Domingo DEL ROSSO
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Mi hermano Domingo, “el Negro”, nació en Gualeguay, tenía 2 años menos que yo, vivíamos allí porque era el lugar en el que Prefectura había destinado a mi papá, después, nos trasladamos a San Nicolás donde nació Darío, luego fueron Goya y Diamante, y finalmente vinimos a Santa Fe. Primero llegó el viejo, debe haber sido más o menos por el 59 o el 60, luego vine yo, para empezar el secundario en el Simón de Iriondo, después, llegaron el Negro y el resto de la familia, él empezó en el Comercial. La familia se instaló en Guadalupe donde papá compró una casita modesta. Cuando le llegó el ascenso a Prefecto Mayor decidió retirarse, tendría que haberse trasladado a Rosario o Dock Sur y a él le gustaba esta ciudad, le parecía un lindo lugar para que nosotros pudiésemos estudiar, crecer, desarrollarnos.
De chicos el Negro era como todos, jugábamos mucho los tres hermanos. Al finalizar el secundario el Negro decidió estudiar medicina, pero ¡Qué ironía¡ cuando vio el primer cadáver dijo:¡esto no es para mí¡¡ Se volvió y empezó Ingeniería Química, nunca se recibió, aunque siempre fue un alumno destacado, pero se dedicó con alma y vida a la militancia y le quedó una materia. Fue en la Facultad donde se metió de lleno en la política, aunque ya en el colegio secundario militaba en la UES, participaba en los trabajos barriales colaborando con el cura Catena, en realidad, todos andábamos por los barrios comprometidos en las tareas sociales. Donde había un problema social estábamos metidos, era una época maravillosa, el compañerismo, la solidaridad, el jugarse por el otro, algo que ya no vamos a ver más…..
Mi padre era peronista pero no lo manifestaba por su profesión, mi madre era sumamente religiosa. El viejo era honesto, austero, solidario, generoso, colaboraba con todas las instituciones de bien público, sin dudas esa crianza nos marcó y tuvo mucho que ver con las opciones de vida que tomamos después, la época hizo el resto. Los amigos solían preguntar ¿cómo son ustedes tan pobres, si todos los jefes de la Prefectura tienen plata? Claro todos tenían buenas casas y la nuestra era muy modesta, no nos faltaba nada, pero tampoco sobraba.
En el 68 yo me fui a trabajar a Buenos Aires y nos veíamos muy poco, estuve allá varios años, cuando regresé entré a trabajar en FIAT, en motores y camiones, allí había muchos compañeros, nos reuníamos en un local de 25 de Mayo y Rosario, el sindicato del Gringo Canónico, Obreros del Transporte Urbano, lo que después fue la UTA, ahí empezamos a organizar la JTP.
En esa época, Domingo vivía en el barrio Centenario con Stella, su esposa, con quien se habían conocido en la Facultad. Ella, en su pueblo, había sido “Reina de la Vaquillona” por lo que la vivían cargando. Para todos era “la Gorda Estela” aunque era solo de contextura robusta, pero la gran mayoría éramos flacos y flacas. Era también una gran militante, en el grupo de oradores de Ateneo (previo a la JUP) era la única mujer, y defendía su lugar enojándose con todos los varones que tendían a ubicarse en un rol de superioridad.
La familia de Stella vivía en San Jerónimo Norte, pero ella había nacido en Crucellas un 3 de abril de 1950. Solía atender el kiosco de Ateneo en Química, vendiendo apuntes y repartiendo volantes de Ateneo, en fin militando. Como todas las chicas militantes daba poca o nada de importancia a la coquetería, era característico su pelo atado en una “colita” con hilo sisal, camisa, vaqueros y el clásico poncho rojo en el invierno.
Con mi hermano éramos muy amigos pero militábamos en paralelo aunque algunas veces nos encontrábamos como por ejemplo cuando fuimos a Ezeiza a recibir a Perón, yo había ido con los del sindicato en un colectivo de la línea 14, paramos cerca de la cancha de Vélez, millones de personas, miles que se agrupaban bajo las banderas de Montoneros, cuando se armó el tiroteo era un desastre, no entendíamos nada, corrimos, nos separamos, las sirenas de las ambulancias sonaban permanentemente, empecé a preguntar por la gente de Santa Fe hasta que me subí a un colectivo y ¡ahí estaban Stella y el Negro¡¡
Recuerdo una anécdota de cuando yo todavía vivía en Buenos Aires. Había venido a Santa Fe justo cuando hay una gran manifestación cerca del Parque Garay, debe haber sido cuando el “manzanazo”, encanaron a mucha gente. A una piba la violan en una comisaría, el Negro me pide que la lleve a Buenos Aires para cuidarla y como apoyo me lo manda al Publio, los dos eran muy jovencitos. Resulta que él estaba re-enamorado, pero a la piba no le gustaba. Me puso las quejas, no quería estar todo el día con él, yo no sabía que hacer con los dos pibes, así que lo llamé al Negro para que los fuera a buscar. Además de militar ¡teníamos que hacer de padres ¡!
Domingo era responsable de todo el territorio, manejaba los barrios, Barranquitas, Escalante, San Lorenzo. Le prestábamos el garage de casa para las reuniones, y entonces, a los viejos, empezaron a allanarlos a cada rato, mi padre nos apoyaba, sacaba su carnet y los paraba mientras nosotros nos escapábamos por atrás, por estas cosas el pobre se fue quedando sin sus viejos amigos de la Prefectura, sólo le quedaron uno o dos.
Cuando Domingo y su esposa tienen que pasar a la clandestinidad se van a Rosario, creo que no lo vi más, él no quería encontrarse con nadie de la familia, era peligroso, nunca se sabía dónde estaba el enemigo. A Stella y Pablito los veía en el Parque Independencia, en el Zoo, cerca de la cancha de Ñul, Rosario era un nido de víboras mientras estábamos en el Zoo por lo menos pasaban siete vehículos de distinto tipo, pero todos armados hasta los dientes. Recuerdo que Pablo sólo comía yogurt y postrecitos, al pobrecito la madre tenía pocas oportunidades de cocinarle estando siempre escondiéndose y corriendo de un lado para el otro.
Un día llamó Stella avisando que habían matado al Negro. Vamos a buscarlo, nos presentamos en el Comando, el viejo era milico y tenía acceso a muchos lugares, pero yo tenía antecedentes, JTP, peronista, gremialista… Bueno, ahí no nos dieron información, nos fuimos, yo dije: Acá mejor no volvamos, si vuelvo, me dejan. Entonces fuimos al Hospital, allí nos enteramos que estaba internado un oficial o suboficial y había otro en la morgue. En una pinza se habían enfrentado con el Negro que venía en un colectivo, se resistió, hirió a dos y corrió, entonces lo mataron. Tenía 38 balazos. Un enfermero nos conectó con un tal Jorge Marzo “un lechuzón”, que tenía una funeraria clandestina, según me dijeron era ahijado del Jefe de Policía de Rosario y así había montado su negocio. Cuando se enteraba de algún muerto, llamaba a los padres y (a cambio de un pago) les conseguía la devolución del cuerpo.
Fuimos entonces a lo de Marzo, nos atendió muy bien, nos invitó a comer y nos informó que el cadáver estaba en el cementerio de La Piedad, hizo los trámites, nos llevó a Tribunales y así pudimos traerlo a Santa Fe, lo enterramos luego de un velatorio en Calleja al que muy pocos pudieron asistir.
A los pocos meses se publica la noticia de un operativo donde había muerto una mujer “María Rosa” creo, por la dirección mi padre dijo, ésa es Stella, él sabía dónde vivía. ¡Vamos! le digo. Nuestra preocupación era encontrar a Pablito. Pero ¿dónde ir? Fuimos nuevamente a lo de Marzo con una foto del nene. Recorrimos muchos lugares y finalmente caímos a una comisaría cerca del centro, en la calle Caferata, ahí estaban decenas de pibes de todo el país, hijos de militantes, peladitos, con olor a desinfectante, cuidados por mujeres policías…como una guardería. Entre ellos estaba Pablo, primero lo vio mi papá, después yo. La única prueba que teníamos era la foto, él era muy chiquito y cuando le preguntaban el nombre decía otro, claro estando en la clandestinidad los padres cambiaban el nombre de sus hijos como una medida más de seguridad, pero eso dificultaba la identificación. Cuando finalmente nos hicieron entrega del nene, la jueza nos aconsejó que lo adoptásemos con mi esposa, mis padres eran demasiado grandes para criar a un chiquito, así es como Pablo, fue mi sobrino, mi ahijado y finalmente mi hijo.
Cuando logramos rescatarlo y nos quedamos tranquilos con él empezamos a pensar en la madre y llamamos nuevamente a Marzo. A los pocos días nos avisa que en el Cementerio de La Piedad había tres cadáveres y que uno podía ser el de Stella, yo ya no me animé a ir y el viejo finalmente decidió llamarlo al padre de ella para que se encargara su familia. Un comisario amigo les dijo que ella estaba bien, que no hicieran nada para no ponerla en peligro, no fueron, mi cuñada sigue desaparecida.
/ Testimonio de su hermano Daniel
El Negro era una figura muy vista, lo que denominábamos “de superficie”. Era muy militante, andaba siempre por la facultad porque su misión era captar militantes, ver a la gente que se acercaba, pero, al mismo tiempo era muy estudioso. Eso era una conducta en todos los militantes, nos exigíamos cumplir con el estudio y estar cerca de los compañeros.
Era muy calmo, tranquilo, a través de él me acerqué al Ateneo. Su compañera la gordita Estela era un poco más seria, el Negro era más simpático, más llegador.
En ese momento teníamos una actividad fundamentalmente relacionada con nuestra formación y las posibles opciones políticas. Leíamos "Cristianismo y revolución" que era revista dirigida por García Elorrio, el documento de Medellín, y otros materiales y documentos. Tiempo después se comenzó a discutir la opción por el peronismo. Lentamente íbamos leyendo, profundizando.
/ Graciela del Rey
Su memoria es recordada en una placa colectiva colocada en la FIQ-UNL
Los responsables de sus secuestros y desaparición fueron juzgados y condenados en la causa Guerrieri