Desobediencias de vida
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
En la mayor oscuridad siempre hay un resquicio de luz. Las cárceles son una oscuridad infame, las cárceles de la dictadura fueron campos de concentración donde lo peor de la dictadura expresó libremente su inhumanidad. Una de las características que impuso la dirección de la cárcel de Coronda (Comandantes Zirone y Kushidonchi) fue ofrecer ascenso al personal a cambio de maltrato a los presos, porque consideraba que los guardias no estaban preparados «virilmente» para los detenidos políticos. El régimen resultante fue oprobioso, la consigna del director era que los presos iban a salir muertos o locos.
Aún así, en esa oscuridad casi absoluta, siempre existieron pequeños destellos de luz: que un guardia diera un cigarrillo o un fósforo lo era, que un guardia no «vigilanteara» la peña de las ventanas lo era, el papel de muchos presos comunes que arriesgaron hasta su libertad lo era, el capellán Guillermo que fue apartado por sacar información lo fue. El régimen de atención médica de las cárceles es ineficiente y muy malo en su calidad; los médicos de Coronda se sumaron eficazmente al verdugueo propuesto por las direcciones, el resultado fue de tres compañeros muertos y otros seriamente deteriorados psíquica y físicamente.
A pesar del intento, la resistencia y la solidaridad fueron más fuerte, la vida y la alegría resistieron a la muerte y la tristeza. Las innumerables declaraciones de los compañeros en el juicio señalaron a los doctores Valls, Traverso y al psiquiatra ya fallecido, que permanecen impunes por los delitos cometidos y por su participación activa del régimen instrumentado. Sin embargo en las denuncias se rescata la humanidad del odontólogo, quien cumplió cabalmente su deber, inclusive muchas veces arriesgándose. Por ello está presente en este libro como uno de los tantos qué se arriesgó. A él y a tantos otros, GRACIAS.
Desde el primer testigo se lo menciona. Se dan distintos ejemplos. Ninguno recuerda el nombre. Tampoco sus opiniones políticas. Durante la descripción que hacen los testigos sobre la atención médica, que fue responsable de la muerte de dos compañeros y (desgaste) de muchos más, invariablemente aclaran: «pero el dentista era distinto» «Nos parecía alguien extraordinario, y solamente nos brindaba un trato humanitario» dice uno, «Para nosotros era un paraíso, ahí nos sentíamos seres humanos» dice otro. «Cubría prestaciones que no podía hacer, y pedía que no lo contemos», agrega un tercero. Hasta se relata que cuando el penal no le proveía la anestesia la traía oculta desde su consultorio. Otro testigo aclara al salir: «expliqué lo de los médicos, pero al dentista lo dejé fuera, eh?» . Otro relata: «Personalmente me tuve que bancar su sentido del humor cuando le contó a otros compañeros que casi me desmayo cuando me iba a sacar una muela pero lo compensó curándome de palabra un montón de verrugas que me habían salido en un brazo. ¿Vos no me crees? Me dijo, la semana que viene cuando vengas a la consulta no la vas a tener más, y así fue. ¡¡Un Tipazo!!» En su consultorio no entraba la obediencia debida, solo personas privadas de su libertad para ser atendidas.
El odontólogo de la cárcel de Coronda, el Doctor Enzo Bortolotto, fue un hombre digno, atendió a los presos políticos como seres humanos y aunque no se lo propuso, se mantiene presente en el recuerdo y la valoración de todos desde hace 40 años.
LIDIO ACOSTA - Diario de un Juicio Nº 12 – 2018 -El Colectivo de la Memoria