9. Ciudades que crecen, poblaciones que se enferman
Viviana Bolcatto
Última actualización
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Desde tiempos remotos, la ubicación geográfica y las condiciones naturales posicionaron a la provincia de Santa Fe en un lugar estratégico para el desarrollo de actividades agrícolas–ganaderas y la instalación de las vías de transporte fluvial y ferroviario que fueron de relevancia fundamental para la comunicación y el comercio. Estas variables favorecieron la radicación de inmigrantes, con el consecuente aumento de la población y de la actividad de explotación del suelo. Sin embargo, el crecimiento provincial no se dio de manera uniforme. Las ciudades de Santa Fe y Rosario fueron polos de atracción para gran parte de los inmigrantes. En poco tiempo, Rosario dejó de ser un rancherío para convertirse en una ciudad. Según los datos censales, su población pasó de 50.914 habitantes en 1887 a 222.592 en 1914, es decir, aumentó cuatro veces en 27 años. En el mismo período, la ciudad de Santa Fe también incrementó su número, aunque con una densidad menor, pasando de 14.206 habitantes a cerca de 60.000 en 1914.
Paralelamente al progreso, el vertiginoso aumento de la población urbana trajo aparejado un sinfín de problemas emparentados con el hacinamiento y la propagación de enfermedades infectocontagiosas, convertidas rápidamente en epidemias, entre otros. En este contexto, la higiene actuó como una ideología, es decir, como un conjunto de valores y creencias adoptado por gran parte de la sociedad que veía en ella las herramientas necesarias para incorporarse a la vida moderna y el medio más eficaz para evitar contagios. El higienismo propuso amplios planes de intervención y reforma social. Su centro de preocupación fueron las ciudades, principales exponentes del acelerado e incipiente progreso y sus consecuencias no deseadas. Los legisladores locales de entre siglo adhirieron a esta ideología preocupada por la modernidad y la necesidad de proyectar una ciudad higiénica ideal, capaz de armonizar un espacio sin enfermedades y de regeneración social. Como ha enfatizado Diego Armus, la idea del verde en la ciudad moderna se sintetizó en la metáfora de comparar a la ciudad como cuerpo humano y el verde de los parques como pulmón urbano. Así pues, parte del dispositivo higienista consistió en la elaboración de un programa sanitario que contemplaba entre sus medidas la forestación de plazas y bulevares, la creación de redes de agua potable, el establecimiento de nuevas dimensiones de calles y edificios, la recolección y quema de basura, la construcción de obras de saneamiento, el desplazamiento hacia las afueras del ejido urbano de hospitales, cementerios y mataderos. Todo fue pensado y reglamentado como un conjunto de prácticas destinadas a impedir la expansión de las epidemias y permitir el asoleamiento y oxigenación adecuada de la ciudad.
El aumento de la población urbana trajo problemas emparentados con el hacinamiento y la propagación de enfermedades infecto-contagiosas, convertidas rápidamente en epidemias.
Posteriormente, los avances de la bacteriología y específicamente el descubrimiento del bacilo de Koch, significó una verdadera revolución que dio lugar a una medicina cada vez más biologicista y monocausal. La veneración por la limpieza y el verde fue acompañada por la búsqueda del conocimiento de los microorganismos específicos que provocaban las enfermedades, como la fiebre tifoidea, la difteria y el cólera, que eran las más comunes en la época. En consonancia con estos progresos de la medicina, muchos higienistas pusieron la bacteriología al servicio de sanear las ciudades y cada vez se avanzó más en la necesidad de impulsar el accionar responsable del Estado para lograrla. En las décadas siguientes, ese conjunto de conductas higiénicas incluso terminó permeando los modos y los hábitos de la gente común.
La provincia de Santa Fe contó con un conjunto de diferentes actores, radicados en la ciudad capital y la ciudad del sur, ocupándose de la cuestión sanitaria. Instituciones provinciales, municipales, sociedades de beneficencia, asociaciones étnicas, médicos particulares y un significativo número de curanderos, conformaron un sistema heterogéneo y disperso, dedicado a la atención de la población. Lentamente, el Estado provincial avanzó en el reconocimiento de atribuciones para los municipios y otorgó a los intendentes las facultades de centralizar en la toma de decisiones en esta materia.
Los municipios de las ciudades de Santa Fe y Rosario contaron, cada uno de ellos, con una Asistencia Pública de la Ciudad. Esta institución estaba dedicada a la inspección de los servicios de higiene, la dirección y administración de los cementerios, el control de la prostitución y la profilaxis, los servicios de desinfección y de vacunación, la provisión de medicamentos, entre otros. También poseía un Cuerpo Médico, con la obligación de realizar la asistencia domiciliaria a cualquier hora y gratuita de atención de los pobres de solemnidad. A los fines de organizar la prestación de servicios de la Asistencia Pública, cada ciudad fue dividida en zonas a semejanza de barrios, cada una a cargo de un profesional. La ciudad rosarina contó con una Oficina de Higiene, transformada en Asistencia Pública en 1890. La ciudad capital creó en 1907, su propia Asistencia Pública en un edificio construido en la intersección de las calles 1º de Mayo y Juan de Garay, en donde actualmente funciona el Ministerio de Salud de la Provincia.
Los árboles en 1920
Según el anuario de la ciudad de Santa Fe, hacia 1920 los árboles que abundaban eran, en primer lugar, los paraísos, casuarinas y ligustros, a los que seguían en número las moras y acacias negras. Algunas postales de la época reflejan la incipiente vegetación.
Algunas de las cifras publicadas por el Anuario Municipal de la ciudad de Santa Fe ayudan a dimensionar el rol de esta institución en la atención sanitaria y ponen de manifiesto una creciente demanda de la población en esta cuestión. Según datos extraídos del mismo, las consultas prestadas por médicos de la repartición ascendieron de 8.714 en 1908, a 19.930 en 1910 y 23.192 en 1920. Se efectuaron 3.824 desinfecciones en 1908, 4.974 en 1910 y 37.829 en 1920. También se pautó la publicación en el periódico Santa Fe, de datos precisos de la labor realizada por la Asistencia Pública que se comunicaban semanalmente y que describían los servicios prestados, el número de pacientes atendidos en consultorio, las visitas médicas realizadas a domicilio, las recetas despachadas por las farmacias, las desinfecciones y las curaciones practicadas, los partos asistidos y los servicios de ambulancia prestados.
Bacilo de Koch
En 1882, Robert Koch anunció el descubrimiento de la bacteria que causaba la tuberculosis, lo que significaba reconocer a la enfermedad como una infección causada por un microorganismo y no como enfermedad hereditaria y constitucional, que era la creencia de la época. Sin embargo, según Diego Armus, los hallazgos de Koch no fueron incorporados y aceptados inmediatamente, sobre todo porque la mortalidad por tuberculosis seguía siendo inexplicable y significativa. (Armus, 2007)
Pobres de solemnidad
Esta denominación hacía referencia a las personas que poseían un certificado, otorgado por los jueces de paz, curas párrocos o empleados municipales, para recibir asistencia médica.
Resulta significativo, durante las primeras décadas del siglo XX, el lugar ocupado por los municipios en relación a la inspección, la atención y el relevamiento de información en cuestiones sanitarias.
Durante los años veinte y treinta, las enfermedades infectocontagiosas habían dejado de ser el principal problema sanitario. El avance en las redes de agua potable, la red cloacal y las mejoras de la higiene urbana en general redujeron significativamente su expansión. La viruela disminuyó su incidencia en la mortalidad por el descubrimiento y la generalización del uso de la vacuna antivariólica. En relación con este contexto, lentamente la higiene defensiva y los discursos atemorizadores fueron reemplazados por la idea de que haciendo las cosas de cierto modo era posible gozar de la salud.
Sin embargo, el conocimiento de datos concernientes a la mortalidad comenzó a generar nuevos temores en la sociedad argentina en general, y en la santafesina en particular. La disminución del crecimiento vegetativo explicada, según los analistas contemporáneos, por la reducción del ingreso de extranjeros en edad reproductiva —durante y después de la Primera Guerra Mundial—, por el aumento de prácticas para evitar nacimientos y por la alta tasa de mortalidad infantil, constituyó un nuevo foco de atención y generó estrategias de acción de las autoridades provinciales y municipales en las principales ciudades del país. El binomio madre–hijo fue el principal destinatario de este accionar.
Durante estas décadas, la principal causa de mortalidad infantil en la ciudad de Santa Fe fueron las enfermedades gastrointestinales, vinculadas a la utilización de leche de origen animal obtenida a través de dudosos procesos de esterilización y pasteurización, y al suministro y compra de leche materna de mujeres de sectores populares, sobre todo, para alimentar a los niños en los primeros meses de vida. Con la intención de controlar este mal se aunaron esfuerzos destinados a cambiar los hábitos alimenticios e higiénicos, enseñar a las madres las formas de amamantar, alimentar y criar a sus hijos y, sobre todo, acercarlas a la atención de profesionales médicos en detrimento de la cotidiana práctica de consultas y tratamientos de curanderos. Además del control de la venta de leche de vaca, la vigilancia sobre el ganado y fiscalización de los lugares de venta de carnes para consumo, y la higiene escolar, también se crearon nuevos horarios de atención médica en los consultorios pertenecientes a la Asistencia Pública.
Según una publicación del diario Santa Fe (agosto de 1925), durante estos años la niñez santafesina había sido olvidada. Era común ver en los establecimientos escolares caritas pálidas y cuerpitos flácidos de mal alimentados. La vida en los conventillos y la escasa alimentación había llamado la atención de las autoridades gubernamentales que habían creado partidas presupuestarias para dar una copa de leche diaria y ropa de abrigo a los más necesitados que concurrían a los ámbitos educativos.
En relación a la problemática alimenticia, el doctor Efraín Martínez Zuviría, médico de niños de la Asistencia Pública, también reconoció y divulgó la necesidad de custodiar la alimentación de los recién nacidos durante los primeros años de vida. Según sus declaraciones, la leche pura no bastaba para evitar los trastornos gastrointestinales de los menores porque no eran los microbios los culpables de este mal, sino las diferencias existentes entre la leche de vaca y la leche materna, y en razón de ello había que promover el amamantamiento materno. Era necesario educar a las madres biológicas para que estén cerca de sus hijos en los primeros años de vida y aconsejarles que los niños debían ser atendidos con conocimientos científicos. Para ello, el médico armó cuadros y láminas con consejos que facilitaban e ilustraban sus enseñanzas verbales y que él mismo se había encargado de diseminar por su consultorio, la sala de espera y lugares próximos a las farmacias. Pero además de educar a las madres, era necesario instruir a las parteras y médicos de adultos que ignoraban de pediatría y puericultura para que no promuevan el destete prematuro e inoportuno.
Concurso de bebés sanos
En la celebración de la Semana del Niño en agosto de 1925, organizada por la municipalidad de la ciudad de Santa Fe, se realizó el Concurso de Bebés Sanos, donde eran premiados: en primer lugar, la criatura mejor criada a pecho; en segundo lugar, la mejor criada con alimentación mixta (leche materna y artificial), y en tercer lugar, la mejor criada artificialmente. Por último, se otorgaba un cuarto premio para la madre que más datos haya pedido a la Asistencia Pública para asesorarse en la crianza y desarrollo de sus hijos. Cada uno de los ganadores recibía como premio tres (pesos) argentinos y un diploma.
El doctor Martínez Zuviría aprovechó toda oportunidad que le brindó la prensa para insistir en invitar a las madres a que se acerquen a la Asistencia Pública para realizar consultas y recibir enseñanzas acerca de la crianza y la curación de sus hijitos. Era necesario educar a las madres y al pueblo en cuestiones de higiene y alimentación, a los fines de mantenerlos alejados de las enfermedades «que troncan la salud de la raza, la debilitan y la degeneran».
Durante estas décadas, la principal causa de mortalidad infantil en la ciudad de Santa Fe fueron las enfermedades gastrointestinales.
En este contexto fue organizado a nivel provincial el Primer Congreso Provincial del Niño en el mes de octubre de 1929. El Congreso tenía como objetivos encontrar los medios de enseñar a las familias la manera de criar y cuidar a los niños, y a la vez interesar e incentivar a las autoridades de los poderes públicos a avanzar en acciones concretas de divulgación de la higiene infantil.
En enero de 1920, una publicación del periódico Nueva Época alertó a la población santafesina ante la existencia de un flagelo desconocido que generaba invalidez en los niños. Sin embargo, el verdadero brote llegaría una década después. En 1934, la ciudad fue afectada por la parálisis infantil.
Una de las particularidades de esta enfermedad es su declaratoria de epidemia a pesar del reducido número de infectados. Hacia mediados de la década del treinta, vivían en la ciudad alrededor de 135.000 habitantes y sólo se denunciaron diez casos fatales. Si bien el número de enfermos fue reducido, el temor generalizado ante una enfermedad que afectaba a toda la población sin distinción social y que paralizaba de por vida los cuerpitos de los niños durante los primeros años de vida, comenzó a cambiar el paisaje de la ciudad con la adopción de algunas prácticas convertidas en cotidianas. Se generalizó, como medida preventiva, el uso de bolsitas con alcanfor colgadas del cuello de los niños para desinfectar el aire mediante sus emanaciones. En la ciudad, se blanquearon con cal los troncos de los árboles y los cordones de las veredas, todo fue lavado con fluido Manchester o con lavandina, con la creencia de que estas medidas evitarían el contagio; se taparon zanjas que constituían focos infecciosos y se cubrieron las aguas servidas con aceite, intentando evitar la proliferación de los microbios. También se desinfectaron los trenes y estaciones, tratando de evitar la difusión de la enfermedad atribuida a la circulación geográfica de las personas.
Hasta el momento sólo era posible tomar medidas de prevención e higiene, ante una enfermedad de la que aún se desconocía el agente transmisor y las vías de contagio, pero también difícil de diagnosticar. Con el conocimiento de nuevos casos durante el año 1934 se profundizaron acciones higiénicas y de aislamiento. Se declaró la guerra a todos los insectos, especialmente las moscas. Sin embargo, ante desconocimiento de las causas de propagación, cualquier animal podía ser declarado transmisor, incluso las gallinas. Según nota periodística, se avanzó en la limpieza de la ciudad y se recomendó la más absoluta higiene de las dependencias familiares y personales, con aceite gomenolado para la nariz al 10 % y soluciones suaves de Timol «pero sin abusar». Las medidas fueron difundidas a través de una campaña de publicidad con volantes y afiches costeados en gran parte por la Cervecería San Carlos.
Para evitar el contagio se clausuraron todos los lugares donde se ofrecían espectáculos nocturnos, cines, teatros, fiestas infantiles y demás salones, también se prohibió la permanencia en lugares públicos a los menores de 15 años. Se dictaminó el cierre de escuelas y suspensión de clases con el mismo fin. También las iglesias fueron afectadas, se envió una nota al arzobispo de la ciudad, Nicolás Fasolino, para que imparta las órdenes necesarias a los efectos que los menores no entren en las iglesias del municipio. Se prohibieron todas las reuniones de niños, aunque se hizo expresa aclaración que los adultos también podían ser portadores. Se aconsejó el aislamiento del enfermo durante seis u ocho semanas, quedando al cuidado de un solo familiar adulto; durante ese tiempo sus hermanos menores de edad no podían concurrir a colegios ni a lugares de reunión. Entre los familiares que habían tenido contacto con el enfermo era necesario intensificar las medidas de higiene y desinfección bucal.
Todos los esfuerzos fueron pocos, la sociedad santafesina y mundial debió aguardar los avances de la medicina y la ciencia para poder controlar nuevos brotes de esta enfermedad. Sin embargo, la parálisis infantil dejó algunas enseñanzas que perduraron en el tiempo. Las familias movilizadas actuaron mancomunadamente con profesionales médicos y autoridades gubernamentales con la intención del resguardo su más preciado tesoro, la salud de sus hijitos.
Los años treinta marcaron un quiebre respecto a los años previos. El cambio de paradigma de salud, el pase de una higiene defensiva a una preventiva, pero también el avance de la preocupación por el capital humano, la necesidad de proteger y garantizar la reproducción del trabajo, generaron nuevas formas de intervención estatal que intentaron resolver una multiplicidad de cuestiones vinculadas a mejores condiciones laborales, salariales, higiénicas y sanitarias de vida de los trabajadores. En este período se fue afirmando la convicción de que la preservación de la salud constituía una ventaja personal, pero también que tener una población sana favorecía al progreso del país. Lentamente, la concepción de salud como una cuestión privada comenzó a ser reemplazada por una nueva concepción que la reconocía como derecho de los ciudadanos y, en especial, de los trabajadores.
En el caso santafesino, la mayor intervención y presencia del Estado en materia sanitaria coincidió con la administración del gobernador demoprogresista Luciano Molinas (1932–1935). Pronto los esfuerzos médicos se vieron favorecidos por el impulso de las nuevas autoridades gubernamentales de la provincia que avanzaron en su intento de centralizar y poner bajo su órbita el control de la salud. A pocos meses de iniciada la gobernación se creó la Dirección General de Higiene, a cargo de un director general designado por el Poder Ejecutivo provincial. El nuevo organismo contaba con dos secciones, una en la ciudad de Santa Fe y otra en la de Rosario, cada una de ellas a cargo de un consejo médico constituido por elección de médicos, odontólogos, farmacéuticos, parteras y veterinarios matriculados. De esta forma se aseguraba que los servicios de higiene y sanidad se prestaran de modo más efectivo y se garantizaba el ejercicio de la ética profesional.
Lentamente, la concepción de salud como una cuestión privada comenzó a ser reemplazada por una nueva concepción que la reconocía como derecho de los ciudadanos y, en especial, de los trabajadores.
En el ámbito municipal santafesino, también se promovieron iniciativas tendientes a dar respuestas a las crecientes demandas de la población. Como han investigado Susana Piazzesi y Viviana Bolcatto, el propio intendente municipal, doctor Zapata Gollan (1932–1934), encabezó las gestiones destinadas a la ampliación de salas adecuadas para el tratamiento hospitalario y la atención de diversas especialidades en un mismo edificio. Hacia 1936 se iniciaron las obras que transformaron al Hospital Iturraspe en el Hospital Policlínico J.B. Iturraspe, que contaba con sala de enfermedades infectocontagiosas para niños de segunda y tercera infancia, quirófanos, locales de esterilización y pabellones de cirugía. También se anexó una Maternidad y una sala de lactantes, inspección de nodrizas y un servicio de visitadoras domiciliarias.
Posteriormente, los gobiernos antipersonalistas de Manuel Iriondo (1937–1941) y Joaquín Argonz (1941–1943) continuaron con los avances en materia sanitaria. En 1939 se creó el Departamento de Salud Pública, el cual tenía como función el control y la coordinación de acciones en el ámbito de la higiene pública, las condiciones del ambiente laboral y la asistencia médico social. Unos años después, en 1941, se creó el Ministerio de Salud y Trabajo, dentro del cual se insertaron dependencias dedicadas a la maternidad y el Departamento Provincial del Trabajo. Respecto a este último, Susana Piazzesi ha analizado su accionar, durante el gobierno demoprogresista de Luciano Molinas, cuando un nuevo marco legal le otorgó importantes funciones, como la difusión y vigilancia de las leyes obreras, la prevención y solución de los conflictos entre empleador y trabajadores, y el estudio y proposición de disposiciones legales relacionadas con los problemas generados en las relaciones laborales. En efecto, las intervenciones del Departamento Provincial de Trabajo fueron incrementándose durante la segunda mitad de los años treinta, logrando, en algunos casos, resoluciones favorables para los trabajadores.
Todo parece indicar que en los años treinta y cuarenta el Estado provincial avanzó en un nuevo rol protagónico en cuestiones sanitarias. La salud dejó de ser una ventaja individual y lentamente se convirtió en un derecho social. En este proceso, el Estado provincial santafesino creó nuevas instituciones encargadas de dar respuestas a múltiples cuestiones vinculadas con la sanidad, el mundo del trabajo, la seguridad social, la vivienda, la alimentación y otras.