La vida cotidiana
por Asociación Trabajadores del Estado CDP Santa Fe
Última actualización
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Aspectos que se aplican a los argentinos en general.
Muchos no tenían trabajo, entendido como empleo formal, los salarios eran bajos, la salud no estaba cubierta, la posibilidad de acceder a la casa propia requería, con suerte, de años de esfuerzos, y como las parejas se casaban jóvenes, y rápidamente tenían descendencia, no alcanzaban los esfuerzos y sacrificios para poder acceder a la misma. Por lo tanto, en muchos casos se continuaba viviendo en las casas de los padres de alguno de los cónyuges, amontonados, incómodos, muchas veces promiscuos. Esto implicaba la continuidad de la forma tradicional de familia ampliada, conviviendo dos, tres y hasta cuatro generaciones, y el sostenimiento de la cultura patriarcal, con un varón mayor como jefe de la familia, y las mujeres dedicadas casi totalmente a las tareas domésticas y en una condición de subordinación total.
Las mujeres solteras, llegado el momento, cumplían el rol de cuidadoras de los ancianos de la familia.
Los niños debían trabajar desde edad temprana para aportar al sostenimiento del grupo familiar, en el caso de los varones, y colaborar con las tareas del hogar las mujeres en un aprendizaje que perpetuaba la situación.
En algunos casos, la pretensión moderna de lograr una familia nuclear —papá, mamá y los niños— llevaba a conseguir un terreno generalmente en zonas suburbanas alejadas, y construir una pieza sin terminar que servía de cobijo provisorio que muchas veces se mantenía en las mismas condiciones por años.
Otra era la construcción de un rancho de barro y techo de paja, también en la esperanza de poder ir construyendo una vivienda más digna. Nuestras ciudades estaban salpicadas en los barrios de esas viviendas tradicionales del campo argentino, y en las zonas rurales, con una situación similar y con ingresos menores para los peones y empleados del sector rural, el rancho era la única salida posible. En este caso, incluso se construía en tierras prestadas o públicas.
Para estas dos opciones, con la pareja independizada de sus mayores, la situación de la mujer era también de subordinación y su tarea se limitaba al hogar y los hijos.
Las características mencionadas se completan con algunos datos que hoy pueden parecer curiosos. Algunas viviendas no tenían luz eléctrica. Si bien en las ciudades y las poblaciones mayores este servicio era brindado, en las viviendas se usaba casi exclusivamente para el alumbrado. Solían usarse lamparitas de 25 watts y para ambientes como el comedor, las de 40. Había pocos enchufes y menos elementos para enchufar. Ya se había difundido la radio, que se estaba convirtiendo en centro de reunión familiar, ya que todos se sentaban a escuchar, por ejemplo algún radioteatro o las canciones de Gardel.
La heladera eléctrica, llamada entonces frigidaire, que existía desde hacía varios años, era poseída en aproximadamente el 3 % de los hogares argentinos, lo que implicaba que prácticamente no estaba presente en ningún hogar de trabajadores.
Este elemento era suplido en muchos casos con la heladera a hielo, el que era provisto en general por el lechero, en un carro tirado por un caballo. En algunas casas se podía comprar un cuarto de barra todos los días, en otras, sólo los fines de semana. Cuando tampoco se usaba la heladera a hielo, se acudía a la fiambrera, construida con alambre mosquero, o tela de alambre, que impedía el contacto de los insectos con los alimentos, pero que no conservaba ni enfriaba.
Otro tanto para las cocinas a gas, generalmente reemplazadas por las cocinas a querosén usualmente de mesa, ubicadas sobre el fogón (la actual mesada) y si no se contaba con esa cocina tampoco, se podía acudir a la leña y el carbón en el propio fogón que estaba diseñado al efecto.
Las ollas, cacerolas y sartenes se adquirían para que duraran muchos años, y cuando el deterioro ya impedía su uso, se acudía al hojalatero, o tachero, que pasaba en un carro y soldaba las reparaciones necesarias para continuar usando el utensilio durante mucho tiempo más.
Otro elemento que la técnica brindaba, pero que era aún menos usual que las heladeras y cocinas era el ventilador de mesa, pequeño artefacto que reinaba en las tardes de calor santafesino en los hogares más acomodados.
La cantidad de población era poca en relación con el territorio, y además estaba dispersa, a esto se debe sumar el bajo nivel de industrialización, por lo que el agua, tanto en los cursos, como en las napas, no estaba contaminada. La suma de estos elementos hacía que la extensión de las redes de agua potable y de cloacas, no fuera elemento de preocupación de los gobiernos ni de la sociedad misma, por lo que en las viviendas de los trabajadores, los elementos que se incluían al comenzar la construcción eran el pozo negro y el pozo de agua que llegaba a napas más profundas.
El viejo pozo abierto se reemplazaba por el bombeador manual (la bomba) que proveía agua para todas las necesidades hogareñas. A veces había un tanque elevado, y caso contrario, se bombeaba cada vez que se requería el agua.
Los baños no contaban con calefón y se usaban fuentones de hojalata a los que se agregaba agua calentada en la cocina —no mucha, para ahorrar—. Allí los adultos se bañaban con un jarro y los niños más pequeños solían hacer baños de inmersión.
En los fondos de las casas solía haber un espacio dedicado a la quinta y otro al gallinero, con lo que se completaba la dieta con productos frescos.
Para simplificar, escaso y mal pagado. A eso hay que sumarle los aspectos extrasalariales: sin horas extras pagas, sin descansos, sin vacaciones pagadas, sin aguinaldo, sin jubilación y sin atención de la salud, todo ello en la mayoría de los casos.
El Estado, ausente de las relaciones laborales, pese a algunos avances en la provincia, que en esto también se adelantó al fenómeno que luego tomaría dimensión nacional, dejaba a los más débiles, los trabajadores, librados a la buena voluntad del empleador. La sindicalización era desalentada y criminalizada. Los diferentes órganos del Estado, incluyendo la policía, en general estaban a disposición de los poderosos.
Tal vez una excepción fue el accionar del teniente Perón, destinado en el Regimiento 12 de Infantería en Santa Fe y que cuando le tocó actuar por problemas laborales de La Forestal, protegió y resolvió a favor de los derechos de los trabajadores.
Como por ese entonces la situación internacional atentaba contra los intereses de los productores rurales, se originó un alto desempleo que repercutió en la expulsión de mano de obra ociosa, que se dirigió a las ciudades que carecían de ofertas de trabajo para ellos, lo que empeoraba la situación general.
En definitiva, los trabajadores no tenían derechos y estaban sumergidos en una situación de pobreza y explotación generalizada.
Con respecto a las mujeres, estaban destinadas a las tareas del hogar y con algunas excepciones, como eran la docencia, las tareas en casa ajena, como empleadas domésticas, a veces parcializadas y que se podían realizar en el propio domicilio, sin dejar los hijos, como el lavado a mano o el planchado de la ropa. Hay registros de mujeres que lavaban en el arroyo El Quillá en la ciudad capital, al son de viejas canciones africanas.
El planchado se hacía con las antiguas planchas a carbón. Era usual ver a estas mujeres trabajadoras balanceando la plancha para que las brasas se activaran y se volviera a calentar. Una versión más moderna y limpia era la plancha a alcohol, que incluía un tanquecito y venía provista de un pequeño inflador para ayudar a mantener la llama alta.
En el sector más tradicional, refugio de la clase alta terrateniente y enlazada a la administración del Estado provincial, estas empleadas solían ser hijas y nietas de esclavos, mujeres afrodescendientes, en muchos casos mulatas más o menos claras, que prestaban servicios en las mismas casas de los antiguos amos, lo cual perpetuaba la relación de explotación.
También se daba aun el caso de las amas de leche, mujeres que prestaban el servicio de amamantamiento de los hijos de las patronas, junto a los propios, tarea para lo que también eran buscadas estas mujeres descendientes de africanos.
Se daba también el caso de algunas mujeres a las que la pobreza expulsaba hacia zonas sociales que en la época se denominaban vergonzantes, como atención en locales nocturnos y otras limítrofes con la prostitución.
Un párrafo aparte merecen los hermanos Singer, verdaderos revolucionarios que a través del invento patentado en los Estados Unidos, la máquina de coser, provocaron una verdadera revolución, dado que este elemento permitió a las mujeres humildes copiar los trajes y vestidos de las clases acomodadas, con lo que desapareció o se invisibilizó, hasta cierto punto, la imagen más fuerte, de la vestimenta usada en lugares públicos. Comenzaron a llegar a nuestro país, y si bien su costo era alto, su lenta difusión fue permitiendo la aparición de un nuevo grupo de mujeres trabajadoras desde su hogar, las costureras o modistas, que confeccionaban y arreglaban ropas, preferentemente femeninas, en forma artesanal.
También unían dos bolsas de algodón para harina, con lo que tenían las sábanas para los niños de la casa, ásperas, gruesas, pero que los mantenían aseados y aislados del colchón. En algunos casos también se hacían las ropas, y una vez gastadas, se recortaban los pedazos más enteros y se hacían acolchados. Esos sacos de algodón también podían usarse como manteles, con algún pequeño bordado alusivo a su función.
El colchón era de lana, que por el uso se apelmazaba y, en general, cada una o dos temporadas, era convocado el cardador, que venía munido de su máquina, pasaba la lana, y la esponjaba; paralelamente se lavaba para quitarle la suciedad, el polvillo y algún posible visitante no deseado, que no por pequeño resultaba menos desagradable, antihigiénico y hasta peligroso.
¿Dónde compraban? ¿Qué compraban los trabajadores y el pueblo en su conjunto para los primeros años de la década del 40 del siglo pasado? ¿En qué consistía la provista de alimentos y bienes de consumo no durables?
El aprovisionamiento de la carne estaba limitado por la falta de heladera o su precariedad. Por lo tanto se compraba los días en los que se iba a consumir, en las zonas más urbanizadas, en las que los negocios eran provistos a través de pequeños camiones tipo furgón que repartían desde los mataderos.
En los barrios más alejados o en las poblaciones pequeñas de la provincia, era posible que tampoco hubiera electricidad en la carnicería, ni llegara la distribución, por lo que se mataba a los animales en la propia carnicería y se comunicaba la existencia de carne fresca. El trozado se hacía con una sierra manual y la población llevaba su compra que usualmente era dejada algunas horas en la fiambrera para que se oreara.
Las panaderías tenían la cuadra al fondo del propio local y se encontraba generalmente pan, galletas, bizcochos y tortitas negras. Las facturas era de confección ocasional, para los sábados y en pocas cantidades. Los chicos eran voluntarios para el mandado, porque por la compra se entregaba la yapa: un par de galletas o bizcochos, sin cargo. Muchas panaderías contaban con un carro de reparto, que permitía llegar por las calles de tierra o entre el barro.
Como el dinero muchas veces no alcanzaba para las facturas, ni tampoco para las galletas, en los desayunos se solía comer como una verdadera golosina una tajada de pan con la nata de la leche espolvoreada con azúcar.
La leche era provista todavía por los tambos semiurbanos, en tarros con un jarro medida, que entregaba un litro que las amas de casa recibían en un hervidor. Se compraba para el día y se hervía para que no se cortara, verdadera tarea de urgencia que era encarada con presteza.
Ya aparecía la leche embotellada y pasteurizada, que era repartida por el lechero en un carro, o que se adquiría en la lechería, porque los negocios aún eran especializados.
Lo que se producía en la huerta familiar o que se cosechaba de los árboles frutales del patio o de la parra, a veces se intercambiaba con los vecinos o se adquiría en las verdulerías, tanto las instaladas como las ambulantes en carros que iban conducidos por el vendedor, que voceaba sus ofertas.
El resto de los alimentos se conseguía en el almacén del barrio o en los de ramos generales en las zonas rurales. Casi todos los productos venían sueltos, a granel, y había grandes cajones con tapa de levantar, de los que se sacaba con cucharas al efecto. La cantidad solicitada era envuelta en papel, afirmando un paquete para que no se cayera el producto. Los líquidos, como el aceite, también se compraban sueltos y el querosén para las cocinas o los calentadores se vendía en horarios y días especiales. Normalmente se dejaba la vasija identificada para que fuera llenada en esos horarios, porque ensuciaba las manos del almacenero.
Un fenómeno de encuentros masivos se producía en las ferias semanales en cada barrio, en las que todas las vecinas se encontraban para adquirir muchos de esos productos a mejores precios que en los negocios instalados.
Los negocios de venta de productos de consumo durables y la publicidad de los mismos, estaban orientados a la clase media más acomodada y a los sectores más pudientes, ya que los ingresos de los trabajadores se agotaban en el gasto de los bienes de consumo cotidiano y algún elemento indispensable para la vida.
Como todo lo que se podía era hecho en casa, las ferreterías cumplían un rol importante, así como las forrajearías que vendían alimentos para los animales de corral.
Por lo que venimos desarrollando, el lector podrá imaginar que cualquiera que fuera, debía ser posible hacerlo con muy poco dinero, y en lugares en los que no fuera condición ir vestido con traje y corbata, como ocurría por ejemplo con los teatros.
El cine pasaba algunas películas nacionales y más extranjeras, en blanco y negro, con un sonido muy precario y había salas solamente en algunas ciudades de la provincia. En el resto, con suerte podían asistir a ver las películas que traían ocasionalmente los cines ambulantes, que funcionaban al aire libre.
Los circos estaban a cargo, casi en su totalidad, de integrantes de la comunidad gitana, que por entonces eran denominados los húngaros. El espectáculo tenía tres elementos centrales: los payasos, los trapecistas y los animales más o menos amaestrados (leones, tigres, osos, elefantes, monos). Las carpas se instalaban en algún terreno baldío amplio, de los que había muchos en los barrios de las ciudades, o en las afueras de los pueblos. Eran una verdadera fiesta para las familias.
El fútbol ya se había constituido en una costumbre dominguera, sobre todo para los varones, y los grandes clubes que hoy conocemos ya existían para ese entonces. También se jugaba en los campitos por parte de niños y vecinos, siempre que el dueño de la pelota llegara, sino había que recurrir a las pelotas de trapo, y en las zonas portuarias se organizaban partidos con los marineros ingleses que llegaban varias veces por año y eran todavía los maestros de ese deporte.
Como las casas eran abiertas y las relaciones entre los habitantes de los barrios eran fluidas, se producían encuentros de diferentes tipos, como el juego de las bochas, por ejemplo, o la tradicional taba, en zonas rurales o semiurbanas.
Las conquistas sociales se profundizan, las resoluciones de la Secretaría de Trabajo pasan a ser decretos, luego adquieren fuerza de ley y terminan más adelante siendo incorporadas a la Constitución Nacional.
El proceso de sustitución de importaciones que se venía dando, se asienta al estar respaldado por el Estado y su plan de gobierno. Las importaciones industriales son gravadas con tasas más altas, la industria recibe créditos posibilitados por el funcionamiento del IAPI, y apoyos extraeconómicos que posibilitan la incorporación de cada vez más trabajadores, con buenos salarios.
El conventillo, la casa de alquiler en la que cada familia vivía en una habitación compartiendo las dependencias comunes, va siendo reemplazado por las casas propias construidas con apoyo del gobierno, con créditos baratos. Edificios, barrios y ciudades van naciendo.
Las escuelas se multiplican, tanto las primarias como las de oficios, para varones y para mujeres, de acuerdo a la división social del trabajo imperante en la época. La población tiende hacia la alfabetización total. Se agregan escuelas técnicas de agricultura y ganadería, entre otras.
En el país se organizan torneos, competencias y campeonatos para niños y jóvenes que son inducidos a las prácticas gimnásticas, de atletismo y los encuentros deportivos.
Estos fenómenos, que se dan a nivel nacional, en nuestra provincia se ven reforzados, con antecedentes pioneros en diferentes aspectos de la vida política, social, cultural y económica en el país.
Se produce una migración interna, desde las zonas rurales, sobre todo del norte de la provincia, hacia la capital, la ciudad de Rosario y el cordón industrial ribereño del sur. Se ven surgir villas miserias precarias, carentes de servicios mínimos, que gracias a la situación de práctico pleno empleo, búsqueda de mano de obra por crecimiento económico del sector industrial y obtención de buenas condiciones de trabajo y mejores salarios, posibilitan, ya sea su rápida conversión en barrios de trabajadores, o el abandono de esos asentamientos para adecuar la vida cotidiana a las nuevas posibilidades.
Paralelamente algunos sectores de la burguesía rural, de la exigua clase media ya acomodada y de los sectores más altos de la escala social, se van colocando en una posición de franco enfrentamiento al gobierno y de disgusto frente al reparto más equitativo de la riqueza que el gobierno realiza, como una política que, aparentemente, por lo que se estaba viviendo, había venido para quedarse.
La acción gubernamental en pos de la inclusión de las grandes mayorías se plasmó en un incremento del empleo. Paralelamente, los salarios de todos los empleados fueron mejorando en forma permanente.
La salud pública sufrió una verdadera transformación, convirtiéndose en el plan nacional de salud que alcanzó a todos en distintas modalidades: se combatieron y se logró prácticamente la desaparición de enfermedades que se vivían hasta ese entonces como una plaga, imposibles de evitar. Se propagandizó la incorporación de normas de higiene en el trabajo y en el hogar; el uso de la vivienda como un elemento potenciador de la salud; la inauguración y puesta en funcionamiento de hospitales, la apertura de centros de lo que hoy llamaríamos atención primaria de la salud; la educación en salud e higiene desde la escuela primaria.
Como vimos en la parte I de «La vida cotidiana», la promiscuidad, producto del hacinamiento de varias generaciones: dos, tres y hasta cuatro, en una sola casa, el rancho de barro como salida para independizarse, la piecita de alquiler con baño compartido, eran la norma para los trabajadores, subempleados, todos mal pagados. Pero, también en este aspecto, las familias comienzan a cambiar sus expectativas y sus realidades, ya que los créditos accesibles para la vivienda, con cuotas a veces mensuales, a veces trimestrales y hasta semestrales, comenzaron a impactar en la realidad de la vida de los sectores marginados de los beneficios de los avances de las posibilidades de una vida mejor. Las casas de los planes Evita y otras, administradas en el diseño político de esa acción desde la fundación Eva Perón, con apoyo del Banco Hipotecario para la administración de las entregas de los fondos y el cobro de las cuotas, cambiaron la vida de muchísimas familias y el paisaje de las ciudades, los barrios, los pueblos.
El rol de la mujer adquiere un cierto sentido contradictorio, ambivalente, ya que por un lado se apuesta a su liberalización, al reconocimiento de sus derechos, incluso los políticos, y por otro lado, al centrase la acción política en la familia, se le continúan atribuyendo funciones de ama de casa y de criadora de los hijos. Luego de un período de adecuación, se incrementa el número y el porcentaje de las mujeres que trabajan fuera del hogar, a través de algunas funciones en las industrias crecientes, en la docencia multiplicada por la creación inédita de cantidad de escuelas, en los centros de salud, y también en forma independiente a través de la incorporación, ahora más rápida, más importante, más apoyada por el Estado, de la máquina de coser y la creación de talleres de costura, así como las tareas del área que se podían realizar en la misma casa.
Al mejorar las condiciones económicas de la familia, se asiste a un incremento de la matrícula escolar, ya que los niños y niñas cumplen con la obligación de la educación obligatoria, posibilitada por la puesta en marcha de más escuelas.
Se produce una interesante transformación social al ir desapareciendo la familia ampliada tradicional, ya que las parejas y sus hijos, en gran medida, acceden a su casa propia.
Se construyen muchísimas viviendas, en un plan de acceso a la vivienda propia nunca antes visto, para grandes sectores de la población. Casas —y departamentos, según las zonas— de ladrillos, con pisos de mosaicos, baños con azulejos, con ventanas amplias, según la recomendación del ministro de Salud, Ramón Carrillo, que intervenía en esta área pensada también como elemento preventivo para el cuidado, apostando al ingreso de luz natural abundante, así como su preocupación para que los niños tuvieran su propia habitación y lugares para los juegos sin necesidad de salir a la calle.
El propio presidente recomendaba que al construir se dejara un lugar para la cocina a gas y uno para la heladera, y que el tradicional fogón desapareciera para dejar paso a la mesada. Así fue que asistimos a cambios paulatinos, como por ejemplo, la fiambrera reemplazada por la heladera a hielo —y su uso permanente para conservar alimentos—, y luego el avance tecnológico a la heladera eléctrica. Otro tanto por el paralelo abandono de la leña y el carbón para cocinar, y la señora de la casa dejó de estar tiznada y con olor a humo. Más adelante se dejó también la cocina a querosene y en la mayoría de las casas de los trabajadores se incorporó la cocina a gas, que solía acompañarse por el increíble calefón, que permitía el baño cotidiano por más que hiciera frío, lo que mejoró también la higiene. La empresa Gas del Estado proveía los tubos y luego hacía el recambio.
Doña Petrona, un personaje que para esos años ya era popular, fue una gran promotora del uso de la cocina a gas e influyó en las cocinas y las mesas argentinas durante estos años a través de sus programas de radio, sus libros de cocina, sus artículos en revistas y finalmente, a partir de 1952 de su aparición en la televisión. También nos acompañó en la incorporación de las ollas, cacerolas y sartenes de aluminio.
Hacia fines del período se incorpora también el plástico, novedad que hace que un elemento tan sencillo y utilitario como una huevera pudiera exhibirse como un aporte estético a la casa. Las empresas petroquímicas asociadas a YPF, creadas en esos años, colaboraron a esta actualización.
También hubo cambios en la plancha para la ropa, ya que se va abandonando la plancha de hierro a carbón, así como la que funcionaba a alcohol, y se incorpora a los hogares la plancha eléctrica.
Estas menciones dan una idea de cómo iba mejorando día a día el nivel de vida de los trabajadores en nuestro medio con elementos de confort que hoy nos parecen imprescindibles. Aún viven muchos conciudadanos que coexistieron con esas carencias.
Otra recomendación del presidente era que al proyectar la vivienda propia, se dejara un jardín, que más adelante serviría para poder guardar el automóvil, ya que, decía, en las casas habrá un auto. El Rastrojero diésel, la camionetita justicialista y el auto justicialista no tuvieron la masividad como para hacerlo cierto dentro de esa década, pero, si con los demás elementos se habían cumplido las expectativas, era imaginable que esto también llegaría a la realidad de los trabajadores argentinos.
En la mayoría de las viviendas hubo que incrementar la cantidad de enchufes eléctricos, ya que al velador y la radio se agregaron la heladera, la plancha, algún ventilador, y en las casas sin gas, el calefón eléctrico.
Desde el inicio del gobierno militar, la situación comienza a cambiar y esto se refuerza a partir y durante el gobierno de Perón.
Ahora la adscripción por parte del gobierno a los principios del Estado de Bienestar, implica, sobre todo en aquella máxima de que la función principal del Estado es el pleno empleo, que se incrementa el trabajo asalariado día a día, y paralelamente los salarios de los trabajadores alcanzan para salir de la pobreza y, en muchos casos, para ir conformando una numerosa clase media de origen obrero.
El conjunto de estos aspectos sostiene el consumo interno, actuando como motor de la rueda virtuosa de la economía y el desarrollo de las personas.
En lo que hace al trabajo femenino, en la actitud ambivalente del gobierno, se trata de que cumplan con su rol de madre, que es privilegiado durante el período y a la vez se van creando empleos a los que se considera que pueden acceder, como ser docentes o enfermeras. En la provincia se verifica un importante número de nuevos puestos para atender a las necesidades, a partir de la creación de escuelas y centros de salud.
También aparecen puestos industriales que en la cultura de la época son aptos para las mujeres y se refuerza la situación con la máquina de coser. Evita se encarga personalmente de que llegue a muchas mujeres, que salvan así la dificultad de realizar ambos trabajos: cuidar a sus niños y percibir un ingreso, realizando las tareas en el hogar.
Uno de los elementos que cambió las costumbres de la gente fue la heladera, ya que su incorporación significó desprenderse de la inmediatez en las compras de alimentos frescos, así que a medida que fue entrando a las casas de los trabajadores, se pudo comprar carne para más de un día, conservar verduras, leche, quesos, manteca y otros elementos que iban engrosando la dieta a la par de los salarios suficientes y la estabilidad laboral. La fábrica de hielo del pequeño congelador permitió enfriar bebidas que estuvieran a temperatura ambiente, sin tener que esperar al carro del lechero, que seguía pasando para entregar las botellas de leche ya pasteurizada, que igualmente, por tradición y seguridad, era hervida en la flamante cocina a gas.
El querosene ya no era elemento de uso cotidiano, así que fue desapareciendo su expendio de los almacenes, y quedó en algunas forrajerías, en las ferreterías o en las estaciones de servicio, para usos ocasionales o para alimentar algún calentador o estufa.
Esto facilitó la tarea del almacenero, que paulatinamente comenzó a vender productos envasados: arroz, fideos, azúcar, yerba, en paquetes de papel, ya que aún no había nylon para bolsas. En lo que respecta a los líquidos, como ser el aceite, el vinagre, el vino, se conseguían en botellas retornables.
Los hogares producían casi exclusivamente residuos orgánicos, que eran sacados en un cajón, usualmente de madera, en el que venían las manzanas, que era volcado en el camión por los recolectores y dejado en la vereda para volver a usar. Eramos una sociedad ecológica y sustentable antes de que estos términos se usaran.
Este concepto se generaliza a partir de que el pueblo deja de usar todo su tiempo en buscar trabajo o en ser explotado muchísimas horas por días. Ahora, prácticamente todos tienen algún trabajo, cubren sus necesidades básicas y además les quedan algunas monedas para entretenimientos.
La visita al cine se hace habitual, sobre todo los fines de semana, lo que invitaba a una salida familiar un par de veces por mes. Los circos y parques de diversiones continúan visitando los barrios y pueblos de la provincia. La ida a la cancha para los varones se hace quincenal en las ciudades, cuando el equipo favorito juega de local.
Las vacaciones se van incorporando a las tradiciones familiares de los trabajadores, y en el caso de nuestra provincia, el destino privilegiado eran las sierras cordobesas.
Las reuniones familiares y los entretenimientos entre los habitantes de los barrios siguieron vigentes en este período, tampoco es que el dinero alcanzara para tanto, y además a nadie le disgustan las reuniones, las comilonas, los asados o las pastas según el origen familiar o la cultura adoptada. Seguía habiendo campitos, los chicos seguían jugando en la calle, luego del horario escolar.
Las impresiones a color aún no estaban generalizadas, pero los álbumes de figuritas, con los jugadores de todos los equipos de primera división, eran un verdadero entretenimiento colorido, se coleccionaban y se jugaba con los cartoncitos. Las niñas coleccionaban las figuritas de los cuentos universales, con hadas y princesas.
Ahora algunos párrafos sobre un aspecto central por sus implicancias: el fenómeno que hoy llamamos los feriados, las fiestas cívicas, y que para ese entonces se denominaba las fiestas patrias. Eran objeto de especial festejo el 25 de mayo y el 9 de julio.
Es destacable el uso y significado de la palabra patria, un término que se pretendió arrinconar en las fuerzas armadas y en las escuelas, pero que pese a ello siguió formando parte de la cultura del pueblo, y que el gobierno habilitó y promovió su uso en forma cotidiana, volviendo a reverdecer en sentimientos y acciones.
Esos días eran feriados, pero los niños tenían obligación de concurrir a la escuela, porque los actos conmemorativos se realizaban el mismo día, para aumentar la significación de la fecha. Los actos podían realizarse en el patio de la escuela, en alguna plaza en forma conjunta, participando alumnos, docentes y familias de varias instituciones, y alguna autoridad, ya que se veían también uniformes.
Luego de rendir homenaje al pabellón nacional, de entonar el himno y de las palabras alusivas, se hacía alguna representación y después los alumnos danzaban gatos, escondidos, taquiraris, chacareras, el cuándo, zambas, el malambo, cielitos, la firmeza, la huella, la media caña, el minué; algunas acompañadas por el canto colectivo de la canción. A veces se alternaban con recitados gauchescos y patrióticos y generalmente se cerraba con una participación algo más masiva con el carnavalito y, sobre todo para esas dos fechas, con el pericón nacional.
Solía servirse un chocolate con leche para compartir, algunas veces hecho con chocolate de verdad y las más con cascarilla de cacao, que era más económica.
Luego de esta actividad, las familias se reunían en la casa de algún pariente para elaborar el locro tradicional, las empanadas al horno y los pasteles fritos, según la fórmula de las abuelas, recibida como legado, y que venían trayendo la costumbre desde el siglo XIX.
Por la tarde todos se dirigían a alguno de los clubes sociales, que no faltaban en los barrios ni en los pueblos de la provincia, en los que se organizaban juegos tradicionales, con la participación activa de los asistentes, según edades y habilidades.
Esos clubes se vestían con los colores patrios y algunos vecinos colaboraban a regar la calle de tierra para que se pudieran llevar adelante los juegos sin tanto polvo. Se jugaba a la piñata —que podía ser relativamente peligrosa porque se usaba para romper a golpes una vasija de barro cocido—, a la carrera de embolsados, al palo enjabonado. En algunas ocasiones aparecía también el chancho enjabonado, si se lograba la donación del animal que debía ser volteado, y que quedaba como premio para el ganador. Podía haber algún otro juego ocasional y se cerraba con la carrera de sortijas, en las que participaban paisanos vestidos de gaucho y con los caballos enjaezados con los colores patrios.
Terminados los juegos, las familias regresaban a culminar el festejo con unos mates con pastelitos almibarados, quedando con la panza llena y el corazón tibio de sentimiento patriótico.