Enzo LAURONI
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
De Mónica Almirón y Enzo Lauroni todos hablan nombrándolos siempre juntos, estos son los testimonios de sus hermanas Patricia y Silvia, su mamá y de Mario, amigo de la adolescencia y compañero de militancia.
Las siestas de Santa Fe fueron testigo de su amor. Las siestas pegajosas, que te obligaban a buscar sombra hasta en una brizna de hierba. Ellas los vieron pasar. El Gringo, con sus pantalones anchos, sus ojos verdes, su ironía. El Gringo, que explicaba el sistema feudal añadiendo adjetivos de su cosecha, como delincuentes, mafiosos o ladrones. El gringo, que siempre lanzaba la frase: “qué miseria, compañero” y a continuación soltaba una carcajada para la que no le alcanzaba su boca pequeña. El Gringo, generoso. Mónica, un remolino de energía con una risa inmensa. De una gran belleza. La amistad desinteresada. Una compañera. de una inteligencia poco común.
Enzo y Mónica fueron novios desde el despertar adolescente. Vecinos en Santa Fe, junto al Parque Garay, se quisieron desde que pudieron poner nombre a su ansiedad de estar juntos. Mónica estudiaba en el Normal de Señoritas. Enzo en la Escuela Industrial. Mónica hacía ballet, Enzo leía filosofía. Los dos se acercaron a la militancia desde una mirada sincera, de solidez ideológica, de ansiedad de justicia, desde el valor y desde el respeto.
En 1969 Enzo inició su militancia, participaba del Comité Nacional de Recuperación Revolucionaria, escindido del PC, luego en el ARE, fue un referente para sus amigos y compañeros.
Mónica nació en una familia de clase media santafesina, en 1950. Enzo nació en Véroli (Italia) en julio de 1943 y llegó a Santa Fe a los tres años, de la mano de unos padres que nunca aprendieron a hablar el castellano con fluidez pero interpretaban con perfección el idioma del esfuerzo y del trabajo. Allí estudió para técnico constructor, mientras armaba con paciencia infinita enormes torres de escarbadientes. Tenían amigos por todas partes. Eran la imagen de la calidez y de la confianza.
Cuando la familia de Mónica se trasladó a vivir a Buenos Aires, vivieron tres años unidos por cartas de amor con letras de Neruda, canciones de Gigliola Cinqueti y muchas idas y venidas en viejos colectivos o a dedo. El amor adquiría entonces dimensiones descomunales. El suspiro más chico se convertía en un tornado.
En 1970 se fueron a vivir a Resistencia (Chaco), donde estudiaron, Enzo Ingeniería Hidráulica, Mónica Ciencias de la Educación. Chaqueños nacieron sus dos hijos. Allí los vio pasar el calor sofocante, las Ligas Agrarias, la militancia crítica, una casita de dos piezas y un patio con un gato que no quería bajar del árbol...
Más tarde, en 1976, partieron rumbo a Cipolletti, Río Negro, donde Mónica trabajaba como maestra y Enzo se instalaba como constructor. Empezaron los encargos de chales junto al Lago Pellegrini, la búsqueda de una seguridad económica, la lucha por darle un futuro a los hijos. Allí los vio pasar el sur de Argentina, con su viento seco, la parra del patio en la calle Sáenz Peña 649, otros amigos, descubrir la nieve, hacer cotidiano el compañerismo.
Hijo de padres sencillos, laburantes, siempre inmersos en el amor y el sacrificio de aquellos que inmigraron a la Argentina desde la Italia abrumada por las guerras, con la ilusión que despliega una nueva tierra que les prometía paz, amor y bienestar.
De la manito de ellos venía Enzo, con sus tres años, sin entender nada. Entendía el idioma de su tierra y de sus padres y aprendió muy bien el idioma del país al que arribaba.
Niño bonito, muy bonito, prolijo como obra de sus padres, respetuoso, tímido, de mirada profunda gris verdosa. Allí, allí mismo, en Santa Fe, donde arribó junto a los suyos, comenzó a tejer sus amistades. Amistades también hijos de personas sencillas y trabajadoras que a modo de bromas inocentes, remedaban a los padres de Enzo, cuando le gritaban a su hijo; “Enchu vieni qué”, “Perfavore, vieniquá a mangiare”.
Así transcurrió su vida, su primaria completa, su paso luego por la escuela técnica, donde enorgulleció a sus padres figurando en el cuadro de honor por sus excelentes calificaciones por allá en los años 1968. Su inclinación por la construcción ya era notoria y en 1970 recibe el título de la Universidad Nacional del Litoral “Escuela Industrial Superior de Santa Fe”, como Técnico Constructor Nacional.
Nada hacía suponer que sus sanas intenciones de Justicia Social y el pensar en el necesitado interviniendo en grupos juveniles de militancia seria y formal, que ya florecían en su alma sencilla, podrían terminar en el sesgo injusto de su vida útil y valiosa.
De su bondad exagerada, de sus hoyuelos graciosos, de su mirar profundo y querido, de su prolijidad en todos los órdenes de la vida, como esposo, como padre y como compañero. No puedo seguir más, estoy llorando, lo lloro todos los días de mi vida, y no me resigno, no me resignaré jamás a esta pérdida tan querida como injusta.
Soy su madre política, nada más que eso.
Judith Cairolí de Almirón
El Gringo apareció unas vacaciones en el barrio, venía a visitar a su novia, Mónica Almirón, que pasaba las vacaciones en lo de una tía. Mónica era la mayor de cuatro hermanos y andaba de novia con Enzo, desde toda la vida. Vivía en Buenos Aires ya que sus padres se habían trasladado de Santa Fe por razones laborales. Pero llegaba el verano, las vacaciones escolares y venían a lo de la tía. Todos los años. Sabíamos que durante el resto del año el Gringo alimentaba su amor con extensas cartas que regularmente intercambiaban, metódicamente. Nosotros no lo veíamos en esos meses porque él vivía en otro barrio -B° Roma- y no éramos grandes amigos. Pero llegaban las vacaciones....
Era delgado, pelo castaño claro, no demasiado alto, buen físico, aunque nunca jugaba al fútbol como nosotros. Tenía el tabique de la nariz desviado lo que lo hacía respirar con cierta dificultad, ojos claros, pelo lacio, voz suave y una risa fácil y contagiosa. Hizo amistad con mi hermano que tenía la misma edad y coincidieron en el colegio secundario — el Industrial — ambos eligieron la carrera de técnico constructor.
Con seguridad allí tuvieron los primeros contactos con las ideas revolucionarias, influidos por los estudiantes universitarios que estaban pegados al Colegio. Eran días de gran efervescencia social y movilizaciones por reivindicaciones estudiantiles. Corría el año 66 y Onganía atacaba la autonomía universitaria, condicionaba el comedor estudiantil y reglamentaba la vida en las universidades.
En ese tiempo aparecen en mi casa los primeros “materiales” de iniciación política; volantes reivindicativos y algo de política vinculado a la “revolución socialista”.
En este contexto se crea la agrupación estudiantil ARES — Agrupación Resistencia Estudiantil Secundaria — de la cual el Gringo y mi hermano eran las cabezas visibles.
Aparte de reunirnos para comentar o analizar las reivindicaciones de cada colegio, leíamos los periódicos que traían algunos compañeros universitarios y discutíamos, idealizábamos u opinábamos sobre la “Revolución”. Porque de eso se trataba: transformar la sociedad, hacerla más justa y solidaria.
Creo que el Gringo tenía muchos más elementos, conocimientos teóricos que la mayoría de nosotros y nos empujaba por ese camino con su voz suave y firme.
Para la época del Cordobazo ya teníamos una organización con una buena inserción en los colegios secundarios en lo que hacía a la faz reivindicativa y participamos en las movilizaciones que se dieron en Santa Fe tras las muertes de Cabral, Bello y tantos otros.
Ya para entonces estaba tomando forma la idea del partido que pudiera dirigir al pueblo hacia la revolución. Para ello había que formarse, comenzaron entonces las sesiones de lectura de clásicos del marxismo leninismo, eran horas de encierro tratando de comprender que eso que leíamos tenía que ver—y mucho — con nuestra realidad.
Como no participé de los debates del V Congreso, no conozco sus posiciones con referencia a la estrategia que nos llevó a emprender el camino de la lucha armada para la toma del poder.
Cuando terminó la secundaria, se casa con Mónica y se marchan de Santa Fe.
En el año 72, por cuestiones de seguridad me aconsejaron salir de Santa Fe y me destinaron al Chaco, a pocas cuadras de la terminal de Resistencia tendría mi contacto, llevando yo el diario El Litoral como contraseña. Mi sorpresa fue inmensa cuando me vino a buscar el Gringo. También alegría. Fuimos a su casa y ahí estaba Mónica.
Trabajaba en la administración pública, creo que en algo de construcciones. En ese período se daba una discusión dentro del partido sobre la estrategia a seguir frente a las elecciones de marzo del “73: Participación o Abstención. Recuerdo que la discusión la saldó un boletín interno donde se nos indicaba que había que alentar un voto repudio con consignas como “voto por los héroes de Trelew”, “voto por la libertad de los combatientes”, etc.
El Gringo no estaba de acuerdo con esto y le parecía una completa estupidez hacerlo porque de ninguna manera se podía cuantificar la penetración de nuestras ideas en la gente. Esa posición lo ponía en conflicto con el responsable político de la regional que tomaba la opinión de los compañeros que no coincidían con la línea del partido como vacilaciones pequeño burguesas.
Pero el Gringo tenía, con su estilo paciente y tranquilo, detrás de él, una buena inserción entre la gente, reclutando para la organización a muchos compañeros que terminaron siendo destacados, eran los compañeros pensantes. Yo me fui después de las elecciones, y no lo volví a ver.
Estando preso, en La Plata, tomé contacto con un compañero del Chaco, detenido como yo, me dio noticias de Enzo, que se había quebrado, que no creía en la estrategia del partido, etc, etc y se había marchado de Resistencia.
Era increíble para mí, no me parecía lógico, el Gringo fuera, No.
En uno de los traslados que sufrimos después, en Rawson, me tocó compartir un calabozo con un compañero de la Juventud Peronista de Presidencia Roque Sáenz Peña, quien me puso al tanto sobre cómo había sido la represión en el Chaco.
Me contó que estuvo en la Jefatura de Policía que era un centro clandestino de detención y tortura, que allí juntaban a gente de toda la Provincia y ahí decidían la vida —puesta a disposición del PEN, casos judiciales- o la muerte —traslados- de los secuestrados.
Me contó que allí lo conoció al Gringo. Me dijo que lo habían detenido en Río Negro o Neuquén con Mónica. Que lo habían torturado, que lo habían llevado a la ESMA. Le dijo que lo de Resistencia, comparado con la ESMA, no era nada.
Me contó que el Gringo sabía que los iban a matar, pero que seguía firme en sus convicciones, que no estaba quebrado.
Y que de noche, cuando Mónica se angustiaba y lloraba por no saber nada de sus hijos, él con su voz suave la consolaba, la alentaba y le decía que todo iba a terminar bien, que ya pasaría y entonces las cosas iban a ser distintas. Ese, era el gringo, Enzo Lauroni.
/ Mario Mac Donald
En la vereda de acceso a la Escuela Industrial Superior (EIS) de la UNL se descubrieron baldosas en homenaje a sus alumnos víctimas del terrorismo de Estado, entre ellos Enzo Lauroni.
Los responsables de su desaparición fueron juzgados y condenados en la causa “Causa Brigada de Investigaciones / Caballero III” por el T.O.F de Resistencia-Chaco