Los embutes de Pascual

Claudio Cherep (sobre la historia real contada por «Moncho»)

Fue un día del año pasado que El Pibe andaba mal en la Escuela. Y justo en Historia. ¿Cómo el hijo del Moncho iba a andar mal en historia si su padre, a su modo, había escrito un pedacito? Claro que la había escrito. Cuando el pibe era el padre, un hijo una quimera y el país un proyecto, Moncho se hizo de armas llevar para la libertad traer.

Una tarde peronista cualquiera del 75, los mal llevados de siempre le pisaron los talones a Moncho y a Pascual y la cosa salió para el lado de la mala leche. En un tambo de la pampa gringa, los muchachos tuvieron que expropiar dos tachos de lecheros antes que pase el camión a retirarlos por las tranqueras y esconder dentro de ellos algunos orgullos que para los otros eran vergüenza. El contenido de los tachos fue a parar a las alcantarillas y después de la fuga de película en moto y por el barro, en un rincón por nadie sabido y para el Moncho y Pascual nunca olvidados, los dos amigos guardaron bajo tierra plomo y papel, para siempre.

El Moncho se marchó al sur y a los tachos se fueron sus recuerdos militantes y los sueños de un país mejor, donde pudieran vivir con justicia social los viejos del Moncho y el Pibe que el Moncho un día iría a tener. Éste pibe que vino a tener, el que ahora no daba pie con bola con la historia. Éste pibe que encima tenia una maestra con memoria y libros dudosos. Éste pibe que en el '85, cuando Moncho volvió a Esperanza a buscar los embutes todavía no había venido al mundo, iría a ser la puerta grande de la memoria.

El Moncho volvió al descampado, pero siguió callando. Hasta que un día del año pasado, 34 años después del robo de los tachos, 20 años después de la recuperación, el Moncho habló con el Pibe, por eso de que andaba mal en historia y por eso de que la maestra también, porque la contaba cambiada. El Moncho lo miró fijo al Pibe y le dijo que eso que contaba la seño no era así. Y mientras le decía que lo podía buscar en una revista y rememoraba:

«Estaba en la vereda, frente a una casa. Me fui un sábado a la hora de la siesta, dejé el auto, bajé con una palita, (lo habÍa marcado bien), escarbé y cuando llegué, con un destornillador y un cuchillo seguí intentando, me dio un trabajo destaparlo. Cuando lo abrÍ, en una bolsa de consorcio guardé todo y le tiré tierrita arriba, tapé todo. De los dos embutes encontré el de los papeles». «Volví a mi pueblo, a mi casa, agarré dos cajones de manzanas, metí todos los papeles adentro y lo clavé. Sobrevivieron a todas las mudanzas (y tuve casi 20). Pero cuando me fui lejos se los dejé a mi viejo para que los cuide»

Y aquí ahora, frente al pibe que andaba mal en historia, tres décadas y media después, aparecieron de un cajón, todavía con bolsas y tierrita, unos cuantos ejemplares de la revista «Causa Peronista», en original y bien cuidados, para que la maestra lo increpara al hijo del Moncho con un «De dónde sacaste eso, vos, che?», y que cuando el pibe le espetara henchido que «me lo dio mi papá», se encontrara con una extraña respuesta: «prestamelo que le quiero hacer fotocopia». Quizás fue porque la maestra supuso que estaba ante algo grande, acaso porque intuyó que el pibe tenía en las venas una convicción que la historia no registra o bien pensó que la historia es algo que se hace y se aprende todos los días por igual.

Lo cierto es que el Moncho ahora anda con más atrevimiento para mirar sus papeles viejos guardados en embutes necesarios y ha descubierto que el tiempo lo tiene compartiendo las mismas luchas que aprendió con Pascual, que ya no está para contarla, pero dejó la vida para que muchas maestras y muchos hijos del Moncho entiendan de qué va la cosa.

A PASCUAL y todos los Pascuales que siguen alimentando nuestros sueños Jorge Peralta, Pascual, Bananita

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