Carlos Roque GARCÍA MUÑOZ
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Nació en Santa Fe el 16 de agosto de 1943. Carlitos nació acompañado: era mellizo. Tal vez por eso concebía la vida compartiéndolo todo.
De niño le gustaba el juego. No solía protestar por nada, todo le parecía bien, se adaptaba. Si tenía fiebre, se sentaba al pie de una escalera; había que preguntarle qué pasaba y decía “estoy cansado”. Era parte del no quejarse.
Siempre con disposición para todo y sumamente sensible. Desde muy joven le agradaba hacer arreglos en la casa, incluso los que incluían material de construcción ¿Sería éste un indicio de la elección de su carrera? Esto y su creatividad. Con pocos elementos, como el mago de la galera, sacaba de apuro en esas “pequeñas cosas” que se nos presentan a diario.
Cuando tenía nueve años tuvo un pajarito y, como entraba poco sol en casa en invierno, le había hecho una roldana a la jaula. Ni bien llegaba de la escuela iba corriendo a subirlo y darle de comer, antes que él, para que alcanzara a tomar sol.
Era muy agradecido ante cualquier gesto o atención que recibía; incluso con la comida, cuando se lo atendía, todo le parecía rico. Hacía, desde su infancia y adolescencia, un culto de la amistad.
Cursó la primaria en la Escuela Nº 6 Mariano Moreno, y el secundario en el Colegio Nacional Simón de Iriondo. Mientras terminaba el bachillerato, asistía de noche a un curso de dibujo de dos años, en la Escuela Industrial Superior. El dibujo lo apasionó de chico, tenía una facilidad asombrosa. Eligió Córdoba para seguir Arquitectura porque podía contar con alguien de la familia.
/ Betty, su hermana
Su familia recuerda, desde su lugar afectivo, lo que suscitó la llegada de los mellizos Carlos y Adela, últimos retoños del matrimonio de María Muñoz y Antonio García, tenaz inmigrante que había llegado a estas tierras, solo, a los 14 años desde una España convulsionada. Coco, Chicha, Pochola y Betty, los hermanos mayores, se encargaron de la atención de los mellizos, mientras los padres atendían el pequeño negocio. Ellos, los padres, no están, se los llevó tempranamente la angustia de lo inexplicable.
Oriundo de Santa Fe, Carlos vino a Córdoba a estudiar Arquitectura. El padre ayudó en su estudio el primer año de Facultad; luego, en el segundo año, el acuerdo fue estudiar y trabajar. Con disposición e ingenio hizo distintas actividades fuera de las horas de estudio. Entró a la Municipalidad de Córdoba como sobrestante, que significa inspeccionar obras subcontratadas por el ente municipal a empresas privadas. Carlos debía controlar que la obras se realizaran según especificaciones técnicas.
Pero, como bien dice el refrán, “el hilo se corta por lo más delgado”: en una oportunidad aplicó, según correspondía, una multa muy abultada a la empresa, porque ésta no cumplía con los materiales en cantidad y calidad según lo estipulado en pliegos. Como nunca faltan los acuerdos superestructurales, el que quedó afuera fue Carlos.
Su vida de estudiante lo mostró siempre muy activo e interesado tanto en diseño como en aspectos constructivos. Tenaz, operativo e innovador había pensado un sistema de cerramiento (placas livianas y económicas que había denominado “Yes-can”). Eran paneles compuestos por una estructura sándwich de cañas dispuesta en forma de tramas intercaladas con yeso; experimento que llevó a cabo como prototipo, para comprobar la resistencia, peso y acabado. El objetivo era agilizar los métodos constructivos y abaratar los materiales, utilizando como materia prima soporte algo natural: la caña.
En ese período, trabajó en agencias de publicidad como dibujante, además de hacer planos, perspectivas y maquetas a tesistas de la Facultad.
Muy sensible a todo lo que sucedía en la sociedad, en el año 1967 dejó la Facultad para dedicar más tiempo al compromiso social. Como autónomo organizó una pequeña propuesta, ahora la llamaríamos PYME, para fabricar lámparas y distintos artefactos lumínicos en madera de enchapar con estructuras de varillas de madera o metálicas. Muchos de los artefactos incluían en su diseño diferentes rezagos de matricería, piezas de estampado y todo lo que era susceptible de transformar y reciclar con estética. Fue una persona de mente ágil y de gran creatividad, siempre atenta a la innovación y a generar nuevos emprendimientos para aportar soluciones al hábitat con sentido social.
En el año 1973 llegó Manuel, su hijo, con el cual pudo compartir con gran felicidad sólo tres años.
Como bien dice León Gieco: “Todo esta guardado en la MEMORIA...”
Hoy, año 2007 y a pesar de tu prolongada ausencia, los amigos de los años 60 y 70 están presentes recordando experiencias y momentos compartidos; y, desde el lugar de esposa y compañera, considero que tus ideales, compromisos y sensibilidad social, siguen siendo para los que te conocimos y para tu hijo el paradigma de vida válido a seguir en la búsqueda de verdad y justicia.
/ Maqui Zimmerman, su esposa
Era junio del '76. El Pelado hacía un tiempo que construía casas, formando una especie de cooperativa o algo así con dos hermanos santiagueños. Ellos manejaban bien la cuchara y él, que sabía de todo un poco, se dedicaba más a las instalaciones, por lo menos en esta vivienda, en un barrio de Córdoba. Y ahí yo participaba -por primera vez- de la, digamos, asociación.
Mi tarea como arquitecto (el Pelado hacía rato que había considerado un poco aparte de su vida el seguir en la facultad) era, entre otras, la de gestionar el cobro de los Certificados de Obra ante el Banco Hipotecario. La construcción venía bien llevada, sin problemas, ya que el Pelado tenía buena visión, manejo y creatividad del conjunto de los oficios que intervienen en una obra.
Ese día teníamos que gestionar un adicional a cobrar y yo lo iba a pasar a buscar por su casa para ir juntos al banco, tomarnos un café mirando la calle de la Córdoba avasallada...
Ese día, no, fue de noche, los jueputa lo secuestraron.
Te juro que, aunque han pasado los años, me cuesta reírme... Será porque me falta saber dónde te encuentro para tomar ese café, Pelado.
El Flaco, amigo y compañero de la Facultad el sueño de un mundo mejor siempre estuvo presente en todos los momentos de su vida. Creo que fue el denominador común de quienes ahora recordamos con esta palabra tan particular que los argentinos tuvimos que asimilar en nuestro lenguaje cotidiano: DESAPARECIDO. Qué difícil explicar y explicarnos su significado más allá de lo literal, de la categoría de ausente. Todos los que estuvieron y convivieron con el Pelado (Carlos) lo recuerdan por esa condición de visionario que lo caracterizó.
Un amigo. En “Arquitectos que no fueron”, publicación de la Comisión de Homenaje de Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la UNC
El 22 de junio de 1976, a las 2.30 de la madrugada, un grupo de cinco o seis personas que dijeron pertenecer a la Policía lo llevó detenido de su domicilio en barrio Iponá, en Córdoba, para averiguación de antecedentes. Desde ese momento permanece desaparecido. Tenía 32. Militaba en el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores).
La Comisión de Homenaje de la Facultad de Arquitectura, Urbanismo y Diseño de la UNCórdoba realizó la publicación “Arquitectos que no fueron” donde se registra su historia.
Los responsables de su secuestro y desaparición fueron juzgados y condenados en la causa Menéndez II- La Perla