicación a fin de que la verdad y la justicia se concretaran.
A pesar de todo lo sufrido, de su dolor y su impotencia nunca calló. Su testimonio fue fundamental para enviar a la cárcel al juez federal Brusa y otros represores en el año 2009. Encaraba la causa que investiga la desaparición forzada y privación ilegítima de la libertad de su compañero Reinaldo Hattemer, como así también las torturas y vejaciones sufridas por ella y por Jorge, causa que se encuentra tramitando actualmente en el juzgado de instrucción y que continuaremos sus hijos como querellantes. (La Megacausa Rafaela fue finalmente juzgada en 2018 condenando a todos los genocidas responsables).
El 29 de marzo de 2010 Silvia fue brutalmente asesinada mientras se encontraba trabajando en su local comercial, en circunstancias que no han sido esclarecidas. La causa que investiga su muerte está repleta de irregularidades, contradicciones y desprolijidades. Para sostener la impunidad de sus actos, una vez más, los represores han intentado encubrir sus acciones simulando un robo seguido de muerte. Ante la falta de pruebas contundentes que corroboren la hipótesis del robo y la existencia de elementos que apuntan como responsables del crimen a condenados e imputados por delitos de lesa humanidad, sus hijos consideramos que la mataron para callarla, para sostenerse en el olvido, en la impunidad. Pero a la vez, la mataron para dar miedo, para paralizarnos. A 8 meses de su asesinato sus hijos seguimos exigiendo Verdad y Justicia, porque su asesinato nos marcó un camino, y una responsabilidad.
Silvia está en la calle y pide Justicia a través de las pancartas, de las banderas, de las voces, de las postales, invitándonos a salir de la comodidad y el adormecimiento, a seguir luchando para construir una sociedad más justa.
Marina y Andrés, sus hijos Historias de Vida – Tomo II -2010
A las 48 horas de su asesinato, dos jóvenes que trabajaban de lavacoches se autoinculparon por el crimen, las irregularidades en la escena del crimen dejaron claras disconformidades en los familiares. Los medios de comunicación, funcionarios policiales, judiciales y políticos adelantaban cómo había sido el hecho sin siquiera haber indagado a los detenidos. La policía nunca pudo determinar cómo llegó a determinar la participación de los jóvenes… Frente a esta llamativa forma de manipular la información, diversas organizaciones sociales conformaron el Espacio Verdad y Justicia por Silvia Suppo, denunciando desde entonces las irregularidades y luchando por el esclarecimiento. En 2015 se realizó el juicio por crimen sin motivación ni vinculación política.
«No dejes que te la cuenten...» Ernesto Jauretche. Ediciones del Pensamiento Nacional
Corría junio de 1972. Ese encuentro de Molinas y Hobert con el general fue literalmente el primer encuentro de montoneros con Perón. «Chacho» y «Pinguli» fueron muy respetuosos y no era una formalidad, así lo sentían. Perón los hizo pasar a una sala donde había varias bibliotecas junto a unos sillones, ofreció café y quiso escuchar, los jóvenes hablaron sobre la extrema pobreza en Argentina como fundamento para el surgimiento de Montoneros. Mencionaron el ajusticiamiento de Aramburu y si bien en el intercambio epistolar con el general meses antes el tema del fusilamiento se había tocado y el general no lo había desaprobado, Molinas y el Pinguli querían escucharlo directamente de su boca.
De hecho muchos medios en Buenos Aires expresaban que en realidad of the récord repudiaba la acción fundacional de Montoneros. La conversación navegó por otros temas, pero cuando Alberto volvió a tocar el tema de Aramburu buscando una definición del líder, éste se quedó en silencio unos segundos. De golpe el hombre de 76 años se puso de pie y con una seña le pidió que lo acompañen, salió de la biblioteca y subió la misma escalera por donde había llegado. Pingulis y el Chacho iban detrás de él al llegar. Al primer piso abrió dos puertas que daban a un gran salón. Perón entró y dio unos pocos pasos hasta llegar a la cabecera de un cajón fúnebre abierto.
Molinas y Hobert ingresaron en silencio y se pusieron ambos lados de la cabecera del cajón. No lo podían creer, era Evita, el cuerpo Evita al que claramente se le notaba el tabique quebrado y cortes varios visibles. Todos mantenían el silencio, finalmente «el viejo» miró a los dos jóvenes y delante del cuerpo de Eva Perón dijo: «¿Cómo pueden pensar que existe alguna posibilidad de que yo repudie lo que hicieron con Aramburu?; mírenla, algunos decían que yo debía condenar públicamente lo de Aramburu. Mírenla, miren lo que le hicieron. Cómo voy a condenar eso». De vuelta en la sala le preguntaron cuál era su estrategia. Perón habló unos minutos sobre la poca inteligencia de Lanusse y los militares hasta que finalmente expresó: «Señores, se acaba al exilio, yo vuelvo a la Argentina, y vuelvo este mismo año». Ambos abrieron los ojos y quedaron en silencio. Molinas dijo... «miles de argentinos hace 17 años que esperan su retorno, en Montoneros hemos dado la vida por usted». «Hablando de ese tema les quiero presentar a alguien» respondió Perón, se levanta y se dirige a otra puerta, la abre e invita a pasar a otra personas que los saluda extendiendo la mano, era Juan Manuel Abal Medina, hermano de Fernando, ni el Pinguli ni Molinas lo conocían, apenas de lejos en el entierro de Fernando. Juan Manuel no tenía nada que ver con Montoneros. Perón lo sabía, de hecho las vinculaciones de él estaban próximas más bien a la derecha católica y a la burocracia sindical manteniendo una amistad con Lorenzo Miguel.
«Yo vuelvo al país vamos a elecciones y las gano» agregó. Esto sí era novedoso, Perón no solo decía que volvía a la patria y que se acababa el exilio vigente desde 1955, expresaba que en elecciones libres, de qué otra manera sino, él volvería a ser presidente de Argentina por tercera vez. Definitivamente no esperaban escuchar eso el viejo líder disfrutaba de la sorpresa en la mirada de sus interlocutores. De golpe comenzó a explayarse sobre el accionar que acompañaría a su regreso al país demostrando firmeza ante Agustín Lanusse, que había reemplazado el efímero gobierno de Levington, de apenas 9 meses y el año anterior había puesto de ministro de interior a un radical lanzando el GAN. Gran Acuerdo Nacional, con el fin de llegar a unas elecciones sin proscribir al peronismo pero excluyendo a su líder.
Lanusse tenía un íntimo deseo de ser candidato, ganar las elecciones y continuar siendo presidente. Con el objetivo del regreso al país, el general planteaba que el movimiento peronista en su totalidad debía alcanzar el grado máximo de actividad para lograr una real retirada del gobierno militar; refiriéndose particularmente a Montoneros las actividades debían ser las acciones armadas. Isabel, que había tenido un excelente trato con los dos emisarios montoneros, fue la encargada de despedirlos. A ella le habían traído un pañuelo amarillo con círculos negros de regalo. Isabel les dijo que cuando la vean con el pañuelo colocado esa sería la señal para ellos del inminente retorno del General a la Argentina.
En Montevideo, en 1931, un grupo de presos anarquistas huyeron de la cárcel de Punta Carretas a través de un túnel que sus camaradas habían construido desde una carbonería a 50 metros.
En 1970, el mismo túnel fue aprovechado por los Tupamaros para concretar una de las más sonadas fugas de presos políticos de Latinoamérica. Por el túnel diseñado por el «ingeniero» Gino Gatti se fugaron 118 presos políticos, no sin antes dejar un cartel que decía «Gracias compañeros anarquistas». Firmado. «MLN-Tupamaros».
En esta obra se cuentan las historias de vida y militancia de las décadas de 1960 y 70. Como en un cruce de túneles de la memoria, lo hacemos en la imprenta que fundara Leonidas Asunción Acosta, luchador anarquista de las décadas de 1920 y 1930, uno de los creadores del movimiento sindical argentino, el de los tipógrafos.
Leonidas, en la Agrupación Gráfica Libertaria, la Biblioteca El Porvenir, La Biblioteca Emilio Zola (aún existente), los talleres gráficos de La Protesta, fue uno de los cientos de luchadores anarquistas de nuestra provincia.
En su imprenta de caracteres de plomo, ubicada en el mismo lugar que la actual pero entonces zona semi rural, se imprimió el periódico «Orientación», donde junto a los discursos contra la explotación obrera, resaltaba su doctrina ética y moral contra la degradación humana: el juego, el alcoholismo, la prostitución.
Leonidas y sus camaradas enfrentaron a la dictadura de Uriburu y Justo, fue perseguido, preso y torturado hasta quedar parapléjico en la cárcel de Villa Devoto. Su destino final era la cárcel de máxima seguridad de Tierra del Fuego, su salud no resistió las torturas pero nunca traicionó a sus ideales. Después de largos tratamientos naturistas, recuperó la movilidad de la mitad de su cuerpo. El modelo de patrón soñado por él era aquel que estaría siempre al servicio de la sociedad, generando bienes con su propio esfuerzo, todos los días de la vida, nunca estar sentado esperando que su capital por sí sólo genere riquezas. No se jubiló, al contrario; se sentó nuevamente en su linotipo y trabajó muchos años más con una mano y una pierna, manteniendo intacto el honor de ser trabajador.
En nuestra raíz de luchadores populares tenemos un abuelo anarquista, un abuelo ferroviario que hizo el 17, un bisabuelo federal, una tatarabuela india o africana, un tío abuelo yrigoyenista…
Como otro cruce de túneles y espíritus, hace casi un siglo, los muchachos anarquistas editaban el periódico Los Sembradores, y sin saberlo hemos titulado esta nueva obra Sembrando Memoria.
por su hija Haydeé
¿Quién se anima?
Arrancando con esa divertida anécdota que contabas de sacarte todos los dientes para entrar a la colimba, hoy me pregunto quién se anima?...A escribir cartas de amor , casarse a las 24 años y formar una gran familia para toda la vida, quién se anima a cambiar su sueño de ser médico por ser abogado, porque no alcanzaba la plata para pagar los estudios?
¿Quién se anima a enterrar su primer hijo recién nacido y seguir de pié para esperar los otros 11 que seguían?
¿Quién se anima a atender el teléfono en horas de la madrugada para escuchar la peor noticia que le pueden dar a un padre, ponerse los pantalones y salir corriendo a reconocer a sus hijos ya sin vida?
¿Quién se anima a tener que irse echado de la facultad siendo un excelente profesor, con una carrera intachable por cuestiones políticas?
¿Quién se anima a entrar nuevamente después de años, con la frente en alto, para volver a esa facultad y jubilarse como docente saliendo por la puerta grande como se lo merecía?
¿Quién se anima a los 60 años tener que hacerse cargo de 4 niños, a volver a ser padre y abuelo, a mirarlos a los ojos ante las preguntas de ellos si va a vivir mucho tiempo para cuidarlos y estar para toda la vida?
¿Quién se anima a no poner llaves en su casa y tener todos los días unos cuantos platos de comida de más para compartir con quién fuera,
¿quién se anima a dejar todas las noches las pantuflas preparadas, la linterna plateada y negra lista al lado de su cama para levantarse 4 o 5 veces a la madrugada con su mejor sonrisa, para acompañar al baño a sus nietos?,
¿quién se anima a llevar religiosamente cada sábado, membrillo a la señora que lo esperaba en la galería del centro, para poder hacer pastelitos, venderlos y llevar el morfi a la casa?
¿Quién se anima a ser el mejor organizador de fiestas de cumpleaños, haciendo que sea el día más feliz del año?
¿Quién se anima a comprar bombitas y repartir 5 para cada nieto, que superaban el número 24, para que tengamos los mejores carnavales del mundo?
¿Quién se anima a tener 10 docenas de empanadas y alfajores santafesinos los domingos para recibir a toda la familia?
¿Quién se anima a pararse orgulloso en las reuniones de padres siendo él único varón entre todas las mujeres?
¿Quién se anima a tirar colchones en su casa a partir del día 29, esperando el año nuevo, su cumpleaños y vacaciones para el que quisiera quedarse?
¿quién se anima a dejar un pedazo de pared para que los chicos las escriban, dibujen y se sienta la casa con vida!
¿Quién se anima a tener un corazón enorme dónde todos tienen un lugar y se sientan queridos, quién se anima?... quién se anima a ser el encargado de comprar la rueda de fin de año que encendida y dando vueltas recibía todos los deseos buenos para el nuevo año?
¿Quién se anima en silencio hacer cosas para ayudar a quien lo necesita, sin querer tener el propósito de ser aplaudido?
... en todos los años compartidos tengo un infinito más de quien se anima, en estos tiempos tan difíciles, donde prima el individualismo y la falta de empatía, yo no se bien quién se anima, sólo tengo la certeza que cumpliendo hoy 103 años,
El viejo Sí, él viejo SIEMPRE se anima
Tito Mufarrege fue un personaje citadino de Santa Fe. Estudiante de ingeniería, habitué de esa facultad y de la de derecho. Se comentaba que por su adicción al estudio había tenido un «surmenage»; se repetía sin que nadie supiera bien ni lo que quería decir está palabra ni la enfermedad que padecía Tito.
Era hijo de libaneses, un fumador empedernido, tanto como tomador de café. Recorría distintos bares de la ciudad, uno de ellos era el Doria, al fondo de la galería San Martín, donde se reunían otros notables. Su afición por los grafitis escritos con tizas fueron leyendas que la militancia política de la década del 60 y 70 recuerda.
Su impronta en las paredes de la ciudad con frases altamente impactantes como ser «Viva el rey Simeón de Bulgaria», «Mestizos a la proletarización» y una de las más recordada «Cortaremos cabezas como racimos de uva en días de vendimia».
Se declaraba enemigo de los trotskistas, a quienes acusaba de burgueses, por eso sus consignas las firmaba como Partido Obrero Stalinista (POS). Estas frases y el nombre del partido llevó a los «servicios» a interesarse por el Tito e internarlo en la Colonia de Oliveros.
Tito no fue un «personaje» como lo quisieron comparar en un periódico, Tito fue un militante de la vida y fue una víctima del encierro sistémico manicomial. Tito fue un luchador de principios en un momento del país donde te encarcelaban por tus ideas, te hacían desaparecer o, como le sucedió a él, lo encerraban en un manicomio.
A algunos nos picaneaban en la jefatura de policía cuando no encarcelaban, a él lo picaneaban con electroshock en un manicomio. Pero jamás le oí decir a Tito algo diferente a su compromiso social, aunque a veces catalogaba el momento histórico de una manera polémica. En una de las tertulias que solía tener cuando a veces tomábamos un café en el bar de San Martín y La Rioja y, luego de recordarme meticulosamente de dónde yo provenía históricamente, solía decirme: «Turco no te muestres tan zurdo porque los burgueses te van a encerrar como a mí». Lucidez ¿no?
Antes de comparar a Tito con cualquier dirigente o emergente neoliberal actual, habría que promover la autocrítica y volver a la esencia de la democracia que es tomar decisiones políticas para el bienestar popular. Muchos dirigentes electos y no electos deberían ser fieles a la memoria popular para no errar en el presente.
Antonio Miguel Yapur Escritor e integrante del Manifiesto Argentino