4. Las izquierdas partidarias y el movimiento obrero
Hernán Camarero
El período 1930–1943 estuvo signado en la provincia de Santa Fe y en todo el país por cambios en las configuraciones ideológicas, políticas y sociales de las izquierdas y del movimiento obrero. Fueron años en los cuales tanto el Partido Socialista (PS) como el Partido Comunista (PC), las dos principales fuerzas representativas del sector, así como la flamante Confederación General del Trabajo (CGT), experimentaron ciertas reorientaciones y transformaciones en sus perfiles, las cuales deben ser examinadas en su especificidad, sin quedar necesariamente asociadas al proceso que se abrió en 1943 y condujo al triunfo del peronismo. Es decir, no pueden quedar como prisioneras de explicaciones acerca de los prolegómenos o antecedentes de este nuevo fenómeno político.
Durante los años treinta, tanto a nivel provincial como nacional, hubo una tendencia a la proletarización de la sociedad. La clase obrera amplió su tamaño y su gravitación en el mundo de la producción, el consumo y la política. En Rosario, si en 1929 existían unos 900 establecimientos industriales, hacia 1935 eran más de 1.500 y en 1939 casi 1.800, que empleaban a unos 27.000 obreros sobre una población estimada de unos 440.000 habitantes. Los trabajadores acumularon un monto creciente de reivindicaciones insatisfechas, prosiguieron en fluctuantes situaciones de conflictividad, extendieron la organización sindical y se debatieron entre tendencias conciliadoras y confrontacionistas, todo lo cual diversificó el volumen de su experiencia y enriqueció su conciencia y cultura de clase. Las izquierdas encontraron formas de incidir en esos procesos. Ello ocurrió con claridad en la provincia, tanto en Rosario como en un conglomerado de centros urbanos medianos y más pequeños, así como en las regiones rurales. Hubo un fenómeno de polarización social, pues los empresarios también tendieron a organizarse, en una Federación Gremial de Comercio e Industria, preparada para oponerse a los reclamos de la clase obrera.
Para las izquierdas y el movimiento obrero, el primer desafío sobrevino con el golpe militar del 6 de septiembre de 1930. Si el breve régimen del general José F. Uriburu, existente hasta febrero de 1932, no pudo avanzar en su proyecto más ambicioso, el de implantar un nuevo modelo político–institucional inspirado en planteos corporativistas, que debían traducirse en una reforma de la Constitución y la supresión del sufragio universal establecido por la ley Sáenz Peña, sí pudo imponer una feroz política represiva, que tuvo a la izquierda y a los trabajadores organizados entre sus principales afectados. Lo hizo con el estado de sitio, la ley marcial, el restablecimiento de la pena de muerte y el impulso de lo que luego se constituyó en una Sección Especial de Represión contra el Comunismo.
¿En qué situación se hallaban el PS y el PC y cómo se posicionaron ante el golpe y el gobierno de Uriburu? Los socialistas venían de afrontar una seria crisis interna desde 1927, cuando un sector de la fuerza se escindió y constituyó el Partido Socialista Independiente (PSI), el cual acabó luego girando a la derecha e integrando la Concordancia gobernante, junto al radicalismo antipersonalista y los conservadores del Partido Demócrata Nacional. Si bien en Santa Fe esta división tuvo un impacto muy reducido, todo el partido a nivel nacional quedó conmocionado. La crisis de los libertinos casi coincidió con la muerte de Juan B. Justo, en enero de 1928. No fue fácil reemplazar al fundador y líder histórico del partido. Un nuevo equipo dirigente ocupó el primer lugar, encabezado por Nicolás Repetto, convertido desde ese momento en el principal portavoz del PS, junto al ascendente Américo Ghioldi. El partido venía ejerciendo una clara oposición a Yrigoyen. Como decía el diario La Vanguardia el día anterior al golpe: «difícilmente podía haberse hallado para el país un gobernante más arbitrario, inepto y calamitoso». El PS solicitó la renuncia al presidente, al que se hizo responsable de la situación, aunque al mismo tiempo se enfrentó a todo intento de alejarse del sistema de sufragio universal. Una semana después de asumir el gobierno Uriburu, el Comité Ejecutivo del PS ya había declarado que se hallaba en la vereda de enfrente de aquel, eligiendo el camino de la lucha por la legalidad. Nunca dejó de condenar la dictadura y se movilizó en varias oportunidades por «la vuelta de las libertades públicas», como se reclamó insistentemente desde los titulares de La Vanguardia, diario que sufrió algunas clausuras.
Hubo una tendencia a la proletarización de la sociedad. La clase obrera amplió su tamaño y su gravitación en el mundo de la producción, el consumo y la política.
Los comunistas también habían estado en franca oposición a Yrigoyen. Pocos días antes del golpe, el PC sostenía que el suyo era «el gobierno de la reacción capitalista, como lo demuestra su política represiva, reaccionaria, fascistizante, contra el proletariado en lucha, contra el cual aplica cada vez más los métodos terroristas». En estas circunstancias, el partido no alcanzó a definir ninguna estrategia de combate al golpe de Estado, pues entendían que la llegada de Uriburu al poder era un zarpazo contrarrevolucionario de la oligarquía y el capital extranjero, pero que había derrocado a un gobierno reaccionario. Definió al nuevo gobierno castrense como una Junta Militar fascista, al que llamaba a derrocar, planteando que había llegado la hora de que el partido y su Comité de Unidad Sindical Clasista organizaran la resistencia de las masas y las llevaran a la conquista del poder soviético. Se trataba de una meta impracticable, que condujo al partido a acciones aisladas de resistencia, tanto en Rosario como otros centros urbanos, las cuales fueron respondidas con una represión muy intensa.
En la provincia de Santa Fe, el PC había logrado una importante inserción en el movimiento obrero hacia los años treinta, especialmente en Rosario, pero también en otras ciudades y pueblos, como Casilda, Firmat, Cañada de Gómez, Las Parejas, Venado Tuerto y Rufino. La presencia del PC se extendía, sobre todo, entre los trabajadores ferroviarios, los obreros de la carne (en el frigorífico Swift), del calzado, metalúrgicos, Luz y Fuerza, gráficos, ebanistas, portuarios, albañiles y de La Forestal (Villa Guillermina). Los comunistas condujeron varios gremios de esos sectores y habían tenido, además, una activa participación en el liderazgo de la Unión Obrera Local. Santa Fe fue una de las pocas provincias donde el PC tuvo participación en organizaciones rurales, tanto de peones como de chacareros: los fundadores del PC en Alcorta fueron el secretario general de la Federación Agraria Argentina, José Boglich —en los años treinta, ya fuera del PC, autor de un pionero estudio sobre la cuestión agraria— y Antonio Columbich, del gremio de los trabajadores rurales. Otro de los cuadros del PC santafesino, Mario Pellegrini, era un campesino arrendatario de origen italiano, que se había instalado en Villa Mugheta. Por otra parte, el PC tenía cierta implantación electoral desde sus inicios en la provincia. En los comicios de abril de 1928, el obrero pintor Mario Cascallares había sido elegido concejal comunista en Rosario; muerto a los pocos meses de tuberculosis, lo reemplazó Francisco Muñoz Diez.
Los principales referentes comunistas de Santa Fe en los años treinta eran obreros: Muñoz Diez, Florindo Moretti y Sigifredo Pozzebón (ferroviarios), Francisco Mónaco (gráfico), Alejandro Onofrio y Eduardo González (ebanistas), Segundo Audano (transporte), Benigno Menéndez (Luz y Fuerza) y Virginio Ottone (carne), entre otros. Los dos de mayor importancia local fueron Mónaco y Muñoz Diez. El de mayor proyección en el partido a nivel nacional fue Moretti. Nacido en Rosario en 1900, de padres campesinos, Moretti fue limpiamáquinas ferroviario desde 1918. Había sido uno de los fundadores del partido en Santa Fe y, luego, se destacó como organizador del PC en el interior de la provincia (especialmente en Casilda) y en la región tucumana. Hacia 1925, el Ferrocarril Central Argentino lo trasladó a Retiro y Moretti comenzó a sobresalir en la militancia porteña. Desde entonces integró el Comité Central partidario y fue secretario de su comisión sindical. Con el golpe uriburista, fue deportado del país. A su vuelta, fue uno de los reconstructores de la regional santafesina del comunismo.
En la provincia de Santa Fe, el PC había logrado una importante inserción en el movimiento obrero hacia los años treinta.
Además, los comunistas santafesinos tenían influencia en el campo artístico y cultural. En 1934, el pintor Antonio Berni, miembro del PC desde hacía un par de años, organizó en Rosario (su ciudad natal) la Mutualidad Popular de Estudiantes y Artistas Plásticos, una escuela–taller que formó a varios jóvenes, y realizó muestras de murales y cuadros de gran tamaño, dando vida también a una Unión de Escritores y Artistas Revolucionarios. Al mismo tiempo, los militantes del PC rosarino impulsaron diversos organismos de solidaridad, antiimperialistas y antifascistas. Uno de ellos fue el Comité Nacional contra la Guerra Imperialista, que a fines de 1932 se lanzó a una agitación para denunciar el conflicto bélico por el Chaco Boreal entre Bolivia y Paraguay. En ese entonces, militantes comunistas de esa ciudad, mientras gritaban «¡Abajo la guerra!», asaltaron al Consulado de Paraguay para disolver un acto de recolección de fondos para la Cruz Roja de ese país.
Durante esos primeros años treinta, el PC continuó aplicando la estrategia del tercer período o de clase contra clase (inaugurada en 1928), que se basó en caracterizaciones y políticas sectarias y ultraizquierdistas, identificando un campo enemigo de extensión casi ilimitada, lo cual impidió todo acuerdo con el resto de las izquierdas. Si el radicalismo era definido como polea de transmisión de los intereses de los explotadores nacionales vinculados al imperialismo inglés, en pugna con la derecha conservadora pro yanqui, y como un partido reaccionario y pro fascista, las organizaciones políticas, sindicales y antiimperialistas de carácter «reformista, burocrático y pequeñoburgués» (PS, CGT, Unión Latinoamericana y otras) eran, a su vez, concebidas como cómplices o satélites de las posiciones contrarrevolucionarias del radicalismo. Más aún, si la crisis empujaba a la revolución —siempre entendida como democrático–burguesa realizada a través de un gobierno obrero y campesino, que debía quebrar el poder oligárquico imperialista y marchar al socialismo—, las alas izquierdas de la UCR y el PS representaban un peligro especial, pues amenazaban desviar el proceso de izquierdización de las masas y legitimar partidos probadamente burgueses y contrarrevolucionarios.
La coyuntura de las elecciones presidenciales de fines de 1931 encontró a socialistas y comunistas en posiciones muy disímiles. En esa ocasión, el PS constituyó, por primera vez en su historia, una alianza electoral con otro partido político, el Partido Demócrata Progresista (PDP). Fue la Alianza Civil Demócrata Socialista. Su candidato a presidente, precisamente, fue un santafesino, el líder del PDP, Lisandro de la Torre, que a los ojos del socialismo representaba al político burgués serio y responsable. Fue acompañado en la candidatura a vicepresidente por Nicolás Repetto. Si bien la Alianza fue favorecida por la abstención radical, el fraude electoral practicado principalmente en la provincia de Buenos Aires aseguró el triunfo de la fórmula de la Concordancia encabezada por el general Agustín P. Justo. Sin embargo, el PS sacó ventajas de la situación, pues alcanzó la máxima representación parlamentaria de su historia: dos senadores y 43 diputados. En ese contexto fue electo el primer diputado socialista santafesino, Waldino Maradona, quién desde su departamento, San Genaro, intentó acercarse a los trabajadores y obreros rurales, colaborando con su organización sindical.
En la provincia de Santa Fe, la excepcionalidad fue evidente, pues quien se alzó con la gobernación fue Luciano Molinas, del PDP, partido aliado del PS en las elecciones nacionales y provinciales. Además de presentarse como un gobierno de garantías civiles y políticas, Molinas quiso asegurar una firme presencia estatal: reorganizó y descentralizó el Departamento Provincial del Trabajo, ahora con un papel más protagónico y arbitral en los conflictos del trabajo. Mientras los socialistas encontraron en la provincia este escenario particular, a nivel nacional desplegaron una firme actividad opositora. El partido presentó varios proyectos en materia social y también de fiscalización republicana, propiciando la denuncia del fraude, del cercenamiento de las libertades públicas y la investigación de los escándalos financieros del poder. Incluso, sufrió de manera directa algunos de las consecuencias criminales de la denominada década infame, como lo fue el asesinato, por matones fascistas, del diputado provincial cordobés José Guevara, en septiembre de 1933.
Ley de Residencia
Promulgada en 1902, esta ley fue elaborada sobre el proyecto presentado por el senador Miguel Cané en 1899. Su objetivo fundamental fue permitir la expulsión de todo extranjero que comprometiera la seguridad nacional y la tranquilidad social. Después de sucesivos debates en el parlamento y modificaciones aportadas por representantes del gobierno, la ley fue aprobada precipitadamente en el marco de un ciclo de huelgas realizadas en las principales ciudades del país.
El Partido Comunista, en tanto, en plena línea de clase contra clase, no pudo presentar candidaturas y llamó a dar la espalda a los comicios a nivel nacional. Pero en Santa Fe hubo una situación particular. Bajo la gobernación del demócrata progresista Molinas (hasta 1935), el PC, a diferencia de los otros distritos, en donde conoció la total proscripción, tuvo márgenes de actuación legal. Así, en 1932 pudo presentarse a las elecciones para la Convención Reformadora Municipal de Rosario (que empezó a reunirse en enero de 1933), obteniendo unos cuatro mil votos y tres representantes: el partido mantenía y extendía la presencia electoral con la que contaba desde sus comienzos en esa provincia. Incluso, en los años siguientes logró presencia en el Concejo Deliberante de Rosario de algunos de sus principales referentes: Onofrio, Mónaco y Pozzebón. Ellos sufrieron diversas situaciones de detención y tortura. Onofrio había padecido tormentos durante los traslados a Ushuaia de 1931; Mónaco y Pozzebón fueron encarcelados en varias ocasiones y amenazados de deportación durante el período 1932–1934. Si bien en Santa Fe el PC encontró ciertas posibilidades de existencia pública —en donde se permitieron realizar congresos del Comité de Unidad Sindical Clasista y de la juventud comunista—, lo hizo en el contexto de la situación nacional muy difícil. En la mayor parte del país, la organización se hallaba en estado de casi total clandestinidad. Sufrió una sistemática persecución por parte de la Sección Especial de Represión contra el Comunismo (SERC) y cientos de sus adeptos fueron encarcelados, deportados —merced a la aplicación de la Ley de Residencia— y/o sufrieron frecuentes torturas, entre ellos, buena parte de los miembros del Comité Central, que incluía a varios santafesinos. El partido no sólo fue declarado ilegal a escala nacional, sino que hubo un proyecto en el Senado de la Nación para convertir esa persecución en ley, el cual finalmente no fue sancionado. En el gobierno provincial de Molinas hubo funcionarios que permitieron la intervención directa del jefe de la SERC de Capital Federal, Joaquín Kussell, en Rosario.
En el movimiento obrero organizado, el ciclo abierto en 1930 tuvo como epicentro a la CGT. Fue el producto de la unidad entre la Unión Sindical Argentina (USA) y la Confederación Obrera Argentina (COA), más el aporte de algunos sindicatos autónomos, como tranviarios, telefónicos y trabajadores del Estado, que lograron reunir así unos 125.000 asociados. El acuerdo se concretó el 27 de septiembre, tres semanas después del golpe militar, cuando se constituyó una Junta Ejecutiva formada por diez miembros, repartida por mitades iguales entre la COA y la USA. En verdad, la formación de la CGT fue meramente administrativa, se efectuó sin la convocatoria a un congreso nacional y sin un calendario para regularizar su situación; de hecho, su Congreso Constituyente se efectuó recién en 1936, luego de un serio conflicto interno. La nueva entidad no se opuso con claridad al nuevo régimen militar e intentó negociar con éste, en función de preservar su organización. En los años que siguieron, la CGT mostró una conducta muy cauta, renunciando a declarar huelgas generales o a sostener conflictos parciales. Ello se dio en un contexto preciso: en el primer lustro de la década se produjo una contracción de la conflictividad sindical, dado el fuerte aumento de la desocupación, que desincentivó a los trabajadores para ir a la huelga, a pesar de la fuerte caída del salario real y la gran cantidad de demandas laborales insatisfechas.
Los ferroviarios, el sector más poderoso del movimiento obrero, fueron los arquitectos de la unificación cegetista y uno de ellos, Luis Cerutti, resultó elegido primer secretario general de la entidad, mientras José Negri ocupaba la protesorería, al tiempo que la propia sede de la central fue establecida en el local porteño de la Unión Ferroviaria (UF), en la avenida Independencia. Sin embargo, fue evidente el fracaso de la CGT en lograr una sólida base en el proletariado industrial. Allí, sólo contó con la adhesión plena de tres gremios de incidencia real: gráficos, curtidores y del calzado. Entre los textiles y de la madera, la central tenía pequeñas organizaciones que intentaban rivalizar con las de los comunistas. En algunas industrias claves, como la construcción, la carne y la metalúrgica, a la CGT le resultó imposible conquistar un espacio sólido, pues la influencia que ejercía el PC era casi absoluta. Pero los comunistas se mantuvieron lejos de la central en su primer lustro, prefiriendo reagruparse en el mencionado Comité de Unidad Sindical Clasista, que en la provincia luego se conoció como Comité de Unidad Sindical Santafesino, que actuó en conjunto con el Comité Reorganizador Sindical.
Fue el grupo cercano al ferroviario Antonio Tramonti, unido a los dirigentes sindicalistas que venían de la USA (como Sebastián Marotta, Alejandro Silvetti, Andrés Cabona y Luis F. Gay), el que retuvo el control efectivo de la CGT en sus primeros años. En el período fueron cada vez más duras las pujas entre este sector y los cuadros que actuaban en la Comisión Socialista de Información Gremial, la cual organizó subcomisiones gremiales en los centros socialistas barriales y reunió a los afiliados partidarios integrantes de los sindicatos. Su posición se reforzó en 1933 con el ingreso a la CGT de La Fraternidad, que, junto a los sindicatos de comercio, municipales y gráficos, cuestionaron la dirección cegetista en dos puntos: su demora en convocar al Congreso Constituyente y su carácter prescindente, expresado en su falta de compromiso en la defensa de los derechos ciudadanos, y en la lucha contra el gobierno y la subordinación al imperialismo. Los socialistas comenzaron a plantear la lucha antifascista como eje, más aún cuando, en noviembre de 1933, la Junta Ejecutiva de la central, después de tener una entrevista con el presidente Justo, emitió un documento en donde aseguraba que existía un «desarrollo normal del movimiento obrero», sin ser «molestado» por el gobierno.
Mientras los sindicalistas querían mantener la total autonomía de la CGT, al considerarla una institución de índole esencialmente económica, los socialistas pugnaban por que ella se plegara a la lucha junto a los partidos opositores y privilegiara al Parlamento como interlocutor. El PS estaba modificando su anterior concepción, la de mantener en total independencia el movimiento gremial y el político, y ahora se predisponía a acentuar su intervención en los sindicatos. Todo condujo a un inevitable enfrentamiento entre los sindicalistas más tradicionales, por una parte, y otro sector de esta misma corriente y los socialistas, por la otra, que tuvo su desenlace en diciembre de 1935, cuando los partidarios de este último bando se hicieron del control de la central, ahora denominada CGT Independencia. Los sindicalistas más ortodoxos constituyeron la CGT Catamarca, por el nombre de la calle donde funcionaba el gremio telefónico, el cual albergó a esta fracción cegetista (luego, otra vez, USA).
Cuando se formó la CGT Independencia, las posibilidades de ingreso de los comunistas se hicieron evidentes. Ello era ahora factible pues estaban experimentando un nuevo y profundo viraje en su estrategia política, en consonancia con las directivas de la Internacional Comunista, ya bajo el control del estalinismo: se trataba de la línea del Frente Popular, que puso fin a la estrategia sectaria y ultraizquierdista de clase contra clase. Ya desde fines de la década de 1920 el PC venía radiografiando la estructura socioeconómica del país en términos de un capitalismo deformado por el imperialismo, el latifundio y los resabios semifeudales. De allí derivó una caracterización: el país requería de una revolución democrático–burguesa, agraria y antiimperialista, como ciclo previo a un horizonte socialista de futuro indeterminado. Este planteo etapista se afianzó e incorporó nuevos rasgos en 1935 con el Frente Popular, fundamentado en el IX Congreso del PC argentino de 1938 y profundizado en su X Congreso de 1941. El autodenominado partido de la clase obrera terminó definiendo como problema principal del país no al capitalismo, sino al insuficiente desarrollo del mismo. La contradicción entre la clase obrera y los capitalistas quedaba relegada a un segundo plano en la orientación: el proletariado poseería aliados naturales en el campo de la burguesía nacional desvinculada del capital extranjero y la oligarquía agraria. De este modo, el PC comenzó a propiciar el acuerdo con otras fuerzas, en torno a un nuevo eje de demandas, de carácter más amplio, democrático y popular. Se iniciaron los llamados a la convergencia con diversos partidos, como el PS, la UCR y el PDP. Ahora se apelaba a las corrientes liberales y progresistas de la burguesía. Y se convocaba a la unidad a la CGT, la FUA y corrientes reformistas del movimiento obrero, estudiantil, intelectual y cultural. Como parte de esta reorientación, en Rosario en julio de 1935, los comunistas formaron el Comité Sindical Contra el Fascismo y la Guerra, que buscó unir a diversas organizaciones obreras, estudiantiles y populares.
A partir de este cambio, los comunistas disolvieron el Comité de Unidad Sindical Clasista e ingresaron en la CGT Independencia con los sindicatos que dirigían en las ramas de la carne, la metalurgia, la construcción, el vestido y la madera, todos los cuales experimentaban un notable crecimiento numérico. Los dirigentes de la central tenían interés en ello porque le permitía a ésta extenderse a las actividades industriales claves del país, que crecían aceleradamente y multiplicaban la cantidad de obreros. Fueron años de fuerte expansión de los comunistas en el movimiento obrero industrial. En Rosario, ello se hizo sentir especialmente en el Sindicato Obrero de la Construcción, el Sindicato Obrero de Industria de la Carne —con el frigorífico Swift como eje—, el Sindicato de Obreros de la Industria Metalúrgica y el Sindicato Obrero de la Madera (SOM), y en menor medida en la Unión Trabajadores de la Empresa Mixta de Transportes, la Asociación Empleados de Comercio y el Sindicato de Luz y Fuerza. El PC también estaba en la dirección de la Unión Obrera Local Rosario y participaba en la Federación Santafesina de Trabajadores (FST). Si desde 1935–1936, con el triunfo de la huelga de la construcción, mayoritariamente dirigida por cuadros del PC, cambió la dinámica de la conflictividad, multiplicándose la cifra de huelgas, en un contexto nuevo de baja desocupación, pero de aún bajos salarios, fueron los militantes del PC quienes mejor pudieron capitalizar esta disposición a la lucha de los trabajadores. Además, ellos pudieron congeniar con los cuadros más cercanos al PS que incidían en la dirección de la CGT a partir de la línea frentepopulista, antiimperialista, antifascista y contraria a la neutralidad ideológica y a las concepciones más marcadamente economicistas.
Estos acuerdos parecieron consumarse en el escenario político cuando la CGT realizó el acto del 1º de mayo de 1936, en el que hablaron dirigentes de la central junto a representantes de los partidos democráticos, iniciativa que había causado satisfacción en el PC, pues parecía augurar que la confederación se sumaría a un gran frente popular en el país. Pero la realidad se encargó de alejar estas esperanzas. En la CGT empezaban a aflorar las diferencias internas. Si bien existía una competencia entre el PS y el PC por ganar posiciones en la central, sus militantes podían congeniar en torno a un proyecto: el de enrolar a la central en una línea antigubernamental y a favor de las libertades democráticas, asociados con esos partidos de izquierda. En realidad, como una reedición de la dinámica que había conducido a la ruptura de 1935, la mayor discordia comenzaba a producirse entre los cuadros cegetistas plenamente enrolados en el PS —liderados por el municipal Pérez Leirós— y todos los del PC, por un lado, y los dirigentes, sobre todo ferroviarios y de origen sindicalista o de afiliación formalmente socialista pero que se hallaban más autónomos de su partido, por el otro. Los del primer grupo querían ubicar a la CGT Independencia en la misma lucha política que levantaban el PS y el PC por la democracia, el antifascismo y el antiimperialismo, porque sostenían que esa era la manera de alcanzar las reivindicaciones obreras. Los del segundo campo, en cambio, pretendían acotar la acción de la central al plano más estrictamente sindical y de la lucha económica.
Las concepciones de prescindencia no hicieron más que ganar terreno en la CGT. Y todo ello alimentó los disensos internos con los cuadros obreros de los partidos. En parte, esto fue ayudado por la pérdida de la fortaleza parlamentaria del PS. Hasta 1936, este partido, merced a su voluminosa bancada, había logrado impulsar una veintena de leyes de carácter laboral y social. Pero en ese año, levantada la abstención electoral de la UCR, el número de diputados socialistas cayó a 25 y para 1939 sólo eran cinco. No casualmente, en esos años se redujo el interés del Congreso Nacional por la cuestión laboral y casi no hubo sanción de leyes sobre el tema. El PC, en tanto, se hallaba imposibilitado de obtener presencia legislativa y, de hecho, de presentarse legalmente a elecciones. Aunque lo intentó, presentando sus candidaturas a gobernador, todas representadas por dirigentes obreros, para los comicios que comenzarían a realizarse a partir de noviembre de 1935: en la provincia de Santa Fe, encabezadas por Moretti y Mónaco. Pero proponía retirarlas si lograba alcanzarse un acuerdo con el PS y la izquierda en torno a un programa de conquista de las libertades populares y disolución de las legiones reaccionarias. Esta decisión tuvo que ser tomada, pues el PC jamás consiguió el permiso para presentar tales candidaturas. Estas dificultades político–electorales del PS y el PC provocaron una pérdida de atractivo, dentro de la CGT, al intento de colaboración con aquellos partidos e hicieron crecer las concepciones más sindicalistas.
Mientras se verificó esta dinámica en el movimiento obrero y en sus vínculos con los partidos de izquierda, dentro de estos últimos también ocurrieron ciertas transformaciones. El PS conoció algunos cambios en su dirección, con el ingreso de una camada de jóvenes, formados por experiencias políticas o culturales previas, como la Reforma Universitaria: entre otros, Carlos Sánchez Viamonte, Deodoro Roca, los hermanos Orgaz, Rodolfo Aráoz Alfaro, Ernesto Giudici y Julio V. González, junto a la figura de Alejandro Korn. Al mismo tiempo, reingresaron al partido, primero, Alfredo Palacios —quien rápidamente cobró otra vez el mayor protagonismo al ser elegido para el Senado de la Nación— y, en 1935, Manuel Ugarte, que había sido expulsado en 1913. Pero pronto afloraron las diferencias. La victoria del fascismo en Europa y la derrota de los más poderosos partidos socialistas europeos condujo a ciertos grupos a denunciar el programa mínimo del PS. Todo alentado desde publicaciones como la revista Cauce (animada por Giudici), y por el grupo de Izquierda, que editó, bajo ese nombre, una nueva publicación. El sector izquierdista del partido tuvo sus principales figuras en Sánchez Viamonte, Antonio Zamora, Bartolomé Fiorini y, sobre todo, al mendocino Benito Marianetti, quien había iniciado el movimiento con la aparición de su libro El camino del poder (1933) y que poco después resumió el sentido en una consigna: «De la socialdemocracia al socialismo, por las rutas inmortales del marxismo». Del análisis de la experiencia europea y de la simpatía soviética, se pasó a una crítica del funcionamiento interno del PS, y de la actuación parlamentaria de sus representantes, que, en boca de sus impugnadores, dejaban fuera de su accionar las perspectivas antiimperialistas y de clase.
Durante el XXVIII Congreso Nacional, reunido en Santa Fe en mayo de 1934, había comenzado la gran disputa entre el ala izquierda y la dirección del PS. Los representantes de aquella corriente defendieron la idea de lucha de clases y de internacionalismo, pero finalmente fueron derrotados. Luego, la confrontación tomó la forma de una discusión a favor de la formación de un frente popular democrático, siguiendo un modelo europeo (es decir, con el PC), impulsada fuertemente por los izquierdistas y que había encontrado una primera expresión en el masivo acto del 1° de mayo de 1936. Un mes después, el XXX Congreso Nacional del PS se pronunció, por aclamación, a favor de esta propuesta. Considerado como una victoria de los grupos de izquierda, estos acusaron al Comité Ejecutivo de no poner en práctica las resoluciones del cónclave. El grupo de Mendoza, dirigido por Marianetti, y otros núcleos de la Capital Federal, que incluían a algunos concejales socialistas, fueron expulsados a principios de 1937. Los excluidos crearon el Partido Socialista Obrero (PSO). Tuvo un promisorio debut electoral en la Capital Federal en 1938, que le costó al PS su victoria. Pero luego el PSO se fue debilitando hasta disolverse hacia 1942. Luego, el núcleo de sus principales dirigentes, encabezados por Marianetti, entró al PC, aunque otro grupo retornó al viejo PS.
Durante estos años treinta, el PS había asumido un cambio en su programa económico, incorporando elementos de dirigismo, abandonando la vieja prédica librecambista y revalorizando el rol del Estado. En 1932, una de las principales cabezas teóricas del partido, el diputado Rómulo Bogliolo, director de la Revista Socialista, había presentado un proyecto de creación de un consejo económico nacional como se venía desarrollando en varios países europeos, la COPLAN, que buscaba promover la organización científica de la producción y del consumo a través de la planificación, tanto en el plano industrial como agropecuario, financiero y comercial. El XXXII Congreso Nacional del PS, de junio de 1938, sancionó este nuevo programa económico, donde el intervencionismo estatal y las nacionalizaciones diseñaban un modelo de economía dirigida. Ello incluía una política de nacionalizaciones de los servicios públicos (transportes, industria eléctrica, teléfonos) y del petróleo. Pero el inicio de la Segunda Guerra Mundial detuvo este incipiente nacionalismo económico, imponiendo otra evolución, que priorizaba la defensa de las libertades públicas. Una de las actividades más importantes impulsadas por el PS desde el Congreso de la Nación fue la constitución de una comisión investigadora de actividades antiargentinas, que pasó a ser presidida por Juan Antonio Solari. La prédica cívica, que se potenció como posición de lucha contra el fascismo y su penetración en Argentina, se transformó en el eje de la política partidaria, condicionando incluso su caracterización de la transformación social y del lugar de la clase obrera en el proceso. En esta orientación cívica, los socialistas y comunistas acabaron convergiendo. Y uno de los puntos que operó como elemento de confluencia antifascista fue el proceso de la Guerra Civil Española, el cual produjo un gran impacto en la opinión pública de la Argentina, y fue seguido con atención por distintos sectores sociales durante sus tres años de duración. Se formaron centenares de comités de ayuda al pueblo español, en los que participaron activamente, sobre todo, comunistas, anarquistas, socialistas, socialistas obreros y radicales, apoyados por miles de trabajadores, estudiantes, intelectuales y profesionales. Se recolectaron víveres, ropa y medicamentos, y se juntaron fondos dinerarios para mandar al bando republicano, a través de listas, bonos, rifas y festivales. Empezaron a editarse y distribuirse periódicos específicos, así como volantes, folletos e insignias. El PC fue uno de los mayores impulsores de la coordinación de todos estos comités, lo cual se logró en septiembre de 1937, al constituirse la Federación de Organismos de Ayuda a la República Española. Hacia 1938, los comités vinculados al PC se acercaban al millar en todo el país. Además de los de Buenos Aires, los de Rosario y Santa Fe fueron particularmente destacados, junto a los conformados en Córdoba y Bahía Blanca. Se centralizaron en un Comité de Ayuda al Gobierno Español del Frente Popular.
La prédica cívica, que se potenció como posición de lucha contra el fascismo y su penetración en Argentina, se transformó en el eje de la política partidaria, condicionando incluso su caracterización de la transformación social y del lugar de la clase obrera en el proceso.
Es cierto que el consenso unitario entre socialistas y comunistas, plasmado en la disputa contra la línea del sindicalismo prescindente y apolítico de la dirección cegetista, y en la solidaridad con las causas democráticas en la Argentina y el mundo —como el de la Guerra Civil Española—, se deterioró durante el bienio que siguió a agosto de 1939. En ese momento se conoció el pacto de no agresión germano–soviético, firmado por los cancilleres de ambos estados, Von Ribbentrop y Molotov, que provocó un inmediato replanteo de la política del frente popular en toda la Internacional Comunista: sus distintas secciones se orientaron hacia propuestas neutralistas, siguiendo las directivas moscovitas, que ahora homologaron el peligro nazi a los fenómenos imperialistas en su conjunto. El PC argentino, que se distinguía por una obediencia firme a los dictados de la URSS y la Comintern, adoptó igual camino. Pero desde julio de 1941, cuando Hitler invadió el estado soviético, la estrategia del frente popular volvió en su plenitud. La línea cívica democrática del PS y la antifascista frentepopulista del PC volvieron a converger, ahora hacia el proyecto de constituir una Unión Nacional Democrática. Las izquierdas partidarias denunciaban la violencia, el fraude electoral y las «inmoralidades administrativas carentes de sanciones ejemplificadoras», abogando por la eliminación de las restricciones a las libertades, derechos y garantías, trabadas por el estado de sitio, y por el restablecimiento de la normalidad institucional.
Comintern
El Comintern o Internacional Comunista o III Internacional fue una organización comunista internacional creada en Moscú en marzo de 1919 por iniciativa de Lenin y que incluía a los partidos comunistas de diversos países. Impulsaba la supresión del sistema capitalista y la instalación de una dictadura del proletariado. En Argentina, una fracción desprendida del Partido Socialista Internacional que apoyaban a los bolcheviques rusos conformaron el Partido Socialista Internacional en 1918 y al adherir a la Internacional Comunista en 1920 pasaron a denominarse Partido Comunista Argentino.
Mientras el PS volvía a alcanzar una gran bancada legislativa y confiaba en mantener la lealtad de sus dirigentes gremiales, el PC consolidaba su poderío en el sindicalismo industrial y ganaba espacios en la CGT. Sin embargo, ambos partidos confluían en un proyecto de unidad con fuerzas sociales y políticas burguesas, detrás de un programa republicano antifascista de difícil conjugación con las demandas laborales de una clase obrera en ascenso numérico y movilizacional. Incluso, todo ello convertía en precario el predominio sindical que esos partidos parecían tener entre los trabajadores. El golpe de junio de 1943 y la irrupción de la nueva figura representada por el coronel Juan Domingo Perón puso a prueba los límites del vínculo entre las izquierdas partidarias y el movimiento obrero.
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