Los barrios en Santa Fe
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Desde mediados de la década del 50 en las ciudades de Argentina se fue observando un incremento del poblamiento de sus bordes, en zonas de “descarte”. A diferencia de lo ocurrido en la etapa de sustitución de importaciones con los cordones industriales demandantes de mano de obra, estos asentamientos tenían su origen o incremento en migraciones internas producto de crisis económicas y pérdida de trabajo.
En Santa Fe, el asentamiento en zonas bajas, inundables, sobre terrenos fiscales o privados librados al abandono, en gran medida estuvo determinado por las crisis de las economías regionales del nordeste y el noroeste: crisis del algodón, del azúcar, y en un lento desguace, el retiro y cierre de las industrias ligadas a lo que fuera “La Forestal”, instalada desde 1906 sobre dos millones de hectáreas. Como en cascada, siguió la crisis de la pequeña industria local y del comercio, con su secuela de desocupación y precarización laboral.
Ya iniciados los 60, los nombres de Villa Ana, La Gallareta, Tartagal, Villa Ocampo, Las Toscas, Villa Guillermina, se van haciendo familiares, asociados a la idea de “pueblos fantasma” y a un desangre de poblaciones que bajan a las ciudades del sur interminablemente. Una de esas ciudades fue Santa Fe. Aquí serán llamados, por quienes ya habitaban esas zonas, “los chaqueños”.
“Una mañana nos levantamos y encontramos a esa gente con su monito y nada más…vinieron del monte con toda la familia, los habían sacado del ferrocarril en chatas y los tiraron sin nada en “El Arenal”. Ahí empezaron a cortar ramas y pajas para hacer un “bendito”, luego un ranchito…” (Testimonio de Marta T, Barrio Alto Verde).
Los que fueron poblando los sectores baldíos o escasamente poblados del borde urbano predominantemente eran personas pobres, con identidad religiosa mayoritariamente católica y con identidad política mayoritariamente peronista. Entre los pobladores que fueron llegando, también había desplazados con historias de luchas y resistencia frente al cierre de las fuentes de trabajo o a la secular explotación de los obrajes. De ellos o de sus padres había peronistas, había de izquierda, otros pertenecían al Partido Comunista o eran afines al Yrigoyenismo.
Las vías o las avenidas eran como fronteras urbanas. Acá el centro. Allá la periferia: conglomerados azarosos de viviendas precarias de adobe y chapas; no hay calles, no hay desagües, no hay luz, no hay cloacas, no hay escuelas, no hay transporte, no hay agua, simple agua para beber o lavarse…Algunas pocas canillas públicas para miles o el camión aguatero de la Municipalidad. Cuando llueve, el agua que desagota el centro de la ciudad, baja anegando los terrenos lindantes al Salado: todo es un barrial…se pierde la “changa”, el día de escuela. Aunque no haya creciente, el agua brota del piso. La humedad es parte de la vida, de la ropa, de las zapatillas, del cuerpo, de las paredes…
Los asentamientos se iban enhebrando en todos los bordes urbanos: desde Alto Verde al sureste; Vuelta del Paraguayo; por el este, La Lona, barrio Chaqueño; Centenario al suroeste; por el oeste: San Lorenzo, el extenso Santa Rosa de Lima, Villa del Parque. Barranquitas Oeste y subiendo al norte, Estanislao López (“La Gran China”), Hipódromo, Yapeyú …hasta el final de la ciudad.
En el lenguaje militante de los 60/70, “ir al barrio” era ir a esas barriadas. El territorio de todas las desigualdades: “…Y nos quedamos trabajando en los barrios porque queríamos identificarnos con la gente y crecer juntos…Tampoco nos planteamos como que teníamos la receta…Para todos fue ir y descubrir un mundo diferente que nos enseñó mas a nosotros que lo que nosotros le dimos a la gente” (Nanci L. Barrio Estanislao López, Barrio Santa Rosa de Lima Sur)