María Alejandra NIKLISON

Escuché su nombre por primera vez en la alcaidía de Rosario cuando me llega la información sobre los compañeros que habían sido apresados tras el copamiento de la localidad de San Jerónimo Norte (Santa Fe), causa por la que fui detenido. Desde la cárcel de Coronda logro viajar finalmente hacia Perú haciendo uso de la salida del país por estar solamente a disposición del PEN (Poder Ejecutivo Nacional). Alejandra utilizó el mismo recurso para salir también al Perú desde la cárcel de Rawson unos meses antes, allí en Lima recién la conocí personalmente.

Un mes y medio después, junto con Julito Oviedo decidimos pasar a Chile y buscar la manera de cruzar hacia la Argentina. Un tiempo más tarde llega Alejandra con otras compañeras a Santiago. AIIlí si nos empezamos a conocer y un poco después a compartir nuestros sueños, nuestras convicciones, el compromiso, las responsabilidades, las alegrías, las tristezas, los miedos, nuestras limitaciones, las opciones, la militancia, y el deseo de estar y construir juntos nuestras vidas y esta experiencia colectiva de hacer un mundo mejor.

Esta no fue una decisión fácil, ambos veníamos de resolver nuestros afectos anteriores teniendo que tomar decisiones unilaterales por las circunstancias que nos había tocado vivir, ella lo hizo con una gran seriedad y responsabilidad, serenamente, pero con una gran convicción, con autenticidad y con madurez.

Dos situaciones fueron de tremendo dolor para Alejandra, de una tristeza casi sin consuelo alguno, la primera cuando llegó la noticia del accidente que sufriera María Pía, su más adorada sobrinita, y la segunda, cuando nos enteramos del cobarde asesinato de los compañeros de Trelew. Con todos ellos había compartido el penal estrechando una gran amistad y sobre todo con Mariano al que llegó a sentirlo como si fuese un hermano.

Después de Chile, vivió una hermosa experiencia de varios meses en Cuba (de una revolución cubana en sus mejores momentos), para volver desde allí a la Argentina de Cámpora. Volvíamos a nuestra tierra, a nuestra gente, a la alegría de las calles, al primer paso de un futuro mejor, a un sueño que parecía que comenzaba a ser realidad.

No habíamos terminado de darnos cuenta que estábamos en casa cuando la realidad se nos vino encima, la triste, tristísima y horrible masacre de Ezeiza. Y sólo fue el comienzo, después, el desconcierto, las divisiones internas en el campo del pueblo, la incógnita de la relación con Perón, la renuncia del “Tío”, el nefasto López Rega en el poder y la derecha manejando los hilos del gobierno popular.

Apenas si hubo tiempo para los reencuentros y tuvimos que partir a un nuevo destino de militancia: Tucumán. Nuevas tierras, nuevos compañeros, nueva realidad, nuevas costumbres, nuevos desarraigos, Alejandra fue asimilando todo con entusiasmo, con mucha alegría, con fe y una esperanza sin límites. Los días compartidos en Tucumán fueron vividos con enorme intensidad, como si los minutos fueran años o siglos.

Primero su militancia política en la Zona sur ( Simoca, Bella Vista, Manantial, San Pablo) como una mosca en la leche, pero al revés, con su pelo rubio, ojos celestes y su piel blanca andando por los Ingenios, las colonias o los pueblos del azúcar, como así también caminando la larga y conflictiva “huelga azucarera” que no sólo paralizó la provincia sino que se extendió a Salta y Jujuy; claro que hasta ese momento aún se podía, todavía no había comenzado la política de exterminio, todavía no comenzaba el “Operativo Independencia” y aún podíamos circular libremente porlas calles. Ella se sumó permanentemente, con su espíritu crítico, a las discusiones y planteos que se hicieron en la Unidad Sur ante los vaivenes erráticos de las consignas políticas que se definían en la realidad porteña y que nada tenían que ver con la nuestra, haciéndolas inaplicables y algunas hasta suicidas para nuestros militantes, lo hizo siempre con honestidad y consciente de los costos políticos internos que esto implicaba, tal es así, que el resultado de esta actitud pensante de la Unidad, la lleva a su disolución.

Fue intuitiva y de una gran calidez para el trato con las personas que tuvo a su cargo, privilegiando siempre la condición humana por sobre las urgencias y necesidades que se esperaban del militante o colaborador, cosa que en más de una oportunidad le resultó un gran dolor de cabeza.

Día tras día fue militante consecuente, combatiente montonera, madre hasta la ternura infinita, esposa compañera, amiga fiel y confidente, hija y hermana sensible, nostálgica, extrañadora. Intransigente a la traición pero comprensiva del límite y debilidad humana, humilde sin demostrar que lo era, consciente de sus propias carencias y limitaciones y dispuesta a crecer desde sus errores y desaciertos.

Dos veces tuvimos que ponernos a pensar y decidir con respecto a si era bueno o no tener hijos en medio de una lucha revolucionaria, si era posible o no que nuestros hijos comprendieran el por qué los exponíamos al peligro, a la angustia, la orfandad o la propia muerte. Largas fueron las charlas y siempre asechaban las dudas, pero en las dos veces concluimos en lo mismo, no les estábamos ofreciendo el sacrificio sino la vida, la posibilidad de construir un mundo nuevo con un camino que valiera la pena recorrerlo, un mundo por el que valga la pena la lucha y el riesgo, no les ofrecíamos la seguridad burguesa para unos cuantos, porque no creíamos en ella y no la aceptábamos, no queríamos el privilegio para nuestros hijos mientras los hijos del pueblo morían por desnutrición, por enfermedades, por frío y por todas las consecuencias de la marginación. Decidimos tener a nuestros hijos aún con el riesgo que ellos mismos no nos entendieran en el futuro. Cuando Alejandra es asesinada por los mercenarios de Bussi, Ale, nuestra hija, tenía un año y ocho meses de edad y nuestro segundo hijo estaba en su panza desde hacía casi cinco meses.

Aún después de tantos años siento el desgarro que arrancó la mitad de mi ser en el golpe más atroz que he tenido en mi vida y solo la conciencia de que parte de ella sigue en mi ha hecho posible sobrevivir y continuar en la lucha compartiendo su esperanza y su fe en que es posible un mundo de igualdad y de justicia si somos capaces de destinar nuestras vidas a encontrar los caminos y somos consecuentes para recorrerlos.

/ Gerardo Romero, septiembre de 2007


Alejandra fue educada para ser una chica del barrio sur, que debía casarse con alguien que hubiese ido a la Inmaculada, para tener hijos y mandarlos a los colegios religiosos de Santa Fe, quizás a las mismas Adoratrices donde ella terminó el secundario.

Pero la opción de construir una sociedad sin explotadores y explotados fue una decisión colectiva en la que confluimos muchos jóvenes universitarios (que no nos imaginábamos que éramos dirigentes estudiantiles porque no tuvimos tiempo) y trabajadores militantes de organizaciones obreras, el ambiente nos envolvía con un sentido inequívoco, teníamos que hacer la revolución.

Su primera pareja, el Vasco (Goyo Iribarren), fue un muchacho del campo que había ido a estudiar a Santa Fe, de otro sector social, a quien ella quiso más como amigo y compañero de militancia que como pareja y compañero de vida. Por eso la cárcel disolvió un vínculo que no habían alcanzado a profundizar en unos pocos meses. Esto era bastante común entre jóvenes que debían separarse por las circunstancias antes de haber constituido un vínculo afectivo más profundo.

En el exilio se enamoraría de quien fue el padre de su hija y con quien construyó la pareja, con quien militó hasta que fue ametrallada en su casa de Tucumán, junto a otros compañeros montoneros. Entre ellos estaba Eduardo González Paz, un jujeño que empezó a militar con nosotros en Santa Fe, de quien no se tuvieron rastros hasta hoy.

Alejandra era muy sensible, a la vez que muy exigente consigo misma, con mucho sentido del humor, crítica y algo tímida, pero muy templada y serena. Soportaba dolores intensos de su temprano reumatismo sin quejarse, hasta que necesitaba medicarse. Hoy sé que Alejandra tenía el sello inconfundible de su mamá. Esa actitud independiente y tenaz, sin dejar de ser tierna y alegre, afrontando la vida con optimismo. Tenía una actitud de fina ironía que utilizaba con precisión en el momento más inesperado, demostrando así toda su capacidad de observar a los demás y de evaluar con precisión una situación., demostrando así toda su capacidad de observar a los demás y de evaluar con precisión una situación.

Los recuerdos de Aleja, de adentro (de la cárcel) y de afuera (del país) tienen la impronta de su actitud, cautelosa y siempre dispuesta a ayudar, sin que se notara, como disimulando su ternura y su eficacia. La discreción era en ella una característica muy particular que, en la militancia incorporó naturalmente.

La última vez que estuvimos juntas me contó de lo linda que estaba su “rayadita”, porque no era morocha ni tan blanca como ella, como la llamaba a su Alelí y se le encendían los ojos de alegría cuando me la describía, pero esa ultima vez que nos vimos nos despedimos muy tristes porque no podíamos compartir esa alegría de la vida en directo, había viajado sola a Buenos Aires por tareas de militancia y su bebita estaba en Tucumán, con el padre.

Alejandra murió acribillada en Tucumán y fue hasta el final una militante consciente de su decisión, sabía de las dificultades organizativas y las discusiones políticas internas, pero aún así, estuvo dispuesta a seguir adelante en lo que estaba comprometida.

/ Dorita Riestra

Tucumán, no cualquier lugar, Tucumán insisto. Transcurriendo los años 1973, 1974, el lugar de los tucumanos, del Tucumán Arde, de la FOTIA, de la unidad obrero estudiantil... de...

Conocí al Negro, compañero de Mecha (Alejandra Niklison), estuvo un tiempo en la casa, donde yo vivía en ese momento. Luego la conocí a ella. Eran momentos cargados de dificultad.....solicité a los compañeros una ubicación diferente en la organización Montoneros. Mecha casi sin conocerme, apenas había comenzado nuestra relación, fue quien me escucha, me sirvió de interlocutora. La recuerdo en el departamento de mis padres, con la alegría que siempre llevaba, proponiéndome ámbitos de encuentro, de discusión, de inserción. Con fuerza, con claridad, dispuesta.

La felicidad del anuncio de su embarazo, la esperanza de una vida nueva, en el marco de esta lucha. El final de mi estancia en Tucumán, vivía en un departamento que se ubicaba sobre la calle en que el Negro y Mecha “entraban” a la ciudad. Yo había regresado a mis trabajos anteriores y salía puntualmente todos los días a las 7 y 15. En ese momento Mecha y el Negro pasaban frente a mi domicilio. Ella hacía miles de gestos para que él no me viera salir y ubicara mi casa. Lo hacía mirar para otro lado, señalaba algo con un comportamiento gestual que era como una película cómica....

Quiero recordarla así: escuchando, orientándome en los posibles nuevos lugares organizativos y también protegiéndome, escondiéndome, preservándome con su fuerza, con su alegría.

/ Pilar Garbarino.

El día 20 de Mayo de 1976, se hallaban reunidos en su casa de San Miguel de Tucumán cinco militantes pertenecientes a la conducción de la zona Este: María Alejandra, Fernando Saavedra Lamas, Atilio Brandsen, Juan Carlos Meneses y Eduardo Gonzalez Paz ; fuerzas conjuntas del Ejército y de la Policía Provincial, lanzan explosivos, ingresan a la vivienda y simulando un enfrentamiento asesinan a todos los moradores.

Su hija, también llamada Alejandra, fue la abogada querellante en el juicio que en 2012 condenó a perpetuidad a Luciano Benjamín Menéndez y al policía Albornoz. De ese juicio se derivó otro en el que se obtuvo la condena del entonces juez federal Manlio Martínez, encontrado culpable por haber actuado en complicidad con los genocidas que asesinaron a los cinco militantes

Su memoria es recordada en una placa colectiva colocada en la UCSF

Los responsables de su asesinato fueron juzgados y condenados en la causa Romero Niklison -Tucumán

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