1. Despojados de la tierra. Indígenas del Paraná-Plata
CARLOS CERUTI
Primer poblamiento del territorio
Hace cien mil años el Homo sapiens, única especie humana que sobrevivió al paso del tiempo, partió de África iniciando el primer proceso de globalización. Cincuenta mil años después llegó a Australia, demostrando su gran capacidad para desplazarse por tierra y agua, adaptándose a casi cualquier ambiente. Para completar el periplo le quedaban dos continentes, que nosotros conocemos como América y Antártida: al primero entró entre 25.000 y 15.000 años atrás, llegando al extremo sur hace 10.000 años, y al segundo, totalmente cubierto de hielo, en el siglo XIX.
Hace 25.000 años, durante el último período glacial, el norte de América y la Cordillera de los Andes también se cubrieron de hielo, provocando el descenso del nivel del mar y dejando al descubierto el puente de Bering entre Siberia y Alaska, y otras tierras emergidas en torno a las islas Aleutianas y la costa de la Columbia Británica. Las fechas de las primeras entradas de cazadores–recolectores son discutidas: pudieron realizarse por la costa, a pie o en embarcaciones precarias, pero el ascenso del mar anegó los sitios arqueológicos más antiguos. Entre 15.000 y 10.000 años atrás se abrió un corredor en Alaska, que permitió un amplio intercambio de flora y fauna, y tras ésta la entrada de la masa principal de cazadores hacia las llanuras de los actuales Estados Unidos, México y, a través del istmo de Panamá, América del Sur.
Las tierras bajas del sur de Brasil, Uruguay y el nordeste argentino se tornaron potencialmente habitables en el Pleistoceno final, el período básicamente frío y seco que se extiende entre 30.000 y 10.000 años antes del presente (AP). La existencia de un mar de arena que ocupaba la pampa hasta el sur de la actual provincia de Santa Fe y el manto de sedimentos eólicos que cubría buena parte del territorio restante, indican el predominio de ambientes abiertos, desértico–semidesérticos a subhúmedos, de sabanas y pastizales, a lo sumo con formaciones aisladas de bosque en galería bordeando los cursos de agua, bastante transitables para los grupos humanos.
Las primeras de estas poblaciones se hicieron presentes en las costas del río Uruguay medio a partir de los 12.000–11.500 años AP, y continuaron durante el Holoceno, al comenzar a derretirse los glaciares y atenuarse el clima hasta entonces árido y frío. En Río Grande do Sul, Uruguay, la Mesopotamia y Pampa argentinas, todavía abundaba la megafauna —especies de 1.000 kilogramos o más, y constituida por toxodontes, perezosos gigantes y gliptodontes— que merodeaba incluso en los bordes del mar de arena, aunque diezmada por los cambios climáticos. Es posible que la acción de estos cazadores, armados con boleadoras y/o dardos de punta de piedra de distinto tipo, contribuyera a extinguirla. Algunas de estas puntas eran lanceoladas, otras triangulares con pedúnculo estrecho, y otras, muy particulares, sin aletas y con el pedúnculo bifurcado, llamadas cola de pescado.
Las puntas cola de pescado se encontraron aisladas en Ecuador, Venezuela, centro de Chile y especialmente en Uruguay pero casi siempre en superficie. Los primeros fechados radiocarbónicos, cercanos a los 11.000–10.000 años AP se obtuvieron en el Estrecho de Magallanes —cuevas Fell y Palli–Aike—, por lo que durante algunas décadas se pensó que este primer poblamiento se había efectuado siguiendo los valles cordilleranos, y luego, de sur a norte, había alcanzado las pampas argentina y uruguaya. El hallazgo de puntas de este tipo en la provincia de Buenos Aires —cerros El Sombrerito y de la China—, con fechados sensiblemente similares a los de Patagonia (algunas confeccionadas en materia prima que procede de Entre Ríos o Uruguay) permitió determinar que el tránsito fue de norte a sur, por las sabanas y las pampas. El hallazgo de algunas de esas puntas en Córdoba, Cuyo y Entre Ríos hacía pensar en un pasaje a través de la provincia de Santa Fe, pero los sitios arqueológicos antiguos se negaban a aparecer, cubiertos por los sedimentos o alterados por el antiguo cauce del Paraná, actualmente cuenca de los Saladillos y complejo de la laguna Setúbal o de Guadalupe.
Finalmente el azar, un derrumbe de barranca, permitió el hallazgo de restos óseos humanos correspondientes a 19 individuos en una laguna de origen tectónico modificada por acción eólica —El Doce—, al sur de Venado Tuerto, junto con restos de guanaco, venado, ñandú, vizcacha y un género extinguido, el armadillo Eutatus. Los fechados radiocarbónicos y el material lítico y óseo recuperado parecen indicar la presencia de grupos cazadores–recolectores pedestres, que ocuparon periódicamente los bordes de la laguna a lo largo de 1.000 años —entre 8.000 y 7.000 AP—, enterrando sus muertos en el lugar, y capturando guanacos y presas menores con boleadoras y proyectiles de punta de piedra o de hueso, y recolectando productos vegetales y animales, como los huevos de ñandú. El hallazgo de un caparazón de molusco marino (Adelomelon brasiliana) y la materia prima del instrumental lítico, indican la existencia de un paso que comunicaba el río Uruguay con la serranía cordobesa, con derivaciones hacia las sierras de Tandil–Olavarría y el estuario del Río de la Plata.Otro hallazgo de un conjunto de restos humanos adultos e infantiles, espolvoreados con ocre rojo y acompañados de collares de valvas de moluscos y de colmillos de cánidos —perros o zorros— fue excavado en Arroyo Seco, cerca de Tres Arroyos, provincia de Buenos Aires. En este caso, las dataciones ubican la ocupación alrededor de los 8.500 años AP, e indican la matanza y consumo de un perezoso gigante (megaterio), junto con caballo americano y fauna actual, especialmente guanaco y ñandú. Otro sitio que indica la contemporaneidad de fauna extinguida y actores humanos es Estancia La Moderna, en el partido de Azul, donde fue despostado un gliptodonte. En las costas del río Uruguay, los grupos cazadores y pescadores ocuparon las terrazas e islas en momentos de gran estiaje; los sitios se encuentran a profundidades de tres a cinco metros de la superficie actual. Con el aumento de la temperatura y humedad estos campamentos quedaron cubiertos por el agua, y a partir del 8.500 AP, la zona se despobló durante 1.000 años a causa de erupciones volcánicas en Cordillera que cubrieron las costas del río Uruguay con espesos mantos de ceniza. Hacia los 7.500 años AP, nuevamente con niveles de río bajos, poblaciones con puntas de proyectil triangulares pequeñas llegaron hasta la región del Salto Grande, permaneciendo allí mientras las condiciones ambientales se hacían paulatinamente más cálidas y húmedas.
La existencia de un mar de arena que ocupaba la pampa hasta el sur de la actual provincia de Santa Fe indica el predominio de ambientes abiertos transitables para los grupos humanos.
Toxodonte: Mamífero extinto, terrestre, herbívoro. De cuerpo pesado, con forma de barril, ha sido comparado con los hipopótamos, quizás por el hecho de poseer extremidades algo cortas y grandes dientes frontales. Se pensaba que, como éstos, vivía en cuerpos de agua, especialmente en áreas pantanosas, pero modernamente se lo considera habitante de espacios abiertos, como los rinocerontes.
Los canoeros paranaenses: de Goya–Malabrigo a la macroetnia chaná–timbú
Entre 6.000 y 5.000 años AP durante el período denominado Óptimo Climático, el clima se volvió más cálido y húmedo que el actual, y la zona del Salto Grande registró un gran aumento de población, siendo ocupada por diversos grupos de cazadores. Algunos de ellos tenían dardos con puntas de piedra de morfología muy variada, mientras que otros cazaban con boleadoras y posiblemente con puntas de madera y hueso. En esta época se introducen el arco y la flecha.
La modificación de las condiciones climáticas trajo aparejadas alteraciones ambientales de alto impacto que afectaron a las poblaciones ribereñas: ascenso general del nivel de los ríos, con crecientes que provocaban grandes derrumbes en las barrancas, y procesos de erosión muy acentuados; desarrollo de la selva tropical y subtropical, que alcanzó su mayor extensión; y el avance de las aguas marinas en el estuario del Río de la Plata —ingresión querandino–platense—. En el máximo de la ingresión, el Paraná desembocaba a la altura de Rosario–Victoria. La fase de retroceso provocó la formación de playas marinas, el depósito de valvas de moluscos en forma de cordones conchiles y el embarrancamiento de ballenas.
Al aumentar la pluviosidad y el avance de la selva tropical y subtropical, gradualmente las poblaciones ribereñas se adaptaron a las nuevas condiciones ambientales, como parecen indicarlo los hallazgos de la Cueva 3 de Mayo —Misiones, 3.550 años AP—, que proporcionó material lítico que incluye pesos de red y perforadores pulidos, y un rico acervo en hueso, compuesto por puntas, agujas con ojo y anzuelos. Este grupo subsistió gracias a la pesca, la recolección de moluscos y la captura de especies silvícolas similares a las actuales, como tapir, corzuela, pecarí y monos.
En áreas con gran abundancia de cantos rodados, como son las terrazas del río Uruguay medio, especialmente en la zona del Salto Grande, se elaboraron útiles rudimentarios para machacar y cortar, que se descartaban tras usarlos. Quienes habitaron estos campamentos durante los años 5.000 al 3.000 AP, parcialmente contemporáneos de la ingresión querandino–platense, ocuparon preferentemente las terrazas media y alta, presumiéndose que la baja estaba cubierta por el agua. Contrastando con la poca especialización de su utillaje lítico, produjeron una manifestación artística, posiblemente de carácter ritual: placas de arenisca, pulidas y con motivos geométricos grabados similares a ejemplares de Patagonia. La ocupación recurrente durante miles de años de un área tan reducida, frente a rápidos, correderas e islas de cauce está indicando la presencia de ambientes favorables, que debieron constituir un foco de atracción muy fuerte, con pasos estratégicos que permiten cruzar el río, y una cantera inagotable de materia prima lítica. Es posible que en estas áreas privilegiadas, con alimentos previsibles durante todo el año, el sedentarismo aumentara progresivamente, combinando la caza en las tierras altas del interior, la pesca, la recolección de moluscos y la utilización de elementos vegetales, como parece indicarlo la presencia de morteros y manos de piedra, y elementos líticos con hoyuelos que se supone servían para romper los frutos de las palmeras —quiebracocos.
Sobre el río Paraná medio, tanto en la margen oriental (Corrientes y Entre Ríos) como en la occidental (Santa Fe) existe un vacío de información muy grande entre el primer poblamiento de 8.000–7.000 AP, que no prosperó, y el segundo y definitivo, que se produjo alrededor de 2.500 a 2.000 años atrás. Por entonces todos los pueblos adoptaron la cerámica, adelanto tecnológico originado en Ecuador que posiblemente llegó a Brasil bordeando la costa atlántica de Venezuela y Colombia, y alcanzó la región platense a través de Uruguay. La adquisición de la cerámica transformó todos los aspectos de la vida comunitaria: permitió la cocción de alimentos líquidos, como sopas, y semisólidos, como guisos y estofados, tanto de origen vegetal como animal, aprovechando peces, moluscos y mamíferos de pequeño tamaño mediante el hervido y fritado en grasa; la elaboración y almacenamiento de bebidas fermentadas y, gracias a su plasticidad, la plasmación de elementos míticos o decorativos relacionados con la identidad del grupo, por modelado, incisión y pintura.
Por entonces la región estaba inmersa en un nuevo período de aridez generalizada, con disminución muy acentuada del caudal de los ríos, pero en el microambiente generado por éstos surgieron pueblos que se movilizaban en canoas, dependiendo cada vez más, para su sustento, de la vida acuática. Como el centro del actual Entre Ríos fue ocupado por la vegetación xerofítica conocida localmente como selva de Montiel, los pueblos del río Uruguay se desarrollaron sin contactos con los del Paraná, originándose dos tradiciones cerámicas independientes: la del río Uruguay, que mezcló los barros con arena fina para mejorar la cohesión y evitar la rotura durante la cocción, y la del Paraná que con tal fin utilizó preferentemente los fragmentos de piezas rotas y trituradas. A su vez, en función de su hábitat, los pueblos del río Paraná pueden diferenciarse entre aquellos que ocuparon las costas altas, alternado la caza en el bosque marginal y las praderas próximas —ciervos, especialmente ciervo de los pantanos y corzuela o guazuncho; armadillos como el tatú o el peludo; aves y sus huevos, por ejemplo el ñandú y la perdiz— y la pesca costera; y los que desarrollaron instrumental especializado para la captura de peces de mayor tamaño y aprovechamiento de mamíferos total o parcialmente acuáticos, como el coipo —mal llamado nutria— y en menor medida el carpincho. Entre estos últimos sobresale la entidad conocida arqueológicamente como Goya–Malabrigo —o ribereños plásticos—, que constituye el mejor ejemplo de adaptación al medio acuático hasta la llegada de los guaraníes.
La adquisición de la cerámica transformó todos los aspectos de la vida comunitaria: permitió la cocción de alimentos líquidos y semisólidos, la elaboración y almacenamiento de bebidas fermentadas, y la plasmación de elementos míticos o decorativos relacionados con la identidad del grupo.
Los sitios Goya–Malabrigo más antiguos se encuentran en montículos ubicados sobre el Arroyo del Rey, próximos a la localidad de Reconquista, en la provincia de Santa Fe, con fechados cercanos a los 2.000 años AP. No se conoce, hasta el momento, su origen y procedencia, que desde décadas atrás es motivo de controversias. Sitios más tardíos se escalonan sobre ambas márgenes del Paraná, con un máximo de expansión alrededor de los 1.000 años AP, durante el período húmedo y cálido conocido como Máximo Climático Medieval, cuando llegaron al delta del Paraná y ascendieron por la costa uruguaya hasta la boca del Río Negro y las islas del Salto Grande. Eximios canoeros, no se apartaron de la llanura aluvial y las costas bajas, donde ocuparon, preferentemente, elevaciones naturales —albardones, médanos edafizados— que a veces sobreelevaron artificialmente, movilizándose en relación con los ciclos de crecientes y bajantes. El delta inferior del Paraná comenzó a formarse en esta época y continuó creciendo a razón de 70 metros por año hasta la actualidad. Fue poblado por grupos vinculados a entidades costeras del Uruguay, y luego por Goya–Malabrigo. Tanto unos como otros se instalaron en los lugares más elevados o construyeron montículos artificiales, alternándose a veces en la ocupación de un mismo sitio.
Todos poseían instrumental especializado para la recolección y captura de presas propias del ámbito fluvial: quiebracocos, morteros de piedra, redes de fibra vegetal con pesas de piedra o cerámica; arcos y flechas con puntas de hueso de formas variadas, arpones con cabezal desprendible; anzuelos de hueso y pequeños pesos de cerámica o arenisca; y posiblemente trampas de diverso tipo. Ocasionalmente pudieron usar boleadoras.
En la mayor parte de los sitios Goya–Malabrigo se realizaron actividades múltiples como preparación de alimentos, vivienda, entierro de los muertos. Algunos fueron ocupados durante períodos breves y otros durante más de 1.000 años. Generalmente enterraron a los muertos en los sitios de habitación, extendidos o bajo la forma de paquetes funerarios, con restos de uno o varios individuos transportados desde lejos. Hay esqueletos de adolescentes y niños, pero la mayor parte corresponde a adultos jóvenes de buena estatura, con dentición completa y aspecto saludable, indicadores de una dieta bien balanceada. Los análisis de ácidos grasos y de hollín en recipientes de cerámica permitieron detectar la presencia, al menos hacia los 1.000 años AP, de algunos cultígenos: zapallo, batatas, porotos y posiblemente maíz. El hallazgo de pipas hace pensar en la posible utilización de algún tipo de alucinógeno con carácter ritual.
La cerámica de Goya–Malabrigo es muy característica: platos, fuentes, ollas y cántaros con vertedero de diverso tamaño, incluyendo miniaturas, predominantemente lisos pero también pintados de rojo o incisos con el denominado surco rítmico formando guardas o motivos complejos. Son característicos los apéndices recortados o modelados, colocados en la boca de las vasijas representando cabezas de animales. Generalmente se trata de loros, pero también hay cabezas de otras aves (halcones, lechuzas, diversos pájaros), mamíferos (nutrias, carpinchos, monos, felinos, lobitos de río, cánidos, murciélagos, e incluso osos meleros y guanacos) y efigies humanas. Son características las campanas, de uso discutido, constituidas por un cuerpo cilíndrico o troncocónico abierto en ambos extremos, sin fondo, generalmente con uno o dos apéndices modelados en la parte superior, representando cabezas de loros. Otros elementos cerámicos son las pesas para redes, los torteros o contrapesos para hilar, cucharas, pipas, pendientes y cuentas de collar. También se encuentran cuentas circulares recortadas en valvas de moluscos y adornos de carácter excepcional obtenidos por canje, como plaquetas de cobre y cuentas de malaquita, indicando cadenas de intermediación que permitían el intercambio de elementos con el noroeste argentino.
La mayor parte de los grupos indígenas mencionados en las primeras crónicas de la conquista (Gaboto, Luis Ramírez, García de Moguer, López de Souza, Schmidel) son el correlato étnico de esta entidad arqueológica. De sur a norte: chaná, beguá, caracará, timbú, corondá, quiloaza, calchín, mocoretá y mepén, agrupados modernamente en la macroetnia chaná–timbú. Los integrantes del grupo chaná–timbú tenían diferencias internas: los beguá, que vivían en el delta y sur de Entre Ríos y los chaná, entre Rosario y el río Luján, constituían poblaciones dispersas, mientras que los timbú y caracará —en las inmediaciones del río Carcarañá—, los corundá y los quiloaza, semisedentarios, constituían una unidad lingüística y étnica, que se distinguía por usar determinados adornos —una piedra azul o verde en la nariz—. La lengua cambiaba al llegar a los mocoretá, ubicados tanto en Santa Fe como en la desembocadura del Guayquiraró, mientras que el norte de Corrientes hasta la desembocadura del río Paraguay estaba habitado por los mepén o mepenes, nuevamente en poblados dispersos, que según las cifras aventuradas por Schmidel constituían el 50% de la población total. Este dato puede ser cierto, ya que todas las reducciones conformadas en Entre Ríos luego de la fundación de Santa Fe, se poblaron con mepenes traídos de Corrientes.
Principales características de la macroetnia chaná–timbú |
Fisonomía: se los describe como «gentes grandes y garbosas de cuerpo», «altos como alemanes», en consonancia con la altura y aspecto de los esqueletos de individuos Goya–Malabrigo. |
Estilo de vida: estaba asociado directamente al río, con canoas, sistemas especializados de pesca y caza, y residencia semisedentaria en lugares altos y próximos a los cursos de agua. |
Cerámica: los españoles, preocupados por el número y calidad de los combatientes indígenas, la posibilidad de obtener comida, el aspecto de las mujeres y la existencia de perlas y metales preciosos, no se detuvieron en tal detalle, pero el hallazgo de piezas Goya–Malabrigo en sitios considerados de contacto y la existencia en el material extraído de Santa Fe la Vieja de recipientes y campanas decorados con instrumental metálico, como cuchillos y clavos de sección triangular, determinan su importancia. |
Horticultura: hasta hace poco se pensaba que era aprendida de los guaraníes, pero ahora sabemos que en algunos casos se practicaba en Goya–Malabrigo desde, al menos, 500 años antes. |
Jefes prestigiados: Cherá–Guazú —posible traducción de su nombre al guaraní—, de los timbú, obsequiado y luego asesinado por los hombres de Pedro de Mendoza, dió a Ayolas información completa sobre los carios, guaraníes del Paraguay; y Corundá, que dio nombre a la laguna y localidad actuales, «señor de muchas gentes» como le informaron a Diego de Rojas en Santiago del Estero, que entregó a la expedición de Ayolas dos guaraníes prisioneros como guías y lenguaraces. Esta circunstancia concuerda con el hallazgo de enterratorios complejos Goya–Malabrigo, como el de Hernandarias, Entre Ríos, cubierto con piedras, con ofrendas de elementos cerámicos y óseos; falanges humanas y una mano izquierda seccionada; así como una plaqueta de cobre perforada procedente del noroeste argentino, indicadores de un principio de complejidad social más avanzado que las bandas de cazadores–recolectores. |
Ingresión: Evento geológico durante el cual el nivel del mar sube relativamente sobre la tierra y la línea costera se mueve continente adentro, ascendiendo por los cauces de los ríos.
Vegetación xerofítica: Vegetación adaptada para vivir y desarrollarse en ambientes con suministro limitado de agua.
Cultígeno: Planta o grupo de plantas conocido regularmente como cultivo originado por domesticación.
Cazadores–recolectores pedestres: Esperanza y los querandíes
Al tiempo que los pueblos canoeros se movilizaban de norte a sur por el río Paraná y el río Uruguay, en las llanuras de la actual República Argentina se desarrollaron entidades pedestres de cazadores–recolectores que no dependían de un único ecosistema, no eran continuidad del primer poblamiento y se movían fundamentalmente de este a oeste, aprovechando los recursos del medio a medida que éstos estaban disponibles: la entidad arqueológica Esperanza, fechada a partir del 2.000 AP, los cazadores–recolectores del sur de la provincia de Santa Fe, de la misma antigüedad, y los querandíes históricos. Hasta donde sabemos, estas entidades no poseían canoas y tuvieron como límite este el río Paraná, hacia el norte el Bermejo, al oeste las sierras pampeanas y la ceja de montaña, y hacia el sur un límite indefinido en la pampa bonaerense. El río Carcarañá constituyó una divisoria entre las entidades sureñas y Esperanza, tal vez una frontera étnica más que ecológica o física.
Los sitios de la entidad arqueológica Esperanza, descripta por primera vez en la localidad homónima de la provincia de Santa Fe, presentan como característica las estructuras de combustión denominadas hornos de tierra cocida o botijas, que permiten seguir sus desplazamientos por la llanura central argentina. Se presentan en forma reiterada entre las proximidades del río Paraná y el borde de las Salinas Grandes; en el valle de Traslasierra, Córdoba, y en La Rioja; en Cuyo; en la región del río Salí–Dulce y la salina de Ambargasta, Santiago del Estero, y en parte del Gran Chaco —actuales provincias de Chaco y Formosa, incluyendo el área limítrofe de esta provincia con Jujuy.Los hornos de tierra cocida son estructuras destinadas fundamentalmente a la cocción de alimentos, con forma de pera o campana, confeccionados por excavación del terreno hasta la profundidad de un brazo extendido. En las paredes suelen presentar marcas de la herramienta utilizada, generalmente un trozo de madera roma. En el interior se encendía fuego hasta calcinar las paredes, que tomaban consistencia y color de ladrillo, y en una segunda etapa se colocaba en el fondo material combustible fino encendido o piedras calientes, y capas de alimentos envueltos en hojas de vegetales. El horno se tapaba y la cocción se producía lentamente en atmósfera sin oxígeno, en forma similar al curanto o la cabeza guateada actuales. En el campo se los localiza cuando los deja al descubierto la erosión horizontal o vertical: en el primer caso toman el aspecto de aros de color rojizo, pudiendo estar aislados o formando conjuntos de hasta uno o dos centenares. Cada una de estas unidades, a su vez, puede estar conformada por una a diez bocas asociadas, conteniendo en el fondo, generalmente, una capa de carbón y cenizas, y en ocasiones, restos de alimentos.
Los hornos pueden localizarse en la proximidad de ríos de navegación temporaria, al borde de lagunas estacionales, en interfluvios o incluso en áreas desérticas o semidesérticas, indicando situaciones de tránsito. Están asociados al espinal, ecotono entre el ambiente chaqueño y el pampeano, indicando la extensión del mismo en el pasado, como ocurre en Chaco y Formosa, donde el parque chaqueño caracterizado por las isletas de quebracho y palmeras recién se formó a partir del cambio climático ocurrido entre 1.000 y 800 años AP.Los fechados de carbono 14 más antiguos, tanto en Córdoba como en Santa Fe, marcan el inicio de las migraciones alrededor del 2.500 AP, y los últimos son del 500 AP, es decir, muy próximos a la conquista, indicando una notable persistencia de 1.500 a 2.000 años y una adaptación al clima del Período Húmedo Medieval. En Chaco son más modernos y su uso persistió hasta épocas recientes entre varias etnias, como los choroti, mataco, tsirakua y ashluslay, quienes los usaban para cocinar carne y tostar algarroba.
Historias febriles y motivadoras: El capitán César, enviado por Gaboto tras los querandí, vagó durante meses por los peladales desiertos, alcanzando posiblemente la sierra de Famatina y transmitiendo historias febriles sobre ciudades maravillosas pavimentadas en oro y plata que motivaron la codicia de todas las expediciones posteriores.
Una cocción singular: El curanto es un método tradicional milenario de cocinar alimentos enterrados en un hoyo, alternando en capas la comida con hojas de determinadas especies. Como fuente de calor se pueden utilizar piedras calientes, fragmentos de madera o virutas, en un ambiente con poco aire que impide la formación de llamas. En la actualidad, la gastronomía sigue utilizando este método de cocción, especialmente en el sur de Chile y la Patagonia argentina.
Los restantes elementos culturales asociados a los hornos varían regionalmente. En la provincia de Santa Fe se trata de fragmentos cerámicos y material elaborado en piedra, con carencia casi total de elementos de hueso. La cerámica puede ser lisa, incisa o pintada de rojo, similar a la de los pueblos de la cuenca del Paraná, pero sin asas ni los apéndices modelados de Goya–Malabrigo. En cambio son frecuentes los fragmentos con impresiones de redes y cestería, cuyo centro de origen está en la laguna de Mar Chiquita, Córdoba, indicando un área de pasaje frecuente entre el litoral paranaense y la serranía cordobesa. El material lítico es muy rudimentario, con frecuente afilado y reutilización de instrumentos, propio de pueblos que se desplazan por áreas sin esa materia prima. Destacan las puntas, triangulares con aletas y pedúnculo ancho; las bolas de boleadora y las hachas pulidas con cintura, provenientes, quizás, del borde de la región montañosa de Jujuy. Es posible que estos pueblos nómades que unían áreas tan distantes, sean responsables del tráfico de elementos muy valiosos, muchas veces de carácter suntuario, como elementos metálicos o cuentas de malaquita presentes en enterratorios de la entidad Goya–Malabrigo, con quien pudieron estar en estrecho contacto.
En sus desplazamientos transportaban los restos de sus muertos, que enterraban en paquetes funerarios al llegar a alguna de sus estaciones de concentración. En una de ellas, en el borde de las salinas de Ambargasta, en Santiago del Estero, se localizaron pisos circulares de 2,5 metros de diámetro, tal vez plantas de viviendas semisubterráneas. El traslado pedestre admite dos posibilidades no antagónicas: migraciones estacionales por corredores, que permitían la obtención de recursos básicos, o circuitos menores realizados por familias extensas emparentadas, que desprendían partidas de cazadores y unían fuentes de agua conocidas permitiendo el flujo de elementos en los contactos.
En el sur de la provincia de Santa Fe se observa un paisaje similar al existente en el antiguo valle del Paraná: las redes fluviales desarrolladas hace 30.000 a 50.000 años atrás, antiguos cauces del río Quinto y del Carcarañá, fueron colmatadas en períodos secos, y la erosión provocada por remolinos de aire caliente excavó cuencas de deflación, depositando los sedimentos en los bordes. Esas cuencas, hoy convertidas en lagunas, hace 2.000 a 3.000 años eran la única fuente de agua en las proximidades del mar de arena, atrayendo la fauna constituida por venados, guanacos, armadillos, ñandúes y roedores, y también los cazadores de origen pampeano y patagónico, que recorrieron la estepa sin árboles hasta épocas históricas.
En los bordes de estas cuencas de deflación de los alrededores de Venado Tuerto y Villa Cañás, alternativamente secas y convertidas en lagunas, las mismas que recorrieron los primeros pobladores 8.000 años atrás, se localizan sitios arqueológicos con 2.000 años. Pertenecieron a poblaciones de alta estatura, nómades, con escasa cerámica, que obtenían los recursos básicos para la subsistencia mediante la caza a distancia con arco, flechas y boleadoras. Los pocos instrumentos que componían su ajuar, así como la materia prima para elaborarlos, tienen el tamaño y peso apropiados para el transporte durante las largas marchas a pie. Confeccionaron artefactos líticos tallados en cuarcitas, ópalo y cuarzo blanco procedentes de las sierras de Tandil–Olavarría o de las sierras pampeanas: raspadores y perforadores para preparar cueros y maderas; puntas de flecha lanceoladas o triangulares con pedúnculo; hachas pequeñas, morteritos para triturar elementos vegetales, y boleadoras.
Cuando estos instrumentos se rompían eran retrabajados y los núcleos de materia prima eran utilizados hasta agotarlos. Como en el caso de la Primera Ocupación, la obtención de estos materiales requirió recorrer distancias de hasta 300 kilómetros. En ocasiones se conformaron escondrijos, como el localizado hace años en Carcarañá consistente en más de sesenta artefactos tallados en cuarcita metamórfica de color blanco, envueltos en una bolsa de cuero, reserva estratégica de valiosa materia prima.Cuando Sebastián Gaboto llegó a la desembocadura del río Carcarañá, tomó contacto con los querandí, un pueblo vecino del pie de las sierras, que usaba elementos de piedra y objetos de metal trocados a los indios barbados de la serranía cordobesa, los comechingones. En el Carcarañá y el Coronda pescaban, secaban y ahumaban el pescado, y derretían la grasa para hacer manteca, preparando el excedente para las épocas de escasez. En el verano se alejaban hacia el oeste, siguiendo el curso del Carcarañá, enfrentando una travesía de ocho a diez días, con etapas de hasta tres días sin agua. Entonces bebían la sangre de los venados, que cazaban con boleadoras, después de perseguirlos con relevos hasta el agotamiento de la presa.
Cincuenta años después, los querandí, en Santa Fe y Buenos Aires, fueron censados, reducidos y encomendados por Juan de Garay. La lengua querandí se fue perdiendo poco a poco, reemplazada por el mapuche. A mediados del siglo XIX, Juan Manuel de Rosas, que tenía estancias sobre el río Salado de la provincia de Buenos Aires, indicaba la existencia de algunos ancianos que todavía conocían la vieja lengua. Para entonces, los antiguos querandí, hablantes de mapuche, conformaban la etnia ranquel, cuyos principales jefes fueron Painé y Mariano Rosas, e integraban el conjunto de pueblos conocidos genéricamente con el nombre de pampas.
Colmatación: Relleno de una cuenca sedimentaria con materiales detríticos arrastrados y depositados por el agua o el viento.
Deflación: Proceso por el cual el viento levanta del suelo, arrastra y dispersa los fragmentos de rocas meteorizadas.
Los agricultores amazónicos. Guaraníes: carios, chandules y chiriguanos
Hace 5.000 años, un grupo de pueblos horticultores aldeanos originarios de la Amazonia central comenzó a desplazarse hacia el sur, siguiendo el trazado de la selva ribereña tropical. Hablaban lenguas del tronco tupí–guaraní y compartían numerosos elementos culturales: poseían canoas; cultivaban con el método de roza y barbecho —desmonte, quema de la parcela, siembra, cosecha y descanso de la tierra—; usaban tembetá como adorno masculino; tenían cerámica de forma y decoración similar; eran guerreros temibles, con poblados fortificados; y practicaban la antropofagia ritual. Los tupínambá enfilaron hacia Brasil, remontando la costa atlántica hasta el río San Francisco, donde los encontraron los portugueses, y los guaraní fueron a la región del Guayrá, en las nacientes de los ríos Paraná y Uruguay, donde llegaron hacia el 2.000 AP. Allí se dividieron: los carios descendieron por el Paraná hasta la confluencia con río Paraguay, que remontaron hasta Asunción y otro grupo lo hizo por la costa oriental del río Uruguay hasta el delta, donde recibieron el nombre de chandules.
La llegada de grupos guaraníes al Paraguay y el Chaco provocó modificaciones profundas en los hábitos y ubicación de otros pueblos indígenas. Es probable que el accionar de los guerreros avá–guaraní, apodados chiriguanos por sus enemigos del imperio incaico, haya desplazado a los pueblos del impenetrable hacia el oeste y el sur. Es así como los lules, apodados juríes —es decir, suris, nombre del avestruz americano en quichua— salieron de los bosques, cruzaron Santiago del Estero y a la llegada de los españoles estaban atacando a los agricultores tonocoté del río Dulce. En la región limítrofe de Paraguay y Bolivia, los avá–guaraní formaron una sociedad esclavista, con clanes guerreros que dominaron a los agricultores chané, de habla arawak, a los que obligaron a producir un superávit para su propia manutención. Cada aldea avá–guaraní, de esta forma, quedaba rodeada de aldeas chané que la servían. En el proceso de aculturación subsiguiente, los chané se guaranizaron perdiendo su idioma original, pero los avá adquirieron la cerámica chané, salvo determinados tipos de recipientes de gran tamaño que conservaron una franja corrugada en el cuello, como símbolo de identidad.
Los desplazamientos de los guaraníes se realizaron mediante dos modalidades: movimientos radiales, provocados por razones ecológicas —agotamiento de los suelos por cultivo continuado; sequías prolongadas o crecimiento demográfico— y migraciones masivas originadas por causas religiosas o conflictos militares. Este último tipo de movimientos se hizo más frecuente a partir de la conquista española, adquiriendo carácter milenarista —búsqueda de la tierra sin mal, libre de europeos—. Este deambular llevó a que el tronco lingüístico común se fragmentara en 45 lenguas y las aldeas se dividieran infinidad de veces, quedando aisladas en territorios de otros pueblos con los que alternativamente realizaban intercambios y alianzas, o entraban en conflicto.
Un adorno ritual: El tembetá era una pieza sólida y alargada, hecha con hueso, madera o roca pulida, que algunos indígenas se colocaban como adorno masculino, atravesada en el labio inferior. Se los utilizaba en rituales de iniciación a la adultez, y se los puede considerar como antecedente del actual piercing (perforación corporal).
El descenso por la mesopotamia argentina se realizó en dos fases. En la primera, se instalaron en Misiones y el norte de Corrientes. El sitio más antiguo conocido está en Yacyretá, con 1.900 años AP, pero los restantes son más tardíos, de alrededor del 1.000 AP. En la segunda fase, tras un período de aclimatación, descendieron por los grandes ríos sin detenerse más que circunstancialmente en las costas entrerrianas, ocupadas por los yaros en el río Uruguay y los chaná–timbú en el río Paraná. En la costa santafesina se conocen pocos sitios, el más importante de los cuales es Santa Fe la Vieja, posiblemente con guaraníes reducidos de Asunción. Otros dos son Los Zapallos, sobre el arroyo de Leyes, y Familia Primón sobre el Coronda, este último con fechados próximos a la conquista. La llegada al delta, la isla de Martín García —donde los encontró Juan Díaz de Solís—, y la costa platense pudo producirse entre 500 y 200 años antes que la de los españoles.
La cerámica guaraní es muy característica, con recipientes de diversos tamaños, sin asas, con perfil complejo y bases cónicas, que se enterraban para estabilizarlas, y en menor medida convexas. Están decoradas mediante tres técnicas diferentes: motivos geométricos pintados en rojo y negro sobre fondo blanco; corrugado por impresiones de dedos en toda la superficie; y cepillado. Otros elementos culturales son los instrumentos de piedra pulida: hachas pequeñas, sin cintura; cabezas de mazas circulares de combate (itaizá); bolas de boleadora lisas o con surco; piedras ovoides para arrojar con honda; adornos labiales de cuarzo (tembetá) y plaquetas perforadas para colgar en el pecho. El trabajo en hueso es pobre, reducido principalmente a la producción de tembetás, algunas espátulas y punzones. Es probable que gran parte del armamento e instrumental de caza se elaborara en madera, disponible en toda la extensión ocupada por la selva marginal, que en la actualidad todavía alcanza Punta Lara, en las proximidades de la ciudad de La Plata.
Entre los tupí de la región amazónica, la alimentación se basó en el cultivo de las variedades amargas de la mandioca, que precisan de un instrumental especial para extraer el contenido en ácido cianhídrico venenoso, complementada en la costa atlántica con la pesca. En el Paraguay y Misiones se utilizaron las variedades dulces de la mandioca y se practicó una agricultura más generalizada, con predominio del maíz, pero que también incluía la batata, zapallos, porotos, maní y el cultivo o recolección de fibras textiles como el algodón y el cháguar, psicoactivos —tabaco, yerba mate, alucinógenos— y otras plantas mágicas y medicinales. Tenían también animales domésticos, como el perro y diversas aves, y se discute la posesión de la llama. El canibalismo asumía características rituales y nunca constituyó una metodología sistemática para la apropiación de proteínas.
Contrastando con los grupos cazadores–recolectores que los rodeaban, los guaraníes eran individuos bajos, de la estatura de los españoles, descriptos a veces como barrigudos. En Misiones establecieron aldeas semisedentarias constituidas por dos a cinco viviendas comunales circulares de 8 a 50 metros de diámetro, ubicadas en las islas o en costas altas a 200–700 metros del río. Enterraban sus muertos en cementerios, acuclillados en urnas funerarias cubiertas con platos —en realidad, vasijas de gran tamaño, utilizadas generalmente para cocinar comunitariamente o preparar chicha de maíz, mandioca o miel, y recicladas—. En el delta, donde el espacio era menor, las viviendas se redujeron de tamaño. Los poblados tuvieron menor cantidad de habitantes y comenzaron las prácticas de incineración de cadáveres, al no disponer de recipientes de gran tamaño. En este ambiente, donde las heladas impiden el cultivo de plantas tropicales como la mandioca, la caza —especialmente ciervo de los pantanos, carpincho y nutria—, la pesca y recolección de moluscos constituyeron la principal fuente de recursos, complementada con agricultura de maíz, zapallo y porotos, y el consumo de especies silvestres, como los tubérculos de achira y los frutos de algarrobo y palmera.
A la llegada de los españoles, en los períodos de paz interétnica, los ríos Paraná y Uruguay constituían importantes vías de comunicación por las que circulaban balsas y canoas intercambiando bienes e información. Los timbú proporcionaron a Ayolas un inventario preciso de los bienes y producciones de los carios del Paraguay; Corundá tenía cautivos guaraní; casi todas las etnias fumaban tabaco en pipas, o como cigarros; las mujeres usaban faldellines de algodón obtenidos de los guaraníes, y el guaraní se estaba convirtiendo naturalmente en lengua franca utilizada para el intercambio, lo que facilitó el contacto con los españoles que emplearon lenguaraces originarios de Brasil.
Los guaraníes tuvieron jefes importantes (cherubichá), como Yaguarón, que Gaboto conoció en Itatí, Corrientes, y en poder del cual vio «planchas y orejeras y lunas de metal», que creyó era plata, aunque posiblemente fueran de «cobre y latón o como latón», según Fernández de Oviedo. Otro fue Yamandú, que tenía un asentamiento cerca de Cayastá —quizás el de Los Zapallos, detectado arqueológicamente— y otro en el delta. Garay lo utilizó como intermediario para enviar doce canoas con bastimentos al adelantado Ortiz de Zárate, sitiado en San Gabriel, y trajo de parte de éste las cartas y poderes que le eran tan necesarios en su disputa con Córdoba. Los adornos metálicos, como le contó Francisco del Puerto a Gaboto, llegaban del Alto Perú a través del Chaco, y de allí al Río de la Plata por obra de los guaraníes.
Cháguar: Planta bromeliácea, de hojas con borde aserrado y flores rosadas a rojas, que habita en el sotobosque; su médula es comestible y sus fibras se utilizan para hacer cordeles y tejidos.
Achira: Planta herbácea de hojas grandes, con flores rojas o amarillas dispuestas en racimos, que crece en terrenos húmedos de América del Sur.
Los malos de la película: los charrúas y las etnias chaqueñas
Los charrúas entraron en la historia escrita en 1516, como los indios que mataron y comieron a Solís, descubridor —para Europa— del Río de la Plata. Diego García de Moguer, que estaba presente, aclaró en 1526 que los charrúas sólo comían «pescado e cosas de caza» y que los únicos antropófagos del Río de la Plata eran los guaraníes. Pero el daño estaba hecho y los charrúas acarrearon hasta nuestros días el rótulo infamante.
La llegada de los españoles se produjo durante un episodio climático frío y seco. Las condiciones de temperatura y humedad recién cambiaron entre mediados y fines del siglo XIX. Por eso los charrúas del Uruguay y los querandíes, que habitaban en los alrededores de Buenos Aires, fueron representados con mantos de pieles cosidas (quillapi). Estos mantos estaban cubiertos exteriormente con dibujos geométricos trazados con ocre rojo, y eran similares a los utilizados por los tehuelches de la Patagonia.
Los españoles los contactaron en la costa y los consideraron gente de tierra adentro, que se desplazaba a pie, sin medios de locomoción acuáticos. Extrañamente, no se registran en el Uruguay yacimientos arqueológicos atribuibles a los charrúas históricos, conocidos exclusivamente a partir de la documentación escrita. Por esa razón, hay autores que los consideran originarios de Entre Ríos, desatando grandes polémicas.
En 1535, hartos de las imposiciones y brutalidad de don Pedro de Mendoza y sus tropas, en el que puede considerarse el primer intento de unidad de los pueblos de la Cuenca del Plata, los charrúas participaron en el ataque al puerto de Buenos Aires. Esta coalición, hegemonizada por los querandí, estaba integrada también por guaraníes y chaná–timbú. Ya en posesión del caballo, penetraron en Entre Ríos cruzando el río Uruguay por el Salto Grande utilizando las islas del cauce, y su presencia se incrementó durante el siglo XVI, luego de la fundación de Santa Fe, ante el aliciente de las haciendas de las primeras estancias españolas. Los hombres de Garay nunca pudieron dominarlos. Fueron repartidos en encomiendas llamadas de noticia, porque los encomenderos no conseguían obligarlos a trabajar, y si ocasionalmente lo hacían, era contra pago.
Los charrúas dominaban el Camino de la Costa, sobre el Paraná, único acceso para llegar a Corrientes y Asunción, en el que cobraban peaje. También servían como peones en las vaquerías organizadas desde Santa Fe, enormes arreos de ganado cimarrón de varios miles de cabezas, que se realizaban para abasto de carne, o para extracción de cuero y grasa. Para la Santa Fe de los siglos XVI y XVII, fueron un mal necesario, perseguidos por las autoridades y buscados por los pulperos y accionistas de ganado. Con el tiempo, la costa entrerriana del Paraná, a la que primero se llamó la otra Banda, pasó a denominarse la Banda de los charrúas. Estaban divididos en tres parcialidades: bohanes, martidanes y manchados, y en los mapas jesuíticos aparecen vinculados a los minuanos, procedentes de las lagunas de la costa atlántica uruguayo–brasileña, y a los yaros, todos ellos enemigos acérrimos de los guaraníes de las misiones jesuíticas.
Maestros en el arte de dominar el caballo, ocuparon con preferencia las áreas libres de monte de la provincia, donde podían desplazarse con mayor facilidad: las nacientes del río Gualeguay, la región de los palmares y las proximidades de La Bajada, actual ciudad de Paraná.
En Entre Ríos se conocen sitios arqueológicos superficiales en la cuenca del río Gualeguay. Los materiales están reunidos en la Colección Lugrin de Villaguay, que incluye cerámica y artefactos de piedra tallada y pulida. Los más destacados son las puntas de proyectil, de formas variadas, con aletas y pedúnculo. Están elaboradas en rocas procedentes de áreas muy lejanas, por lo que se modificaron los instrumentos rotos para seguir aprovechándolos —por ejemplo, puntas recicladas en raspadores—. Son abundantes las piezas elaboradas mediante pulimento, como bolas de boleadora, alisadores, manos de mortero y mazas.
Los materiales cerámicos presentan pastas con arena fina, como la tradición del río Uruguay, y otros con fragmentos de cerámica triturada, como en el río Paraná. Al igual que el material lítico, muestran a un pueblo con gran movilidad, capaz de adoptar tecnologías propias de ambas márgenes de la provincia. Particular importancia cronológica adquiere un disco perforado, elaborado por desgaste sobre cerámica europea hecha con torno, ya que ubica al conjunto en tiempos posteriores a la conquista.
Sobre el río Guayquiraró, próximo a San José de Feliciano, existía un yacimiento donde el material se encontraba en profundidad: puntas de proyectil en sílice y madera fosilizada, piedras de boleadora en arenisca, quiebracocos y fragmentos cerámicos decorados en el borde, pero lamentablemente fue depredado por Vialidad Provincial, que lo utilizó como cantera para extraer broza para levantar caminos.A fines del siglo XVII y comienzos del XVIII, los grupos chaqueños se expandieron hacia el sur de forma imparable. Primero los calchaquí, pedestres y de filiación discutida, que dieron nombre al valle existente entre el Salado y el Paraná, en la provincia de Santa Fe, y luego los de habla guaycurú: abipones, mocovíes y tobas. Aparentemente, el primer pueblo chaqueño ecuestre fue el abipón o callagá, originario de las costas del río Bermejo, que hacia 1700 invadió Santa Fe, Corrientes, parte de Santiago del Estero y Córdoba. Los mocoví, también del Bermejo, habían participado en la destrucción de Concepción del Bermejo en 1632, y unidos a los abipón y los toba atacaron Salta, Tucumán, Esteco, Santiago del Estero y Córdoba. A partir de 1710, se replegaron del Tucumán y avanzaron especialmente sobre Santa Fe y sus estancias. Los toba o qom ocuparon hasta el siglo XVIII la sabana del Chaco medio, entre el Bermejo, el Pilcomayo y el valle de San Francisco en Jujuy. Posteriormente fueron desplazados del sector occidental por los wichí o matacos. Unidas, las tres etnias de habla guaycurú se desplazaron por todo el sur del Chaco Gualamba, desde las Salinas Grandes hasta el Paraná, y hacia el sur hasta la cuenca de Los Porongos–Mar Chiquita. Reducidos los mocoví en San Javier y los abipón en Reconquista, provincia de Santa Fe, algunos de ellos se constituyeron en fuerza de choque de los españoles contra los grupos montaraces del Chaco. Como ocurre con otros grupos, aunque muy conocidos por la documentación escrita, no se registran yacimientos arqueológicos anteriores al siglo XVII, y de éstos, solamente San Francisco Javier, de mocovíes, fue excavado por arqueólogos profesionales.
Principales características de los charrúas
Usaban el pelo largo, suelto o arreglado en tres trenzas.
Vivían en campamentos móviles armados con esteras, que no dudaban en abandonar en caso de peligro.
Ejercían jefaturas laxas, salvo en épocas de guerra.
Hacían duelo prolongado por los familiares muertos, con corte de falanges como ofrenda.
Poseían una gran belicosidad, pero otorgaban buen trato a los prisioneros.
Enterraban a sus muertos en fosas, con todas sus propiedades encima, redes para pesca, arcos, pieles.
Otra versión de la historia
Reconstruir los acontecimientos protagonizados por un pueblo, su historia, su forma de vida, sus relaciones con otros pueblos y con el ámbito natural, es una tarea compleja que puede tener tantas facetas como protagonistas. Las herramientas disponibles son básicamente tres: la documentación escrita que obra en los archivos, la documentación material no escrita, objetivo de la arqueología, y la documentación oral, conservada por sus integrantes, ninguna de las cuales es totalmente objetiva ni completa en sí misma, dependiendo los resultados de quién las produce, de quién las maneja y del tiempo transcurrido, que transforma o destruye evidencias.
Con la expulsión de los jesuitas comienza un ciclo, el de las mal llamadas Campañas al Desierto, destinadas a someter y borrar de la memoria a los pueblos originarios. Hasta mediados del siglo XX, como también ocurrió con los afroamericanos, la historiografía, el sistema educativo como polea de transmisión ideológica, la antropología y las ciencias sociales en general, apostaron a su disolución en el torrente inmigratorio, elaborando la llamada Teoría del Caldero.
No lo consiguieron. Sus integrantes, habitualmente ignorados o invisibilizados, debieron optar por nuevas estrategias para sobrevivir, adaptándose a las posibilidades del sistema jurídico–económico nacional, y reasumiendo públicamente su identidad a partir de los antifestejos de los 500 años del descubrimiento de América. El futuro está abierto. Como investigadores, con respeto, nos comprometemos a intentar borrar del imaginario colectivo la idea de que pertenecen únicamente al pasado; esforzarnos por poner al descubierto las razones de su ocultamiento en el ámbito oficial, educativo y científico; y en acompañar sus intentos por recuperar su cosmovisión, sus conocimientos y su propia versión de la historia.
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