La terrible historia de Tenorinho
Por Daniel Cecchini – Infobae
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
A mediados de marzo de 1976 los días del gobierno estaban contados. Pocos sabían con exactitud la fecha del golpe contra la democracia, pero a nadie se le escapaba que era inminente. En el centro porteño los cines, teatros y restaurantes abiertos, mantenía una falsa rutina de normalidad. Por esos días actuaria Vinicius de Moraes y Toquinho en el Gran Rex, a los dos monstruos de la música brasileña los acompañaban «Azeitona» en el bajo, «Mutinho» en la batería y Francisco Tenorio Cerqueira Junior, un pianista que a los 35 años ya era considerado uno de los mejores exponentes de samba-jazz.
En la madrugada del jueves 18, después del recital y de la cena tardía en un restaurante, los integrantes de la banda prolongaban la velada en el apart hotel Normandie, a las tres de la mañana, Tenorinho comprobó que faltaban cigarrillos. Por estar en el centro había kioscos que no cerraban nunca. -Voy a comprar tabaco – dijo antes de salir. Salió a la calle y es posible imaginarlo: un hombre flaco, de barba y pelo largo, con aire de artista o de intelectual. Es posible que no haya imaginado que en la Argentina de 1976 esa imagen, coincidía con el estereotipo del militante de izquierda o, traducido a la jerga represiva, la de un «delincuente subversivo». Lo interceptó una patota de cuatro hombres armados que bajaron de un Ford Falcon y lo subieron a la fuerza.
El kioskero, desde unos cuarenta metros, vio toda la escena. Ni se le ocurrió intervenir, ni siquiera gritar: en la Argentina del terrorismo de Estado que antecedió al golpe la gente común no hacía esas cosas. A las 3.20 de la madrugada sonó el teléfono en el departamento del apart que ocupaba Vinicius. Renata Schusseim y Marta Rodríguez Santamaría que también estaban en el apart estaban despiertas. Era Toquinho, que con voz desesperada pedía hablar con Vinicius, Todavía semidormido, el poeta agarró el tubo y se lo llevó a la oreja. Las Mujeres lo escucharon decir dos cosas: «¡Oi, Toquinho!» y, después, «¡Merda!». Colgó y se quedó parado en el lugar, como ausente. -Vina, ¿qué pasa? – le preguntó. -Tenorinho… Tenorinho desapareció – le contestó Vinicius como un fantasma. Además de poeta y músico, Vinicius de Moraes tenía experiencia diplomática.
Esa misma noche llamó a todos los hospitales de la ciudad sin ningún resultado. La mañana siguiente buscó un abogado y presentó un habeas corpus. Se comunicó con un ex yerno, que era cónsul brasileño en Buenos Aires y le pidió que se moviera rápido. Ese mismo día fue también a la Embajada de Brasil y se reunió con el embajador, Joao Baptista Pinheiro, que le prometió que pediría información en las más altas esferas del gobierno. Más tarde llamó a todos los periodistas y políticos que conocía, para que la desaparición de Tenorinho tomara estado público. La última esperanza del poeta era que Tenorinho hubiera sido detenido porque había olvidado su pasaporte en la habitación por averiguación de antecedentes.
El 24 de marzo se produjo el golpe y pocos días después, desolado, Vinicius volvió a Brasil. Tenorinho nunca apareció. Pese a sus contactos políticos y diplomáticos, Vinicius no sabía que desde hacía tiempo los aparatos represivos de la Argentina, Chile, Bolivia, Uruguay y Brasil trabajaban coordinadamente en la coordinación de la represión ilegal contra la disidencia política y social en todos esos países. Intercambiaban información e incluso, para entonces, empezaban a trasladar detenidos de un país a otro. El embajador brasileño Joao Baptista Pinheiro nunca le dijo a Vinicius que sus gestiones ante sus contactos argentinos habían tenido una respuesta. Una fuente de la Armada le dijo que lo tenían detenido, pero no ofreció devolver al pianista –para entonces estaba muerto– sino pasarle la información que habían obtenido de él. «Los militares brasileños conocían la suerte de Tenorio, pero la estaban ocultando. Hay documentos encontrados en los archivos de la policía política brasileña, el DOPS (Dirección de Orden Política y Social), que refieren a un mensaje dirigido por la ESMA a la embajada brasileña informándola sobre el fallecimiento del pianista, secuestrado y torturado desde el 18 de marzo. Porque una vez que reconocieron que se habían equivocado de persona, ya no podían dejarlo libre.
Habría sido un escándalo», confirmó años después la periodista Stella Calloni, que investigó a fondo el funcionamiento del Plan Cóndor. «Lo mató Astiz». Debieron pasar 37 años para que se supieran detalles del secuestro y el asesinato de Francisco Tenorio Cerqueira Junior. La información la brindó en marzo de 2013 un represor argentino por entonces radicado en Brasil, Claudio Vallejos (a) «El Gordo», antiguo integrante de los grupos de tareas de la Escuela de Mecánica de la Armada y uno de los autores materiales de la desaparición de Tenorinho la madrugada del 18 de marzo de 1976 en la avenida Corrientes. Vallejos había escapado a Brasil pocos meses después de la recuperación de la democracia en la Argentina, cuando aún no regían las leyes de impunidad conocidas como de «Obediencia Debida» y de «Punto Final», para evitar que la Justicia lo llamara a declarar por los crímenes de lesa humanidad cometidos en la ESMA. «El Gordo» relató que la madrugada del 18 de marzo estaba participando de un operativo en el centro de Buenos Aires cuando recibió la orden de ir a buscar con la patota que integraba a un sospechoso que tenían en una comisaría, un tipo con «aspecto medio de subversivo».
Lo trasladaron a la ESMA donde, según sus dichos, «llegó con vida y sin ser golpeado». También confirmó que la inteligencia brasileña estaba al tanto de la suerte corrida por el pianista. «En marzo de 1976, el oficial Rubén Chamorro, jefe de la ESMA, pidió autorización para establecer contacto con un agente brasileño, que pertenecía al Servicio de Información Naval de Brasil, para que le informase qué grupo de tareas estaba interesado en brindar informaciones sobre la identidad y vínculos políticos de Francisco Tenorio Cerqueira Junior», contó Vallejos en la entrevista. En su confesión, el represor relató que Tenorinho fue torturado, aunque aseguró que él no había participado en los interrogatorios. Y también proporcionó la fecha en que lo asesinaron, el 25 de marzo, y quién fue su ejecutor: «(Alfredo) Astiz lo mató en el sótano de la construcción vieja de la ESMA pero no sé dónde lo enterraron», dijo. Poco antes de morir, Vallejos confesó: «Maté a por lo menos 30 personas y perdí la cuenta de aquellos que torturé y aquellos que torturé y terminaron muertos».
En Buenos Aires, desde 2011 se recuerda a Tenorinho con una placa en la fachada del hotel Normandie. Debajo su nombre dice: «Aquí se hospedó este brillante músico brasileño, víctima de la dictadura militar argentina».