Infancias y dictadura

Durante la última dictadura cívico militar y eclesiástica en Argentina, las infancias también sufrieron el terror, el ensañamiento y la persecución del Estado.

Cientos de niñas y niños fueron secuestrados junto a sus padres y llevados a centros clandestinos de detención, donde padecieron vejaciones y torturas.

Más de 400 niñas y niños fueron apropiados ilegalmente y muchos de ellos hasta el día de hoy desconocen su verdadera identidad. Cientos de bebés nacieron en cautiverio, otros presenciaron los allanamientos, las detenciones ilegales, los asesinatos de sus padres y luego quedaron abandonados en la vía pública o en hogares estatales.

Las historias se entrecruzan, fragmentadas, a veces difusas, pero hay imágenes que se repiten: chicas y chicos que se criaron con sus abuelos, con sus tíos; crianzas en el exilio, en la clandestinidad. Ausencias difíciles de digerir, esperas interminables en cumpleaños, años nuevos, navidades.

Si bien los testimonios de las infancias y juventudes estuvieron presentes desde el Juicio a las Juntas en 1985, esto no tuvo su correlato en los tribunales. Pero algo comenzó a cambiar en la mirada de la justicia, en la que se comienza a vislumbrar un atisbo de reparación para estas niñas y niños -hoy adultos- que hasta el momento fueron citados a declarar por sus padres detenidos- desaparecidos, pero que también exigen memoria, verdad y justicia por los delitos de lesa humanidad que ellos mismos padecieron.

En este marco, son varias las fiscalías a lo largo del país que vienen trabajando en este sentido, como las de Rosario, Tucumán, Córdoba y La Plata.

En el Tribunal Oral de la ciudad de Santa Fe, durante mayo, junio y julio de 2021 se llevó adelante el juicio por la causa conocida como “Laguna Paiva” o “Chartier”, en la que se juzgaron y condenaron a seis ex policías provinciales por la privación ilegítima de la libertad y tormentos agravados cometidos contra 11 personas y sus familias durante la dictadura. A lo largo de las audiencias quedó expuesto el ensañamiento y la vulneración de derechos que sufrieron 16 niñas y niños de entre 1 y 15 años que fueron víctimas del terrorismo de Estado. Hasta el momento, se espera una segunda elevación a juicio para investigar y condenar estos hechos.

La historia de la familia Páez

“Vení que te quiero mostrar algo” le dijo el genocida Eduardo Riuli a Mario Páez. Después lo sacó de la celda y lo llevó frente a su padre, que estaba desfigurado por la tortura.

“¿Lo conoces? decime lo que sabés porque te va a pasar lo mismo”, lo amenazó.

Cuando Catalino Páez vio a su hijo sonrió. Tiempo después Mario le preguntó por qué lo había hecho, “estaba contento de verte vivo” le respondió, “pensé que no te iba a ver más”.

I

Mario Páez, el hijo mayor de Catalino Páez y Juana Medina, tenía 14 años cuando una patota de más de veinte hombres armados irrumpió en el horno de ladrillos donde se escondían, a las afueras de Lima, provincia de Buenos Aires, el 15 de febrero de 1980.

En el operativo se encontraba el genocida y ex juez federal, Victor Brussa y Eduardo Riuli, ex sumariante de la Policía de Santa Fe y animador de fiestas en Laguna Paiva. Mario lo reconoció por su voz inconfundible.

A su madre, que estaba embarazada de dos meses, la arrastraron de los pelos hacia la ruta, interrogándola por el paradero de Catalino. Después la llevaron al interior de la casa en la que vivían y la golpearon frente a sus hijos: Mónica de 12 años, Ramón de 10 años, Carlos Ignacio de 9 años, César de 6 años, Alberto de 5 años y Ceferino de un año y medio.

A Mario lo golpearon hasta desmayarlo, le apuntaron con una pistola y le dijeron bien clarito: “ojo con lo que hacés”.

Su papá era el último jefe regional del Partido Revolucionario de los Trabajadores (P.R.T) Antes del golpe, Catalino había trabajado en el frigorífico Nelson de Laguna Paiva y junto a sus compañeros fundó la organización sindical “La lucha”. En 1976 cuando pasó a la clandestinidad junto a su esposa y sus siete hijos, escaparon por Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Buenos Aires, siempre trabajando en zonas rurales.

Ese mediodía, Catalino había salido al médico de la ciudad porque estaba enfermo. Llegó justo para ver la escena desde la ventanilla del colectivo, bajar y cruzar la ruta desesperado.

Mario y sus padres fueron encapuchados, engrillados y arrojados a un camión, donde también tenían secuestrado a Miguel, el hermano de Catalino. El hijo mayor del matrimonio y su tío fueron trasladados al Ex Departamento de Informaciones de la Policía de Santa Fe (D2) ubicado en Obispo Gelabert y San Martín, en pleno centro. Juana y Catalino fueron llevados primero a una casa junto al río, luego al D2 y posteriormente a la Ex Guardia de Infantería Reforzada (G.I.R).

Cuando la patota se retiró, Mónica Páez y el resto de sus hermanos quedaron abandonados en el medio del campo. Antes de que se los llevaran, su madre le gritó algo, pero ella no alcanzó a oírla.

Mónica reunió a sus hermanos más chicos y se fue a la casa de una vecina. Después se tomó un ómnibus hacia Zárate para pedir ayuda y se dirigió a la comisaría, pero le dijeron que se quedara tranquila. Cuando regresó a Lima, trabajó con Ramón para poder comer. Al tiempo fueron rescatados por la Cruz Roja y separados por un mes, hasta que su mamá fue liberada luego de firmar una declaración bajo tortura.

Mario cumplió sus 15 años en el centro clandestino de detención, fue liberado a mediados de abril de 1980.

II

El horror de los Páez no empezó ni terminó allí. El ensañamiento del terrorismo de Estado sobre el dirigente gremial derivó en la persecución, el secuestro y la tortura de casi todo su círculo íntimo y de nueve compañeros de militancia.

Era una familia numerosa, de trabajadores rurales oriundos del centro norte de la provincia. Tres hermanos Páez se casaron con tres hermanos Medina.

Para encontrar a Catalino, primero fueron por su hermana María Ceferina y su marido, Luis Santiago Medina, que estaba trabajando en una estancia cerca de Esperanza.

Cuando los milicos fueron a buscarla a su casa el 8 de febrero, María estaba a punto de irse a trabajar. Les pidió que no le hicieran nada frente a sus hijos, porque eran muy pequeños. Luego se sacó su uniforme de trabajo y se despidió de ellos. El más pequeño le pidió que le trajera chocolinas, María lo tranquilizó.

En ese momento, Ramona Beatriz de 15 años, María Susana de 13 años, Mario Luis de 11 años, Ramón de 8 años y Miguel de 7 años quedaron abandonados y en situación de vulnerabilidad.

Miguel relató en las audiencias que 18 personas armadas ingresaron a su hogar. Su hermana María Susana, mencionó que dieron vuelta todo y que rompieron los colchones, pero que no encontraron nada, porque no había nada.

III

Después fueron a buscar a Miguel Páez y a su pareja, Elba Medina. El matrimonio vivía en Los Pocitos, un campo ubicado en el Departamento 9 de Julio, cerca de Esteban Rams. El 12 de febrero de 1980 un grupo de veinte hombres armados vestidos de civil los secuestró junto a sus cuatro hijos.

A Elba la metieron en el patrullero junto a Miguel Alfredo de 8 años, José Santiago de 5 años y Rodolfo de 2 años y los llevaron a la GIR. A su esposo y a su hija los torturaron en una casa de campo, mientras los interrogaban por Catalino.

Graciela Rita de 15 años, escuchó el ruido de motores y un disparo. Antes de que entraran a los gritos, la ataran y le vendaran los ojos, la hija mayor de Miguel y Elba alcanzó a ver una camioneta de la que sobresalían armas. Le preguntaron dónde se encontraba su tío, luego le ordenaron que se desvista, humedecieron una sábana, la ataron a una cama y le pasaron electricidad por el cuerpo.

“Les dije que mi padre había ido a verlos, a llevarles plata. Eran despiadados, estuvieron casi todo el día así. Después no vi más a mi familia. Llegando la noche me llevaron a la GIR y me pusieron en una pieza chica, pedía agua y no me daban”, declaró en las audiencias.

A los días la trasladaron a una comisaría en donde le prometieron “que la iban a tratar bien”. Cerca suyo reconoció la voz de su tío, Luis Medina. A los 4 o 5 días la llevaron nuevamente vendada hasta la GIR. Después pudo ver a su mamá, a sus hermanos y a sus tías Juana, Marciana y Ramona.

Catalino Páez fue puesto a disposición del Ejecutivo Nacional y luego trasladado a Rawson, donde salió en libertad en agosto de 1984. En 2014, junto a su familia presentó una denuncia en la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia, pero no llegó a presenciar el juicio, falleció en 2016.

Durante mayo, junio y julio de 2021, los genocidas Germán Raúl Chartier, Eduardo Enrique Riuli, Rubén Oscar Insaurralde, Omar Epifanio Molina, Antonio Rubén González y Fernando Sebastián Mendoza, , todas de cumplimiento efectivo, inhabilitación absoluta y perpetua.

Fue abierta una nueva causa por los delitos cometidos contra los niños y niñas de la familia


Microrrelatos. Historias, testimonios y escenas de los juicios. Desarrollado por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación (http://www.juiciosdelesahumanidad.ar/microrrelatos).

Allí pueden verse esta historia y muchas más de NIÑOS Y NIÑAS VÍCTIMAS DE LA DICTADURA

Vulnerados en todos sus derechos, el principal: el amor de una familia que abraza y contiene. Fueron despojados de esos pequeños actos cotidianos cargados de amor: la leche del desayuno, la mesa compartida, la celebración de un cumpleaños, la caricia en la frente cuando tenían fiebre. Les robaron la infancia. No tienen perdón.


Film “Andrés no quiere dormir la siesta”. Otras infancias

La historia de Andrés, un niño de 8 años, ue tras la muerte de su madre en un accidente debe mudarse a casa de su abuela Olga y su padre Raúl, con su hermano Armando. En el barrio donde viven funciona un Centro Clandestino de Detención. Esto es un secreto a voces. Andrés convivirá con la realidad del barrio y con su familia teniendo que adaptarse a las reglas de la nueva casa.

Su director, Daniel Bustamante, santafesino nacido en 1966 relató: "Hace unos años, viendo un documental sobre centros de detención en Santa Fe, donde me crié, me enganché con el relato de una mujer que había estado secuestrada un par de meses. Esta mujer había perdido la noción del tiempo y el espacio, entonces la manera que encontró para conectarse con el mundo exterior era porque, donde la tenían, escuchaba a unos chicos saliendo al recreo, lo que le hacía suponer que era una escuela cercana. Cuando esa mujer dijo la fecha y el lugar donde había estado secuestrada me corrió un frío por la espalda, porque estuvo secuestrada en la Comisaría 4ª de Santa Fe, que está frente a la Escuela López y Planes, la que fue mi escuela, y en la fecha en que estuvo secuestrada yo estaba en cuarto grado, con lo cual mi primera reacción fue un shock muy grande, porque no dejé de pensar que a lo mejor yo era uno de los chicos que esta mujer escuchaba".


A NUESTROS HIJOS E HIJAS

Los de una generación, los propios, ellos también guardan en su inconsciente las huellas propias del dolor por las ausencias, por la incomprensión, entonces, lo que les pasaba por las fantasías, los fantasmas, las palabras, los abrazos que no llegaron a tiempo y lo que quedó pidiendo respuestas que en muchos casos no llegaron nunca. Fue y es un costo doloroso del que nos hacemos cargo, aún cuando sigamos sin tener las respuestas, namasté.

El libro de Hugo Paredero pertenece a la democracia recién salida del horno y la frescura de las respuestas denota la necesidad de expresar lo que había estado firmemente aprisionado.Algunas de los relatos que tienen que ver con nuestra memoria:

“Nosotros nos fuimos a México porque casi no llevan presos casi nos desaparecíamos. Como mi mamá estaba embarazada de mí no quería que yo naciera argentino así no hacía la colimba, entonces nos fuimos a México y nací ahí.”.Octavio Ixgal Kulesz Frenegal (7 años)

“Estoy pensando..... porque mi mamá no me cuenta tanto, entonces yo no sé mucho...¿Esos señores de gorra no serían los que ordenaban que se lleven a las personas y las hagan desaparecer, no?”. Juan María Cruz (5 años)

“Hicieron todo lo más feo que pudieron, con ellos todo se convirtió en miedo”. Federico Guillermo Báez (10)

“Conversaban por ejemplo de la autopista, esa que hizo una vez Cacciatore, y ahora vemos dos autos por hora. Lo que más vemos es la gente debajo de las autopistas, viviendo ahí. Y también hablaban del hambre. Había que tener mucho cuidado de hablar porque en cualquier momento venían esos falcon verdes y los encapuchaban. Algunos volvieron pero otros no volvieron nunca”. Sergio Gustavo Deutsch (11 años)

“Mi mamá no creía en esos de los desaparecidos. Pero cuando se lo llevaron mi papá, sí. Ella creía que le estaban haciendo una broma, pero cuando vio la sangre en la cama, eso no es broma. Él no iba a ser tan tonto mi papá de pegarse una trompada en la nariz y que le salga sangre y ponerla ahí en la almohada eso no lo iba a hacer. Entonces mi mamá empezó a creer en los desaparecidos, ella hasta que aparezcan todos los desaparecidos me prometió a mí que va a ir a todas las marchas por los desaparecidos no solamente por mi papá sino también por los demás. Y si mi papá aparece, acá no va a venir porque no conoce donde vivimos ahora, pero va a ir a la casa del hermano mi tío Osvaldo Pacheco y mi tío Osvaldo le va a decir dónde vivo.” María Noel Fernández. (9 años)

“Los desaparecidos son cuando se desaparecen hermanos mamás, papás, primos, tíos, cualquier cosa familiar desaparecen y no se sabe si se han muerto o si están vivos o qué ...nadie sabe nada más de ellos. Y yo de mi mamá siempre lo quiero saber, pero nunca sé cómo saberlo”. Laura Margarita López (9 años)

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