Aldo José CARAMELLA "Pachi"
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Han pasado más de 30 años desde la última vez que vi a Pachi, mi gran amigo de la juventud. Demasiados; tantos como para que algunos recuerdos se tornen algo borrosos, perdiendo cierta precisión en detalles tales como fechas o lugares.
Afortunadamente, lo que conservo con la mayor nitidez es el recuerdo de su persona, de su calidad humana, su condición de amigo, amigo leal, de fierro, solidario, e ideológicamente comprometido con las luchas populares de la época.
Conocí a Pachi cuando ambos teníamos unos 15 o 16 años, un sábado por la tarde en que alguien lo invitó a jugar a la pelota con los “vagos” del barrio. Lo hacíamos regularmente en el parque del Sur, en esas canchitas improvisadas en que los arcos estaban conformados por un par de bolsitos o cualquier otra cosa que sirviera como referencia imaginaria de cada poste. A pesar que inicialmente era un desconocido para la mayoría de nosotros, los del grupo habitual, se integró inmediatamente y pasó a ser uno más de la barra.
Bastaron tres o cuatro de esos sábados de fútbol, con sus charlas, bromas y discusiones, para que casi sin darnos cuenta nos convirtiéramos en inseparables; en poco tiempo mas pasó a ser el hermano varón que no tuve.
Transitábamos una adolescencia típica de la clase media santafesina a la que pertenecíamos, en la cual los sueños pasaban, en gran medida, por completar estudios universitarios, obtener un título profesional, formar una familia, y acceder a un buen pasar económico.
Pachi cargaba con una mochila bastante pesada de dificultades personales, familiares y económicas. Entre otras cosas, sobrellevaba un problema físico que le impedía hablar con normalidad, y por si ello fuera poco siendo muy chico había perdido la visión de un ojo en un accidente de juegos infantiles. Destaco estas cosas porque imagino que a cualquier otro muchacho de esa edad podrían haberlo convertido en alguien introvertido, retraído o, por qué no, también resentido, frente a lo que la vida le ponía en el camino. Pero no fue su caso; él era alegre, comunicativo, desinteresado, amigo en el más amplio sentido de la palabra y, por encima de todo tremendamente solidario. Era el tipo que podía pasarse días al lado de tu cama si estabas enfermo, acompañándote, ayudándote a matar el aburrimiento, o a darte una mano en cualquier tarea que tuvieras que realizar.
Algunos años después de conocernos, durante la dictadura de Lanusse, mi hermana Alejandra y su compañero y marido de ese entonces, “el Goyo” Iribarren, cayeron presos a consecuencia de una militancia que hasta ese momento nosotros, sus familiares, ignorábamos por completo. Fue algo que a Pachi y a mi nos abrió los ojos y la mente, nos mostró que había una realidad que desconocíamos, cargada de una injusticia que pese a tenerla frente a los ojos no veíamos. Un verdadero cachetazo que nos hizo reaccionar, sacándonos de esa tilinguería adolescente, para comenzar a interesarnos por temas sociales y políticos. Para graficarlo: en muy poco tiempo pasamos de la revista Gente a El Descamisado.
Con mi vieja y mi hermana Clarisa comenzamos a participar en la Comisión de Familiares de Presos Políticos, y desde el primer día las palabras de Pachi fueron “no me dejen afuera”. Él no tenía familiares presos pero se sabía parte de la familia, siempre acompañando, siempre solidario, siempre hermano.
El paso natural, inmediato, a partir de la Comisión, fue para ambos comenzar a militar en la JP. Pachi lo hacía en grupos barriales y yo en la facultad. Pese a ser grupos diferentes, seguimos inseparables, compartiendo todo el tiempo libre.
En la Comisión conocí a Lila, con quien me casé y hasta el día de hoy seguimos juntos. Un año después llegó Paula, nuestra hija mayor, de quien Pachi fue padrino de bautismo; quién otro si no él podría haber sido! Para ese entonces, no sólo Lanusse ya era historia; también había pasado Cámpora, y vivíamos lo que tanto habíamos deseado: volver a tenerlo a Perón (aunque la desilusión tardaría muy poco en llegar). Poco después, historia demasiado conocida, muerte de Perón, Isabel en el gobierno, el golpe, la instauración de la dictadura, la necesidad extrema de cuidarse, de no mostrarse, cuando no para muchos directamente pasar a la clandestinidad.
Esas circunstancias llevaron a que la militancia de Pachi se trasladara fuera de Santa Fe. Inevitablemente, pese a lo que hubiéramos querido, perdimos contacto. Nos vimos unas pocas veces al principio, y luego nada. Meses más tarde, me llegó la noticia de que Pachi era un desaparecido más.
Recordar de esta manera tan resumida la historia de lo que fue nuestra relación personal es el mejor homenaje que se me ocurre hacerle al tipo más desinteresado, noble, íntegro y solidario que haya conocido. Quienes tuvieron la suerte de contar con su amistad, o tan solo conocerlo, saben que no alcanzan palabras para el elogio a su persona.
/ Carlos Niklison