Alberto Molinas con Perón

«No dejes que te la cuenten...» Ernesto Jauretche. Ediciones del Pensamiento Nacional

Corría junio de 1972. Ese encuentro de Molinas y Hobert con el general fue literalmente el primer encuentro de montoneros con Perón. «Chacho» y «Pinguli» fueron muy respetuosos y no era una formalidad, así lo sentían. Perón los hizo pasar a una sala donde había varias bibliotecas junto a unos sillones, ofreció café y quiso escuchar, los jóvenes hablaron sobre la extrema pobreza en Argentina como fundamento para el surgimiento de Montoneros. Mencionaron el ajusticiamiento de Aramburu y si bien en el intercambio epistolar con el general meses antes el tema del fusilamiento se había tocado y el general no lo había desaprobado, Molinas y el Pinguli querían escucharlo directamente de su boca.

De hecho muchos medios en Buenos Aires expresaban que en realidad of the récord repudiaba la acción fundacional de Montoneros. La conversación navegó por otros temas, pero cuando Alberto volvió a tocar el tema de Aramburu buscando una definición del líder, éste se quedó en silencio unos segundos. De golpe el hombre de 76 años se puso de pie y con una seña le pidió que lo acompañen, salió de la biblioteca y subió la misma escalera por donde había llegado. Pingulis y el Chacho iban detrás de él al llegar. Al primer piso abrió dos puertas que daban a un gran salón. Perón entró y dio unos pocos pasos hasta llegar a la cabecera de un cajón fúnebre abierto.

Molinas y Hobert ingresaron en silencio y se pusieron ambos lados de la cabecera del cajón. No lo podían creer, era Evita, el cuerpo Evita al que claramente se le notaba el tabique quebrado y cortes varios visibles. Todos mantenían el silencio, finalmente «el viejo» miró a los dos jóvenes y delante del cuerpo de Eva Perón dijo: «¿Cómo pueden pensar que existe alguna posibilidad de que yo repudie lo que hicieron con Aramburu?; mírenla, algunos decían que yo debía condenar públicamente lo de Aramburu. Mírenla, miren lo que le hicieron. Cómo voy a condenar eso». De vuelta en la sala le preguntaron cuál era su estrategia. Perón habló unos minutos sobre la poca inteligencia de Lanusse y los militares hasta que finalmente expresó: «Señores, se acaba al exilio, yo vuelvo a la Argentina, y vuelvo este mismo año». Ambos abrieron los ojos y quedaron en silencio. Molinas dijo... «miles de argentinos hace 17 años que esperan su retorno, en Montoneros hemos dado la vida por usted». «Hablando de ese tema les quiero presentar a alguien» respondió Perón, se levanta y se dirige a otra puerta, la abre e invita a pasar a otra personas que los saluda extendiendo la mano, era Juan Manuel Abal Medina, hermano de Fernando, ni el Pinguli ni Molinas lo conocían, apenas de lejos en el entierro de Fernando. Juan Manuel no tenía nada que ver con Montoneros. Perón lo sabía, de hecho las vinculaciones de él estaban próximas más bien a la derecha católica y a la burocracia sindical manteniendo una amistad con Lorenzo Miguel.

«Yo vuelvo al país vamos a elecciones y las gano» agregó. Esto sí era novedoso, Perón no solo decía que volvía a la patria y que se acababa el exilio vigente desde 1955, expresaba que en elecciones libres, de qué otra manera sino, él volvería a ser presidente de Argentina por tercera vez. Definitivamente no esperaban escuchar eso el viejo líder disfrutaba de la sorpresa en la mirada de sus interlocutores. De golpe comenzó a explayarse sobre el accionar que acompañaría a su regreso al país demostrando firmeza ante Agustín Lanusse, que había reemplazado el efímero gobierno de Levington, de apenas 9 meses y el año anterior había puesto de ministro de interior a un radical lanzando el GAN. Gran Acuerdo Nacional, con el fin de llegar a unas elecciones sin proscribir al peronismo pero excluyendo a su líder.

Lanusse tenía un íntimo deseo de ser candidato, ganar las elecciones y continuar siendo presidente. Con el objetivo del regreso al país, el general planteaba que el movimiento peronista en su totalidad debía alcanzar el grado máximo de actividad para lograr una real retirada del gobierno militar; refiriéndose particularmente a Montoneros las actividades debían ser las acciones armadas. Isabel, que había tenido un excelente trato con los dos emisarios montoneros, fue la encargada de despedirlos. A ella le habían traído un pañuelo amarillo con círculos negros de regalo. Isabel les dijo que cuando la vean con el pañuelo colocado esa sería la señal para ellos del inminente retorno del General a la Argentina.

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