La Santa Fe del 53, paisajes y relatos
ALICIA TALSKY
¿Qué signos identifican a una ciudad y a un territorio? Las calles y esquinas, los ríos y caminos, cada color del paisaje, el compás de su gente, los logros y cicatrices que acuna la memoria colectiva.
En el análisis de los sucesivos intentos de construcción de la nación, prolongados contextos de dificultad y organización de las provincias, aparece el fuerte protagonismo santafesino. Tanto en la etapa de la lucha federal, pactos y batallas, como en la del país que transita hacia cierta modernidad en la segunda mitad del siglo XIX.
La provincia
Hacia 1850 el territorio santafesino estaba poco poblado como consecuencia del embate de las guerras civiles y políticas erráticas en la convivencia con los indios. La situación de la población era complicada y la fuente principal de riqueza seguía siendo la ganadería. Además de Santa Fe y Rosario, los escasos pagos urbanizados eran San José del Rincón, el Pago de Santo Tomé, Coronda y núcleos algo dispersos en las reducciones de San Jerónimo del Sauce, Santa Rosa de Calchines, San Jerónimo del Rey (luego Reconquista) y San Javier.
De indios y desierto
De la época hay numerosos relatos sobre hábitos y creencias de los indios tobas y mocovíes por parte de curas misioneros. Tal es el caso del franciscano Fray Constancio Ferrero, quien repobló San Javier y tuvo a su cargo luego el curato de San Carlos. Desde una mirada civilizadora describe:
«El indio nace (...) vive y muere sobre el caballo (...) no tiene otros medios para lograr el sustento que sus caballos, la lanza y las boleadoras»; «(...) el culto de los indios se compone de una mezcla de supersticiones paganas y cristianas (...). Las reducciones formadas por los jesuitas antes de 1810 (...) San Javier, Cayastá, San Gerónimo del Rey (abipones) se dispersaron y los indios que volvieron al desierto aportaron a sus tribus un cristianismo que la barbarie y la ignorancia transformaron en creencias absurdas (...)». (Ferrero en Busaniche, 1959)
También en relación a la participación en el ejército, relata Lina Beck Bernard:
«Anuncian una revista general de tropas de la provincia de Santa Fe entre cuyo cuerpo de caballería figuran los indios auxiliares (...) podemos ver muy de cerca a estos hijos del desierto (...). Los caballos son flacos (...) pero singularmente ágiles, fogosos y obedientes, debido, según dicen los gauchos, a una especie de embrujo especial que solamente el indio conoce (...)». (L. Beck Bernard en Busaniche, 1959)
A partir de 1853, y más aún de 1870 en adelante, el cambio cuantitativo y cualitativo fue extraordinario. En medio de un modelo que generó avances, exclusiones y grandes desigualdades, Santa Fe fue escenario del Congreso Constituyente y de las Convenciones Reformadoras de 1860 y 1866. Durante el período 1852–1862, en el que estuvieron separados Buenos Aires y la Confederación, mantuvo su carácter de área de frontera y vanguardia, tanto en la lucha como en las negociaciones.
La provincia fue uno de los epicentros de la fundación de colonias, primero a partir de Esperanza y la región centro oeste, luego desde 1861 hacia la costa y de 1869 hacia el oeste, noroeste y al sur siguiendo las proximidades de las líneas del ferrocarril Córdoba–Rosario. Como consecuencia de las Leyes de Derechos Diferenciales (1856 y 1858) Rosario llegó a ser el principal puerto de la Confederación, compitiendo con el de Buenos Aires.
El aumento de habitantes y nuevos pueblos planteó la necesidad de mecanismos administrativos y jurídicos de ordenamiento. En el plano de la representación política, se definió un nuevo perfil de caudillo. La persistencia de los grupos de familias en la dirigencia y la adhesión a las figuras de los gobiernos nacionales se profundizaron en la política provincial después de la Batalla de Pavón. Se nuclearon en torno a los llamados clubes políticos: del Pueblo, Argentino, Libertad, organizándose en los períodos previos a las elecciones. En general, coincidían en los comportamientos políticos y en los programas referidos a la modernización; sin embargo, existen matices ideológicos divergentes que nos permiten hablar de sectores más conservadores frente a otros más liberales.
El aumento de habitantes y nuevos pueblos planteó la necesidad de mecanismos administrativos y jurídicos de ordenamiento.
La ciudad en tiempos del Congreso Constituyente
«Triste era en aquel tiempo el aspecto de la ciudad, tenía esa calma, esa tranquilidad de una población de escaso comercio (...) algunas embarcaciones menores estaban amarradas en el puerto, y en los contornos había un movimiento de pequeño comercio, mantenido e iniciado por italianos. Carbón y leña eran los artículos de exportación». (Circa 1850). (Gálvez, 1942)
Un panorama desde la azotea, frente a la Plaza Mayor (1858)
Relata Lina Beck Bernard desde su residencia con azotea:
«Desde el mirador, la vista es (...) atrayente (...). La Plaza Mayor con sus dos grandes iglesias y el Cabildo o Ayuntamiento, vasto edificio de terraza con galerías y pórticos…Las calles rectas dejan ver los naranjales, limoneros y durazneros de las huertas. Puede verse también el convento de San Francisco y el de Santo Domingo (...). Hacia el oeste, el río Salado o Juramento ciñe la ciudad (...). Más allá se confunde con el horizonte la línea verde y ondulada de los bosques. Es el Chaco, con sus inmensas soledades, sus pampas y sus indios. Mirando hacia el oriente vemos los barcos del puerto de Santa Fe y las islas cubiertas de vegetación (...). En lontananza las barrancas de Entre Ríos y la ciudad de Paraná con sus blancos entre jardines (...). En lo alto del Cabildo flamea la bandera azul y blanca de la Confederación Argentina (...). Las escenas en los patios forman la parte más original de nuestro cuadro. De un aljibe que ocupa el centro de un patio, sacan agua y llenan sus tinajas algunas mozas pardas y mulatas. Llevan en la cabeza un chal de colores muy vivos (...). Otras pisan maíz en grandes morteros (...). Este maíz lo dedican a la mazamorra, plato favorito de la región (...). La cocina misma está constituida a menudo por un cobertizo de cañas o palmas sostenido por macizos pilares (...). Una cocina cerrada (...) es lujo inusitado y no ofrece atractivos con sus paredes ahumadas. En el patio próximo varios niños juegan bajo los naranjos (...). Algo más lejos una criolla muy elegante ha colgado un espejito de un pilar y alisa y adereza sus abundantes cabellos con gracia muy española. Algunas mujeres viejas (...) lían hojas de tabaco sobre sus rodillas, hacen enormes cigarros y se ponen a fumar. A pocos pasos, una indiecita en cuclillas, pone a hervir agua (...) y tiene en su mano, preparado, un mate de plata (...). Algunas jovencitas bordan y hacen encajes…». (L. Beck Bernard en Busaniche, 1959)
De la misa al reñidero. Las rutinas, el recreo y las labores
«En los mediodías hasta las pulperías cerraban y solamente ondeaba su trapo rojo al vaivén de la brisa cálida. Hombres y bestias se escondían en prevención del asoleo (...). A la luz de las estrellas Santa Fe se transformaba: las altas veredas de ladrillo eran tertulias animadas y entre el aroma de azahares, diamelas de las huertas (...) llegaba el rasguido de alguna guitarra». (Pérez Martín, 1965)
La rutina doméstica comenzaba muy temprano cuando las mujeres partían de sus hogares rumbo a la misa, generalmente acompañadas por la negrita esclava que portaba su silla para rezar. De regreso destinaban horas a las tareas de la casa y a la costura hasta el almuerzo que se servía alrededor de las dos de la tarde. En el verano, la siesta era infaltable; hasta las cuatro o cinco, la ciudad estaba detenida. En los patios, generalmente espaciosos, por la tarde las más ancianas de la familia, asistidas por una india que cebaba mate, armaban sus cigarros y compartían la charla con las más jóvenes que confeccionaban encajes.
Las mujeres partían de sus hogares rumbo a la misa, generalmente acompañadas por la negrita esclava que portaba su silla para rezar.
Los hombres, especialmente los de los sectores más acomodados, se dedicaban a la milicia, al comercio o a la ganadería. También tenían su momento de ocio y chismorreo en la puerta de las pulperías o en la tertulia, donde solía hablarse de política o de carreras de caballos. Los naipes y las riñas de gallos eran tan populares que podía verse en ella tanto a la gente del pueblo como a frailes y gobernadores.
Después del baño en el río todos regresaban a su casa a acicalarse y prepararse para la cena, las visitas y el paseo. Las mujeres de todas las clases sociales ponían especial atención en el arreglo personal; mestizas o mulatas, muchas veces al servicio de las familias de sectores pudientes, solían compartir entre sí vestimentas y accesorios encontrando el modo de estar elegantes.
En las nochecitas de verano comenzaba el movimiento: las puertas de par en par abiertas y el aire impregnado de jazmines y diamelas. Las visitas eran más comunes en días feriados: solía servirse mate con azúcar negra y cáscara de naranja o refresco con rosquilla de maíz; también eran comunes el té y los licores hechos por las damas de la casa. La ceremonia del o la visitante tenía sus ritos: según los relatos de doña Lina Beck Bernard, «golpear suavemente, pasar a un zaguán, acomodar el sombrero sobre la mesa, charlar sobre cosas triviales como el tiempo».
Se apreciaba un pintoresco movimiento de vendedores ambulantes, repartidores de agua y lecheros. Las industrias familiares de primera necesidad eran desempeñadas especialmente por mujeres.
«Los paseos incluían la plaza o la alameda, sitios de retreta y galanteo, donde tocaba la banda, y los novios, custodiados por los padres, se intercambiaban miradas y mensajes silenciosos». (Tica, 1990)
Los tiempos y condiciones de la vida en familia eran diferentes respecto a los actuales. En las viviendas espaciosas de sectores pudientes solían vivir patriarcalmente hasta tres o cuatro generaciones. Las mujeres solían casarse muy jóvenes y dado que los maridos se alejaban largas temporadas por milicia o trabajo, durante los primeros años, por elección pero más por mandato, las recién casadas vivían con sus padres.
La actividad económica en general era precaria. No obstante ello, se apreciaba un pintoresco movimiento de vendedores ambulantes, repartidores de agua y lecheros. Las industrias familiares de primera necesidad —fabricación de velas, aceite y jabón— eran desempeñadas especialmente por mujeres. También las tinajas destinadas a refrescar el agua estaban confeccionadas con pericia por mujeres indias,
«las criollas ejecutan bordados (...) maravillosos (...) las mulatas negras y mestizas cosen con rara perfección y despliegan mucho arte en sus manos (...) los panes también son obras de las mujeres (...) especialmente esos llamados criollos, mezcla de harina y grasa de vaca y las tortas recubiertas de capa de almíbar (...) repartidas luego por mozas de color bronceado». (C. Beck Bernard en Busaniche, 1959)
La aldea que recibe a los convencionales
La población alcanzaba aproximadamente los seis mil habitantes,
«las calles no estaban empedradas y como el piso era arenoso el sol calentaba la arena suelta, lo suficiente como para sentir el calor desagradable al atravesarlas (...) los cercos de las propiedades urbanas eran de tapia, la mayor parte de las casas hechas de adobe crudo y todo tenía así, un color negruzco, triste (...). Por encima de estas tapias subían las ramas de los naranjos». (Gálvez, 1942)
La plaza mayor y su entorno se destacan en las crónicas. Con sucesivas denominaciones, Mayor, Independencia, fue llamada Plaza del Congreso, a partir de 1853 y actualmente, 25 de Mayo. Allí la mayor parte de las construcciones tenían sus paredes blanqueadas: en la vereda norte la iglesia matriz (Catedral) y la casa con recova de los Zavalla, demolida hacia 1966; en la vereda este, la iglesia de los jesuitas y los muros bajos del incipiente colegio. En la esquina sudoeste, la casona Diez de Andino, hoy Museo Histórico Provincial y siguiendo hacia el sur, la iglesia de San Francisco. En la vereda sur, el edificio del Cabildo, sede de pactos significativos y de los debates constituyentes que culminaron en la Carta Magna de 1853. 1
Pocos años antes (1847) relataba un viajero:
«Me sorprendió la quietud de Santa Fe (...) tratándose de una capital de provincia (...) abundan mucho los frutales, higueras, duraznos y parras (...). Las clases pobres muestran gran afición por el baño y su pasatiempo favorito consiste en dirigirse todas las tardes al río, donde con gran contento se sumergen en el agua. En esta diversión participan todas las clases sociales (...). Los hombres llevan calzones para bañarse y las mujeres de la clase acomodada usan un vestido bastante decoroso hecho de tela ligera, las gentes pobres no gastan esos escrúpulos (...). El río presenta un aspecto más animado porque los bañistas (...) se divierten charlando y riendo con gran vivacidad». (Viaje a caballo por las provincias argentinas, William Mac Cann)
Cuando todavía resonaba el paso de los contingentes de Urquiza hacia Caseros, la sociedad santafesina comenzó a recibir a los Constituyentes en septiembre de 1852. Cada clase social con los hábitos que les eran propios, cada miembro de la familia con su ocupación y recreo, cada hora con su ritual.
Después de una verdadera travesía, los diputados arribaban a la aldea.
Tiempo de diligencias y levitas
«Diligencias y berlinas surcan la calle del Comercio. En pos galopa una escolta de milicos forasteros (...) tercerola en la espalda (...) custodiando desde su provincia al representante que se bambolea en el coche, rendido por la fatiga de un largo andar. Y a las aberturas de viviendas y pulperías asoman los santafesinos para atisbar al arribante y tejer luego el comentario de las tertulias. Los armatostes vienen rodando los ásperos caminos desde Tucumán y Córdoba, bien engrasados los ejes; su chirrido, en el sosiego de las noches, puede advertir a la indiada (...) o al gauchaje alzado el tránsito de los viajeros. Algunos de estos transeúntes ya han molido sus huesos, para alcanzar aquellas capitales, con las lentas y tediosas marchas a tiro de bueyes desde las provincias cuyanas, desde La Rioja, desde Jujuy. Más afortunados son los delegados de las provincias mesopotámicas. Entrerrianos y correntinos desembarcan de los veleros en la costa gredosa del Campito y, deslizándose entre la ranchada rústica y prolífera de ese suburbio, caen a la plaza Matriz, donde se abren las arcadas del Cabildo (...) Los delegados discurren, en visita de cumplido, con don Domingo Crespo, gobernador y capitán general de Santa Fe; y luego, asistidos por algún funcionario de la administración, retornan a la calle en procura de hospedaje. Posarán en conventos y casas de familias principales; la ciudad carece de fondas dignas de personas de ese rango». (Booz, 1936)
Tertulia y política
Durante los largos meses de su estancia en la ciudad, los convencionales se integraron a la vida de la ciudad y se vincularon con algunas familias. No sólo hubo reuniones y amistades sino también romances que perduraron. Las tardecitas, en contraste con el silencio de las siestas podían ser animadas. Si no era la vista de los gallos en riña o los trabajos previos a los debates, estaba la invitación a la tertulia. Mate, pasteles y cigarros matizaban la distancia y en algunos, el aburrimiento. En las noches veraniegas cada tanto, patios con convite y baile incluido. El campito y el riacho Santa Fe, al fondo de la actual calle 3 de Febrero, también eran propicios para aventurarse en la charla y la diversión. Chanzas, correspondencia, intercambio de noticias y comparsa se alternaban con las formalidades y la solemne seriedad de la organización.
Muchas veces fue el Patio de los Naranjos (Colegio de la Inmaculada Concepción) un lugar de reuniones masculinas para tomar algo de aire fresco, colgar las levitas en alguna rama, abanicarse con las galeras y discutir la interpretación o el enfoque de los proyectos constitucionales.
Interesante sitio de encuentro era la esquina de San Jerónimo y actual calle 3 de Febrero: lo de Merengo. Don Hermenegildo Zuviría, conocido con ese apodo, había adquirido esa vivienda, una de las pocas con piso alto de la ciudad. En 1851 habilitó allí un despacho de bebidas refrescantes y fábrica de dulces y alfajores, estos últimos hechos inicialmente con la receta de las viejas Piedrabuena. Esa casa fue albergue del congresal por Santiago del Estero, don Benjamín Gorostiaga. Fue allí durante los meses del verano donde Gorostiaga y Juan María Gutiérrez dieron forma y estilo al proyecto constitucional, que luego defenderían frente a ideas más tradicionales.
En febrero de 1853, en casa de don José María Cullen, un grupo de vecinos creó una institución destinada a «fomentar los vínculos entre los ciudadanos y propender al progreso moral y material del país». Ideas propias de momentos que se perciben como fundacionales. Nació así el Club del Orden, ámbito de reunión de los sectores de poder, núcleo de vínculos políticos y económicos. Una de sus primeras actividades fue la organización de tertulia de baile en adhesión a la sanción de la Constitución y homenaje a los convencionales.
Después del 53
La constitución no venía a cambiar de inmediato la historia pero marcaba un momento, una bisagra real donde la letra y un conjunto de decisiones generarían un universo diferente. La inserción en el mercado mundial y el rol de país agroexportador dentro de la división internacional del trabajo serían parte del telón de fondo. Después del 53, las provincias y la Confederación, luego unificadas bajo el poder mitrista tendrán —en la pampa en general y en nuestra región en particular— una eclosión demográfica y económica.
También será otra la ciudad al compás de la inmigración y la modernización.
Hacia 1880–1890 la expansión urbana, el puerto, el boulevard y los primeros rieles traerán nuevos barrios y una rica y compleja trama social. Otros patrones socioculturales y la gradual participación de actores incipientes o ignorados en la vida pública abrirán el paso a la complejidad del siglo XX. Mitos como el crisol de razas y la tierra de las mieses serán puestos en tensión ante las pugnas y voces de los sectores excluidos.
Hacia 1880–1890 la expansión urbana, el puerto, el boulevard y los primeros rieles traerán nuevos barrios y una rica y compleja trama social.
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