"La Inmaculada"
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
El Colegio de la Inmaculada Concepción de Santa Fe, de la orden de los Jesuitas, para finales de los 60' gozaba del prestigio de lugar donde se educaban los hijos de las familias patricias santafesinas, y otros hijos de la clase alta, con o sin apellido, venidos del interior y el extranjero.
La Inmaculada tuvo una activa participación en el movimiento religioso de los '60 y '70. Los curas del Colegio no militaron en el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, pero adherían a la Teología de la Liberación, acentuando el compromiso del hombre con lo social. Plantean que no existe la relación vertical entre el hombre y Dios, si antes no se da la relación de hermandad y solidaridad entre los hombres.
Esa postura se acrecienta hacia 1969, cuando se incorporan al Colegio de Santa Fe, jóvenes sacerdotes y maestrillos (quienes iniciaban su vocación sacerdotal) que sustentaban esa corriente. Esos sacerdotes en su mayoría dejaron posteriormente los hábitos, o fueron marginados por la orden, destinándolos a lugares lejanos. Los alumnos más destacados de cada promoción eran quienes reunían calidad de estudio y compromiso con la sociedad, en el colegio y la comunidad. (Por ejemplo, Fernando Florez (ver su historia en este capítulo), muerto en Córdoba en el 76, fue abanderado en el 69).
El Colegio compartía actividades con el Colegio Nuestra Señora del Calvario, donde era capellán el padre Osvaldo Catena, quizás el más destacado y trascendente miembro del tercermundismo santafesino. Los alumnos de Inmaculada y las alumnas del Calvario realizaban actividades sociales y pastorales en los barrios de Alto Verde, Villa Yapeyú, Brigadier López (conocido entonces como La Gran China). Allí se había instalado, en un ranchito, el cura Peralta Ramos; entre los vecinos y algunos de los alumnos levantaron las paredes de barro para que pudiera vivir como le indicaba el evangelio, como un pobre entre los pobres.
Las misas eran muy especiales, verdaderos encuentros religiosos, vividos con mucha intensidad, como el compromiso de compartir, de socializar. Se reeditaba el espíritu primario del cristianismo: la comunidad, la solidaridad, la reunión en ronda viéndose la cara y compartiendo opiniones e intenciones.