Raquel Carolina NEGRO
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Raquel y Marcelino Alvarez fueron dos santafesinos que crecieron como hijos de una clase media no demasiado acomodada. Marcelino en Guadalupe, Raquel en el barrio sur. En su adolescencia, la flaca Raquel cursó el secundario en la Escuela Normal sin sobresaltos. Para ese entonces se conocieron, se amaron, interactuaron en la búsqueda que involucró a toda una generación, construyeron una pareja, su pareja y se fueron involucrando en la medida en que fueron asumiendo la realidad, fueron comprometiéndose. Si bien es cierto que hubo un tiempo de discusión, de búsqueda, de lectura, no es menos cierto decir que su compromiso no fue una postura intelectual sino que más bien se fue construyendo al calor de la práctica junto al pueblo, junto a los que sufrían en los barrios, en los lugares de laburo, trabajando junto a esos curas, que no daban misa en latín, no usaban sotana, que tomaban un pan y lo repartían como Cristo en la última cena y tenían las manos callosas como los pescadores del Salado, y que le decían a sus obispos en un famoso documento del 68: «Latinoamérica, desde hace varios siglos es un continente de violencia. Violencia de una minoría de privilegiados contra la mayoría de un pueblo explotado, es la violencia del hambre, del desamparo y del subdesarrollo, la violencia de la persecución, de la opresión y de la ignorancia. La violencia de la prostitución organizada, de la esclavitud ilegal pero efectiva, de la discriminación social, intelectual y económica.»
También junto a los compañeros que comenzaban a surgir de las calles sin asfalto de las villas miseria, de los barrios donde la necesidad y la injusticia se leía en los rostros de la gente y se podía contar por miles. Con esa práctica comenzaron a definirse como militantes y ser militante es una construcción diaria, no hay manera de comprarlo en una librería, no existe el manual del militante y si en algún momento llega a existir va a ser a partir de reflejar a los miles de Raquel y Marcelino que transitaron el país, que asumieron la militancia al costo de sus propias vidas y desde distintas identidades políticas, como dice Cooke, «me perpetuaré en la obra de esos militantes, al final se iluminará el aporte de cada episodio y ningún esfuerzo será en vano, ningún sacrificio será estéril, y el éxito final redimirá todas las frustraciones.» No había modo de eludir la realidad, estaba ahí y era la única verdad, por más que la disfrazaran o la intentaran ocultar los dueños del poder, por más que mintieran explotaba, el encorsetamiento reventaba por todos lados.
La Flaca estudió asistencia social, militó en los barrios Santa Rosa, Villa del Parque, Alto Verde entre otros. En Santa Rosa, con otros compañeros fundó la unidad básica «Carlos Olmedo» y el Movimiento Villero Peronista, formó parte de la Conducción de la Agrupación Evita Regional Santa Fe, durante 73-74; era una militante comprometida, rigurosa y dulce. Como asistente social trabajó en el Servicio Social Escolar, dependiente del Consejo General de Educación, fue profesora de práctica en la Escuela de Servicio Social, conocedora de las problemáticas sociales por haber «pateado» los barrios hasta los límites donde la pobreza era extrema, fue una excelente docente formadora. En el 73, se desempeña como Asistente Social en la Secretaría de Cultura y Acción Social de la Municipalidad de Santa Fe. Con otros colegas, compañeros de militancia, empleados y muchos vecinalistas, se organizan proyectos de trabajo en salud y prevención.
En diciembre de 1975 trasladaron a Marcelino y Raquel al sur de la provincia, donde nació Sebastián, hijo de ambos. El Gallego fue secuestrado en Rosario un año después durante una cita y permanece desaparecido. Raquel, continuando su militancia en la clandestinidad hizo pareja con Tulio Valenzuela, con quien fue secuestrada en Mar del Plata en enero de 1978 y llevados al centro clandestino de detención Quinta de Funes. Raquel estaba embarazada de mellizos, fue retenida como rehén por Galtieri en la conocida «Operación Méjico» en la cual Tulio burló a la dictadura y denunció la existencia del campo de concentración. Fue mantenida con vida y llevada a dar a luz al Hospital Militar de Paraná. Los mellizos fueron apropiados y recién en 2008 una de ellas, Sabrina Gullino Valenzuela Negro pudo recuperar su identidad y permanecemos buscando al «Melli».
Creo necesario rescatar a Raquel en ese instante, como mujer militante en toda su dimensión, como dice Tucho en su carta a Galtieri: «su heroísmo ha sido el ejemplo más alto de conducta, que el pueblo recordará siempre» ya que ella sabía a lo que se exponía cuando tomaron la decisión de la operación, y que ella llevaría la peor parte, aún llevando dos hijos en su vientre, sin embargo honró la vida, y como dice aquella poesía del militante muerto a manos de los nazis, «por la alegría vivo, por la alegría he ido al combate que nunca la palabra tristeza sea unida a sus nombres». Su manera de ser es de una singularidad que hoy se extraña hondamente, eran inmensos, en la humildad, en la disposición, en la entrega, no eran perfectos, pero seguro que eran imprescindibles porque lucharon toda su vida y aunque ellos nunca se lo creyeron ni lo supieron, se limitaron a practicarlo.
/ Pancho
La memoria de Raquel es recordada en placas colectivas colocadas en la Escuela de Trabajo Social y el Colegio de Asistentes Sociales.
Los responsables de su secuestro y desaparición fueron juzgados y condenados en la causa Guerrieri III
Una calle del Puerto de Santa Fe lleva su nombre