Juan Clemente CHAZARRETA
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Cuando mataron a Jorge Ulla , él fue orador en su entierro. Jorge era como un hermano, un integrante de nuestra familia, ya que mi madre fue la persona, que como empleada de la familia, se ocupa de él y su hermano Julio después del fallecimiento de su madre. A nuestra mamá, a quien llamaban Lila, que nos había dejado cuando pequeños con nuestro padre, la reencontramos allí, en casa de los Ulla, por eso nos hicimos amigos.
Cuando Jorge, en la clandestinidad, venía a Santa Fe se refugiaba en nuestra humilde casa del Barrio Schneider.
En la Unidad Básica de ese barrio militamos todos. Antes de clandestinizarse, Jorge venía y repartía volantes con nosotros, participaba de las discusiones, nos ocupábamos de las necesidades de la gente y se desarrollaban diferentes actividades en busca de mejorar las condiciones de vida del barrio.
A nuestra casa siguieron viniendo chicas y muchachos universitarios con los que trabajábamos, ignoro sus nombres, recuerdo a una chica gordita, rubia, muy trabajadora a la que decíamos “Nancy”. Otro grupo de chicas, que venía a nuestra casa, una vez antes de llegar, vieron un Falcon verde que se acercaba, volvieron a la avenida para tomar el colectivo y regresar al centro, pero las detuvieron en el colectivo, no se que fue de ellas nunca más las volví a ver....
A mi hermano empiezan a perseguirlo después de su aparición en el cementerio, lo tenían vigilado, pero él siguió militando. El día del golpe vino a casa temprano y me dijo —“hermana querida, prendé la radio, escuchá lo que está pasando”- tomó su motito y se fue al “Rancho Peronista” de San Lorenzo a reunirse con los muchachos y ver qué hacer.
Un día, el 22 de mayo del 76, allanan nuestro domicilio de calle Lavaise; ante los ojos aterrados de mi padre lo sacan de la cama, eran las 7.30 de la mañana, mi padre les decía: “llévenme a mí, no a él!”. Eran cuatro en un Falcon verde, peregrinamos por todos los rincones buscándolo y nadie nos daba noticias. El 24 lo encontramos, estaba detenido en la seccional 1ra, lo visitamos y encontramos muy deteriorado físicamente, pero no nos decía por lo que estaba pasando. Después nos enteramos que primero lo habían llevado a la Guardia de Infantería Reforzada, después al Regimiento 12, y finalmente a la seccional primera, en todas partes fue torturado.
Después que lo ubicamos, mi madre iba todos los días a llevarle el desayuno. El 4 de junio del 76, cuando llega, sale a recibirla el comisario Kauffman, le informa que su hijo “se había suicidado”. Cuando nos entregan el cuerpo constatamos que estaba totalmente picaneado, sus testículos negros, como un tizón.
Él fue un humilde trabajador que había estudiado bobinado de motores en el Colegio Mayor Universitario, tenía una esposa y tres hijos pequeños, nosotros éramos cuatro hermanos, dos hombres y dos mujeres.
Fue una gran persona, no tengo forma de manifestar o escribir lo que era, siempre estará en nuestra memoria, en nuestro corazón, luchó para poder cambiar las cosas, para lograr una mejor calidad de vida para todos.
Un año después, su esposa y los niños tuvieron que irse de la ciudad, la casa había sido nuevamente allanada y ella estaba permanentemente vigilada.
/ su hermana Cristina
“Cuando somos convocados a testimoniar en los juicios de lesa humanidad, allí estamos firmes a cumplir con el mandato de nuestros treinta mil, dispuestos a poner el cuerpo, el alma, la mente, apretar los dientes, exprimir los recuerdos; pero cuando los convocados son los hijos de alguno de los treinta mil, los que nos dicen “tío” fijándonos la mirada, tratando de encontrar algo de sus padres que no conocieron, allí se nos viene abajo la estantería; por oficio y los años que tenemos podemos disimular a medias, intentando contenerlos.
¿Qué respuesta podemos darle cuando dice “el que mató a mi padre es hoy un viejo choto que le quedará, a lo sumo, dos años de vida” y que vivió hasta ahora como cualquier hijo de vecino?
¿Qué respuesta podemos darle cuando nos muestra una foto en su celular y nos cuenta que sólo eso y desde siempre, sólo eso fue su papá?
¿Qué respuesta podemos darle cuando nos cuenta como su madre se tuvo que ir a la Gran Ciudad con tres chiquitos, después del asesinato de su padre?
¿Qué decirle cuando lamenta que su hermano mayor ya no está para testimoniar porque falleció (era el único que se acordaba de su padre)?
No. No hay respuestas posibles. Los hijos de Juan Chazarreta sólo pueden aspirar a que al viejo choto le bajen el martillo. A que sus “tíos” testimoniemos para que ello suceda. Nosotros los abrazaremos, los mimaremos aunque sea con unos alfajores, como si todavía fueran chiquitos, tan chiquitos como cuando se lo llevaron a su padre.”
Lidio ”Patán” Acosta. En relación al juicio desarrollado en agosto de 2022
Los responsables de su secuestro y desaparición fueron juzgados y condenados en la causa “Militantes del PRT” por el TOF de Santa Fe