Emilio Etelvino VEGA

Emilio, El Negro, era un típico muchacho vago de barrio. Esos de las barras del baile, de las juntadas y diversiones compartidas. A los 18 años tuvo el accidente que lo dejó ciego. Estaba armando cigarrillos de chasco para un baile (de esos que cuando se prenden hacen una pequeña explosión), se le cayó sobre la mesa, un frasco de vidrio fino con pólvora negra, y la explosión más el estallido del vidrio le quema los ojos.

A partir de allí comenzó un peregrinar por clínicas oftalmológicas, cirugías varias, muchos días de internación y ningún tipo de recuperación en lo que respecta a la visión.

La aceptación de su ceguera, una inflexión en su vida.

Al cabo de un par de años, aproximadamente, él mismo decide enfrentar su condición de no vidente, no quiere seguir intentando cirugías, planteó tener un perro guía y comenzar a desenvolverse con la mayor independencia posible.

Ese proceso, que contado aquí parece simple y breve, fue de un desarrollo complejo. Además de las cirugías, las largas internaciones, el accidente provocó un cambio drástico en su vida. Solo uno de sus amigos permanece a su lado y adapta la relación a sus condiciones físicas. Tiene que dejar la escuela técnica, el grupo de las fiestas y las salidas. Por otra parte se produce en él una retracción, se encierra y corta todo tipo de relaciones sociales.

A partir de ese momento de aceptación de su nueva condición, y con el único amigo que permanecía a su lado encara algunos emprendimientos muy interesantes, una casa en la isla, una piragua y una carpa.

La casa en la isla implicó varias actividades encaradas desde su condición de no vidente y supuso un proceso de adiestramiento de características impactantes. Fabricar bloques de cemento, e irlos almacenando en la casa con la idea de utilizarlos en la construcción de un “rancho” o casa para ir a pescar o a pasar unos días en la isla. Conseguir y acumular algunos otros materiales de segunda mano y adaptarlos, como chapas, aberturas, tirantes. En conclusión, acondicionaron un terreno alquilado e hicieron una construcción.

Su madre jugó en esa etapa, y hasta su casamiento, un rol fundamental. Acompañó todas sus iniciativas, bajo su dirección, cosió, armó y co-produjo gran parte de las cosas que él iba pergeñando.

Le leía todo aquello que él necesitaba para consultar y llevar adelante sus iniciativas, acondicionó su propia vida, por ejemplo ir comentando sutilmente lo que acontecía en el programa o película en la televisión, fuera de los diálogos. Este método casi se naturalizó en la casa y lo adoptamos todos los que la frecuentábamos permanentemente.

Respetar el orden y la ubicación de las cosas era otra premisa dentro de la casa, de manera que Emilio se movía haciendo que su ceguera pasara absolutamente inadvertida.

Recuperar estas cosas que para su familia, para los que convivíamos diariamente con él, eran normales, me parece el mejor homenaje a su condición particular. Él no fue un pobre cieguito, fue un muchacho capaz de procesar una adversidad terrible a los 18 años y transformarla en un desafío para desarrollar la vida sobre nuevas premisas, nuevos proyectos, nuevas condiciones, sin renunciar a ser un hombre pleno. Recuperar estas actitudes, esta disciplina, esta capacidad de adaptación es una manera de dejar una huella que pueda aportar a todos los que ven disminuidas algunas de sus condiciones físicas, que deben enfrentar una discapacidad y transformarla en una capacidad diferente.

Yo era unos años más chica, lo que a esa altura de la vida es una enorme diferencia, cuando su accidente sacudió al barrio, apenas tenía 12 o 13 años. Mi relación de amistad era con su hermano y fui de las pocas personas ajenas a su familia que se relacionaba con él en esos primeros años. Porque a pesar de todas las actividades que desarrollaba, su vida social estaba absolutamente restringida y ostensiblemente eludía a aquellos amigos o conocidos de su hermano que circunstancialmente concurrían a la casa.

La vuelta a la vida social

Al principio, la aceptación de su discapacidad pasó por actividades de tipo laboral, adaptación de herramientas para poder desenvolverse en trabajos manuales. Se dedicó a hacer jaulas para pájaros para vender y encaró trabajos vinculados con la casa que producían asombro a quienes lo observaban.

El reinicio de su vida social lo hace a partir de su integración con los amigos de su hermano Raúl , que, hasta el momento del accidente tanto por edad (éramos como tres o cuatro años menores) cómo por características personales, pertenecíamos a un grupo diferente al de sus amigos.

Este proceso de integración a otro grupo también coincide con un proceso de cambio de intereses y de prácticas sociales dentro de nuestro propio grupo, donde lo cultural, las expresiones alternativas iban ganando espacio, sin que todavía podamos hablar de politización.

Con el transcurso del tiempo, sus intereses también adquirieron otro cariz, se plantea completar los estudios secundarios, haciendo el bachillerato. Estas decisiones conllevaban verdaderas batallas legales. Conseguir legislación para la eximición de materias, la eliminación de exámenes escritos, fueron esfuerzos realmente importantes que desarrolló con una convicción y una perseverancia increíbles.

Hacer adiestrar un perro guía y convencer a las empresas y choferes de colectivos, a la gente común, a los empleados de las reparticiones y en todos los lugares a los que concurría, que no se trataba de un simple perro que tenía accesos prohibidos por aquello de “no se permiten animales”, fueron verdaderas cruzadas que encaró. Y ese esfuerzo lo realizaba a sabiendas de que no estaba resolviendo un problema personal solamente, sino que estaba también, sentando precedentes que otros en su misma situación iban a poder usufructuar.

Durante todo este lapso protagonizó numerosas situaciones, algunas verdaderamente graciosas, pero que enfrentó con una decisión muy firme y con mucha convicción respecto de la defensa de sus derechos. Esto le permitió pararse sobre una situación desfavorable y plantearse una perspectiva de vida. Terminó el bachillerato nocturno en el Colegio Nacional. Sus planes eran continuar estudiando abogacía y dedicarse a impulsar y perfeccionar la legislación a favor de los no videntes.

Estudiando método Braille, conoció a quien sería su compañera, que también, producto de una enfermedad había perdido la vista. Se pusieron de novios y se casaron. Su experiencia se la transmitía a ella y la impulsó a un desenvolvimiento independiente que la llevó a desempeñarse sin miedos, a animarse a tener un hijo, a manejar la casa desarrollando capacidades que nos asombraron a quienes estábamos cerca.

Se animaron a pensarse sin autodiscriminación y obligaron a quienes los conocíamos y convivíamos con ellos a no sentirlos diferentes.

También desarrolló un trabajo productivo en un taller de herrería, donde salvo soldar o dibujar diseños, desarrollaba todas las tareas y tenía conocimientos técnicos que aportaban al trabajo común.

Cuando estábamos haciendo con su hermano la casa en San Nicolás, vino unos días y nos hizo la instalación eléctrica. Compartir esos años con él, grabarle las lecciones para estudio, acompañarlo a buscar legislación, fue un privilegio que me hizo sentir que adentro de la condición humana, en su fortaleza, en su decisión y no en las aptitudes naturales o físicas están todas las posibilidades de desarrollo y están las claves de lo mejor del género humano.

Sus secuestradores, sus asesinos, deberán saber todo esto, para pensar que ellos no podrían haberse planteado jamás sortear con tanta valentía ninguna controversia de la vida, su cobardía para hacerse cargo de tamaña alevosía demuestra que no eran dignos de “atar un cordón de su zapato”.

Fue integrante del Frente de Lisiados Peronistas (FLP) y Montoneros.​ En una escuela para ciegos de la ciudad de Santa Fe conoció a María Esther Ravelo, quien también había quedado ciega a raíz de una enfermedad. Ambos contrajeron matrimonio poco tiempo después, se trasladaron a la ciudad de Rosario e instalaron una sodería.

Emilio y María Esther fueron secuestrados en la ciudad de Rosario, en septiembre de 1977. La familia solamente pudo recuperar a su pequeño hijo. La casa y todas sus pertenencias fueron apropiadas por los represores, según consta en la denuncia hecha por su madre ante la Conadep. Posteriormente al secuestro del matrimonio en 1977, la casa fue saqueada por personal del ejército. Su hijo Iván, que había sido secuestrado junto a sus padres, fue entregado a un familiar unos días después.

La madre de María Ester, quien participó de la creación de la filial santafesina de Madres de Plaza de Mayo, al volver al lugar tiempo después encontró que la sodería estaba cerrada, y ante su consulta, un hombre que la atendió le dijo que la propiedad ahora pertenecía al gobierno. Osvaldo Bayer llamó a esta situación el “día de la vergüenza argentina". La casa pasó a ser la residencia del “Centro de Suboficiales Retirados de la Gendarmería Nacional”. Recién en 1995, fue devuelta al hijo del matrimonio, quien la cedió a organismos de Derechos Humanos para hacer una Casa de la Memoria.

Los responsables de su secuestro y desaparición fueron juzgados y condenados en la Causa 13-Juicio a las Juntas

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