2. La nueva provincia y el orden constitucional
ALEJANDRO A. DAMIANOVICH
Durante la década del 50, Santa Fe sufre significativas transformaciones que anuncian su pronto reposicionamiento en relación con las demás provincias argentinas. La primera y más notable lo constituye la modificación de su estatus institucional, ya que al dictarse la Constitución Nacional en 1853, deja de ser un estado autónomo, ligado al resto de las provincias en Confederación en virtud del Pacto Federal de 1831, y pasa a ser provincia argentina, integrada a la república federal que ha nacido en su propia ciudad capital, sede del Congreso Constituyente.
En segundo lugar, comienza a apreciarse un proceso de modernización que se manifiesta en su crecimiento económico y poblacional, en el rápido desarrollo de Rosario, transformada en ciudad y poseedora de un puerto de ultramar activo; en el nacimiento de las primeras colonias agrícolas y la introducción de los primeros contingentes de inmigrantes; en la efectiva ocupación del espacio y el corrimiento de las líneas de fortines; en el desarrollo de la prensa, especialmente en Rosario; en los inicios de la navegación a vapor —el Primer Argentino—, entre otras expresiones de progreso.
La influencia política del general Urquiza, primer presidente de la república constituida, es tan rotunda que las facciones políticas locales, enfrentadas entre sí, le responden por igual. De esta manera, cullistas y lopiztas, capaces de derrocarse mutuamente del poder, al que acceden alternativamente, son urquicistas constantes y el caudillo se apoya en unos o en otros, según las circunstancias.
Crisis del Estado Autónomo (1851–1853)
La situación de Rosas como gobernante efectivo de la Confederación pareció consolidarse más que nunca después de las paces firmadas con Inglaterra en 1849 y con Francia en 1850. La pacificación interna de la Confederación parecía haber llegado y sólo continuaba activo el sitio de Montevideo. Sin embargo, las relaciones con el Imperio del Brasil venían enrareciéndose, sobre todo cuando este país comenzó a intervenir en la Banda Oriental.
En 1851, la guerra era inminente en el contexto de una indisimulada carrera por la hegemonía regional, mientras la diplomacia británica procuraba debilitar al régimen rosista para allanar el camino de su inserción comercial y financiera sobre Sudamérica. Por su parte, los gobiernos federales de Entre Ríos y Corrientes tenían sus propios motivos para desear la caída de Rosas y el general Urquiza se transformó en el principal factor del conflicto que sobrevendría rápidamente. Mientras tanto, Santa Fe no despertaba de la larga siesta que significó el gobierno de Pascual Echagüe, iniciado en 1842 con el respaldo de Rosas, aunque el general santafesino venía denunciando ciertas actitudes de Urquiza desde la época de la firma de los tratados de Alcaraz.
Cuando Rosas presentó a las provincias su periódica renuncia a la representación ante el extranjero, Entre Ríos la aceptó el 1º de mayo de 1851, en lo que se conoce como pronunciamiento de Urquiza, y lo propio hizo Corrientes, que delegó esta facultad en el gobernador entrerriano. A nombre de ambos estados, firmó el general Urquiza un tratado con Brasil y Montevideo y asumiendo el mando del Ejército Libertador, inició las operaciones sobre la Banda Oriental, poniendo fin al sitio de Montevideo que, desde 1843, sostenía el general Oribe. .
El 17 de octubre de 1851 la Junta de Representantes de Santa Fe dio amplias facultades al gobernador Echagüe para combatir a Urquiza. La drástica declaración no reflejaba la realidad santafesina, que lejos de presentar una opinión unánime a favor de Rosas, contenía importantes focos de conspiración. Domingo Crespo se encontraba en contacto con su hermano Antonio, gobernador delegado de Entre Ríos. Por otra parte, los principales jefes expatriados, como Juan Pablo López y Santiago Oroño, venían en el ejército de Urquiza. El hecho de que el general López, desalojado del poder en 1842, no participara de las decisiones políticas que se sucederían rápidamente, por el simple hecho de estar ausente de la provincia, presagiaba futuros conflictos, puesto que nunca había renunciado a la idea de recuperar el gobierno, como lo había puesto en evidencia en su invasión de 1845.
Tras su breve campaña en la Banda oriental, regresa Urquiza a Entre Ríos, aprestándose a cruzar el Paraná con el apoyo de la flota brasileña. El general Echagüe había delegado el mando en Urbano de Iriondo para dirigir sus preparativos militares en el Monte de los Padres. Mientras tanto, en la ciudad, Iriondo y Crespo esperaban la señal que indicara el inicio del cruce del ejército urquicista.
El 23 de diciembre se inició esta operación y, simultáneamente, Iriondo se pronuncia contra Rosas frente a la guarnición local reunida en la Aduana. Echagüe desde Coronda pudo apreciar el cruce del Ejército Grande. Con algunas tropas santafesinas y las que mandaba el coronel porteño Santa Coloma, se internó el gobernador en la provincia, ante la imposibilidad de enfrentar a un enemigo superior.
Mientras en Santa Fe se elegía gobernador provisorio el 25 de diciembre a Domingo Crespo, en Rosario se producía el levantamiento contra Rosas y Echagüe, preparándose el coronel Fernández a impedir el paso del gobernador, si es que trasponía el Carcarañá. Contra la opinión de sus oficiales, Don Pascual eludió atacar Rosario, lo que motivó la sublevación del capitán Acosta.
Acampado en Cruz Alta, programa Echagüe organizar un ejército en combinación con el gobernador de Córdoba, Manuel López, quien aunque por entonces ha enviado embajadores a pactar con Urquiza, está dispuesto a que tropas veteranas acampadas en Villa Nueva integren, bajo las órdenes de Echagüe, un ejército de reserva.
Al no prosperar este proyecto, Echagüe se encamina hacia Buenos Aires por la ruta de Melincué, procurando evitar encuentros armados, para reunirse con el general Pacheco en Luján y pasar luego a la ciudad donde se encuentra con Rosas. El ejército enemigo le pisaba los talones al final de su marcha.
Dada la batalla de Caseros el 3 de febrero de 1852, en la que se enfrentaron ambos ejércitos de 25.000 hombres cada uno, se produjo la caída simultánea de Rosas y Echagüe, exiliándose ambos a Europa en el mismo buque inglés, aunque el santafesino regresaría a la Argentina en 1854, donde aún le esperaba una larga vida pública.
La época de Rosas tocaba a su fin. La evolución de los acontecimientos indicaría si se trataba de un mero relevo de caudillos nacionales o si, en cambio, se estaban creando las condiciones para poner en marcha transformaciones estructurales, algunas de las cuales estaban anunciadas en el discurso que animaba la insurrección, y otras habían sido formuladas por los escritores del exilio.
De la insurrección santafesina contra Rosas iniciada el 23 de diciembre de 1851, surgió el nombramiento de gobernador interino hecho en uno de sus promotores, el hacendado Domingo Crespo. Electo por una asamblea popular reunida por Iriondo el día 25, se mantuvo en tal carácter hasta el 29 de febrero de 1852, cuando fue designado por la Legislatura como gobernador propietario, función que desempeñó hasta 1854. Llama la atención la premura puesta de manifiesto en la validación del mandato de Crespo en medio de la crisis nacional generada por la caída de Rosas. ¿Estaba dirigida a neutralizar las aspiraciones del general Juan Pablo López por entonces ocupado en respaldar a Urquiza en su ocupación de Buenos Aires? Poco tiempo después, el regreso de Mascarilla pondría en serio peligro la estabilidad del gobernador.
Importantes acontecimientos nacionales ocurrieron en este lapso: la caída de Rosas, el Acuerdo de San Nicolás, el Congreso de Santa Fe, que sancionaría la Constitución Nacional de 1853, la separación del Estado de Buenos Aires de la Confederación y las constantes hostilidades que este hecho provocaría.
En este marco, Crespo produjo un gobierno progresista que inició la transición de la provincia criolla a la provincia moderna, mientras en el orden institucional Santa Fe dejaba de ser el estado autónomo de los tiempos de Estanislao López, para pasar a ser la provincia argentina integrante de la República federal representativa que la Constitución de 1853 dejaba inaugurada.
Crespo produjo un gobierno progresista que inició la transición de la provincia criolla a la provincia moderna
A poco de producida la batalla de Caseros, el general Urquiza comenzó a apreciar que era muy resistido en Buenos Aires, tanto por los unitarios como por los federales. Habiendo instalado en el gobierno de esa provincia a Vicente López y Planes, se reunió con él en Palermo el 6 de abril, conjuntamente con el gobernador de Corrientes, Virasoro, y el ministro de Santa Fe, Manuel Leiva. Allí firmaron un protocolo por el que se le otorgaba la representación ante el extranjero y se invitaba a los gobiernos provinciales a participar de una reunión en San Nicolás.
El 31 de mayo se rubricó el Acuerdo de San Nicolás, por el que las provincias refrendaban las principales disposiciones del Pacto Federal de 1831, especialmente las relativas a la convocatoria a un Congreso que se debía reunir en Santa Fe, a partir de agosto, para sancionar una constitución federal.
La provincia de Buenos Aires no quiso convalidar los avances que el Acuerdo significaba para los intereses provinciales. La nacionalización de las rentas de aduana, la representación de las provincias en el Congreso, la realización del Congreso en Santa Fe y la designación de Urquiza como director provisorio de la Confederación, con atribuciones para reglamentar la navegación de los ríos y mandar los ejércitos, fueron elementos que no podían aceptarse sin desmedro de la tradición centralista de la ciudad puerto, como quedó demostrado en las denominadas jornadas de junio, cuando la cuestión se debatió acaloradamente en la Legislatura.
Urquiza disolvió la Sala de Representantes y asumió el 26 de junio el gobierno de Buenos Aires. En esta situación se mantuvo hasta el 4 de septiembre, cuando, tras delegar el mando en el general Galán, se dispuso a embarcarse hacia Santa Fe para inaugurar el Congreso. Fue el momento indicado para que estallara la revolución del 11 de septiembre. La ciudad de Buenos Aires fue ocupada por tropas antigubernamentales que permitieron el desmembramiento de la provincia del resto de la Confederación.
A partir de allí se inició una tensa relación entre la Confederación y Buenos Aires. En ese estado de cosas la provincia de Santa Fe se encontraba en una posición altamente comprometida por su situación limítrofe. La invasión de los generales Hornos y Madariaga a Entre Ríos y la sublevación de Lagos en Buenos Aires, en cuyo respaldo intervino Urquiza, dieron un carácter militar al conflicto a finales de 1852 y durante la primera mitad de 1853.
Cuestiones de política interna vinieron a complicar más la situación del gobernador Crespo. El 5 de julio de 1852 se sublevaba en Rosario el general Juan Pablo López, apoyado por los comandantes Luis Hernández y José Agustín Fernández. Invocando el apoyo de Urquiza, apresaron al jefe político Marcelino Bayo y al comandante de fronteras, general Santiago Oroño, y tomaron el dinero existente en la receptoría.
Hernández marchó sobre la capital, pero fue enfrentado por el coronel José Rodríguez. Las contradictorias noticias sobre el resultado del encuentro movieron a Crespo a presentar su renuncia y a López a abandonar la intentona. Recuperado el control de la situación por el gobernador, la Legislatura provincial declaró, el 26 de agosto, confinado para siempre de la provincia al anarquista López, e incautó sus bienes para recuperar el dinero tomado en Rosario. Un tribunal especial realizó una investigación que continuó hasta mayo de 1853. López fue confinado en Catamarca hasta octubre de 1852, para ser luego derivado a Paraná y puesto a disposición del gobierno de Santa Fe.
Por descabellado que parezca, el intento de López estaba reflejando el sentir de un sector que pronto conformaría su partido, nada despreciable en el conjunto de las relaciones de poder de la provincia, que apenas si se estaban definiendo tras la crisis del orden rosista. Pocos años después llegaría su hora, cuando sus aspiraciones encontraran armonía con los intereses superiores del árbitro entrerriano.
Mientras tanto, el 20 de noviembre de 1852, se había instalado el Congreso Constituyente en Santa Fe, en cuyo seno representaban a la provincia los diputados Juan Francisco Seguí y Manuel Leiva. El gobernador Crespo inauguró las sesiones a nombre del general Urquiza, quien se encontraba ocupado frente a la invasión a Entre Ríos de Hornos y Madariaga. El 1º de mayo de 1853 se sancionaba la Constitución Nacional, que fue promulgada el 25 y jurada el 9 de julio.
La provincia en el nuevo orden institucional
La sanción de la Constitución Nacional ponía fin a la existencia del Estado autónomo de Santa Fe, convertido ahora en una de las trece provincias que conformaban la República, impropiamente denominada, como en los tiempos de Rosas, Confederación. Aunque la carta daba a luz a una persona jurídica superior a las provincias, conformada por el Estado Nacional, su construcción real llevaría varias décadas. Mientras tanto, desde Paraná, se intentaba diagramar, conforme al molde constitucional, un poder nacional efectivo, respaldado por ahora en la dimensión política y económica del general Urquiza, única que podía poner en balance a la fuerza de Buenos Aires.
Por entonces, numerosos exiliados porteños conspiraban desde Santa Fe. En octubre de 1853, algunos de ellos hicieron un tumulto en Rosario, dando vivas a Rosas y a Lagos y mueras a los unitarios santafesinos, entre ellos el propio juez de paz de Rosario José María Cullen, quien no dudó en ordenar su dispersión. El 14 de agosto asumía el general Benjamín Virasoro como jefe político de Rosario, que era ciudad desde el 3 de agosto de 1852. El correntino adoptó medidas precautorias para neutralizar la acción de los emigrados que podían comprometer a la provincia y a la Confederación.
A pesar de ello, el 8 de noviembre se produjo una invasión sobre Buenos Aires que fue llevada a cabo por tales conspiradores. El general Hornos dispersó a los ofensores, comandados por Hilario Lagos y Gerónimo Costa. En noviembre se supo en la Comandancia de la Frontera Sur que se encontraban acantonados en San Nicolás más de mil hombres al mando de los generales Hornos y Mitre.
Fue entonces que prosperó una propuesta de mediación de los comerciantes José María Cullen y Daniel Gouland, cuyos intereses mercantiles estaban muy desarrollados a ambos lados del Arroyo del Medio. Las conversaciones se iniciaron precisamente cuando, el 1º de diciembre, era elegido Cullen como gobernador de Santa Fe por su Legislatura. El tratado, preliminar de los Pactos de Convivencia, fue suscripto el 20 de diciembre de 1854, representando a la Confederación los citados Cullen y Gouland, y a Buenos Aires, su ministro Irineo Portella. El 8 de enero se rubricaba el acuerdo definitivo en Paraná, con la firma del ministro porteño Juan Bautista Peña y los ministros nacionales Santiago Derqui y Juan del Campillo.
Estos acuerdos permitieron que el año 1855 transcurriera sin sobresaltos en las relaciones entre ambos estados. Pero en enero de 1856, un movimiento comandado por el general Flores intentaba derrocar al gobierno de Buenos Aires. Lo impulsaban en su mayoría emigrados que se habían organizado en Santa Fe y que, derrotados, regresaron apresuradamente, comprometiendo con ello a Cullen y a Urquiza.
A fines de enero, otro movimiento, dirigido ahora por Gerónimo Costa, estalló en la provincia de Buenos Aires y fue sofocado sangrientamente. Hubo algunas ejecuciones sumarias, entre ellas la del valeroso Gerónimo Costa, mientras que el grueso de los vencidos fueron perseguidos por el general Mitre hasta varias leguas adentro del territorio santafesino. Intimados por el general Santiago Oroño, los porteños regresaron a su provincia. Esta incursión en el espacio de la Confederación produjo grandes tensiones, e hizo reflexionar a Urquiza sobre la conveniencia de contar con un gobierno fuerte en Santa Fe, mientras dejaba sin efecto los pactos de convivencia.
La situación de Cullen quedaba comprometida. El ministro Juan Francisco Seguí, ex secretario de Urquiza, dio la primera señal al renunciar a su cargo. En abril corrían rumores revolucionarios en la ciudad de Rosario. A fin de ese mes renunciaba el nuevo ministro, Severo González, para hacerse cargo de una senaduría nacional por Córdoba.
Entre tanto, la Legislatura instalada en 1855, que tenía carácter constituyente, sancionó la nueva Constitución de la provincia, adaptada a los requerimientos de la Nacional de 1853, siendo enviada a los tres días a la consideración del Congreso de la Nación, práctica que tuvo vigencia hasta la reforma de 1860.
Juan Pablo López, desde Paraná, preparaba la caída del gobernador de Santa Fe, en un todo de acuerdo con el presidente. Unos y otros, cullistas y lopiztas, procuraban captar la voluntad del presidente y le ofrecían garantías de lealtad. La correspondencia y los viajes a Paraná eran constantes al promediar el año 56. Pero Urquiza, López y Seguí estaban de acuerdo en derrocar a Cullen.
El 18 de julio llegaba desde Paraná el general López, aclamado por un sector de la población. Se recibía en triunfo al que había sido «confinado para siempre» cuatro años antes, mientras Cullen era presionado a renunciar. Lo hizo ante la Legislatura, que era a su vez Asamblea Constituyente y que se disolvió inmediatamente en clara señal de repudio al atropello dirigido al Ejecutivo. Una improvisada asamblea popular nombró gobernador a Juan Pablo López, sin más recaudo legal que la confección de una acta. Entre tanto, la provincia era intervenida por la Nación, comisionándose a tal efecto al ministro de Guerra, general José Miguel Galán, quien delegó sus funciones en el gobernador revolucionario para regresar prontamente a Paraná.
Una improvisada asamblea popular nombró gobernador a Juan Pablo López, sin más recaudo legal que la confección de una acta.
El ex ministro de Cullen, Juan Francisco Seguí, que había tomado distancia a tiempo y contribuido a producir su caída, fue el principal colaborador de López. Como la Legislatura no se avenía a convalidar lo actuado, vino en auxilio del Comisionado Nacional, el ministro del Interior, Santiago Derqui, quien respaldó la decisión de llamar a elecciones para constituir una nueva Asamblea, la que nombraría a López gobernador titular y completaría los últimos pasos de la reforma constitucional.
Las elecciones se llevarían a cabo el 12 de agosto, y a pesar de que Derqui recomendó que se ofrecieran garantías a todos los sectores, López tomó algunas medidas precautorias. El día previo, su sobrino Luis Hernández puso bajo arresto en Rosario al general Santiago Oroño, pariente de los Cullen, quien recuperó su libertad después de las elecciones.
La nueva Asamblea sancionó la Constitución, que fue promulgada por López, en su carácter de delegado del gobierno nacional el 26 de agosto. De los anteriores diputados quedaba solamente Rosendo Fraga, sobrino político del Comisionado. Presidido por el doctor Seguí, el cuerpo legislativo nombró gobernador propietario a Juan Pablo López, el 3 de septiembre. Una entrevista privada entre López y Urquiza, en la boca del Colastiné, selló el éxito de la operación que puso fin al gobierno de Cullen, pero que lejos estuvo de anular al cullismo.
Precisamente, el partido desplazado inició rápidamente la contraofensiva. Cualquier intento debía ser organizado sin despertar la alarma de Urquiza, pero era impensable que el presidente apoyara un golpe de mano de signo contrario al que había prohijado pocos meses antes. Mientras procuraban dar muestras de lealtad a Urquiza, los cullistas preparaban en Santa Fe y en Rosario la revolución contra López. Mariano Rodríguez del Fresno, tío del desplazado gobernador Cullen, que alimentaba sus odios contra Mascarilla desde el año 38, junto a Patricio Cullen, que era en la familia el de armas llevar, dirigieron la acción en Santa Fe, mientras desde Rosario conspiraban Camilo Aldao, hermano de los Cullen, su cuñado Nicasio Oroño, y su primo Marcelino Freyre.
La revolución estalló el 25 de octubre en la capital. El gobernador López se hallaba en el sur, a raíz de la tensión existente en la frontera con Buenos Aires, y había delegado el mando en el comandante José Rodríguez. Con los indios del Sauce y los hombres del cantón de Ascochingas, penetraron Rodríguez del Fresno y Patricio Cullen en la ciudad, tomando prisioneros al gobernador delegado y al ministro Seguí. Fueron convocados inmediatamente los miembros de la Asamblea Constituyente anterior que convalidó los hechos.
¿Se esperaba la aprobación de Urquiza? La respuesta fue inmediata de parte del vicepresidente Del Carril —Urquiza residía en San José la mayor parte del año—, que intervino la provincia, encomendando la tarea al ministro Santiago Derqui. El presidente amenazó con actuar personalmente para restablecer el orden.
El intento cullista había fracasado. José Rodríguez logró escabullirse y reunir tropas leales que recuperaron la ciudad al día siguiente. A pesar de las garantías ofrecidas a los revolucionarios por el interventor nacional, el ministro Seguí incurrió en represalias que molestaron a Derqui, quien a duras penas logró llevar a Patricio Cullen a Paraná. Por su parte, Juan Pablo López tomó en Rosario algunas medidas militares para evitar que la revolución se propagara. El general Oroño se mantuvo inactivo en Coronda y hubo algunas defecciones de último momento. La oposición había quedado en evidencia, por lo que sus principales referentes tomaron distancia y pasaron a San Nicolás.
El estado de alerta ganó al gobierno, que dio crédito en febrero de 1857 a algunos rumores de conspiración que involucraban a miembros prominentes del gobierno nacional, los generales Galán y Echagüe, ministro de Guerra el primero y senador el otro. Si este rumor era falso y produjo el malestar de las autoridades nacionales, mayores visos de verdad tenían las noticias sobre algunas maquinaciones que alentaba Camilo Aldao en Rosario. Pero la verdadera acción revolucionaria llegó en abril, cuando el general Benjamín Virasoro, cuya lealtad al presidente no se ponía en duda, se levantó en armas desde Rosario en combinación con el coronel Cardozo. El gobierno de Paraná, a cargo del vicepresidente, vio con buenos ojos este movimiento y se preparó a enviar comisionados en su apoyo. Llegaron cuando Cardozo ya había sido reducido. Una amnistía general benefició a los revolucionarios de abril y a los de octubre del año anterior, invocando el aniversario del pronunciamiento de Urquiza y de la Constitución Nacional. La contienda, muy moderada, pasó al plano periodístico y Nicasio Oroño, desde La Confederación, mantuvo un debate con el ministro Seguí.
El liderazgo urquicista y las tensiones regionales
La paz interna no se quebró durante el resto del gobierno de López, a la par que se deterioraban las relaciones entre la Confederación y Buenos Aires. Fue por ello que el gobernador se dedicó a sus funciones militares en el sur de la provincia, delegando el mando, primero en José de Amenábar y luego en Rosendo Fraga. Algunos de los opositores, en señal de colaboración al proceso de pacificación interna que Urquiza alentaba, se dieron a la empresa de fundar la Villa Constitución, cuyo padrinazgo ejerció el propio gobernador.
En este contexto se produjo el recambio gubernativo sin sobresaltos. Rosendo Fraga, que venía ejerciendo el cargo de gobernador delegado, fue electo en propiedad y asumió el 3 de septiembre de 1859.
Las relaciones entre Buenos Aires y la Confederación se habían deteriorado hasta el extremo de plantearse la guerra. En mayo, la Legislatura bonaerense autorizó al gobierno a contrarrestar militarmente todo intento de reincorporar por la fuerza a la provincia al conjunto de la Confederación. Los hechos de San Juan, que culminaron con el asesinato del general Nazario Benavidez, profundizaron el conflicto en octubre de 1858.
La guerra se demoró porque Urquiza tramitaba una alianza con Brasil, que no pudo concretarse, como tampoco la del Paraguay, que sostenía un litigio con los Estados Unidos de América, en el que el mandatario argentino actuó como mediador. El presidente Carlos Antonio López quería asegurar previamente un ventajoso tratado de límites.
Santa Fe sufrió una situación de gran peligro cuando, en junio de 1859, la escuadra de Buenos Aires inició un bloqueo a Paraná, aislando a Urquiza en la mesopotamia. En esas circunstancias, una rápida ofensiva del ejército porteño sobre esta provincia, hubiera dividido en dos a la Confederación. La demora de Mitre en este sentido le evitó a Santa Fe una caída segura. La sublevación del Pinto y la huida del Buenos Aires aguas abajo, permitieron a Urquiza cruzar finalmente el Paraná e iniciar su avance hacia el sur.
Santa Fe sufrió una situación de gran peligro cuando, en junio de 1859, la escuadra de Buenos Aires inició un bloqueo a Paraná, aislando a Urquiza en la mesopotamia. La demora de Mitre le evitó a Santa Fe una caída segura.
Con el apoyo de la escuadrilla de la Confederación, que logró romper el paso de Martín García, tras dejar su fondeadero de Montevideo, el ejército confederal avanzó hacia Buenos Aires. Mitre abandonó su campamento de San Nicolás y se dirigió a los campos de Cepeda, donde en 1820 López y Ramírez habían derrotado a los porteños. El 23 de octubre de 1859, las tropas de Urquiza se imponían ampliamente a las de Mitre, contra todos los pronósticos de Buenos Aires.
La delegación desempeñada por Fraga se había iniciado en plenos preparativos de guerra, la que estalló y se resolvió durante su gestión, pocos días antes de ser electo en propiedad. El Pacto de San José de Flores permitió a Buenos Aires un decoroso reintegro a la Confederación. En enero de 1860, la Convención del Estado de Buenos Aires hizo el estudio de la Constitución de 1853 y precisó las modificaciones que propondría a la Convención Nacional a reunirse en Santa Fe el 14 de septiembre. Desde marzo de 1860 era presidente de la Nación el doctor Santiago Derqui, aunque el liderazgo de Urquiza se mantenía activo.
La designación del coronel correntino José Antonio Virasoro como gobernador de San Juan, por influencia del entonces ministro Santiago Derqui, fue mal vista por los partidarios de la candidatura presidencial de Salvador del Carril. Es que Derqui alimentaba las mismas aspiraciones y de esta forma se aseguraba los votos sanjuaninos. Posteriormente, Del Carril, que era entonces el candidato de Urquiza, renunció a su postulación y Derqui se vio libre de toda competencia, pues contaba ahora con el apoyo del presidente saliente.
Tanto en lo relativo a la elección presidencial como en lo referente a la de convencionales, se produjo en Rosario una notable actividad política. Los partidos habían encontrado nuevas posibilidades para medir sus fuerzas, sin poner en peligro sus vidas y haciendas. No hubo desórdenes en las elecciones legislativas de julio de 1860 que llevaron a la Junta de Representantes a Nicasio Oroño y a Simón de Iriondo. Los cullistas fundaron el Club Constitución para proponer a Marcelino Freyre y Nicasio Oroño como convencionales para la Asamblea que debía reformar la Constitución de 1853, los federales crearon a su vez el Club Republicano, que respaldaba a Benjamín Victorica y a Simón de Iriondo. Los primeros disponían del periódico La Confederación de Federico de la Barra, que aspiraba a ser constituyente por San Juan.
La mayor fuerza del Club Constitución se acrecentó cuando el presidente Derqui, en visita a Rosario, apoyó claramente las candidaturas de Freyre y Oroño. El 5 de agosto se impuso la lista de los cullistas en una jornada que arrojó varios contusos. El resultado final en toda la provincia definió la representación santafesina en la Convención, la que estaría a cargo de Nicasio Oroño y Juan Francisco Seguí.
Coincidentemente con estos avances en la convivencia política, el general Juan Pablo López no podía superar sus viejas prácticas. Conspirador nato, se propuso derrocar al gobernador Fraga, su propia hechura política, iniciando un movimiento el 31 de mayo de 1860. Fue sorprendido y capturado, y aunque se intentó liberarlo al día siguiente, fue enviado a Paraná donde permaneció bajo prisión domiciliaria.
Dice Miguel Angel De Marco: «De todas maneras, el conato de López hizo que vacilase aún más la situación del gobernador, quien, pocos meses más tarde, cansado y enfermo, presentó su renuncia». Efectivamente, el 9 de diciembre de 1860, Rosendo Fraga dimitía, contrariado por los graves acontecimientos políticos ocurridos durante su mandato. Era nacido en Buenos Aires y hacia allí regresó para ponerse a las órdenes de Mitre, en cuyo ejército actuaría en la próxima contienda.
La provincia y la crisis de la Confederacion
El mismo día de la renuncia de Fraga es electo para terminar el período Pascual Rosas, quien debió enfrentar una nueva crisis nacional. La provincia de Buenos Aires seguía siendo la piedra de la discordia y los liberales porteños conspiraban. El asesinato de Virasoro y el fusilamiento de Aberastain en San Juan, los problemas planteados en el Congreso Nacional con el rechazo de los diputados de Buenos Aires y el retiro de sus senadores, provocaron la ruptura. Una ley nacional declaró sedicioso al gobierno bonaerense del general Bartolomé Mitre.
Nuevamente los ejércitos confluyeron en territorio santafesino y en las proximidades del Arroyo Pavón se dio la célebre batalla del 17 de septiembre de 1861. Mucho se ha escrito sobre la batalla de Pavón. La retirada del general Urquiza no ha podido ser justificada cuando el ejército nacional dominaba la situación. Se habló de entrega y de acuerdos previos entre Mitre y Urquiza. Lo cierto es que cuando el primero tomó conciencia de la situación, quiso asegurar el triunfo. El gobernador Pascual Rosas había ofrecido a Urquiza poner en pie de guerra a la provincia, pero este nada escuchaba en su rápida marcha hacia San José.
La ciudad de Rosario, a la que había concurrido el presidente Derqui para tratar de reorganizar el ejército, fue tomada por tropas de Mitre. En Cañada de Gómez se hizo una matanza sobre restos del ejército que pernoctaba desprevenido, salvándose entre otros, José Hernández y Leandro Alem. El gobernador Pascual Rosas se retiró hacia el Chaco el 4 de diciembre, después de haber intentado infructuosamente defender la provincia durante dos meses y medio, ante la indiferencia de Urquiza. Al día siguiente, el joven Tomás Cullen era elegido jefe político de los tres departamentos del norte y actuaba como virtual gobernador.
El 26 de diciembre entraba en Santa Fe el general Mitre, quien colocaba en el gobierno provisoriamente a Domingo Crespo, que asumía el 31. Terminaba el período como había comenzado, con Domingo Crespo en el gobierno y con la perspectiva del inicio de una nueva etapa tras la caída de un caudillo nacional. Pero ahora el país quedaba en manos del liberalismo porteño y los cambios que sobrevendrían llevarían en las próximas décadas a la transformación de la Argentina criolla, para adentrarse cada vez más en los tiempos modernos que, junto a las grandes modificaciones, traerían una progresiva dependencia política y económica.
Los grupos políticos y sus contradicciones
En una sociedad integrada por poco más de 40.000 habitantes en toda la provincia, donde un diez por ciento estaba constituido por extranjeros, es lógico que la clase dirigente estuviera compuesta por unas pocas familias. La trama de parentescos era muy apretada y esto era especialmente notable en el grupo político cuyista.
En realidad, la familia nucleadora del clan de los Cullen era la de los Rodríguez del Fresno. Las hijas e hijos del matrimonio de Don Manuel Rodríguez y Sarmiento y Doña Francisca del Fresno, produjeron, mediante sus matrimonios, los vínculos parentales entre quienes serían prominentes personalidades políticas.
El historiador Federico G. Cervera ha identificado una docena de hijos del médico que tan larga y meritoria actuación desempeñara en Santa Fe. Ana María Cecchini de Dallo ha destacado, por su parte, las vinculaciones matrimoniales y políticas que en torno a los Rodríguez del Fresno se irían hilvanando.
Las mujeres, destaca Cecchini de Dallo, fueron: Josefa, que se casó con Estanislao López; Manuela, casada con José Freyre y Andrada; Joaquina, casada primero con Pedro Aldao y, luego de enviudar, con Domingo Cullen, y Dolores, casada con Domingo Crespo. Finalmente, dos hijos varones de importante actuación: el coronel Pedro Rodríguez del Fresno, gobernador cuando la invasión de Lavalle, y Mariano, también coronel, protagonista de la revolución contra Juan Pablo López de 1856.
Los próceres del clan cuyista eran Estanislao López y Domingo Cullen, éste último mártir del antirrosismo y el constitucionalismo. Los venerables vivientes: Domingo Crespo, concuñado de los anteriores; el citado coronel Mariano Rodríguez del Fresno, cuñado de todos y defensor en El Tala en 1838; el general Santiago Oroño, que sería suegro de una de las Cullen, a raíz del matrimonio de su hijo Nicasio, y compañero en El Tala con el coronel Mariano.
José María Cullen, hijo de Don Domingo, se transformaría en el líder del cuyismo, actuando en coordinación con su primo Marcelino Freyre, su medio hermano Camilo Aldao, su cuñado Nicasio Oroño y sus hermanos Patricio, futuro gobernador, y Tomás, gobernador interino después de Pavón.
Por su parte, el lopizmo también había protegido vínculos políticos familiares, aunque en menor medida. Hermano de Estanislao López, Juan Pablo, a quien llamaban Mascarilla por su rostro picado de viruela, era la figura distintiva. Sus principales sostenedores eran Silvestre Hernández, su sobrino y futuro yerno; Luis Hernández, también sobrino; Rosendo Fraga, casado con una de las hijas de Estanislao López, y Telmo López, hijo del Brigadier.
El grupo lopizta, o federal, no presentó la homogeneidad del anterior, tenía una tradición eminentemente militar y pertenecía a sectores de menor poder económico.
El punto inicial de las desavenencias entre ambos grupos tenía su origen en la sucesión de Estanislao López, proceso en el que el combate de El Tala es un hecho sobresaliente. El 2 de octubre de 1838, Juan Pablo López venció a Santiago Oroño y Mariano Rodríguez del Fresno, pocos días después de que Domingo Cullen abandonara la provincia. El fusilamiento de Cullen había dado la nota dramática al enfrentamiento. La conversión de López contra Rosas en 1842 no pudo hacer olvidar lo anterior y, aunque compartieron algunas empresas hasta Caseros, el intento de López contra Crespo en 1852, reavivó el encono.
Si bien la clase dirigente santafesina se encontraba fuertemente ligada por vínculos parentales, la naturaleza de los conflictos políticos, los intereses económicos en juego y las posiciones asumidas por los actores en cada instancia electoral, están indicando que tales vínculos no explican suficientemente la dinámica política de la época, tensionada por influencias externas a la provincia. En las siguientes décadas, las divisiones intrafamiliares se harán más evidentes, a la hora de producir definiciones en los conflictos por el poder regional.
Primeras manifestaciones de modernización
La multiplicidad de asuntos encarados por la administración de Crespo, primera del período, marca la tónica de modernización incipiente de los años futuros. Hay una reorganización de la provincia y sus cuatro departamentos. Se declara ciudad a Rosario el 3 de agosto de 1852, se crean tribunales y jefaturas políticas, especialmente en Rosario. Se establecen servicios de correos y mensajerías, y se reglamentan las operaciones de Aduana y los derechos de tránsito.
La multiplicidad de asuntos encarados por la administración de Crespo marca la tónica de modernización incipiente de los años futuros. Hay una reorganización de la provincia y sus cuatro departamentos.
Se toman además medidas indemnizatorias para los propietarios de esclavos que adquirieron su libertad por imperio de la Constitución Nacional. Se fijaron pautas referentes a la tierra pública, estableciendo un sistema de enfiteusis y reservando a la Legislatura su posible cesión para colonización. Se inaugura la empresa colonizadora, mediante el contrato firmado por Aarón Castellanos para traer mil familias de Europa y fundar cinco colonias agrícolas, proyecto que quedó reducido al establecimiento de la colonia Esperanza.
Enfiteusis
Cesión perpetua o por largo tiempo del dominio útil de un inmueble, fijándose como contrapartida el pago de una pensión anual perpetua o durante el plazo establecido. Una Ley de Enfiteusis, del 18 de mayo de 1826, dispuso que se reservarían para la distribución bajo este régimen todas aquellas tierras públicas nacionales que no se podían enajenar por cuanto servían de garantía al endeudamiento externo.
Por su parte, inició Cullen las visitas a los cuatro departamentos de la provincia e inspeccionó personalmente los trabajos de poblamiento de Esperanza. Se tomaron medidas para la creación de rentas propias y se trabajó en la organización judicial hasta tanto entrara en vigencia la nueva Constitución. Se confeccionó el primer presupuesto de gastos públicos y se inició la publicación del Boletín Oficial.
Las exploraciones y estudios de Alfredo Du Graty, de Martín de Moussy y del comandante Page, éste último referido a la posible navegación del Salado, permitieron un mejor conocimiento de la geografía provincial y sus posibilidades.
La gestión de Juan Pablo López no se aparta del concepto de modernización. Por ley del 20 de diciembre de 1858 se crea la Municipalidad de Rosario y el presupuesto para el período 1857/58 demuestra una mayor complejidad de la administración pública. En 1858 se crea el Protomedicato.
Organismo estatal que controlaba el ejercicio de la medicina y combatía el curanderismo. En Santa Fe ejercía estas funciones el médico Manuel Rodríguez del Fresno, que sería suegro de Estanislao López. La institución se instaló en el Virreinato del Río de la Plata en 1780.
En materia de colonización de tierras públicas se aprecian también notables avances. Se firma un contrato con la firma Beck y Herzog, que culminará con la fundación de la colonia San Carlos y se arreglan las deudas de los colonos de Esperanza. El poder ejecutivo es autorizado en 1857 a hacer donaciones de tierras que no excedieran las veinte cuadras cuadradas, a los inmigrantes espontáneos.
En 1858 se instala en Rosario el Banco Mauá, perteneciente al Barón de Mauá, capitalista brasileño que había contribuido a financiar la caída de Rosas. Fue la entidad bancaria de la Confederación, en momentos en que Rosario prosperaba a impulsos de la ley de derechos diferenciales.
El año anterior había iniciado sus servicios el buque a vapor Primer Argentino, del que era José María Cullen uno de sus propietarios. Uniría la línea Buenos Aires–Paraná, capital de la República, con escalas en Rosario y en Santa Fe.
La ciudad de Rosario como centro de poder emergente
La Confederación Argentina necesitaba acrecentar sus rentas de aduana pues el presupuesto de gastos así lo exigía. Rosario, que era el puerto más apto, tenía un movimiento extremadamente pobre. Concurrían veleros de cabotaje con mercaderías reembarcadas en Buenos Aires o Montevideo, donde se los recargaba con un 30 % por derechos de tránsito, beneficiando a Buenos Aires con más de $ 3.000.000 anuales.
En marzo de 1856, las relaciones entre Buenos Aires y la Confederación sufrieron un deterioro, circunstancia que se aprovechó para aprobar en el Congreso una ley de derechos diferenciales. La norma establecía que, transcurridos cuatro meses desde su promulgación, se cobraría a las mercaderías reembarcadas en Buenos Aires y en Montevideo, desde un 30 % al doble de los derechos ordinarios, que se mantendrían para los productos llegados directamente desde el exterior. El plazo se prorrogó hasta febrero de 1857 y, a partir de allí, se vieron buques de ultramar en Rosario. La ciudad comenzó un rápido crecimiento.
La aduana rosarina prontamente incrementó sus recaudaciones. Urquiza dejó sin efecto esta ley a mediados de 1859, para no perjudicar al Uruguay en momentos en que la guerra con Buenos Aires era inminente y estaba prohibida la entrada a los puertos de la Confederación de los productos que vinieran de esa ciudad.
Para entonces, el departamento Rosario contaba con casi 23.000 habitantes (9.735 en el radio urbano) y duplicaba a la población de la capital provincial (6.102 en la ciudad). Rosario se había transformado en ciudad, contaba con un municipio y con un tribunal de primera instancia. Era un centro de poder emergente en el que se habían instalado representantes de las familias tradicionales de Santa Fe, como José María Cullen, Camilo Aldao, Marcelino Freyre, Ignacio Comas, o emparentados con ellas, como Juan María Gutiérrez y Nicasio Oroño, a la vez que despuntaba una burguesía mercantil que alentaba emprendimientos vigorosos.
Rosario era un centro de poder emergente en el que se habían instalado representantes de las familias tradi-cionales de Santa Fe
Escribió el chileno Vicuña Mackenna en 1855:
«Rosario, que era hace años una miserable ranchería, es hoy un pueblo de importancia en que todo reluce con aire de frescura, como si hubiera sido hecho ayer, y tiene, en efecto, un próximo y vasto porvenir desde que por la segregación de Buenos Aires ha venido a ser el principal puerto de la Confederación. La población está edificada con mucha regularidad, en tres calles paralelas, desde la barranca del río hacia la pampa, y no tendrá en el día menos de 20 manzanas de caseríos bien construidos. Cuenta tres plazas y en la principal hay una pequeña y graciosa iglesia».
La economía y la inestabilidad política
La guerra y las revoluciones no van de la mano con los negocios. Será por ello que el comercio alentó el entendimiento entre la Confederación y Buenos Aires en 1954 con la firma del acuerdo Cullen–Portella. Aunque buena parte del negocio consistía en ser proveedores del Estado, ya fuera nacional o provincial, hubo grandes quebrantos a causa de la guerra, como ocurrió con la firma Cullen–Aldao a raíz del resultado de Pavón, ya que el gobierno nacional no reconoció la deuda que con ella había contraído la Confederación y que rondaba los 800.000 pesos.
De cualquier forma, los grandes barracones de aquel tiempo reportaban buenas ganancias a sus poseedores y el ganado eran también fuente de una sólida prosperidad para las 509 estancias que ocupaban una mínima parte del territorio, concentradas en buena medida en el sur de la provincia (267). La zona comprendida entre el Arroyo Pavón y el del Medio era el área más productiva en materia de ganado vacuno, con 62.721 cabezas, seguida por la región lindera hacia el norte, que se extendía entre el Pavón y el Carcarañá, con 56.903 cabezas. Era esta zona, especialmente la más próxima a Buenos Aires, la que estaba más amenazada por los malones y por los arreos de los ejércitos en campaña.
En los otros departamentos disminuía la cantidad de estancias. Había 126 en San Jerónimo, 111 en La Capital y 5 en San José. Es decir, la cantidad de unidades productivas disminuía conforme se avanzaba hacia el norte y lo mismo ocurrió con la cantidad de ganado. Al norte del Carcarañá y hasta el Arroyo de los Padres, las estancias poseían 39.549 cabezas de ganado vacuno, mientras que la región más septentrional, que comprendía los departamentos de La Capital y San José, apenas si contaban con 6.733 cabezas de ganado.
Hay que destacar que el ciclo lanar se encontraba firmemente iniciado en el sur de la provincia, especialmente en la zona de Rosario, pues se registran entre el Carcarañá y el Pavón 121.000 animales, entre finos, mestizos y criollos. Casi la mitad aparece consignada en el sur, entre el Pavón y el Arroyo del Medio, con 65.000 ovejas. Hacia el norte la disminución es mayor, con 43.000 cabezas en el área de Coronda y apenas 3.488 en Santa Fe. No hay ovejas en la zona de Rincón.
El comercio y la ganadería constituyen los dos pilares fundamentales de la economía santafesina, como había sido siempre, apareciendo el incremento de la producción lanar como novedad, a impulsos de la demanda exterior. Se estaban creando las condiciones para diversificar estos rubros con la incipiente ocupación de la tierra por inmigrantes agricultores, pero todavía habría que esperar para que el trigo lograra volúmenes capaces de movilizar la industria molinera de las siguientes décadas.
El comercio y la ganadería constituyen los dos pilares fundamentales de la economía santafesina, como había sido siempre, apareciendo el incremento de la producción lanar como novedad, a impulsos de la demanda exterior.
Las fronteras y la ocupación del espacio
La inmensa geografía de la provincia se encontraba semidesierta, como surge del censo de población levantado en 1858, para cuya realización se dividió la provincia en 16 distritos urbanos y 29 rurales, 3 colonias y 2 cantones, ubicados en los cuatro departamentos (La capital, Rosario, San Jerónimo y San José).
El departamento La Capital, con 11.209 habitantes, comprendía la ciudad de Santa Fe, dividida en seis cuarteles o distritos, el Paso de Santo Tomé, las Quintas, las Chacras, Ascochingas y Añapiré, las colonias de naturales de San Pedro y Sauce y la Colonia de Extranjeros de Esperanza. Completaban la ocupación del espacio hacia el norte los cantones de frontera General López, Libertad, Campo de Álvarez, 9 de Julio y Romero.
El departamento Rosario, con 22.751 habitantes, se integraba con la ciudad del mismo nombre, dividida en seis cuarteles, más las villas de San Lorenzo y Constitución como centros urbanos. El área rural reconocía los parajes de las Chacras de Rosario, Bajo Hondo, Cerrillos, Monte de Flores, Horqueta, Arroyo Pavón Arriba, Abajo y Centro; Arroyo Seco, Arroyo de Ludueña, Desmochado Abajo y Arriba; más los cantones de la frontera sur de San José y 9 de Julio.
El departamento San Jerónimo, poblado por 4838 habitantes, se componía del pueblo de Coronda y los distritos rurales de Lomas, Barrancas, Carcarañá Abajo y Carcarañá Arriba, Desmochados y Monte de José Ñudo.
Por su parte, el departamento San José, que era el más pequeño, ya que apenas contaba con 2.463 habitantes, contaba con el pueblito de San José del Rincón, y los distritos rurales de Arriba, de Abajo y de Calchines.
El espacio ocupado dentro del territorio que correspondía a la provincia, se recostaba sobre el río desde Cayastá hacia el sur hasta llegar a Santa Fe, donde la franja poblada se ensanchaba hacia el oeste y se proyectaba hacia el sur, siempre sobre el eje de la zona costera.
Hacia la época de la fundación de Esperanza, la línea norte de fortines corría a pocas leguas de la ciudad, con los cantones de San Pedro, Narvaja e Iriondo que la resguardaban. Un poco más al norte, siempre en la banda oriental del Salado, el cantón de Páez, luego, cruzando el río y antes de Cululú, el de Cabrera, y más allá los de la Ramada y Corrales. Los fortines de Sauce y Romero cubrían el camino hacia Córdoba.
En 1858, el gobierno nacional del presidente Urquiza quiso hacer un movimiento profundo, instalando la frontera santafesina sobre una línea que se apoyaría al este sobre el Paraná, a la altura de San Javier, y seguiría en dirección hacia Esquina Grande sobre el río Salado, remontando la margen derecha del mismo hasta el Bracho, lo que significaba llegar hasta el Tostado, en lo que a territorio santafesino tocaba. El avance se completaría con la colonización del espacio a partir de los mismos fortines, la rehabilitación del viejo camino a Santiago del Estero por los Sunchales y el aprovechamiento del Salado como vía navegable.
Esta medida significó un desplazamiento de 20 leguas hacia el norte, pero el territorio intermedio no había sido conquistado efectivamente. Así ocurrió que el año de 1859 fue de grandes hostilidades, como los recordados malones sobre los fuertes de Narvaja e Iriondo.
El gobierno de la provincia tomó entonces medidas realistas que incluyeron el reacomodamiento de algunos fortines y la creación de otros, como el cantón de Zárate, sobre el camino a Córdoba, entre los de Sauce y Romero. El intento de Urquiza fracasó y pasarían diez años hasta que fuera posible llevar la frontera hasta el curso del Salado.
En el sur de la provincia, la línea pasaba por los cantones tradicionales de Melincué y la Esquina, guarnecidos al igual que el de la Candelaria por tropas nacionales, mientras que el de Horqueta tenía una dotación de la Provincia.
Para la época de la confección del censo de población de 1858, ya existía la primera colonia agrícola y había dos más en formación. En 1855 había partido de Dunkerque el primer navío que transportaba colonos hacia Santa Fe. Eran suizos en su mayor parte y venían a poblar la colonia Esperanza, primera de un grupo de cinco que Castellanos se había comprometido a establecer en un contrato firmado con el gobierno. Se pensaba introducir mil familias europeas en un período de dos años.
Las dificultades que trajo la primera colonia llevaron a Castellanos a rescindir el contrato y las cuatro colonias restantes no se concretaron. Pero en 1858 ya estaban en formación dos colonias más, la de San Carlos y la de San Jerónimo. La primera comenzó a poblarse en 1859, pero desde el año anterior existía funcionando una granja modelo, establecida por los empresarios Beck y Herzog. San Carlos demostró, con su rápida pujanza, las posibilidades favorables de la empresa colonizadora.
Cantones
En la Argentina se denominó cantón al lugar donde se fortificaba una fuerza armada, ya sea del Estado o de grupos revolucionarios. Por ejemplo, los fuertes de la frontera con los pueblos originarios o los edificios urbanos tomados por insurgentes en tiempos de revolución.
La colonia San Jerónimo presentó algunas diferencias en su origen con respecto a las anteriores. Algunas familias suizas llegadas para sumarse a los colonos de Esperanza, fueron amparadas por Ricardo Foster, quien les entregó parcelas gratuitamente dentro de las cuatro leguas que había adquirido el gobierno. La población se incrementó dos años después, cuando el colono Rodemann logró autorización oficial para instalar treinta familias en condiciones favorables.
Para la época de la confección del censo de población de 1858, ya existía la primera colonia agrícola y había dos más en formación.
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