Un astillero en el domicilio

La embarcación fue prácticamente una artesanía, el Gallego, Marcelino Álvarez, la construyó tablón a tablón en el fondo de la casa de calle A Godoy 7750. Siempre tuvo un gusto especial por las embarcaciones, muy joven había tenido un barquito a vela pequeño qué dejaba atado cerca del muro de Guadalupe, próximo a su casa de calle Boneo. Una tormenta, el viento, lo soltó de su amarra y la laguna qué es especialmente brava lo estrelló contra el muro destruyéndolo. El Gallego siempre contaba su historia de lo que fue esa mañana cuando llegó al amarradero y encontró la embarcación hecha trizas, los restos desparramados y lo que quedaba de la embarcación hundido. Amaba navegar el río y todo lo que tuviese que ver con él, la pesca, la isla, recorría los riachos que desembocan en la laguna y poseía un equipamiento completo para la pesca.

La casa de calle Godoy era una casa baja de dos dormitorios con un patio de tierra en el fondo, la habían alquilado con la Coca (Raquel) luego de casarse en 1971, ella recién recibida de asistente social, y él visitador médico. En esa casa ambos se incorporaron a las FAR por medio del Pocho Bie. Marcelino se apropió rapidamente del patio trasero, no sin resistencia y protestas de la flaca. Poco a poco el patio se fue convirtiendo en un pequeño astillero donde fueron acumulándose elementos, materiales, herramientas y todo lo necesario para la embarcación que se parecía a una canoa grande, pero que nadie debía llamar de tal manera ya que al constructor del «barco o lancha» le disgustaba mucho y consideraba que le bajaba el precio a su obra. Poco a poco fueron tomando formas las distintas partes aparecieron las costillas de la canoa, también llamada cuaderna... el piso, los laterales, la regala, etc.

Las manos del Gallego, en la medida que avanzaba la construcción, se tornaban cada vez más habilidosas y precisas, lo cual demuestra que la práctica es la fuente principal de todo conocimiento. Todo entre abundante mates y charlas y en horarios impredecibles, a veces hasta muy tarde y aprovechando al máximo los findes y de vez en cuando algo de comer y porqué no, de beber un poco y de profundizar las charlas de ir hilvanando ideas, prácticas y compromisos, donde indefectiblemente se agregaba Raquel que ya trabajaba en Villa del Parque y Santa Rosa.

Finalmente un día el casco estuvo terminado, incluido su empabilado, que es como un hilo grueso que se pone con resina entre las juntas de las tablas. Pero al constructor no le gustó algo y decidió que el casco debía ser plastificado. De modo tal que apareció con la lana de vidrio y los monómeros, y manos a la obra plastificó el casco, que quedó espectacular según se denotaba en la alegría del constructor y la aprobación cómplice de su pareja, sin objeciones... Para plastificar el casco hubo que ponerlo boca abajo y se notó que tenía buen peso aunque manejable para gente joven encima impulsados por ilusiones de navegantes especialmente el capitán constructor. También para ese entonces aparecieron un remo de pala ancha y una botavara cuyo origen nunca fue explicado tal vez producto de una inocente expropiación. Con el plastificado el color azul cumplido, todo el casco menos la línea de flotación, que era de color negra. La embarcación debió tener más de 4 metros y medio de eslora, como se dice al largo por un metro ochenta de manga.

En algún momento, con la construcción avanzada, se reparó en un detalle, bastante importante si se quiere, que la embarcación no tenía manera de salir por la parte delantera de la casa, estaba atrapada en el patio de la casa. Hubo una sorpresa y un intercambio de opiniones al respecto, aunque dio la impresión que el Gallego algo se había percatado, porque cuando se comentó la dificultad que presentaba la salida se limitó a sonreír con complicidad y poniéndose un dedo sobre la boca dijo: «la operación está controlada pero no hablemos en voz alta del tema. La vamos a sacar por lo del vecino, porque por el techo es imposible, lo tengo todo hablado», dijo con seguridad. Según el Gallego se había dado cuenta enseguida que la embarcación no iba a salir, según él si no la comenzaba a construir no tendría otro lugar para hacerlo y decidió actuar sobre el hecho consumado, cuando ya no habría vuelta atrás. Los fondos de la casa lindaban con un vecino que tenía un patio con jardín que se comunicaba por una cochera pasante que salía a calle Pavón. Realmente a pedir de boca, cómo sí todo encajara a la perfección, fríamente calculado.

Finalmente llegó el día de botar la embarcación. Un sábado a media mañana se quedó de acuerdo para sacar la lancha por lo del vecino, la operación de rescate fue bastante sencilla, mucho más de lo que se esperaba. Se levantó la lancha, se la apoyó sobre unas bolsas qué estaban sobre el tapial y lentamente se la fue pasando a la casa del vecino y bajado al patio lindero. De ahí entre cuatro, incluido el vecino, fue llevada a la calle donde estaba esperando el famoso DKW con un pequeño tráiler. picada por el viento y todos sabíamos que el viento en la laguna picada es muy traicionero. Pero poco importó todo eso, colocó el doradito en la popa, subimos, le dio marcha y finalmente la lanchita se comportó realmente muy bien, aunque al motorcito le costaba empujarla. Anduvimos un rato, la llovizna era persistente y la laguna zarandeaba la embarcación, por lo que el capitán decidió regresar a puerto. Se vivieron momentos muy felices y de pequeñas aventuras en esa embarcación que más

El día no acompañaba, estaba nublado, con viento y una pequeña llovizna. Era lo de menos, a nadie le importaba y mucho menos al constructor de la nave, que lucía espectacular en su tráiler. Bajamos por la calle con bajada a la playa de la Laguna. Finalmente la embarcación fue depositada en el agua con algarabía generalizada; el día no ayudaba para nada, la laguna estaba muy tarde se conoció como «La Farolita» y que en 1973 formó parte del pago de una embarcación de mayor porte, que también estaba a nombre del Gallego, cuyo destino se perdió en la oscura noche de la dictadura.

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