4. El segundo gobierno peronista
JULIO CESAR RONDINA
La crisis económica: sus causas
El 4 de junio de 1952 Perón asumía su segunda presidencia, luego de haber triunfado con el 63% de los votos en las elecciones. El país estaba inmerso en una crisis económica que obligaba a replantear algunos de los parámetros de su primer mandato.
Gráfico 1. Resultados electorales nacionales: 11 de noviembre de 1951
Fórmula | Cant Votos | % Votos |
---|---|---|
Perón - Quijano | 4.745.168 | 63,4% |
Balbín - Frondizi | 2.415.750 | 32,33% |
La crisis había comenzado a manifestarse hacia 1949 y fueron varios los motivos que la produjeron. La recuperación de los países europeos luego de la guerra, ayudados por el Plan Marshall, generó una caída de nuestras exportaciones, al tiempo que el proceso industrializador generó una declinación de nuestras reservas por la compra de equipos y materiales, a los que se sumaron los gastos realizados por las nacionalizaciones y el rescate de la deuda externa. Debe agregarse la existencia de problemas estructurales en nuestra economía, en particular en el sector agrario y las limitaciones en el proceso de acumulación de capitales, debido fundamentalmente a la insuficiencia de industrias de base y la creciente dependencia de los insumos externos (Rapoport, 2000).
A la caída de los precios internacionales de los productos primarios se agregó la inflación desatada en los países industrializados que significó la pérdida de poder adquisitivo de las divisas acumuladas por los países latinoamericanos durante la guerra. Señala Rapoport (2000) que «en el orden externo, uno de los principales motivos de la crisis fue, sin duda, el Plan Marshall, que discriminó contra las exportaciones argentinas impidiendo su colocación en los mercados europeos».
El intento de nuestro país de ingresar al Plan proveyendo materias primas para la Europa devastada fue rechazado por Estados Unidos, que privilegió a sus productores, subvencionándolos. Así, Argentina fue desplazada de algunos de sus mercados tradicionales. El único país americano aceptado como proveedor fue Canadá por su vinculación con Inglaterra y su vecindad con Estados Unidos.
En el país se evidenció un déficit de oferta de materias primas, producto del descenso de las áreas cultivadas. Tal disminución obedecía al resentimiento de los productores tradicionales ante la política seguida por el gobierno peronista que transfería ingresos del agro a la industria, al congelamiento de sus arrendamientos y la elevación del nivel de vida de los obreros rurales. Contribuía también la baja tecnificación del agro.
Por otra parte, el crecimiento de la población y del poder adquisitivo de los salarios generó un incremento de la demanda interna, reduciendo los saldos exportables.
El panorama se complicó por las sequías que se produjeron entre 1949 y 1951, período en que se cosechó menos de la mitad de la superficie sembrada y la ganadería perdió casi la totalidad de los pastoreos naturales y alfalfares. A través del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI), el Estado auxilió a los productores, pagándoles sobreprecios y distribuyó semillas a precios subvencionados.
Al incrementarse el déficit comercial se pusieron al desnudo debilidades estructurales de la economía argentina: las causas principales pueden atribuirse a la fuerte expansión producida desde la posguerra, a lo que se sumó la redistribución del ingreso que realizó el gobierno peronista.
Al incrementarse el déficit comercial se pusieron al desnudo debilidades estructurales de la economía argentina.
Se había agotado ya la primera etapa del proceso de sustitución de importaciones, concentrada en la industria liviana, y se requería orientar este proceso en actividades más complejas, principalmente industrial metalmecánicas y químicas. El proceso industrializador generaba una activa demanda de importaciones de materiales, tecnología, maquinarias y equipos. El estrangulamiento del sector externo producía un cuello de botella que dificultaba esta nueva etapa. Se aceleró en esa época el crecimiento de las grandes corporaciones industriales, particularmente de origen estadounidense, que comenzaron a jugar un papel más activo en las transacciones comerciales y financieras internacionales. La debilidad de nuestro sector externo dificultó mantener el sesgo nacionalista de nuestra economía.
Ante estas limitaciones, se dificultaba la posibilidad de continuar con la política de redistribución de ingresos en favor de los asalariados y sectores menos pudientes, así como la transferencia de ingresos del sector rural hacia el industrial.
Se hacían necesarias nuevas estrategias para enfrentar los problemas y desplazar el eje del crecimiento desde la industria liviana hacia la producción industrial de base.
La necesidad de eliminar el déficit de abastecimiento de petróleo y la expansión de la producción de energía reclamaban cuantiosas inversiones.
Destaca Ferrer (1977) que la inmadurez del sector público para hacer frente a las nuevas responsabilidades y el estrangulamiento del sector externo llevaron a que el desarrollo de las nuevas industrias se dejara preponderantemente en manos de las corporaciones extranjeras. De esta manera, el país aportaba el mercado interno y parte fundamental del financiamiento de las empresas extranjeras que realizaban sus inversiones con ahorro y créditos locales.
Desde otro enfoque, Horowicz (1986) señala que el punto de fricción en la economía era por la distribución de la —por entonces elevada— renta agraria, y a la que el programa económico, a través del IAPI, jerarquizaba en función del nivel de salarios. Si a eso se añade que «el sistema de precios máximos limitaba los importes de los artículos de primera necesidad pero no operaba en la fabricación de bienes industriales, se comprende el enfrentamiento entre CARBAP (Confederación de Asociaciones Rurales de Buenos Aires y la Pampa) y la UIA (Unión Industrial Argentina)».
Todo el sistema funcionó con relativa armonía hasta que cayeron los precios internacionales y las reservas (hacia 1950) y se planteó la disyuntiva en la que la conciliación de los intereses de terratenientes e industriales requería del acuerdo con Estados Unidos —lo que chocaba contra los contenidos políticos originarios del peronismo de fuerte discurso antiimperialista— o la toma de fuertes medidas draconianas que implicaban que con la fuerza de su base social (el movimiento obrero) se aplastara a los insurrectos. Señala este autor que, como esta no era «la perspectiva del general, ni la del movimiento que encabezaba, ni la de los trabajadores» (Horowicz, 1986), Perón optó por renunciar sin luchar y embarcarse hacia el exilio.
El nuevo rumbo económico
Los principales puntos en los que se asentó la nueva política económica en la segunda presidencia fueron los siguientes:
Modificación de la política de ingresos imponiendo límites al incremento de salarios, tendiendo a vincular éstos a los incrementos de productividad. Control de precios tendiente a eliminar aumentos injustificados y promoción de la reversión del proceso de transferencias de ingresos nuevamente hacia el agro. El IAPI jugó un papel importante en este proceso, ya que mediante una política de subsidios logró incrementar los ingresos del sector agrario.
Respecto al estrangulamiento externo, se promovió la exportación de la producción agropecuaria y se modificó el tratamiento del capital extranjero, propiciando el asentamiento de fábricas de tractores y automotrices (Mercedes Benz y Kaiser Motors). Se gestionaron créditos para el financiamiento de la planta siderúrgica de San Nicolás y otros emprendimientos. Se llegó a un acuerdo con la California Petroleum Company para la explotación de áreas petrolíferas, lo que originó numerosas críticas.
Contención del gasto público y de la expansión del área de acción del Estado en el sistema económico.
Finaliza Ferrer: «los resultados de corto plazo alcanzados por la nueva orientación económica del gobierno fueron considerablemente exitosos», limitando la puja intersectorial por la distribución del ingreso y las presiones inflacionarias.
Las disidencias internas y la creciente burocratización del movimiento
Puede afirmarse que la muerte de Eva Perón ocurrida el 26 de julio de 1952 le privó al presidente de un apoyo político de importancia, sobre todo en relación con los sectores populares. El papel jugado por Eva era importante, por cuanto escuchaba permanentemente los reclamos y necesidades de los desprotegidos, los transmitía a Perón y podía en sus discursos hacer planteos que estaban vedados para el jefe de Estado.
Su desaparición hace pensar a muchos historiadores que con ello se pierde el rumbo popular del gobierno. No compartimos este criterio, aunque debemos admitir que resultó un duro golpe en la estructura política del peronismo, que favoreció la creciente burocratización del aparato de poder.
Norberto Galasso (2005, T. 1), en su excelente trabajo biográfico sobre Perón, señala que uno de los grandes problemas del peronismo fue la creciente burocratización del movimiento y el alejamiento de personalidades de real valía con pensamiento crítico y de avanzada y la aproximación al núcleo del poder de burócratas y arribistas que inmovilizaron al movimiento. Este autor señala como indicativo de ello, el alejamiento, en octubre de 1952, de José Espejo, secretario general de la CGT (estrecho aliado de Eva Perón) y sus colaboradores, Florencio Soto, Armando Cabo e Isaías Santín, destacados por su honestidad y eficacia.
Ya en 1949, Manuel Ugarte, gran patriota latinoamericano, se había apartado después de choques con la burocracia de la Cancillería. Igualmente, Raúl Scalabrini Ortiz tomó distancia ante la imposibilidad de acceder a una tribuna radial, la caída de revistas en las que colaboraba y la escasa simpatía que le dispensaban funcionarios de gobierno.
En 1950, Arturo Jauretche renunció a la presidencia del Banco de la Provincia de Buenos Aires y se llamó a silencio aunque se permitió advertirle a Perón que no daba espacio para «los no peronistas que eran nacionales» (Galasso, 2005).
Otro pensador hostigado desde la Alianza Libertadora Nacionalista —agrupación de derecha de filiación fascista, uno de cuyos inspiradores, Guillermo Patricio Kelly, terminó siendo agente de servicios de inteligencia internacionales—, fue Juan José Hernández Arregui, quien se encontró con silenciamientos y discriminaciones.
Hacia 1952, Domingo Alfredo Mercante, hombre que acompañó lealmente desde su iniciación política a Perón, debió dejar la gobernación de Buenos Aires, por la imposibilidad constitucional de su reelección, y en su lugar asume el mayor Carlos Aloé, quien inició una abierta campaña contra su predecesor que culminó en 1953 con la suspensión de las afiliaciones de Mercante y otros dirigentes —entre ellos varios de extracción forjista—, dispuestas por el Consejo Superior del Partido Peronista.
Otro valiosísimo político e intelectual que abandonó el terreno fue John William Cooke, quien no obstante ser un destacado diputado entre 1946 y 1952, al finalizar su mandato debió volver al llano, del cual regresó recién en 1955. Cooke había señalado el error de la afiliación compulsiva de los empleados públicos al Partido Justicialista, así como el enorme perjuicio causado por la creciente burocratización de los dirigentes.
Burocratización
(del francés): poder de las oficinas. Procesos en los que existe una influencia excesiva de las funciones administrativas en una sociedad u organización.
Esta pérdida de valiosos políticos e intelectuales y la «proliferación de burócratas y obsecuentes se halla estrechamente ligada al tipo de construcción política del peronismo: fuerte liderazgo con unidad de mando y verticalidad, directa relación del líder con las bases, inorganicidad del gran frente policlasista», se explica Galasso (2005). Continúa señalando que el espacio que no ocupan los cuadros políticos lo cubren los burócratas, los adulones, los alcahuetes.
Los nuevos empresarios que se acercaron a usufructuar las prebendas del Estado (Galasso señala a Jorge Antonio, entre otros) carecían de la cierta conciencia histórica que había alumbrado a los primeros (Miranda, Maroglio, Lagomarsino, Gelbard, Bronner, etc.) y solamente realizaron buenos negocios en su propio provecho.
La situación política
Al asumir su segundo mandato, Perón estaba envuelto en la grave crisis económica descripta que generaba intranquilidad política; a ello se sumaban los problemas internos del peronismo y la muerte de Eva Perón. Los opositores, si bien derrotados, no había cejado en su intento de obstaculizar la labor del gobierno.
En septiembre de 1951, el general Benjamín Menéndez (ascendiente de quien se rendiría años después en las Malvinas) promovió un intento de golpe que fue abortado. Como consecuencia de ello, numerosos militares fueron encarcelados (entre los más notorios Alejandro Agustín Lanusse, Tomás Sánchez de Bustamante, Juan Enrique Guglielmelli). En 1952 se logró frustrar una conspiración en la que estuvo involucrado el general Eduardo Lonardi.
Perón, ante esta escalada opositora, apeló a movilizar a los sectores populares, adquiriendo esta agitación un tono eminentemente nacionalista y antioligárquico. Ello en medio de la crisis que reclamaba austeridad y contención del consumo popular. Los reclamos sindicales por el aumento del costo de vida y denuncias sobre corrupción en el gobierno —que llevaron al secretario privado de Perón, Juan Duarte, hermano de Eva, a suicidarse—, azuzaron el clima de inestabilidad política.
En abril de 1953, en una concentración en Plaza de Mayo convocada por la CGT, mientras Perón hablaba a la multitud, estallaron diversos explosivos que provocaron muertos y heridos. Como respuesta, se encarceló a opositores y se inició una campaña antinorteamericana, señalando su connivencia con sectores de la oligarquía.
Al asumir su segundo mandato, Perón estaba envuelto en la grave crisis económica que generaba intranquilidad política; a ello se sumaban los problemas internos del peronismo y la muerte de Eva Perón.
Esta campaña siguió hasta finales de 1953, año en que una ley de amnistía permitió liberar a dirigentes conservadores, radicales y socialistas que estaban presos. Con el propósito de mejorar las relaciones con Estados Unidos, se redujo el tono antinorteamericano y se levantaron las restricciones a la prensa de ese país.
El conflicto con la iglesia
Lo que habría de acarrearle serios problemas al gobierno peronista fue su enfrentamiento con la Iglesia. Ya señalamos como el ascenso de Perón fue visto con beneplácito por la curia, lo que éste retribuyó implantando la enseñanza religiosa en las escuelas. Más con el andar del tiempo, las medidas populistas adoptadas por el peronismo originaron fuerte resistencia de los sectores más retrógrados de la cúpula eclesial que entendían que con ellas se vulneraban las jerarquías del orden social. Sumado a ello, la personalidad de Evita y la creciente influencia del peronismo en los sectores juveniles, crearon serios recelos en las autoridades eclesiales.
Siguiendo dictados del Vaticano, se fundó el Partido Demócrata Cristiano en julio de 1954, contando entre sus dirigentes con figuras como el doctor Manuel Ordóñez (abogado de La Prensa y dirigente de la Unión Democrática), Horacio Sueldo y otros. Este hecho permitió la apertura de un frente político en el que confluyeron fuerzas heterogéneas: nacionalistas y liberales, clericales y laicistas, derechistas e izquierdistas.
Asimismo, la Iglesia intentaba adquirir influencia en el movimiento obrero argentino por medio de la Federación Internacional de Sindicatos Católicos.
Perón, sintiéndose amenazado, contraatacó denunciando una infiltración clerical, marcando actividades políticas opositoras de clérigos. Como la escalada del conflicto no se apaciguó, tomó numerosas medidas de directo enfrentamiento con la Iglesia: introdujo el divorcio vincular; equiparó los hijos legítimos con los extramatrimoniales; autorizó la instalación de casas de tolerancia (prostíbulos) bajo control sanitario estatal; derogó la enseñanza religiosa en las escuelas y suprimió los subsidios a los colegios e institutos católicos; redujo los feriados nacionales afectando a aquellos que respondían a motivos religiosos (Corpus Christi, la Asunción, Todos los Santos y la Inmaculada Concepción); suprimió la invocación a Dios en los juramentos de la Cámara de Diputados; derogó la exención de impuestos, tasas y contribuciones de orden nacional o municipal a las instituciones religiosas, sus templos, conventos, colegios y bienes que poseían.
Amnistía
Es el levantamiento de las penalidades impuestas por causas políticas, suspensión de persecuciones y puesta en libertad de los detenidos por tales causas. Genéricamente, significa el perdón de cierto tipo de delitos que extingue la responsabilidad de sus autores.
Con acierto señala Rapoport (2000) que estas disposiciones, sin previa preparación de la opinión pública, crearon problemas de conciencia entre sectores medios de la grey católica, que respondieron volcándose a la oposición, acompañando el conservadorismo de las clases medias y al tradicional antiperonismo de las clases altas. Destaquemos que este conflicto también influyó en las Fuerzas Armadas, creando nuevas fisuras con el gobierno de Perón.
El contrato con la California
Otro elemento que generó numerosas polémicas y facilitó argumentos a los opositores fue el contrato con la compañía norteamericana de petróleo (California), que llevó a una fuerte polarización de la sociedad. Extrañamente, quienes históricamente habían sido defensores de intereses extranjeros se levantaron acusando a Perón de vendepatria. Arturo Frondizi, en ese momento enconado opositor, luego de su derrocamiento señaló que tal actitud había sido errónea y que en ella influyeron intereses británicos, preocupados por el avance norteamericano en el sector.
Perón —político sumamente pragmático—, que había percibido la necesidad de extraer petróleo para lograr energía, ante dificultades técnicas que impedían a YPF lograr los objetivos propuestos, trató de llegar a un acuerdo con los norteamericanos para lograrlo. Esto generó impugnaciones dentro del movimiento, desde los sectores radicalizados (entre otros, John William Cooke).
Durante la guerra mundial, YPF desarrolló una gran actividad duplicando la cantidad de metros perforados y acrecentó la producción en un 51 % entre 1939 y 1945. Pese a ello, la industria argentina debió recurrir a quemar maíz, trigo, cáscaras de maní y bagazo de arroz para cubrir sus necesidades de combustible. Al finalizar la guerra, el desgaste de las maquinarias llevó a la declinación de la perforación de pozos, por lo que la reposición y el incremento de los equipos de perforación eran el principal problema de la empresa. Estados Unidos, el principal proveedor de estos equipos, daba preeminencia a sus necesidades locales, luego a las empresas norteamericanas en el exterior y finalmente a terceros países. De allí que nuestra adquisición de maquinarias destinadas a la exploración y explotación dependiera de la voluntad de aquel país.
Si bien en el país se generaron acciones que mejoraron la oferta de combustible, hacia 1953 el déficit de provisión estaba calculado en un 50 % (Rapoport, 2000). Esto llevó a iniciar negociaciones con empresas norteamericanas dispuestas a asociarse con capitales argentinos. Con la Standard Oil de California se firmó un precontrato hacia los primeros meses de 1955, que fue enviado al Congreso para su aprobación. Esta empresa se comprometía a una inversión de 13.500.000 dólares, durante un período de cuatro años, para explorar y explotar un área de 50.000 kilómetros cuadrados. La concesión se otorgaba por 40 años, prorrogable por cinco, gozando de exenciones impositivas y el derecho de importar libremente bienes necesarios para sus actividades. La caída de Perón impidió la aprobación de este contrato por el Congreso de la Nación.
La Argentina dividida entre peronistas y antiperonistas
Es posible que la distancia con los momentos que estamos analizando haya atemperado las pasiones que en su momento estaban a flor de piel, pero los desencuentros, desinteligencias, confrontaciones y enfrentamientos que en aquel entonces se sucedieron marcaron a fuego toda una época y provocaron una marcada división social, evitando que lo que a la luz de la historia hubiese sido una gran conquista para toda la población se afianzara de manera inmodificable.
La polarización política de los años 1945–1955 pudo tener su origen en la politización que se hizo de todos los aspectos de la vida cotidiana que abarcó del deporte a la beneficencia, de los medios de comunicación a la educación, de la enseñanza escolar hasta la administración pública y el mundo militar. De allí que el eje peronismo–antiperonismo atravesara todos los ámbitos de la vida pública y privada, donde todo podía leerse como una forma de apoyo o resistencia al gobierno.
Desde la distancia es posible lamentar que las pasiones exaltadas en aquel entonces no permitieron una mancomunión de los sectores más dinámicos de la sociedad que hubiese posibilitado el despegue económico, político y social del país.
¿Cuáles fueron las razones que llevaron a este quiebre social?
Señalemos, en primer término, que la aparición del peronismo como movimiento político fue avasallante y en muy poco tiempo provocó modificaciones profundas que la sociedad de la época (particularmente los sectores medios) no alcanzaron a digerir.
El aplastante triunfo electoral de 1946 —que le otorgó el manejo de todas las provincias, excepto Corrientes—, el amplio dominio del Congreso de la Nación, el reemplazo de los jueces de la Corte Suprema de Justicia (luego del juicio político), la unificación y personalización en la figura de Perón del poder político, cayeron como un rayo en el tradicional sentimiento liberal democrático de nuestras clases medias.
Unamos a ello las modificaciones económicas que permitieron una equiparación de ingresos y beneficios sociales entre los sectores medios y los más humildes. El trabajador y su familia comenzaron a frecuentar lugares antes reservados a la clase media; por ejemplo, restaurantes, lugares de diversión o vacaciones, lo que generaba desasosiego e irritación. Sobre esto nos relata Romero (2004):
«Desde entonces, fue habitual que los lugares hasta entonces reservados a ciertos sectores conocidos de la sociedad establecida eran frecuentados por nuevos usuarios, convencidos de sus derechos a hacerlo. Así, hubo colas en los negocios —y largas esperas para la compra de los nuevos productos electrodomésticos—, mayor frecuentación en ciertos lugares de turismo, multitudes en los cines y en los teatros, que se adensaban cuando coincidía el fin o el comienzo de las funciones, y multitudes en las plazas o en los parques, que naturalmente hacían de ellos un uso menos respetuoso de las formas juzgadas educadas».
Este verdadero avance en la democratización de las relaciones sociales fue resistido por las clases medias, aun aquellas imbuidas de ideas socialistas o comunistas.
Esta Argentina, en la cual los sectores menos favorecidos iniciaron su ascenso social (movilidad social ascendente) fue rechazada por un «sector superior relativamente duro e impermeable, que basaba la convicción de su superioridad en parte en su riqueza, pero sobre todo en su pertenencia a un cierto patriciado, fundador de la nación, o al menos que estaba allí desde hacía mucho, antes de que llegara la masa de inmigrantes. También en una idea de su educación, expresada no en términos de erudición o saber científico, sino en maneras, costumbres y una cierta cultura general. Eran los que figuraban habitualmente en las páginas de Sociales de los diarios tradicionales... Esta actitud trascendía los sectores sociales altos y se prolongaba, sin solución de continuidad, en los sectores de clase media consolidados, que los tomaban como referencia y aprendían, por múltiples caminos, los códigos de comportamiento adecuados y elegantes» (Romero, 2004).
A estas causas debemos sumarle errores políticos en la conducción, algunos de ellos particularmente profundos, como la falta de una política hacia los sectores medios e intelectuales de la sociedad, o el enfrentamiento con la Iglesia.
El comienzo del cierre de la primera experiencia peronista
El atentado de Plaza de Mayo de 1953
La relación de Perón con la oposición no era pacífica ni mucho menos. Ya hemos relatado que el 15 de abril de 1953 se realizó una concentración en Plaza de Mayo, convocada por la CGT, para demostrar su lealtad a Perón y su gobierno. Durante el discurso de Perón estallaron dos bombas (una a la entrada del subterráneo) que provocaron siete muertos y más de noventa heridos. Esta acción generó el descontrol de Perón que dijo:
«Compañeros: podrán tirar muchas bombas y hacer circular muchos rumores, pero lo que nos interesa a nosotros es que no se salgan con la suya. Hemos de individualizar a cada uno de los culpables de estos actos y les hemos de ir aplicando las sanciones que correspondan».
Ante ello, la multitud se exasperó y pidió venganza al grito de «¡Leña! ¡Leña!», ante lo cual el conductor añadió: «Eso de la leña que ustedes me aconsejan... ¿por qué no empiezan ustedes por darla?».
Luego de ello, Perón terminó su arenga aconsejando calma, pero por la noche un grupo asaltó la sede del Partido Socialista, incendiándola y destruyendo su biblioteca; además se produjeron atentados contra la Casa Radical, la sede del partido de los conservadores y el edificio del Jockey Club (Chávez, 1993).
Durante los meses siguientes se continuaron colocando bombas en Buenos Aires y conocieron la cárcel diversos dirigentes opositores, como Frondizi, Balbín, Repetto, Palacios, Vicchi, entre otros. De esta manera, el gobierno endureció su relación con la oposición y se profundizó la fractura política.
La procesión Corpus Christi
En mayo de 1955, la CGT presentó un proyecto de ley en la Cámara de Diputados proponiendo la separación de la Iglesia del Estado, firmado por diez diputados del sector sindical. Esto fue aprovechado por la UCR, que señaló la campaña anticlerical del gobierno y la falta de libertades democráticas.
La Iglesia organizó una procesión para el día de Corpus Christi, que fue prohibida por el Ministerio del Interior, por lo que se decidió realizarla dentro de la catedral metropolitana. El 11 de junio, día de Corpus, la Plaza de Mayo se llenó, constituyéndose en un verdadero acto político de oposición al gobierno. En un clima de real enfrentamiento sucedieron algunos incidentes que llevaron la atmósfera social a una situación crítica. Esta manifestación multitudinaria convocó a «católicos activos, los nominales, los que nunca iban a los templos y los opositores en toda gama de sus posiciones ideológicas» (Rapoport, 2000). Luego de finalizada la ceremonia, la multitud, afuera del templo, entonó cánticos contrarios a Perón y el gobierno y los monseñores Tato y Novoa saludaron a la concurrencia desde los balcones de curia, recibiendo una gran ovación. Inmediatamente, la muchedumbre se trasladó al Congreso donde suplantó la bandera argentina por una papal y al pretender apagar la llama votiva que ardía en homenaje a Eva Perón, la bandera argentina se prendió fuego. El gobierno respondió deteniendo a monseñor Tato y monseñor Novoa, expulsándolos del país.
El bombardeo a Plaza de Mayo
El 16 de junio la Marina intentó levantarse contra Perón y un grupo de aviadores navales, en una acción indigna de los hombres de armas, bombardearon Plaza de Mayo, provocando cerca de 1.000 víctimas. El Ejército y la Aviación permanecieron leales al gobierno y los insurrectos fueron rodeados en el Ministerio de Marina, donde el almirante Benjamín Gargiulo, jefe del movimiento, se suicidó. Los marinos alzados estaban acompañados por Luis de Pablo Pardo (nacionalista conservador), Miguel Ángel Zavala Ortiz (radical), Adolfo Vicchi y Alberto Benegas Lynch (conservadores).
La ferocidad del ataque dejó devastada la Plaza de Mayo, vehículos particulares y colectivos destruidos, el despacho presidencial y un sector de la parte central de la Casa Rosada derruidos, con cadáveres y sangre esparcidos por doquier. Al atardecer, masas enfurecidas asaltaron la Curia Metropolitana y otros templos, saqueándolos y prendiéndoles fuego ante la indiferencia de la Policía Federal y los bomberos. El clima social se tensó al máximo ante el irracional ataque y su respuesta, ahondándose la brecha entre Perón y la oposición.
La Iglesia excomulgó a Perón; militares y civiles conspiradores aceleraron planes insurreccionales, en tanto los trabajadores se dispusieron a defender el gobierno, proponiendo a Perón armarse para tal fin.
Ante la presión de las Fuerzas Armadas leales, Perón intentó una política de conciliación. El 5 de julio se dirigió al pueblo argentino ofreciendo una tregua y el día 15 renunció a la presidencia del Partido Peronista diciendo: «dejo de ser el jefe de una revolución para asumir la condición de presidente de todos los argentinos».
Asimismo, autorizó a dirigentes de la oposición la utilización de las radios. Así lo hicieron Arturo Frondizi, Vicente Solano Lima y Luciano Molinas, quienes aprovecharon la oportunidad para atacar la falta de libertades y responsabilizar al gobierno del clima de violencia instalado en la sociedad.
La debilidad política de Perón era notoria y la oposición continuaba conspirando para derrocarlo. En julio, la policía descubrió una célula de comandos civiles armados.
En el ámbito castrense, dos generales encabezaron sendos grupos conspirativos: Pedro Eugenio Aramburu, quien contaba con el apoyo de la Marina y confiaba en establecer un gobierno con el sostén de los partidos políticos opositores (era el ala liberal de la revolución), y Eduardo Lonardi, a quien acompañaban sectores católicos y nacionalistas de derecha, se proponía conciliar con la CGT peronista y buscar respaldo en la Iglesia y sectores conservadores. A ellos se sumaban grupos armados de comandos civiles que se organizaban al amparo de la estructura eclesial.
Desde la prensa escrita, el diario La Nación comenzó a publicar declaraciones de prestigiosos profesionales en fuerte tono opositor.
Perón introdujo cambios en su elenco ministerial y en el Partido Peronista: Ángel Borlenghi fue desplazado del Ministerio del Interior por Oscar Albrieu. Apold dejó la Secretaría de Prensa y en su lugar ingresó un viejo periodista que levantó en parte la censura: León Bouche. El almirante Tessaire fue reemplazado por Alejandro Leloir en la presidencia del Partido Peronista.
Con Leloir «salieron a la luz pública los antiguos yrigoyenistas de FORJA, los únicos del elenco capaces de librar una gran batalla política contra la oposición envalentonada. Los discursos de esos días de Leloir, Raúl Bustos Fierro y John William Cooke (designado interventor del peronismo en la Capital) fueron de excelente factura: retomaban la más vieja tradición yrigoyenista y peronista. Eran polémicos y antiimperialistas... Esta reacción política del peronismo tenía todo el aire de un milagroso rejuvenecimiento», dice Ramos (1999).
Desde la izquierda, poco tiempo antes se había conformado el Partido Socialista de la Revolución Nacional, con Enrique Dickmann a la cabeza, que respondía al sector llamado de la Izquierda Nacional y apoyaba al peronismo en el poder.
La búsqueda por parte del peronismo de una conciliación chocaba con el rechazo de la oposición, que seguía conspirando aceleradamente. Las instituciones católicas, los partidos de izquierda, los conservadores de derecha, la Federación Universitaria Argentina, los militantes radicales, los sectores de la oligarquía, se negaban a acordar una salida institucional a la situación: querían el derrocamiento del dictador.
Por tal motivo, la tregua política fracasó. Ante ello, Perón decidió elevar una nota a los dirigentes de las tres ramas del partido para explicar en detalle las razones por las cuales él debía abandonar su cargo, solicitando el permiso para proceder de ese modo. La reacción unánime fue rechazar la propuesta y acompañar a la conducción de la CGT en su decisión de ordenar una inmediata huelga general y convocar a los trabajadores a la Plaza de Mayo el 31 de agosto, para que permanecieran allí indefinidamente hasta que Perón retirara la nota. La multitud reclamó a Perón que permanezca en el poder, ante lo cual pronunció un discurso cargado de amenazas y carente de todo tacto político. Dijo Perón en un arrebato irreflexivo:
«Yo contesto a esta presencia popular con las mismas palabras del 45: a la violencia le hemos de contestar con una violencia mayor... Y desde ya, establecemos como una conducta permanente para nuestro movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituidas o en contra de la Ley o la Constitución, puede ser muerto por cualquier argentino... La consigna de todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta. ¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos!»
Este discurso no hizo sino acelerar los planes conspirativos y a las dos semanas se produjo el levantamiento que habría de derrocar al peronismo.
Festejos y lágrimas
«Aquella noche de septiembre de 1955, mientras los doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala la caída del tirano, en un rincón de la antecocina vi cómo las dos indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados de lágrimas. Y aunque en todos aquellos años yo había meditado en la trágica dualidad que escindía al pueblo argentino, en este momento se me apareció en su forma más conmovedora... Grandes multitudes de compatriotas humildes estaban simbolizadas en aquellas dos muchachas indígenas que lloraban en una cocina de Salta». (El otro rostro del peronismo: carta abierta a Mario Amadeo, Ernesto Sábato)
El golpe de Estado del 16 de septiembre de 1955
Al día siguiente del discurso del 31 de agosto se puso en marcha en Córdoba un intento golpista, que fue detectado a tiempo y obligó a su iniciador el general Dalmiro Videla Balaguer a huir. Este hecho decidió al general Aramburu a postergar sin fecha el pronunciamiento que encabezaba, lo que fue aprovechado por el general Lonardi para tomar a su cargo la dirección de todo el movimiento.
El 7 de septiembre el secretario general de la CGT se dirigió al ministro de Ejército para ofrecerle trabajadores como reservas voluntarias para asegurar la defensa del gobierno. Si bien esto no fue aceptado, provocó una gran inquietud y polémicas. Se afirma que Perón comentó: «Darle las armas no significa un gran problema. La cuestión es, después, cuando le pidamos que las devuelvan» (Galasso, 2005).
El centro de la asonada golpista se ubicó en la ciudad y las guarniciones militares de Córdoba, en tanto que la Marina de Guerra, acérrima enemiga de Perón, tendría que bloquear el puerto de Buenos Aires y «proceder sin contemplación alguna, previa intimación de rendición y aviso a la población civil, al bombardeo intermitente de la zona ribereña concentrando el fuego sobre el Ministerio de Ejército, Correos y Casa de Gobierno» (Lonardi, 1981). Ello y las expresiones del general Lonardi en las vísperas del golpe («Hay que proceder, para asegurar el éxito inicial, con la máxima brutalidad») (Lonardi, 1981), señalan el espíritu que animaba a los insurrectos. La llamada Revolución Libertadora exhibía así una faceta feroz poco conciliable con el supuesto espíritu democrático que enarbolaba.
En un principio, la asonada que estalló en la madrugada del 16 de septiembre controló la ciudad de Córdoba pero sus fuerzas estaban rodeadas por tropas leales a Perón. Su potencial de fuego era mínimo, carecía de infantería. En tanto, la Marina controlaba Bahía Blanca y el 19 amenazaba por intermedio de su comandante en jefe, el almirante Rojas, con bombardear la destilería de La Plata y objetivos militares de la Capital, entre ellos, la Casa Rosada. El general Perón nombró jefe del Comando de Represión al general Lucero y se encerró en un prolongado silencio e inmovilidad. Pese a que la relación de fuerzas estaba a su favor puesto que la mayoría del Ejército respaldaba el orden constitucional —se veía inminente el estrangulamiento de la asonada—, el día 19 envió una carta a Lucero en la que propone negociar con los rebeldes y para facilitar estas tratativas ofreció su renunciamiento, sugiriendo que el Ejército puede hacerse cargo de la situación.
Ante ello, el general Lucero ordenó constituir una junta militar compuesta de seis generales, un almirante y un brigadier, a quienes envió la carta de Perón, luego de lo cual renunció. La negativa de Perón a emplear todo su poder de fuego para reprimir a los rebeldes terminó por hacer que la junta acepte su renuncia.
Perón, refugiado en la Embajada del Paraguay, se embarcó en una cañonera de este país que lo trasladó a Asunción, luego de lo cual continuó su largo exilio de 18 años en Panamá, Venezuela, Santo Domingo y finalmente España. El 23 de septiembre, el general Lonardi juraba como presidente de la Nación.
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