11. Vida cotidiana y cultura en la ciudad de Santa Fe
Mariela Rubinzal
La vida cotidiana se vio transformada por la difusión del cine, las novelas, los deportes populares —como el fútbol y el boxeo— y la radio, que se sumaron a otros productos artísticos y de entretenimiento, como el teatro y el circo criollo. En las primeras décadas del siglo XX, el consumo cultural de las clases trabajadoras era reducido ya que disponían de escaso tiempo libre para dedicar a la distracción, al descanso y a la cultura. A medida que se fueron conquistando derechos laborales —como el sábado inglés—, el tiempo dedicado al ocio se fue expandiendo mientras se ampliaba la oferta cultural. Pero también la aparición de nuevas tecnologías, producto del proceso de modernización social, posibilitaron transformaciones en el campo cultural. En este sentido, se puede afirmar que la ampliación del consumo cultural en el país y en nuestra provincia estuvo posibilitado por múltiples factores. Algunos de estos factores fueron fundamentales:
la sanción de leyes laborales que dejaban tiempo libre a los trabajadores;
los adelantos tecnológicos que permitieron abaratar los costos de los productos;
la multiplicación de espacios de esparcimiento;
la construcción de caminos por donde podían circular los bienes culturales;
la acción del Estado y el mercado.
En una sociedad tan heterogénea y en crecimiento como la santafesina, las industrias culturales fueron relevantes porque ofrecían elementos para la construcción de identidades, brindando una imagen de la realidad, realzando valores y sentimientos que tienen la capacidad de movilizar a los consumidores. Asimismo, los espacios de recreación y entretenimiento desplegaron una función social importante al promover experiencias compartidas, la construcción de lazos y la posibilidad de concretar encuentros.
El circo seguía ejerciendo una gran atracción para el público de las distintas ciudades del país. El más famoso era el de la familia Podestá que presentaba un espectáculo montando destrezas como las acrobacias, luchas, corridas de toros y números humorísticos. Si bien se trataba de una industria menguante, sólo en el año 1936, cuatro circos de limitadas pretensiones visitaron la ciudad de Santa Fe. Los novedosos parques de diversiones generaban mayores expectativas y movilización económica.
Sábado inglés
Descanso semanal que se inició y adoptó primeramente en Inglaterra en la segunda mitad del XIX, cuando algunas industrias acortaron la semana laboral hasta el sábado al mediodía, por lo que se lo llamó sábado inglés. En nuestro país fue la ley 11.640 del 7 de octubre de 1932 la que sancionó dicho descanso.
En los teatros se ofrecían obras muy variadas, como las zarzuelas, vodeviles y piezas breves, a precios accesibles, destinadas a un público popular y cuyo principal objetivo era el entretenimiento. Estas obras formaban parte de lo que se llamó el género chico, diferenciándose del teatro que exponía las que eran consideradas grandes obras de la cultura occidental. En general, los teatros incluían todo tipo de obras para captar a un público más amplio. Uno de los preferidos eran los sainetes que retrataban escenarios urbanos populares, en particular la vida en los conventillos. Así estas representaciones trasladaban al mundo del espectáculo las transformaciones que se palpitaban en las ciudades en plena expansión. En la ciudad de Santa Fe, el Teatro Municipal, fundado en 1905, ofrecía al público santafesino una muy heterogénea agenda de espectáculos desde su inauguración. Allí se proyectaban películas acompañadas por una orquesta, se montaban obras teatrales, conciertos, obras de ballet, entre otras expresiones artísticas. Un programa parecido se daba en el Cine Teatro Jardín de Italia donde, desde 1912, además de las proyecciones se presentaban diferentes compañías nacionales y españolas de drama y comedia, operetas, sainetes, y zarzuelas y revistas. En 1924 se inauguró Casa España, que tenía —según nos cuenta Manuel Canale— una gran sala de espectáculos teatrales y cinematográficos, cuyo nombre fue Cine Teatro Colón. Dicha sala tenía algunas particularidades: se trataba de mil localidades numeradas con excelente visión desde cualquier punto, con un escenario dispuesto tanto para teatro como para cine. De manera similar, en el Gran Teatro y Cine Moderno (actual Centro Cultural Provincial) se combinaban proyecciones cinematográficas y espectáculos de variedades de género cómico, parodia, canción, música y números radiales teatrales. En este teatro debutaban obras de compañías importantes como la de Alberto Vacarezza, quien estrenó el sainete Sunchales, incluso, un día antes que en la Capital Federal (Anuario El Litoral, 1/1/1931). Al mismo tiempo se podían disfrutar números de ilusionistas, como el del famoso y enigmático mago de origen alemán Barón Von Reinhalt, quien presentaba experimentos de magia oriental y magia negra, además de los números de ilusionismo, como el impactante corte de una mujer en cuatro partes.
Si bien el teatro seguía siendo elegido por muchos nuevos consumidores, durante los años treinta las obras fueron disminuyendo. Algunos críticos se preguntaban si se trataba del crepúsculo del teatro o, tal vez, de una crisis circunstancial que se terminaría cuando la nueva dramaturgia conquiste finalmente al nuevo público. La temporada teatral de 1936 en la ciudad de Santa Fe estuvo circunscripta casi totalmente a una sola sala: el Municipal. Allí se expusieron veinte espectáculos montados por seis compañías de comedia, cinco compañías nacionales de género chico, dos conjuntos líricos, una compañía de zarzuela, los Niños Cantores de Viena, los Cuerpos de Baile del Teatro Colón de Buenos Aires, además de algunos conciertos y dos espectáculos de ilusionismo (Anuario El Litoral, 1937).
Los espacios de recreación y entretenimiento desplegaron una función social importante al promover experiencias compartidas, la construcción de lazos y la posibilidad de concretar encuentros.
Los museos de la ciudad capital también acompañaron la modernización provincial. El Museo Rosa Galisteo de Rodríguez fue construido en 1921 (primera etapa), gracias a la donación del doctor Martín Rodríguez Galisteo. El edificio se inscribe en un estilo neoclásico que cuenta con portales de herrería artística; aberturas en el techo para el ingreso de luz natural y escaleras de mármol de Carrara y travertino. En su interior existen varias salas de exposición, oficinas administrativas, una biblioteca, una sala de conferencias, depósitos, talleres de restauración. En 1936, en consonancia con la modernización arquitectónica llevada a cabo por el gobierno de la provincia, se iniciaron reformas destinadas a dar a sus salas «la luz y el ambiente imprescindibles desde un punto de vista estrictamente científico y museográfico». Las paredes hidrófugas, los pisos neutros y silenciosos, la temperatura uniforme, y la luz adecuadas fueron algunas de las condiciones que se lograron en el plan de adecuación del museo. Al mismo tiempo se distribuyeron las pinturas, las esculturas y los grabados en diferentes secciones y por escuelas.
«En esta forma, el visitante recibe una impresión apacible y agradable apenas traspone las puertas del Museo y agranda su sorpresa cuando constata el valor de las firmas que se exhiben y que ahora se aprecian debidamente por su adecuada colocación». (Anuario El Litoral, 1937)
En los años cuarenta se inicia una segunda etapa de construcción a cargo de Ángel Stamati. Al mismo tiempo se profundiza la gestión cultural a partir de la creación de otros organismos y museos significativos para la ciudad: el Museo Municipal de Bellas Artes (1936), el Consejo Municipal de Cultura (1939), el Museo Etnográfico y Colonial (1941), el Museo Histórico (1943).
En cuanto a los entretenimientos más comunes de esta época hay que destacar la realización de bailes con orquestas (diner danzante, té danzante), organizados por instituciones y particulares provenientes de diversos sectores sociales. En la ciudad de Santa Fe, las damas de la Sociedad de Beneficencia eran asiduas organizadoras de bailes para recaudar fondos para el Hospital de Caridad que gestionaban. Se realizaban en Club del Orden o en el Hotel Ritz, donde concurrían «distinguidas familias de nuestra élite» (Anuario El Litoral, 1931). Estas familias también concurrían a los bailes que se realizaban en el Club del Orden y en el Jockey Club, tal como puede verse en los registros fotográficos de los periódicos comerciales como El Litoral. El Santa Fe Lawn Tennis Club, por su parte, organizaba bailes para el carnaval en los que se congregaban «representativos elementos» de la sociedad santafesina. Por su parte, las asociaciones gremiales y étnicas como el Centro Español, el Círculo Italiano y la Asociación Bancaria también organizaban para sus adherentes, reuniones bailables que eran «muy concurridas».
Tanto en las ciudades como en los pueblos se realizaban kermeses que convocaban a las familias. La mayoría de las veces se realizaban para recaudar fondos para escuelas u otras entidades sociales. Asimismo, los espacios públicos se convertían en lugares de encuentros y reuniones. En la ciudad de Santa Fe, la costanera y el parque Oroño eran los preferidos para los paseos de domingos y días festivos en los cuales «la afluencia de carruajes y particularmente de peatones fue considerable, improvisándose de este modo lucidas reuniones» (Anuario El Litoral, 1930). También la plaza 25 de Mayo —que según el periódico era la preferida de la élite santafesina— convocaba a numerosos vecinos de la ciudad.
Parque de diversiones
El más famoso que visitó la ciudad fue el parque de Coney Island, de Nueva York, «la organización mecánica más grande que recorre el mundo». Este parque instalado en la isla neoyorkina comenzó siendo un complejo humilde para obreros y en la década del treinta se convirtió en una gran empresa que realizaba giras por el mundo. En nuestro país se instalaron en diversas ciudades movilizando en 32 vagones de ferrocarril las 200 toneladas de materiales para armar el parque. Además, contaban con cinco camiones, un «lujoso auto–camión con estación receptora de radio», nueve tractores y decenas de técnicos que manejaban las máquinas.
Los clubes fueron y siguen siendo espacios centrales, no sólo para la práctica deportiva sino también para la sociabilidad en todo el espacio provincial. Algunos deportes se convirtieron en espectáculos de masas, como el fútbol y el boxeo. El primero obtuvo, en las primeras décadas del siglo XX, un lugar privilegiado en los medios de comunicación a través de los cuales se iban configurando nuevos ídolos nacionales, expertos en el manejo de la pelota en el campo de juego. Algunos estudios resaltan el lugar privilegiado del fútbol en la construcción de la identidad y sociabilidad masculina de esta época, generando acalorados debates en cafés y esquinas. Diego Roldán señala que en Rosario se desarrolló una obsesión por el fútbol, impulsando a los medios de comunicación —tradicionales y nuevos— a cubrir las novedades deportivas. Al mismo tiempo comenzaron a remodelarse los estadios con el objetivo de expandir su capacidad y los medios de transporte público ajustaron sus recorridos para llegar a las principales canchas de la ciudad. El boxeo también se convirtió en un espectáculo de masas aunque en algunas ciudades estuvo prohibido, como en Buenos Aires hasta 1924. La notoriedad de este deporte creció de la mano de Luis Ángel Firpo, en especial a partir de su combate por el título mundial con Jack Dempsey el 14 de septiembre de 1923 en la ciudad de Nueva York. La derrota del boxeador argentino generó tristeza en el país, tal como lo comenta Bioy Casares, quien esperaba con expectativas leer el resultado de la pelea en los diarios de Buenos Aires. En nuestra región también fueron importantes otros deportes, como el atletismo, el ciclismo, el tenis de damas y caballeros, la natación y el remo. En la ciudad de Santa Fe, este deporte se practicaba sobre cuatro afluentes: el río Paraná, el río Salado, la laguna Felipe (hoy inexistente) y la laguna Setúbal. Los periódicos sostenían que «la práctica de remo es el deporte favorito de Santa Fe» (Anuario El Litoral, 1930). Por su parte, el Ciclista Moto Club Santafesino organizaba carreras entre distintos puntos de la región (Santa Fe–Rafaela, Santa Fe–Nelson, Santa Fe–Humboldt, Santa Fe–Recreo), que favorecían un incremento de la circulación regional de deportistas y espectadores. Además, entre los ciclistas corredores había porteños y habitantes de las provincias limítrofes que se trasladaban especialmente para estos eventos.
La industria editorial
La expansión de la industria editorial fue muy importante en los años treinta. Esto fue posible por dos razones: la notable ampliación del público lector como producto de la alfabetización —en la década de 1930, la tasa de alfabetización alcanzó el 88 % en todo el país— y el colapso de la industria editorial española durante los años de la Guerra Civil (1936–1939). De España llegaban los libros que se leían en el país, ya que nuestra industria editorial se encontraba aún en un estado de incipiente desarrollo. En el contexto de la guerra, la importación de libros fue imposible, impulsando el desarrollo de una industria editorial nacional. Así, según algunas estimaciones, en 1936 se duplicó el promedio anual de obras publicadas durante la primera década del siglo XX y surgieron puestos para todo tipo de actividades intelectuales asociadas al trabajo editorial (el traductor, el asesor literario, el director de colecciones, el diseñador o los correctores). Los editores tuvieron distintas estrategias para captar a un nuevo mercado de lectores, tales como la edición de los magazines y las revistas temáticas o la edición de libros baratos, también llamados de bolsillo. Las librerías proliferaron tanto en Buenos Aires como en otras ciudades del país, favoreciendo el acceso a estos productos. Los libros de bajo costo podían encontrarse en los puestos de diarios, profundizando esta tendencia hacia una lectura masiva. Según los registros oficiales, el rubro que creció en forma más significativa fue la edición de las obras literarias. La primera estadística del Registro Nacional de la Propiedad Intelectual muestra que un gran número de las obras editadas en 1936 pertenecen al género de ficción. Por estos años, era muy común ver a las personas leyendo en los tranvías, los cafés y las plazas. Asociada a este fenómeno de la industria editorial se encuentra la proliferación de bibliotecas populares. Estas bibliotecas tuvieron un rol social, cultural y educativo muy importante en este período, ya que aseguraron la circulación de libros y otros productos culturales entre los sectores populares. En la ciudad de Santa Fe se destacan la Biblioteca Pedagógica (creada en 1915), la Biblioteca Popular Bartolomé Mitre (establecida en 1907), la Emilio Zola (fundada en 1911), la Biblioteca Popular de Santa Fe (Sociedad Cosmopolita, creada en 1883), la Biblioteca Fryda Schultz de Mantovani (1940) y la Biblioteca Mariano Moreno (1912), entre otras.
Por estos años, era muy común ver a las personas leyendo en los tranvías, los cafés y las plazas.
La Universidad Nacional del Litoral no quedó afuera de la vida cultural y social. Para acercarse a los intereses de la región creó el Instituto Social, cuyo objetivo era «la divulgación del saber humano» en distintas disciplinas, respondiendo —según el rector Rafael Araya— a las «insistentes críticas» que venían formulándose desde la sociedad. La dirigencia universitaria tomaba seriamente por entonces las demandas de apertura sustentadas en el carácter excluyente de la casa de estudios «que la torna inaccesible a la mayoría de los ciudadanos». Según Araya se veía a la Universidad como un organismo que se desenvolvía al margen de la vida colectiva y que para torcer esta idea tenía que satisfacer las nuevas demandas de la sociedad. Con este espíritu fue creado en 1928 el Instituto Social de la UNL (El Orden, 18/5/1928). La divulgación del conocimiento se hacía por diferentes vías y estaba centrada en las actividades realizadas por los distintos institutos de investigación científica, los seminarios, los laboratorios, las bibliotecas, por el libro y el folleto, por las conferencias, por la radio. Los materiales editados, que se distribuían gratuitamente, llegaban a una amplia zona que comprendía principalmente el litoral, pero también a otros destinos del país y del exterior. Desde su creación se editaron textos sobre problemas de derecho penal, biología, botánica, salud mental, pedagogía, historia, literatura, música, danza, temas rurales, obreros, filosóficos, etc., cuyas tiradas variaban entre 1.000, 1.500, 3.000 o 5.000 ejemplares, dependiendo del libro. Por ejemplo, en 1936 se editaron 22 folletos, de los cuales trece eran nuevas ediciones y las nueve restantes correspondían a reediciones. El total de ejemplares editados ese año llegaba a 58.300 y algunos fueron distribuidos entre bibliotecas, profesores y personas particulares. Es interesante recalcar que la calidad de los textos fue reconocida mediante un diploma de honor otorgado en la Primera Exposición del Libro Americano y Español (1936), organizada por la Universidad de Chile.
El Instituto Social estaba constituido por tres secciones: Museo Social, Cursos y Extensión Universitaria, las cuales estaban dirigidas por profesores de la Universidad que ejercían honorariamente sus cargos. El Instituto contaba con dos Universidades Populares, ubicadas en las ciudades de Rosario y Santa Fe, que tenían el objetivo de «educar» a los obreros y empleados «dictando todos aquellos cursos que tiendan a capacitarlos para la mejor y más inteligente aplicación práctica e inmediata de sus propias actividades, promoviendo la enseñanza de aquellas disciplinas mentales que procuren un mayor conocimiento de las artes que practican» (Memorias del Instituto Social 1928–1932, Santa Fe, UNL). En Rosario se ofrecían mayor cantidad de cursos que en Santa Fe, respondiendo a una gran demanda. Como ha mencionado Natacha Bacolla, el balance de la memoria de 1932 contaba 2.608 alumnos para Rosario contra 926 alumnos anotados en la ciudad capital. La mayoría de los asistentes a los cursos eran varones que se ubicaban en la franja etaria de 15 a 25 años. Entre sus ocupaciones figuraban empleados, carpinteros, herreros, gráficos, electricistas, comerciantes, cadetes, jornaleros, sastres, entre otras. Entre las ocupaciones de las cursantes mujeres estaban fundamentalmente las modistas, empleadas, estudiantes, profesoras de música, amas de casa y docentes. Los cursos eran muy variados: idiomas, literatura, mecánica, mecanografía, cerámica, fotografía, etc.
Los conocimientos valiosos se originaban en el ámbito científico y si se divulgaban podían dar solución práctica a problemas cotidianos. Por ejemplo, se otorgó una gran importancia al problema de la vivienda obrera, que motivó la organización de un concurso de diseños arquitectónicos.
Si bien la estructura interna del Instituto fue modificada en diversas oportunidades por las intervenciones que se dieron en los años treinta, las acciones extensionistas fueron constantes en todo el período: publicación de folletos, de libros, de conferencias; emisiones radiofónicas; cursos de idiomas, de historia, de producción agrícola, entre muchos otros temas. Los conocimientos valiosos se originaban en el ámbito científico y si se divulgaban podían dar solución práctica a problemas cotidianos. Por ejemplo, se otorgó una gran importancia al problema de la vivienda obrera, que motivó la organización de un concurso de diseños arquitectónicos para el área urbana y para el ámbito rural. Lo interesante de las diversas actividades de extensión es que alcanzaban a un amplio número de localidades de la provincia. En las Memorias del Instituto Social (1933–1936) figuran conferencias, recitales de poesía y exposiciones de pinturas realizadas en San Nicolás, Totoras, Cañada de Gómez, Alcorta, Gálvez, Laguna Paiva, Arequito, Sandford. También se realizaban actividades en las vecinas ciudades de Corrientes, Resistencia, Santiago del Estero y Paraná. Esto quiere decir que efectivamente el Instituto Social se convirtió en un difusor de temas culturales, sobre todo a través de los textos y de las conferencias.
El cine
Los orígenes del cine en nuestro país datan de fines del siglo XIX. Las primeras proyecciones fueron generalmente vistas de ciudades de diferentes partes del mundo que se pasaban en lugares adaptados para el espectáculo. Algunas veces eran casas de familias, otras eran bares y confiterías que además ofrecían otras fuentes de divertimentos (billar, juegos de cartas, bailes, etc.) para estimular el consumo de bebidas y comidas. Un género que comenzó a producirse tempranamente en nuestro país fue el noticiero cinematográfico. Uno de los más conocidos fue Actualidades Argentinas —producido por Max Glucksmann—, en el cual se mostraban inauguraciones de hospitales o mercados, acontecimientos políticos, inauguración de líneas del ferrocarril, espectáculos deportivos, sepelios, etc. Muy pronto las proyecciones comenzaron a atraer más espectadores y para principios de los años veinte ya se trataba de un consumo cultural masivo. El fenómeno de la expansión del cine abarcó distintas regiones del territorio nacional. Progresivamente, la cinematografía fue extendiéndose cada vez más convirtiéndose, con la aparición del cine sonoro, en el consumo cultural más elegido entre amplias capas de la población.
En el mercado editorial aparecieron revistas especializadas exclusivamente en temas cinematográficos, como por ejemplo Heraldo del cinematografista, que proporcionaba información detallada sobre los films o aspectos técnicos de los proyectores, que resultaba muy valiosa para los dueños de las salas de cine. Al mismo tiempo, los asiduos espectadores se mantenían informados de los estrenos revisando la sección de espectáculos de los distintos periódicos. El diario Crítica, por ejemplo, tenía una sección especial sobre cinematografía y en su programa radial un noticiero cinematográfico informativo. Podemos observar, a través de las fotos de la época, los puestos de diarios callejeros en los cuales se exhiben una cantidad importante de publicaciones dirigidas al público masivo que trataban distintos aspectos del mundo del cine: los estrenos, la vida de las estrellas, información técnica para los entendidos, comentarios de espectadores, entre otros temas.
Los diarios comerciales de la región también dedicaban un espacio significativo a las noticias del espectáculo y de los deportes. Incluso aquellos periódicos no comerciales, como los católicos El Pueblo (nacional) y La Mañana (provincial), abordaban estos temas con especial énfasis. La calificación de las películas era sumamente importante para guiar a los devotos en sus elecciones de películas: podían ser buenas (obras para toda clase de público), aceptables (inobjetables para adultos), con reparos (presentan alguna objeción sin mucha gravedad), reservadas (exclusivamente para mayores de «criterio formado»), escabrosas (son «netamente desaconsejables») y malas (absolutamente vedadas al público católico). A distintos sectores de la sociedad, especialmente a la Iglesia Católica, les preocupaba el consumo masivo de films que mostraran escenas con contenidos sexuales o delictivos, que trataran temas como la infidelidad conyugal y el divorcio. El diario católico santafesino La Mañana también presentaba una lista de calificación moral que mencionaba las películas «para todo público» y las «con reparos». Los periódicos socialistas como La Vanguardia y la Revista Socialista también se interesaron por la cinematografía y sus potencialidades relacionadas con su capacidad de llegar a un público masivo. Los socialistas reconocieron tempranamente la capacidad del cine para instruir al pueblo sobre los problemas de su tiempo. De esta manera, el cine podía educar y enriquecer el espíritu teniendo en el horizonte la necesidad de transformar la sociedad capitalista. Más allá de estos ejemplos, todas las fuerzas políticas de la época (conservadores, radicales, nacionalistas, comunistas) advirtieron que el cine era un recurso fundamental para difundir sus programas en la era de la política de masas.
Las películas nacionales, que aparecieron con la creación de los primeros estudios Luminton y Argentina Sono Film, generaron grandes expectativas. Gracias a los adelantos técnicos, las producciones de esta época eran mucho más sofisticadas que las del siglo XIX. Las primeras proyecciones en la ciudad de Santa Fe fueron vistas de centros europeos y urbes latinoamericanas y se realizaban en lugares improvisados como casas particulares o negocios como confiterías y cafés. En esos lugares, las proyecciones iban de la mano de otros placeres, como los juegos (billar, dominó y naipes), el consumo de bebidas y de comidas regionales. Con el correr de los años surgieron lugares exclusivamente destinados a ver cine. Esto implicaba que la sala tendría ciertas características: la gran pantalla en la sala oscura, el silencio del público y la postura del espectador. En la ciudad de Rosario —siguiendo el estudio de Diego Roldán— se puede ver el mismo desarrollo: los cafés con cinematógrafos y los biógrafos fueron reemplazados por salas exclusivamente dedicadas a la proyección de películas. Las costumbres de fumar y de permanecer con el sombrero puesto dentro de la sala fueron prohibidas, aunque en los llamados cines populares se permitían algunos antiguos hábitos: comentar las películas, fumar, quitarse el calzado, etc. Estos hábitos podían generar un sinnúmero de problemas entre los espectadores (insultos, peleas, agresiones de distinto tipo) y en los edificios. Muchas salas, cuyo material predominante era la madera, tanto en la estructura como en el mobiliario, sufrieron incendios devastadores, como el ocurrido en el Cine Teatro Victoria de la capital santafesina en 1923, en el marco de un ensayo de teatro; o el del Cine Rodrigo en la vecina ciudad de Paraná mientras se realizaba la función familiar en 1927. En ambos casos, no hubo que lamentar heridos, aunque la destrucción material fue total.
Los niños eran frecuentes consumidores de los films que se ofrecían en el incipiente mercado cinematográfico local. Ellos se convirtieron en vectores de difusión cultural al interior de sus hogares. Así lo demostraban dos encuestas, realizadas en la ciudad de Buenos Aires en 1925 y 1932, a partir de las cuales se constató que los niños y niñas en edad escolar concurrían con mucha asiduidad al cine y luego comentaban en sus hogares lo que habían visto. El cinematógrafo escolar se creó en Santa Fe muy temprano, en 1914, instalándose en una sala del Consejo Escolar. El objetivo de este último era incorporar la nueva tecnología visual al régimen educativo provincial. El cinematógrafo fue gestionado por expertos en educación y cultura, entre los que sobresalen Pedro Busico, José Amavet y Ramón Doldán —los dos últimos fueron presidentes del Consejo—. Lejos de interrumpirse por los vaivenes políticos de la década de 1930, esta iniciativa continuó desarrollándose bajo el gobierno demoprogresista de Luciano Molinas (1931–1935) y los conservadores de Manuel María de Iriondo (1937–1941) y su sucesor, Joaquín Argonz (1941–1943). En 1925 se creó un espacio especialmente destinado a las proyecciones de cine y a las presentaciones teatrales: el cine teatro infantil dentro del edificio de la escuela Sarmiento. Los lugares de la infancia debían ser «agradables y útiles» para la función pedagógica, por lo que se avanzó hacia «la construcción de un edificio apropiado». El cine teatro infantil estaba especialmente destinado a los «niños pobres y sus familias», los cuales recibían entradas gratuitas para asistir los fines de semana en abierta competencia con la oferta privada. Durante el gobierno conservador de Joaquín Argonz, el Consejo General de Educación de la Provincia de Santa Fe creó el Servicio Oficial Cinematográfico Escolar, el cual tenía el objetivo de armar y gestionar una cineteca escolar central, conteniendo: a) películas ilustrativas en general orientadas a cursos de enseñanza; b) películas sobre temas aislados; y c) películas que proporcionen «beneficios científicos, estéticos, espirituales y morales» adaptadas a «la mentalidad y a las necesidades de los educandos» («El cinematógrafo escolar en Santa Fe», en El Monitor de la educación común, nº 835, julio de 1942. Buenos Aires: Ministerio de Justicia e Instrucción Pública.). La cineteca también tenía como anexo una sección de diapositivas y una discoteca destinada a complementar las películas mudas. El trabajo de clasificación «con criterio técnico pedagógico», organizaría todo el material reflejado en un catálogo general, convenientemente actualizado, de películas educativas existentes en la provincia y en el país. También podría prestarse el material fílmico a las escuelas, ya que se contaba con un equipo cinematográfico transportable para proyectar en el interior y zonas suburbanas.
Cine Ideal
El cine Ideal fue inaugurado en 1941, y contó con un sistema de refrigeración General Electric —de gran importancia en una ciudad tan calurosa— que permitió que los espectadores concurrieran todo el año. Era una sala imponente con una capacidad para 1.100 espectadores: 750 en la platea baja y 350 en la pullman. Las butacas estaban tapizadas en cuero verde y dotadas de un respaldar diseñado con una forma e inclinación especiales para ver películas. Los equipos de proyección (con linternas ciclex) y de sonido (Mirrophonic Master) fueron los más modernos de la época.
En los años veinte se abrieron una gran cantidad de salas de cine en Santa Fe y Rosario, las cuales tuvieron un gran impacto en la vida cultural y social de estas ciudades y de sus zonas circundantes. Estos espacios se convirtieron en uno de los lugares preferidos para pasar el tiempo libre y encontrarse con otras personas. Las funciones comerciales se hacían en diferentes horarios del día y era bastante común que se hicieran proyecciones a beneficio de algún hospital o asociación. En la década de 1930, los cines se modernizaron e introdujeron la gran novedad de estos años: el cine sonoro. La publicidad del Empire Theatre, en la ciudad de Santa Fe, para el invierno de 1930, anunciaba que se proyectarían las mismas películas que estaban teniendo éxitos en otras provincias (Buenos Aires, Córdoba, Rosario) y que el espectador «verá y oirá a los ídolos del cinema actual en sus interesantes interpretaciones» (Anuario El Litoral, 1930). Los periódicos realizaban concursos donde se otorgaban premios a los lectores que fueran más veces al cine y a quienes contestaran preguntas como ¿cuál es la mejor actriz de la Metro Goldwin Mayer?
También se abrieron varias salas en los barrios de la ciudad de Santa Fe, alejados del centro. Un ejemplo es el cine Capitol, inaugurado en 1932 en el barrio de Guadalupe, que buscaba captar a espectadores que residían en el norte de la ciudad. Según el estudio de Manuel Canale, este cine tenía capacidad para 800 personas y poseía numerosos ventiladores, extractores de aire y ventanales. Los sistemas de iluminación y sonido eran modernos y creaban un excelente entorno para disfrutar de los films. Los precios eran accesibles y los horarios fueron dispuestos teniendo en cuenta los recorridos de ómnibus y tranvías utilizados por las familias trabajadoras para llegar al cine. Por estos años, las salas incorporaron nuevos adelantos tecnológicos: sistemas de ventilación y calefacción, equipos de sonidos equipos como los Western Electric, de alta fidelidad, proyectores, sistemas de iluminación difusa, entre otros aspectos.
El cine, una industria cultural en expansión, abría horizontes para empresarios locales. El estudio de Diego Roldán nos muestra un consumo notablemente alto para el caso de Rosario: según el Anuario Estadístico de 1941 en 1940 habían concurrido al cine 4.174.000 espectadores (sobre una población aproximada de 450.000 habitantes) y al año siguiente 5.034.000. Estos datos demuestran que el cine se consagró como uno de los entretenimientos masivos de mayor atracción y que abría posibilidades de inversión exitosa. Leopoldo Samper, por ejemplo, abrió la primera distribuidora cinematográfica en el litoral a través de la cual hizo circular films en toda la zona de influencia y en Paraguay. Administraba y alquilaba salas de cine en Santa Fe y en otras ciudades de la provincia. Fue un empresario que diversificó sus inversiones apostando a la distribución de discos, radios y fonógrafos, en las ciudades de Santa Fe, Rosario y Buenos Aires. También fue productor de las películas Los tres berretines, La muchacha de a bordo y La guerra gaucha, entre otras.
La cinematografía tuvo un lugar central en la vida cultural santafesina. La cantidad de salas que surgieron en la ciudad desde los años veinte y la creación del Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral —establecido 1956 y dirigido, entre otros, por Fernando Birri—, demuestran la importancia de esta industria cultural. Sus orígenes estuvieron signados por un proceso de modernización social que tuvo algunas aristas destacables. Una de ellas fue la democratización del consumo del cine a través de la creación de un cinematógrafo escolar que actuó tanto dentro como fuera de la escuela, convirtiéndose en una usina cultural para toda la sociedad santafesina, especialmente para los sectores más pobres. Una segunda cuestión fue el papel del Estado provincial, que procuró regular, intervenir y encauzar el consumo cultural a través de dos herramientas: el ejercicio de la censura en el cinematógrafo que se encontraba bajo su égida y el intercambio con los empresarios locales. Un último aspecto importante fue el dinamismo que estos empresarios aportaron al mercado cultural santafesino a partir de sus inversiones multifacéticas.
La radio
La radio también fue una gran novedad de estos años y un signo inconfundible de los tiempos modernos. Este dispositivo —parecido a una caja de música voluminosa— acompañaba a los oyentes mientras realizaban actividades en sus hogares, en sus trabajos y, hasta, cuando caminaban en las calles, si algún vecino tenía su aparato radiotransmisor en la vereda. No exigía silencio, como el libro o el cine, porque podía sonar como fondo de charlas en cafés, trenes, restaurantes o tiendas. Había distintas formas de escuchar la radio, algunas más concentradas y otras más distraídas, pero lo cierto que es los oyentes no eran receptores pasivos de la programación. Ellos elegían los productos radiales que consumían, le daban un sentido al mensaje que recibían y otorgaban un lugar en la vida cotidiana a la práctica de escuchar la radio. Algunos investigadores argumentan que la radio fue un dispositivo necesario para impulsar la construcción de identidades y el crecimiento de la participación política en la Argentina, en la medida en que ayudó a formar opiniones e intereses. Al mismo tiempo, se ha señalado que la radio actuó como mecanismo de integración social, ya que alcanzó a todo el territorio nacional. Atendiendo a esta cuestión, diversos grupos sociales y políticos utilizaron este medio para difundir ideas, actividades, propuestas.
La primera emisión radiofónica en nuestro país fue realizada el 27 de agosto de 1920 después de una serie de pruebas realizadas por Teodoro Bellocq. Para esta emisión, Bellocq y otros colaboradores instalaron en la terraza de un edificio un rudimentario equipo transmisor que difundió la ópera Parsifal, de Richard Wagner. Los comienzos de la radiodifusión estuvieron signados por el género musical, las broadcasters pasaban óperas, conciertos y espectáculos teatrales. Como ha señalado Federico Lindenboim, la primera década de existencia radial dependió de eventos oficiales, espectáculos deportivos, discos de música y presentaciones de orquestas. También aparecieron en el mercado revistas especializadas como Radio Cultura o Sintonía, que tenía una tirada de 20.000 ejemplares. Estas publicaciones informaban sobre los sucesos artísticos y sus protagonistas, opinaban sobre los contenidos de la programación y evaluaban los productos radiales. Según nos cuenta Andrea Matallana, los empresarios radiales invertían en revistas especializadas donde podían difundir sus propias programaciones. Por ejemplo, Antena y Radio Belgrano, Sintonía y Radio El Mundo, eran propiedad de los mismos dueños.
En septiembre de 1923, a raíz de la transmisión de la pelea entre Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey se vendieron miles de aparatos de radio y se construyeron otros tantos. Por este fenómeno, ese mismo año se realizó una exposición en el Luna Park, donde se ofrecían conocimientos básicos para construir radios caseras. Beatriz Sarlo ha señalado que la fenomenal difusión de la radio en los hogares humildes estuvo posibilitada por las habilidades técnicas de quienes se animaban a armar aparatos precarios pero efectivos. En la década siguiente, la radio tuvo un alcance espectacular. Tal como argumenta Ricardo González Leandri, basándose en estimaciones oficiales, hacia 1938 había 1.100.000 aparatos receptores, lo que significaba una radio cada diez personas. Por estos años, las empresas más importantes de Buenos Aires se integraron en redes con emisoras de otras localidades. Se forman las cadenas LR1 Radio El Mundo, LR3 Radio Belgrano y finalmente, LR4 Radio Splendid. La expansión y desarrollo de la radiodifusión incluyó el aumento de las publicidades y las publicaciones destinadas a los radioescuchas, siendo Radiolandia una de las más leídas por el público. También se producían los picos de audiencia relacionados a los productos preferidos de la época: radioteatros, fútbol y orquestas de tango. Los radioteatros que captaban gran audiencia en los años treinta tenían temas gauchescos, policiales y románticos.
No obstante, la programación seguía otorgando un espacio muy importante a la música. Según datos brindados por Andrea Matallana, en el año 1936 el porcentaje de emisiones musicales fue del 59 % del espacio radial —para principios de los años cuarenta se verifica un descenso constituyendo un 42 % de la propuesta radial—. La música que más se escuchaba era el tango, pero también sonaba el jazz y la música clásica. Por estos años fue ganando espacio el radioteatro y la programación se diversificó ofreciendo distintos productos para un público cada vez más heterogéneo: programas infantiles, programas para las mujeres, informativos dedicados al espectáculo y a sus protagonistas. Los distintos partidos políticos comprendieron las posibilidades que brindaba este adelanto técnico que permitía amplificar sus discursos llegando a los distintos rincones del país. En la década siguiente, Juan Domingo Perón utilizará este recurso con asiduidad tanto en la campaña presidencial como posteriormente en su gobierno.
La primera emisora de la ciudad de Santa Fe fue la Radio Roca Soler, actual LT9, que obtuvo su licencia en 1924 por la Oficina de Comunicaciones que controlaba la Marina. Alejandro Damianovich argumentó que esta emisora fue el punto de partida de la radio fuera de Buenos Aires. Según algunos estudios, se trató de la primera emisora autorizada en el interior del país. El panorama de la radiodifusión a nivel nacional era muy incipiente: en Buenos Aires había cuatro y en Rosario una radio. Los comienzos en Santa Fe se sitúan hacia 1921 cuando Alfredo Roca Soler se embarcó en el armado de un transmisor rudimentario cuyo alcance era de apenas unos cientos de metros. En ocasión de la pelea entre Firpo y Dempsey se colocaron unos parlantes en el local del diario El Litoral, suscitando la atención de un público numeroso. Desde ese momento, la comunicación escrita y radial se interconectaron: los periódicos informaban sobre los programas radiales y éstos se nutrían de las noticias escritas.
En el año 1931 se le asignó la señal distintiva de LT9. La radio transmitía los días de la semana en la misma franja horaria que LT10 y los domingos salía al aire de diez a doce del mediodía. Al igual que la radio de la Universidad, la música se destacaba en sus emisiones (orquestas típicas, folclore, jazz y otros). Según las crónicas, el público asistía a las audiciones como a un espectáculo. La presencia masiva del público fue posibilitada por el traslado de la radio a un local más amplio ubicado en la calle Rivadavia 2849, al lado del por entonces Cine Colón. En los años treinta, el radioteatro fue uno de los mayores éxitos de la radio. Las familias santafesinas seguían apasionadamente las historias que se transmitían en vivo y participaban masivamente de los concursos radiales. Estas características de la programación la hacían seguramente mucho más atractiva para el gran público que los cursos y conferencias emitidos por la radio universitaria, la otra radiodifusora de la ciudad, que sería creada unos años más tarde.
La radio LT10, que dependía del Instituto Social de la UNL, inició formalmente sus transmisiones el 18 de agosto de 1931. No obstante, las primeras emisiones habían comenzado en 1929 en los altillos de la Facultad de Química Industrial y Agrícola. Hacia fines de 1935 tuvo que suspender las emisiones para reformar el equipo transmisor, que venía presentando diferentes problemas. También se mejoraron las instalaciones de la estación de radio que, por limitaciones presupuestarias, fueron insuficientes. El problema técnico que no se podía solucionar era «una toma de tierra» y la cuestión edilicia que implicaba la «absorción que ejerce el edificio de la Universidad donde se halla ubicado el equipo transmisor» (Memorias del Instituto Social de la UNL (1937–1940), 1940. Santa Fe: UNL). La radio aspiraba a que su señal llegara al menos hasta la ciudad de Rosario. El objetivo era difundir conocimientos y productos culturales al público amplio —que no estudiaba una carrera universitaria—, que «sin más esfuerzo que el leve gesto de oprimir o girar un botón» permitía el acceso de la Universidad en su hogar. Las radios universitarias formaron parte del proyecto reformista que ambicionaba para las altas casas de estudio una acción cultural extensiva. En otras palabras, las Universidades tenían que derribar sus muros, el campo limitado de su acción, para que pudieran emerger nuevos conocimientos vinculados a la sociedad. El rector de la Universidad, Josué Gollán, argumentaba el valor del espíritu reformista «para que el pueblo todo recibiera el beneficioso y dignificante influjo de la divulgación del saber humano en todas sus ramas» (José Babini y Josue Gollán (1936): La radiodifusión al servicio de la cultura. Instituto Social. Santa Fe: UNL).
La radio universitaria realizaba transmisiones diarias, en una acotada franja horaria vespertina, que ocasionalmente incluían actos oficiales de la Universidad o de alguna de sus Facultades. En las transmisiones regulares privilegiaban las piezas musicales, que iban precedidas de comentarios redactados especialmente para la ocasión, los cuales reunían datos históricos, nociones sobre estilos, estética y tendencias. También se pasaban noticias universitarias de interés general y disertaciones breves a cargo de miembros de instituciones científicas, culturales y profesionales de la ciudad de Santa Fe. La programación aparentemente no contaba con muchos adeptos, por lo que se pedía a los oyentes ayuda para extender la influencia de la radio que —según explicaba José Babini—, no tenía «la potencia de las grandes broadscastings argentinas» ni contaba con el apoyo material y financiero de grandes empresas de publicidad. A pesar de su funcionamiento defectuoso, el número de transmisiones fue bastante parejo, sobre todo en el segundo período (segunda mitad de los años treinta). Según las Memorias del Instituto, en 1934 se llevaron a cabo 274 transmisiones, en 1938 fueron 288, en 1939 hubieron 260, y en 1940 fueron 266. Esto no estaba mal teniendo en cuenta que sólo había dos personas rentadas trabajando exclusivamente para la radio —un encargado técnico y un ayudante— y que las transmisiones se interrumpían por desperfectos en la antena y el equipo. En las Memorias de 1937 se destaca la adquisición de «interesantes colecciones de discos», denominadas «Música de Oriente, Antología Sonora y Dos mil años de música», algunas de las cuales se utilizaron para dar un curso radial de Historia de la Música (Memorias del Instituto Social de la UNL (1937–1940), 1940. Santa Fe: UNL).
Estas primeras radios, diferentes entre sí, fueron muy importantes para la cultura santafesina en cuanto difundieron contenidos, ideas y valores socialmente relevantes. En este sentido, la cultura se transformó en un espacio (y una herramienta) de construcción de múltiples identidades a partir de promover ciertos gustos, estilos, facilitando también la expresión de los sentimientos.
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