María MONASTEROLO
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Nació el 10 de diciembre de 1949 en San Carlos Centro. Allí vivió junto a sus padres y hermanos una infancia de pura familia, patín, teatro y guardapolvo blanco y el moñito azul que mamá le ponía siempre para ir a la escuela. Marita era una niña muy buena, dulce, muy aplicada, responsable y alegre... Cuenta Nélida, su mamá. Termina la escuela secundaria en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús donde se recibe de Maestra Normal. Si bien no trabajó en una escuela, por vocación desarrolló esta tarea junto a otros en el barrio Santa Rosa de Lima de la ciudad de Santa Fe. A los dieciocho años se traslada a Santa Fe donde empieza a cursar sus estudios en la Facultad de Bioquímica, de la UNL. Allí comienza su militancia en la Juventud Peronista y conoce a Marcos Salvador Aguirre, con quien compartirá la militancia y la vida misma. Los casó el 17 de enero de 1973 en la parroquia Cristo Obrero el Padre Catena en una sencilla y amorosa ceremonia junto a los compañeros y la gente del barrio. El tres de marzo de 1974 nace Juan Manuel, su hijo, a quien bautiza, también el Padre Catena.
Marita trabajaba en Casa de Gobierno por la mañana, estudiaba y trabajaba en el barrio por la tarde hasta entrada la noche. Marita y Marcos eran incansables, mientras tanto criaban a Juan Manuel como en una gran familia junto a la gente del barrio. Ella ayudaba a las mamás del barrio en la crianza de sus hijos, enseñaba sobre alimentación y los primeros cuidados de los niños.
Vivió junto a Marcos y Juan Manuel en una casa sencilla del barrio Barranquitas Oeste, al tiempo, se mudan porque la casa era muy húmeda y afectaba la salud de Juan Manuel. Antes de que se produjera el golpe de Estado secuestran a su hermana Ester, que era delegada de UPCN, a quien torturan y luego dejan tirada en la calle.
“...Marita y Marcos veían que la cosa se ponía fea y decidieron mudarse y llevarse a Ester...” cuenta Nélida. Entonces se mudaron a Escobar. El 29 de marzo de 1976, Ester le avisa a su mamá que Marita y Marcos habían desaparecido, también el pequeño Juan Manuel de apenas dos años. Nélida comienza entonces la búsqueda incansable que protagonizaron miles de madres y abuelas en nuestro país en aquel entonces. Por fin logra recuperar, en una parroquia de Arroyo Seco, a Juan Manuel. De Marita y Marcos nunca se supo más nada, a pesar de todos los esfuerzos de la familia por saber algo de ellos”.
/ Testimonio de Nélida, su mamá.
24 DE MARZO DE 1976. Pasaron 44 años. Camino el pasillo de mi casa y mientras camino me surge la idea de personalizar este homenaje que es además un compromiso, en una pareja de compañeros: María Monasterolo y Marcos Aguirre. Los conocí a ambos en Santa Fe cuando estudiaba ingeniería química y compartimos luego militancia y eso que aquellos años, se asemejaba a hermandad. Con Marcos, Cacho, compartimos vivienda en el Colegio Mayor Universitario y luego con otro “compañero” en un departamento de pasillo. Cacho era oriundo de Goya, Corrientes. Exteriormente su imagen trasmitía seriedad, dureza, como alguien metido hacia adentro. Cuando nos hicimos amigos era eso, pero esa era tan solo una imagen. La realidad era un tipo muy ocurrente, tremendamente irónico, con seguridad en sus convicciones que convencía en los mano a mano. Muy decidido en la acción, comprometido a mas no poder, solidario. Todo lo que sabemos de muchos compañeros y compañeras.
María, Marita, la conocí en la militancia de la facultad, era menor que yo, pero fundamentalmente cuando Cacho y Marita se pusieron de novios. (Qué época nos poníamos de novios, no hacíamos pareja). Marita era un petardo, laburante, estudiosa, militante, no sé como le daba el tiempo pero ella estaba en todas y siempre. Era menuda, digamos petisa, rubia, linda pero sobresalía en ella su porte serio. Compartimos por un breve período el ámbito cuando fue a trabajar al barrio donde yo militaba. Al poco tiempo que con Cacho compartíamos el departamento, ellos se fueron a vivir juntos y no pasó mucho en que nos alegramos, los amigos y compañeros, por el embarazo de Marita. Ya no los veía tan seguido pero nos gustaba mucho conversar, imaginarnos una sociedad de trabajo, solidaria, manifiestamente distinta a la que sobrevino a aquellos tiempos.
En marzo de 1974 nació Juan Manuel y nos llenó a todos de alegría que se acrecentó cuando me preguntaron si quería ser su padrino. El bautismo se hizo en el barrio de Barranquitas Oeste donde militábamos y cuya madrina fue Graciela Busaniche, la colorada Busaniche, Juana compañera también desaparecida. Tiempo después, quizás poco mas de un año, Marita, Cacho y Juan Manuel fueron trasladados (en el buen sentido) a la zona de San Nicolás y previamente nos juntamos y me dieron un “mandato”. Hacerme cargo de Juan Manuel si acaso a ellos les pasara algo (¿cárcel, muerte?). Alegría por la confianza que me despertaba, tristeza encubierta porque de alguna manera presagiaba lo que luego se concretaría: la desaparición de ambos a fines de marzo de 1976.
A fines de 1975 yo me había trasladado a Rosario y recién a mediados de 1976 me enteré de la desaparición de los compañeros en Escobar, Pcia de Buenos Aires. Al momento, ya estábamos con Graciela bastante comprometidos en cuanto a nuestra seguridad pero asumí que debía respetar aquel mandato. Juan Manuel había sido rescatado por sus abuelos maternos que residían en San Carlos Centro. Surgían inconvenientes de entrada porque para llegar allí yo no podía pasar por Santa Fe desde donde era mas sencillo llegar hasta ese pueblo. No recuerdo bien como, creo que lo hice a través de Santo Tomé, llegué un sábado a la casa de la familia Monasterolo donde me recibieron muy bien, porque al ser el padrino era como de la familia. Vivía en la casa de sus padres, Ester, hermana de Marita y que también había militado en Santa Fe y que sabía de lo acordado respecto de Juan Manuel. Ella (lamentablemente falleció hace unos años) me hizo entender que sus padres jamás admitirían que me llevara a Juan Manuel, que tan solo podría llevar a cabo si lo secuestraba. Creo que con buen tino supe entender que el mejor lugar para mi ahijado era con sus abuelos. No solo por mi situación muy endeble en cuanto a la seguridad, lo que implicaba la documentación del menor y el riesgo muy factible de volver a pasar por la misma experiencia que sufrieron sus padres.
Cuando volví de mi exilio, viajé a Santo Tomé, donde en ese momento Juan Manuel vivía con su abuela y lo ví muy bien. Volví a visitarlo alguna vez en Santa Fe y ahora reside en Corrientes. Alguna vez escribiré sobre mi exilio, pero a Cacho y a Marita los he llevado siempre conmigo, porque son ellos los que me señalan cuando las debilidades ideológicas afloran. Son ellos mis custodios. A veces los imagino acompañándome en las alegrías y en las tristezas. En los abrazos y en las puteadas porque de eso están hechos los compañeros.
Con los 30.000 compañeros desaparecidos, MARITA Y CACHO PRESENTES, AHORA Y SIEMPRE!!!
. / Guillermo Pochettino
Su memoria es recordada en placas colectivas colocadas en la FIQ-UNL y en Casa de Gobierno