Hipólito Alberto LARTIGA

HIPÓLITO ALBERTO LARTIGA

Nació un 8 de febrero de 1927 en San José del Rincón, Santa Fe y desapareció un 25 de enero de 1975, mientras se dirigía a su pueblo en un ómnibus que realizaba el trayecto entre Rosario y Santa Fe. Viajaba con la intención de visitar a sus familiares y amigos rinconeros. Nunca llegó. Nieto de inmigrantes e hijo de una humilde familia de agricultores, pionera en la zona aledaña a San José del Rincón (Villa California), fue el número once de trece hermanos y el que se asumió como el más solidario y comprometido.

El «Flaco», como lo llamaban sus amigos, era reconocido como desprendido, generoso, buen amigo, siempre dispuesto a ayudar, aconsejar y socorrer a los necesitados.

Tenía grandes amores: su vieja, su hija, su Rincón querido y, pequeños-grandes placeres de hombre de pueblo: el boliche, el vinito y el pucho. De carácter afable, alegre, ocurrente, concitaba la atención de familiares y amigos, sus ojos, profundamente azules, proyectaban una mirada cálida y tierna.

A la edad de veinte años, hizo la conscripción en la ciudad de Buenos Aires, coincidiendo, con la asunción de Juan Domingo Perón a la Presidencia de la República, hecho que marcará su definición política: Peronista. Y su pasión: «El Pocho».

Aceptará el ofrecimiento que le realizan las Fuerzas Armadas (FFAA)para enrolarse en las filas del Ejército Argentino, como única manera de salir de la pobreza y forjarse un futuro superador en aquella época, En el Ejército obtuvo la especialidad de Mecánico Motorista. Luego será destinado a varios sitios del país: San Nicolás (Buenos Aires), Paraná (Entre Ríos), Comodoro Rivadavia (Chubut) y finalmente, en el Batallón de Arsenales 121 de Fray Luis Beltrán (Santa Fe) hasta el año 1974.

Forjó un hogar, tuvo una esposa, una hija y hoy, una nieta.

Hombre de fuertes convicciones políticas, su inserción en las FFAA y los acontecimientos de la década del '70 no le impidieron que se pronunciara en forma pública en defensa de su ideología, lo que determinó su persecución y posterior desaparición forzada.

«No son muchos los recuerdos que tengo de él. Me hubiese gustado tener muchos más. Tan sólo tenía siete años cuando lo perdí, pero sé que las pocas referencias que tengo, me sirvieron de guía para trazar un modelo de vida a seguir.

Lo esperé una y mil noches. El corazón se me agitaba cada vez que golpeaban la puerta. Esperaba que fuera él o alguien que trajera noticias suyas.

Lo veía en cada hombre flaco con andar cansino. Fue mi ángel de la guarda todos estos años. Mi mayor orgullo, Sus ojos azules nunca dejarán de alumbrarme.»

/ Silvina, su hija

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