Tiempo de revuelta en la Rosario de los primeros gobiernos radicales
PAULO MENOTTI
Se amplía la democracia también en la ciudad puerto
El período que se inicia en 1912 y se extiende hasta 1930 está determinado en Santa Fe por los primeros gobiernos radicales que fueron los pioneros en nuestro país en usufructuar la ampliación de la democracia con la ley Sáenz Peña. Esa primera particularidad impregnó a la provincia y a la ciudad de Rosario de características que más tarde teñirán a todo el país con el arribo de Hipólito Yrigoyen a la presidencia. Se trata de una nueva forma de política estrenada por dirigentes radicales que, lejos de ser homogéneas y plagadas de contradicciones, en la ciudad portuaria del sur santafesino tuvo como principal símbolo a la relación de Ricardo Caballero con los trabajadores y las trabajadoras rosarinas.
Sin embargo, sería injusto señalar únicamente esa particularidad sobre una ciudad que, fruto de su impresionante crecimiento —pasó de alrededor de 5.000 habitantes a 300.000 en 1914 y cerca de 400.000 en la segunda parte de la década de 1920—, se convirtió en una urbe de claro perfil obrero y anarquista. No por nada, los socialistas la habían señalado como La Barcelona argentina, debido a su adscripción a la ideología libertaria. Entre 50 y 35 sindicatos estuvieron activos en momentos de conflicto en la ciudad y eran reunidos en una central obrera ácrata llamada Federación Obrera Local Rosarina (FOLR) que también cobijó a otras ideologías en su seno. Por su parte, los anarquistas mantuvieron una veintena de centros culturales en el que reprodujeron su cultura política de rebeldía social y oposición al régimen capitalista.
Al mismo tiempo, Rosario también fue una ciudad importante en el modelo agroexportador porque logró ser el segundo puerto en importancia de la República y convertirse en una suerte de enclave cerealero del sur santafesino y cordobés, y del norte bonaerense. En ese sentido, la ciudad sirvió de sede a importantes empresas exportadoras y, hacia la década del 20 contó con una importante industria cárnica, el frigorífico Swift, que renovó las pautas de trabajo.
El presente capítulo analizará las relaciones entre la dirigencia política, el movimiento obrero rosarino y la élite empresarial en un período que fue conmovido por la crisis que representó la Primera Guerra Mundial, el ciclo de huelgas que la siguió (1917–1921), la bonanza económica de los años 20 y los estallidos sociales de fines de ese decenio.
Nuevas autoridades en Santa Fe y sus límites
La sanción de la ley Sáenz Peña en 1912, permitió que el radicalismo levantará la abstención electoral y participara en las elecciones de Santa Fe de ese año, que se realizaron con la legislación provincial que consagraba el voto secreto desde antes. Triunfó la Unión Cívica Radical (UCR) con el gobernador Manuel Menchaca y el vicegobernador Ricardo Caballero, y las listas que se habían presentado a la contienda electoral fueron La Coalición, un resabio de conservadores del viejo Partido Autonomista Nacional (PAN), la Liga del Sur, liderada por Lisandro de la Torre, el Partido Socialista (PS) y la UCR. A pesar de que los liguistas contaban con un amplio predicamento en Rosario, fueron los radicales quienes obtuvieron una abrumadora cantidad de votos (46,5 %) superando a los mencionados por más de diez puntos (Karush, 2002, 2006).
La personalidad clave que generó la diferencia de votos fue la de Ricardo Caballero, un político surgido del anarquismo que se había acercado al radicalismo en la Revolución de 1905 y desde entonces encabezó el voto de los obreros de Rosario y del sur santafesino. Su particular retórica cargada de elementos obreristas y nacionalistas influyó en el voto de los barrios obreros rosarinos e, incluso, en las primeras medidas del gobierno provincial de Menchaca.
En esa línea, el nuevo gobierno adoptó una nueva estrategia frente a los conflictos sociales y la primera oportunidad surgió cuando los agricultores del sur santafesino, los chacareros de la sureña localidad de Alcorta declararon una huelga denominada El Grito de Alcorta el 25 de junio de 1912. En esa oportunidad y desde la ciudad de Rosario, el caballerismo operó para apoyar la causa de los huelguistas y dar un espaldarazo a la creación de la entidad que los representó desde allí en adelante, la Federación Agraria Argentina (FAA), que desde agosto tuvo su sede en la ciudad portuaria del sur provincial.
En sintonía con esa línea política, el gobierno santafesino designó en noviembre de ese año a Daniel Infante como intendente de la ciudad. Para entonces, este funcionario, que no era electo por el voto popular, cumplía tareas administrativas y dejaba las cuestiones políticas y de orden social al jefe político que también era designado desde la capital provincial. Como contrapeso, el Concejo Deliberante de Rosario sí era designado por el voto calificado de contribuyentes con un complejo sistema de inscripción en su padrón electoral. Desde 1909, los liguistas habían logrado dominar el Concejo que, además les sirvió de tribuna política para cuestionar a las gestiones de los respectivos intendentes.
Al igual que Caballero, Infante tenía una personalidad controvertida porque había sido uno de los fundadores de la Liga del Sur pero, al momento de asumir, se autodenominó socialista y aseguró que implementaría esa línea política desde la intendencia de Rosario (Sánchez, 2005; Ratto, 2017). Un claro ejemplo fue su proyecto de recaudación tributaria progresiva y de redistribución de ingresos. Asimismo, Infante puso en marcha una serie de intervenciones o arbitrajes estatales en conflictos obreros, que se iniciaron con la huelga de barrenderos municipales en enero de 1913. Este paro junto al de ferroviarios de 1912, del cual había surgido la Federación Obrera Ferrocarrilera (FOF), activaron nuevamente al movimiento obrero rosarino que había iniciado un reflujo en 1907 tras un ciclo de huelgas durante esa primera década del siglo XX. El movimiento obrero se sintió respaldado en esta oportunidad y se lanzó a la lucha, aunque es posible que la crítica situación económica de esa coyuntura también se haya convertido en una razón que incentivó una serie de protestas obreras.
El entusiasmo de las trabajadoras y trabajadores rosarinos junto al apoyo del intendente y del vicegobernador llegó a un clima de agitación durante el mes de abril cuando los tranviarios pidieron aumentos salariales y reincorporación de despedidos, motivos usuales de inicios de protestas. Desde un comienzo, Infante apoyó a los trabajadores en sus reclamos y eso incentivó a su vez a otros gremios como ferroviarios y municipales para iniciar sus reclamos y protestas. Se estima que entre 30.000 y 40.000 trabajadores y trabajadoras entraron en conflicto en ese período (Karush 2002, 2006) alarmando a la clase empresarial rosarina y sus representantes de la Liga del Sur. Se llegó a denunciar a grupos infantistas o surgidos del radicalismo para impulsar una mayor movilización obrera en la ciudad. Al mismo tiempo y tal vez por esta cuestión, el conflicto llegó al seno del radicalismo formando una división entre quienes reclamaban el orden y quienes daban su apoyo a los trabajadores, los caballeristas.
El gobernador Menchaca fijó su límite de tolerancia a las políticas obreristas, se inclinó por el orden y pidió la intervención del Poder Ejecutivo Nacional, con el envío del Ejército y la declaración de ley marcial en la ciudad. La situación llevó a la renuncia a Infante y a la militarización de Rosario con la derrota de la huelga. Su lugar lo ocupó Carlos Paganini, un hombre afín a la Liga del Sur que proponía una solución diametralmente opuesta a la de Infante. La represión fue feroz e incluso intentaron apresar a los diputados socialistas Juan B. Justo y Mario Bravo que habían viajado a la ciudad a dar su apoyo a los huelguistas y debieron mostrar sus medallas de legisladores para no ser detenidos.
El saldo de la huelga fueron dos obreros muertos, varios heridos y decenas de encarcelados. La burguesía rosarina, tras culpar del conflicto a la ampliación democrática, homenajeó a las autoridades militares con un banquete en las instalaciones de la Sociedad Rural de Rosario. El movimiento obrero que se había restablecido durante la coyuntura huelguística alrededor de la Federación Obrera Rosarina (FOR) entró nuevamente en un reflujo hasta 1917. En la coyuntura, habían quedado a un margen los anarquistas que habían hegemonizado el movimiento obrero rosarino en la primera década del siglo XX y, apenas, se sintió la participación de los socialistas que no contaban con afiliados —o al menos en una cantidad considerable— en ninguno de los sindicatos implicados en las protestas.
La huelga y su resultado dividió las aguas en el radicalismo en dos partes, los disidentes y los afines a la conducción del Comité Nacional de Buenos Aires. A pesar de la derrota, la figura de Caballero no sufrió gran desgaste, logró cumplir su mandato e influyó en la elección del siguiente gobernador, el radical disidente Rodolfo Lehmann en 1916. Incluso, el caballerismo generó figuras políticas de relieve como Raúl Rodríguez, que fue considerado como un radical de izquierda.
Ciclo de huelgas revolucionarias
En 1916 Hipólito Yrigoyen triunfó como presidente y el voto del elector santafesino ligado a Lehmann fue decisivo. A pesar de su oposición al Comité Nacional de la UCR, la línea de Yrigoyen, la intervención de Caballero logró el apoyo del gobernador santafesino que fue clave para el triunfo radical en el país.
Una vez iniciado el primer período de gobiernos radicales en nuestro país, el 12 de octubre de ese año, el Ejecutivo nacional puso en marcha una política similar a la que había ensayado Menchaca cuatro años antes. Yrigoyen tuvo un primer momento de acercamiento a los trabajadores que luego, al recibir la presión de la clase empresaria de nuestro país y de los sectores conservadores de su partido, resignó y permitió el avance de dramáticos episodios de represión a trabajadoras y trabajadores.
En ese marco se inició en 1917 un ciclo de huelgas en Argentina que fue uno de los más sangrientos. La Semana Trágica (enero de 1919), la Patagonia Trágica y los sucesos de La Forestal (entre 1920 y 1921) fueron los procesos de lucha obrera más conocidos y Rosario también tuvo huelgas sangrientas. La primera fue la de ferroviarios de los Talleres de la empresa Central Argentino. Allí la empresa decidió eliminar puestos de trabajo ofreciendo cuatro jornales mensuales a sus obreros mientras que éstos pidieron por lo menos dos días a la semana. Entonces se inició un paro en junio que duró un mes y finalizó con un triunfo de los trabajadores pero la empresa desconoció el acuerdo y se retomó la medida de fuerza que llegó hasta fines de octubre. En todo ese período hubo boicots, muertes y mucha protesta en las calles. Las asambleas de los trabajadores de los Talleres ferroviarios reunieron a más de 3.000 personas, donde hablaban dirigentes, obreros y mujeres del barrio Refinería. Incluso, Yrigoyen envió a esas asambleas a dos de sus ministros a escuchar la palabra de los trabajadores para arbitrar en ese conflicto.
La participación de las mujeres en este conflicto fue clave para lograr la solidaridad de los trabajadores porque recorrieron los hogares de trabajadores de los Talleres para dialogar con sus compañeras y pedirles el apoyo. También, las mujeres se encargaron de rodear a la empresa para impedir que ingresen los rompehuelgas, y esa fue una acción que se repitió en más de una oportunidad en los conflictos de Rosario. Por último, las mujeres cortaron el tránsito de vías y se pararon en las calles de los barrios Talleres, Refinería y Arroyito a desafiar al Escuadrón de seguridad que tenía órdenes de Néstor Noriega, dirigente caballerista, de no actuar aunque en momentos de tensión se producían desbordes (Badaloni, 2010; Loza, 1985; Menotti, Oliva, 2014; Palermo, 2006; Thompson, 1978).
La gran huelga de los ferroviarios rosarinos que cobró relieve nacional contó también con la participación de un dirigente que luego sería uno de los máximos líderes de la Confederación General de los Trabajadores (CGT), José Domenech. Este joven inmigrante español se inició, como tantos, a sus 14 años como aprendiz de los talleres. Siendo un comprometido militante socialista, en la huelga de 1917 fue elegido para representar a sus compañeros en lugar del anarquista Pedro Casas.
La medida de fuerza de los trabajadores rosarinos se fue extendiendo hacia otros sindicatos y desde entonces se fueron reorganizando los que estaban en declive al renovar sus reclamos. En septiembre se reorganizó el sindicato de tranviarios por los socialistas y ese conflicto retroalimentó la huelga ferroviaria cuando se generaron conflictos agudizados por el asesinato, por las fuerzas de seguridad desde un tranvía, del obrero José Menna, quien se encontraba en el interior de los Talleres ferroviarios (Lozza, 1985).
Al año siguiente los portuarios, los municipales, los panaderos y las mujeres de la Refinería Argentina de Azúcar y de la fábrica de zapatillas Americana, entre otros, fueron entrando sucesivamente en huelga. Estos conflictos surgieron en los principales centros de producción y servicios de la ciudad. Los Talleres del ferrocarril llegaron a dar empleo a 6.000 trabajadores, la refinería de azúcar tenía un plantel de 500 mujeres y daba trabajo rotativo a 3.000 personas más, en el puerto se reunían hasta 7.000 trabajadores en las faenas cotidianas en su momento de esplendor. Salvo en Talleres, donde hubo una disputa entre socialistas y anarquistas por el liderazgo, en portuarios, Refinería y municipales, los anarquistas lideraron a las organizaciones sindicales en Comités de Resistencia.
Sin lugar a dudas, la huelga rosarina que más preocupó a la élite social y política de la ciudad y del país fue la de vigilantes de la Policía en diciembre de 1918, donde se enfrentaron entre los efectivos policiales y mataron a 18 huelguistas. En esa oportunidad, los huelguistas confraternizaron con los obreros, realizaron una asamblea en el local de la Juventud Anarquista y desafiaron a los poderosos por las calles rosarinas. De estas acciones se comprende el excesivo saldo de muertes de la medida de fuerza. De hecho, esta huelga fue la antesala a la Semana Trágica y sirvió de lección sobre cómo deberían prepararse las organizaciones contrarrevolucionarias. Claramente, estaban presentes las noticias que llegaban de la Revolución Bolchevique y de la unidad entre soldados y trabajadores. Por esta cuestión, cuando en enero de 1919 se produjo la Semana Trágica en Buenos Aires, en Rosario no hubo grandes repercusiones. Las autoridades y la burguesía local habían comprendido el mensaje y la ciudad fue militarizada para impedir cualquier clase de movimiento social.
La huelga de policías en Rosario y la Semana Trágica en Buenos Aires marcaron un umbral en el ciclo de huelgas obreras que se extendió entre 1917 y 1921 en nuestro país. Durante 1919 continuaron las huelgas en la ciudad pero surgieron formas de oposición contrarrevolucionarias de parte de la sociedad y formas represivas de parte del Estado provincial. En abril de ese año se iniciaron las reuniones del Comité Patriótico que propuso organizar la sección rosarina de la Liga Patriótica y una conmemoración del 25 de Mayo en oposición a las manifestaciones obreras de la ciudad (McGee Deutsch, 2003; Caterina, 1995). Se debe tener presente que para entonces, en Rosario casi el 50 % de la población era extranjera y más del 70 % de los pobres también eran inmigrantes. En esa oportunidad, la fecha patria reunió a una importante cantidad de gente que criticó a las masas obreras y tras el acto un grupo de jóvenes hizo gala de su antisemitismo y atacó a los negocios de hebreos del Mercado central de la ciudad. Salvo esa demostración de racismo, la Liga no logró articular ninguna acción seria en Rosario durante ese año.
En ese mismo tiempo, una organización empresarial, la Asociación Nacional del Trabajo que luego, ante la evidencia de la participación de firmas extranjeras le quitó la denominación de nacional, estableció formas de oposición a la protesta obrera introduciendo rompehuelgas en lugares donde había conflictos, en particular en el puerto de Rosario (Rapalo, 2012).
A fines de ese año, el gobernador Lehmann no logró conciliar las diferencias en el interior del radicalismo sobre qué hacer frente a la protesta social y terminó renunciando. Asumió entonces Juan Cepeda, el caudillo del departamento Constitución, que no tenía dudas que el Estado provincial debía reprimir. El llamado a nuevas elecciones dio el triunfo a Enrique Mosca quien, en línea con su antecesor tampoco dudó en elegir a la represión como salida al conflicto social y, de eso, da cuenta su comportamiento en la masacre de La Forestal.
En 1920, llegó la primera oportunidad para las fuerzas contrarrevolucionarias cuando los portuarios entraron en huelga durante el mes de marzo. El conflicto se fue extendiendo con apoyo del Estado y por la acción de la Asociación del Trabajo —llamada La Patronal por los y las obreras rosarinas— que introdujeron rompehuelgas en los lugares de trabajo mientras la policía desarticulaba los piquetes de obreros que intentaban impedir eso. Para esto, las autoridades encarcelaron a los principales dirigentes portuarios y a decenas de trabajadores. La huelga fue derrotada y la lucha se trasladó a reclamar por la situación de los encarcelados en el Comité Pro Presos. Sin embargo, en agosto una represalia policial desde los Tribunales rosarinos terminó con la masacre de la plaza San Martín, un acontecimiento que posiblemente haya marcado el triunfo de la oposición a la agitación obrera (Rapalo, 2012). Sin embargo, tanto el movimiento obrero rosarino como los dirigentes anarquistas aún estaban dispuestos a impulsar la lucha de los trabajadores durante 1921 y 1922.
La lucha de trabajadoras y trabajadores fue orientada por la Federación Obrera Local Rosarina (FOLR) que retomó el liderazgo del movimiento obrero rosarino tras el declive de su antecesora FOR hacia 1914. Durante muchos años, los anarquistas que militaron en esa central lograron liderarla a partir de sociedades de resistencia obreras y de centros culturales. El ciclo de huelgas de 1917–1921 —que en Rosario se extendió hasta 1922— se explica en el marco de la crisis económica de la Primera Guerra Mundial y sus repercusiones a nivel mundial como la Revolución Rusa. El proceso social liderado por los bolcheviques en Rusia produjo un impacto trascendente para obreras y obreros rosarinos, y también para muchos libertarios que vieron con simpatía las primeras noticias de los revolucionarios. Ese escenario internacional incitó al conjunto de los proletarios y se tradujo en acontecimientos revolucionarios que fueron a la vez heroicos y aventureros. El 7 de febrero de 1921 los ladrilleros de barrio Godoy junto a estudiantes de Medicina y trabajadores municipales en huelga ocuparon la Municipalidad y declararon un soviet.
El proceso social liderado por los bolcheviques en Rusia produjo un impacto trascendente para obreras y obreros rosarinos.
Ese año se produjo otro movimiento huelguístico de resonancia cuando en mayo por primera vez los docentes entraron en huelga. Las maestras y maestros reclamaban el pago de más de un año atrasado y no era la primera vez que habían intentado ser oídos pero para la prensa masiva el hecho era inaceptable. El gobierno de Mosca, frente a esto no tuvo escrúpulos y expulsó a los huelguistas y también a quienes habían demostrado algún tipo de solidaridad. Los despedidos formaron entonces las escuelas 22 de mayo, que recibieron el apoyo de los sindicatos hasta que la imposibilidad de sostenerlas económicamente las disolvió a los dos años. La huelga había sido derrotada y, en la historia santafesina esta no fue la única que se hizo por falta de pagos. Para completar el marco de declive, una serie de bombas estallaron ese año y se culpó a los anarquistas que continuaron siendo encarcelados.
En 1922 se produjo el último enfrentamiento entre el trabajo y el capital, de acuerdo a cómo se expresaba en la época, cuando asumió como intendente Alfredo Rouillón. Este empresario inmobiliario y pionero de la aviación rosarina, ligado al radicalismo mosquista, reorganizó a la Liga Patriótica y se opuso a los reclamos de municipales. En ese marco, llevó a los trabajadores de la Municipalidad a entrar en una huelga y aprovechó para presentar una férrea represión al encarcelar a los dirigentes y ocupar los puestos de trabajo con rompehuelgas. De esa manera, Rouillón le puso límite a la protesta obrera en Rosario (Karush, 2002, 2006).
Semana trágica en Rosario
Cuando se produjo en Buenos Aires en enero de 1919 la llamada Semana Trágica, en Rosario la situación estuvo aquietada debido a que las autoridades habían previsto posibles movilizaciones y actuaron con violencia y rapidez, asaltando locales y encarcelando a los dirigentes obreros y anarquistas. La prensa masiva aportó su grano de arena al demonizar a las organizaciones sindicales difundiendo la falsa noticia que circulaba un auto negro con una bandera negra con letras oro convocando a la revolución social. El clima generado en la ciudad y las repercusiones de las noticias con la consecuente imitación de algunas iniciativas de Buenos Aires sembraron la semilla de la organización paramilitar denominada Liga Patriótica Argentina (LPA), Seccional Rosario.
El lunes 13 de enero de 1919, la policía rodeó el local de la Federación Obrera Ferrocarrilera (FOF) de Rosario, ubicado en Güemes 2043, lo tomó por asalto y aprehendió a varios de sus ocupantes. Los bomberos que formaban parte del asalto policial hallaron evidentes pruebas del delito para justificar el accionar, un telegrama desde Buenos Aires que daba cuenta que en el cementerio de La Chacarita la policía había asesinado a cientos de obreros, niños, mujeres y hombres. Las autoridades locales dirigidas por el jefe político Jorge Lagos tenían sus motivos de preocupación y por eso prefirieron utilizar la violencia para avasallar los derechos de los trabajadores de la sección Tracción del Ferrocarril Central Argentino de Rosario. En Capital Federal se estaba desarrollando una agitación de enorme dimensión que hacía parecer que se asomaba una revolución aunque todo terminó en una masacre a trabajadores.
Mientras tanto, y luego de la sangrienta huelga de policías, en Rosario seguían los conflictos del trabajo en cristalería Pappini, con metalúrgicos, panaderos y la más preocupante huelga de municipales. También había preocupación porque en el sur provincial también había huelgas rurales. Ante esto y las noticias que llegaban desde Buenos Aires, las autoridades locales con ayuda del Ejército no dudaron y ocuparon el local de la Federación Obrera Ferrocarrilera (FOF) y lo clausuraron. A este continuaron el local de municipales, además de otros centros culturales anarquistas. La actitud policial fue resistida por varios ferroviarios porque se produjeron enfrentamientos armados e incluso ataques a trenes pero las autoridades impusieron su voluntad. Al mismo tiempo, el apresamiento de dirigentes anarquistas alcanzó para desactivar a una veintena de centros culturales y comités de resistencia de la ciudad.
Sumado a esto, la prensa local hizo lo suyo generando un clima de tensión al difundir noticias falsas como la nombrada del auto negro que llamaba a la revolución, tensando aún más la situación. El mensaje apuntaba a focalizar en algunos sindicatos al peligro maximalista que emulaba a la revolución que se estaba desarrollando en Rusia, transmitir sensación de reclamo de orden interno. En oposición, otra noticia trató de generar un clima de tranquilidad cuando se informó sobre la organización de un Comité Patriótico «para defender la libertad de trabajo y la Constitución». Esta nueva agrupación formada por elementos de la clase alta y media rosarina, además de policías y militares fue el embrión de la Liga Patriótica en Rosario.
La agitación decae
De modo paralelo a la presidencia de Marcelo T. de Alvear (1922–1928), la Argentina fue saliendo de la crisis económica de la Primera Guerra Mundial y de los conflictos sociales entre el trabajo y el capital. La historiografía coincide en que existió un tiempo de bonanza en la que los trabajadores pudieron construir sus casas y se poblaron los barrios, se incrementó el transporte urbano y se desarrollaron actividades como la gráfica, con la venta de diarios y revistas, y la deportiva, con el aumento de la práctica del fútbol (Gutiérrez, Romero, 2007). Rosario fue un ejemplo de este bienestar y quiso mostrar su lugar entre las demás ciudades de la nación, por lo que en 1925 se conmemoró el supuesto bicentenario de la ciudad. La ciudad que estrenaba faroles, que proyectaba avenidas y viviendas para los trabajadores, que festejaba y que mejoraba su comercio, que recibía a visitas ilustres como el príncipe de Gales, al aviador Ramón Franco o Albert Einstein, no era una urbe que garantizara el ascenso social de todos. La ciudad contaba entonces con 400.000 habitantes de los que el 47 % eran extranjeros, en su inmensa mayoría trabajadores. La ciudad había sumado algunos centros de producción de importancia, como el frigorífico Swift en el sur rosarino que rápidamente se convirtió en un importante centro de producción donde nuevos inmigrantes de Europa del Este hallaron trabajo. Esa migración, incluso caracterizó a la zona sur de la ciudad, barrio Saladillo, y a la vecina ciudad de Villa Gobernador Gálvez, con un perfil obrero.
Ese escenario de bonanza económica coincidió con un reflujo de las agitaciones obreras. Entre 1922 y 1923 cayó considerablemente el número de huelgas en la ciudad y las autoridades estaban confiadas en que la radicalidad obrera había desaparecido. En 1925, el jefe político Natalio Ricardone informaba al gobierno de Santa Fe:
«El movimiento huelguista no ha tenido la intensidad de épocas pasadas, si bien el número de huelgas ha superado a las del año anterior, pues este año se han registrado 37 que se han iniciado y terminado en forma pacífica».
Más allá de esto, el bienestar económico no alcanzaba para explicar la pacificación de los y las trabajadoras rosarinas. Durante la década de 1920 se profundizó la represión, que tuvo variables que fueron desde políticas conciliadoras y corporativistas hacia otras que fueron más abiertamente coactivas. En 1923, el gobernador Mosca, quien avanzó en una ley de salario mínimo, una ley para regular el trabajo doméstico y otras iniciativas pro–obreras, llevó a cabo un Congreso del Trabajo como un intento de conciliación de clases (Karush, 2002, 2006; Uliana, 2010). En esa reunión, a la que asistieron solamente las patronales y la Federación Agraria, se intentó plasmar un proyecto corporativista de buscar canalizar la conflictividad obrera en cada rama de la producción, pero de parte de las organizaciones obreras quedó claro que no era aceptado el proyecto.
El norteño Ricardo Aldao fue electo gobernador de Santa Fe en 1924 y dejó de lado los intentos conciliatorios para dar rienda suelta a las fuerzas de seguridad para continuar con el apaciguamiento de los reclamos obreros. En 1925 se intentó reorganizar la protesta de los trabajadores que solamente habían irrumpido en la escena social con dos grandes huelgas. La primera fue la de 1923 cuando asesinaron en la cárcel al obrero Kurt Wilckens que había ajusticiado al coronel Héctor Varela, quien había dirigido la represión en la Patagonia Trágica. El segundo paro de importancia fue el de 1924, cuando el gobierno de Alvear intentó llevar adelante un régimen de jubilaciones que fue rechazado por los trabajadores y por los empresarios.
Un año más tarde, desde las distintas corrientes políticas obreras se intentó reconstituir a las organizaciones que habían entrado en declive en el marco de las cosechas de ese año. Sin embargo, el gobierno provincial logró desarticular cualquier intento de reorganización sindical y la Policía brava de Aldao —como fue denominada por los trabajadores— tuvo un rol clave con su clásico repertorio de encarcelamiento a dirigentes y trabajadores, quienes denunciaron prácticas sistemáticas de torturas.
En ese marco se hizo célebre un jefe de investigaciones de la Policía de Rosario, Héctor El Vasco Velar quien, según denunció la prensa obrera, había tomado por rutina golpear a los anarquistas presos mientras estaban atados a una silla. Incluso, el periodismo de izquierda también lo acusó de disfrutar golpear a las pupilas de Casas de tolerancia a las que asistía como cliente. La fama del policía rosarino fue tan grande que la banda del anarquista Severino Di Giovanni, desde Buenos Aires comenzó a tramar una venganza.
Otra cuestión que llevó a la pacificación del movimiento obrero rosarino fue la división entre las organizaciones obreras y las del arco de izquierda. A nivel nacional, la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) se había dividido en dos en 1915, cuando se formaron la FORA del V Congreso, liderada por anarquistas, y la FORA IX Congreso, que era liderada por sindicalistas revolucionarios, acompañados por socialistas y comunistas. A principios de 1922 se hizo un esfuerzo de unidad cuando la FORA novenaria realizó un congreso para buscar la unidad con los anarquistas, consiguiendo el pase de algunos cuadros y el cambio de denominación a Unión Sindical Argentina (USA). Sin embargo, en lugar de unir produjo lo contrario y la central obrera fue perdiendo cada vez más la participación de sindicatos. El golpe de gracia lo dio la Unión Ferroviaria que, nacida en 1922 en consonancia con la USA, decidió con sus 70 mil afiliados —la mayor parte— formar con los socialistas otra organización llamada Central Obrera Argentina (COA). En 1928, los comunistas también deciden aislarse en el Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC), por lo que para ese año el movimiento obrero argentino estaba dividido en cuatro, la FORA, la USA, la COA y la CUSC.
En Rosario, los trabajadores organizados también se fueron dividiendo desde la FOLR, que tenía mayoría anarquista pero contenía a otras ideologías, y se creó la Unión Obrera Local (UOL), que intentó ser dirigida por sindicalistas revolucionarios que no llegaron a tener peso en la ciudad. Por entonces, el sindicato de portuarios dirigido por anarquistas siguió siendo el de mayor importancia pero, tras la derrota en 1920, estaba resignado a las decisiones patronales que controlaba las bolsas de trabajo, es decir, nada menos que el ingreso al puerto. Al mismo tiempo, los anarquistas se fueron dividiendo entre quienes preferían unirse a la USA, en antorchistas, que fueron los más radicalizados, ligados al diario La Antorcha, y en foristas, que se mantuvieron en la antigua central y ligados al diario La Protesta.
En ese marco y más allá de la bonanza económica de esos años, la clase trabajadora rosarina vivía bien aunque no lograba acceder a los beneficios de la élite. Mucha gente en Rosario seguía sin casa propia o vivía en ranchos y apenas le alcanzaba para comer. Todos los integrantes (hombre, mujer y niños) de una familia de cuatro personas debían trabajar para alimentarse y vivir en un cuarto de conventillo; esto es, entre todos apenas alcanzaban un salario mínimo. Una muestra de esta pauperización fue cuando en agosto de 1927 se produjeron nutridas manifestaciones por la muerte de Sacco y Vanzetti, en Estados Unidos. Otro reflejo de la mala situación de la clase trabajadora rosarina estaba por darse en la ciudad.
Todos los integrantes (hombre, mujer y niños) de una familia de cuatro personas debían trabajar para alimentarse y vivir en un cuarto de conventillo; esto es, entre todos apenas alcanzaban un salario mínimo.
Rosario se subleva
Un año más tarde, en 1928, Yrigoyen realizó su campaña electoral y triunfó en las elecciones presidenciales iniciando su segundo gobierno. Los barrios obreros de las seccionales Novena y Décima de Rosario votaron por él porque se sintieron representados en sus reclamos. Ricardo Caballero fue nuevamente la figura clave que reunió a las voluntades del voto obrero para Yrigoyen. El caudillo del sur provincial realizó una campaña política en la que renovó una retórica obrerista que incentivó a los trabajadores a recuperar sus derechos y los inspiró a tener esperanza de justicia social en el futuro (Karush, 2002, 2006). Caballero también forjó una alianza con Pedro Gómez Cello, el ex intendente santafesino que se candidateó para gobernador.
El yrigoyenismo, Gómez Cello y el caballerismo triunfaron en las elecciones de abril, que no fueron las únicas de ese año, y en mayo asumieron el gobierno. El nuevo gobernador designó a Ricardo Caballero como jefe político de Rosario, que volvió a echar mano de su repertorio de gobierno de permitir la protesta obrera. Mientras las nuevas autoridades juraban para el cargo que habían sido electos, en Rosario las trabajadoras y los trabajadores ya estaban movilizados. Hacia fines de abril se produjo un conflicto menor en un barco que pretendía descargar su mercancía en el puerto rosarino. A pesar de haber surgido de un pequeño entredicho, la huelga de portuarios cobró una enorme dimensión cuando el 7 de mayo de ese año un rompehuelga, un matón a sueldo bajo las órdenes de los líderes de la Asociación del Trabajo, mató a la joven Luisa Lallana. La obrera textil estaba en una de las entradas del puerto de Rosario tratando de convencer a los crumiros de no entrar al lugar de trabajo y solidaridarse con la huelga. Sin embargo, el rompehuelga desenfundó un revólver y le dio un disparo en la cabeza. La noticia conmovió a la ciudad. A la mañana del día siguiente se realizó el sepelio de Lallana desde su casa en barrio Tablada, a lo largo de avenida Pellegrini hasta el cementerio El Salvador. Según la prensa masiva, en el entierro que se convirtió en una manifestación participaron cerca de 10 mil personas. Los diarios anarquistas expresaron que había cerca de 16 mil personas. Por la tarde, se desató la furia de los barrios rosarinos sobre el centro de la ciudad. Nutridas marchas de gente, niños, mujeres y hombres se volcaron hacia la zona que había sido embellecida por la burguesía local. Se rompieron faroles, vidrieras y se produjeron saqueos en los mercados de la ciudad.
Esa no fue la única oportunidad en la que las trabajadoras y trabajadores rosarinos tomaron la ciudad. El paro de portuarios se extendió durante un mes e hizo falta de dos muertes más para que las grandes empresas exportadoras de cereal, como Bunge & Born aceptaran los reclamos obreros (Menotti, Videla, 2013). La situación no hizo más que expandirse y ese año hubo ocho huelgas generales en Rosario, incluso cuando llegó el momento de la cosecha fina en noviembre, la protesta social se extendió al interior del sur santafesino. Korzeniewicz (1993) estima que el eje de conflictividad obrera pasó de Buenos Aires a la provincia de Santa Fe durante ese año. La clase empresaria de la ciudad alarmada convocó a un lock out patronal en julio, reclamó la renuncia de Caballero e incluso llegaron a publicar en la prensa su salida antes de tiempo. Por último, sin ningún respaldo, el propio Yrigoyen le dio la espalda a su antiguo amigo y envió el Ejército a la provincia de Santa Fe en una clara manifestación de rechazo a su estrategia política. Caballero renunció a su cargo y, con la división del radicalismo en la ciudad, quedó segundo en las elecciones de noviembre.
En diciembre de ese año, el Ejército vigiló desde cerca a los trabajadores rurales para lograr terminar a tiempo las cosechas. Sin embargo, en abril del año siguiente, las huelgas retomaron su ritmo previo. Los trabajadores del molino harinero de Rufino iniciaron una serie de demandas que terminó en un paro que fue continuado por sus pares en Rosario y luego se extendió a huelgas de la Refinería de Azúcar, de tranviarios y de portuarios, entre otros.
En particular, la huelga de tranviarios se tornó violenta cuando llegó a Rosario el grupo liderado por Severino Di Giovanni, que dio su apoyo a los huelguistas a partir de una serie de atentados. Unos fueron colocación de bombas de pólvora que intentaban llamar la atención sin provocar víctimas en tranvías que rompían la huelga aunque en la saga quedó herido un anarquista llamado Ramé. Otro atentado fue cuando le tiraron una bolsa de excremento al Consulado italiano en Rosario, representante del gobierno fascista. Otro atentado de la banda de Di Giovanni fue cuando algunos militantes abordaron al comisario Velar —anteriormente mencionado y célebre por torturar a patadas y puñetazos a los anarquistas detenidos— en las inmediaciones de las calles Rioja y España y le dispararon con un trabuco en la cara, haciéndole perder el ojo, varios dientes y la nariz, aunque dejándolo con vida (Bayer, 2001).
Más allá del escenario de agitación revolucionaria en la ciudad, las huelgas no tienen buenos resultados para el movimiento obrero rosarino. El más significativo de todos fue el paro de los portuarios que convocó a los dirigentes a un arreglo que fue cuestionado por el arco de izquierda de la ciudad que acusó a los líderes anarquistas de traicionar a la voluntad de los trabajadores. En tanto, los sindicalistas revolucionarios que nunca habían logrado demasiado peso en la ciudad, no atinaron ni siquiera a reorganizar reclamos de trabajo. Incluso, los comunistas que para entonces habían iniciado su estrategia de organización sindical mediante células de fábrica, con éxito en el frigorífico Swift y en conductores de ómnibus, tampoco tuvieron éxito en sus convocatorias a huelgas revolucionarias.
Más allá del escenario de agitación revolucionaria en la ciudad, las huelgas no tienen buenos resultados para el movimiento obrero rosarino.
En enero de 1930 se produjo la primera huelga de importancia en el frigorífico Swift, con la aparición del Sindicato de la Carne, organizado por los comunistas. De esa manera se perfilaba un nuevo modo de organización sindical que se fue expandiendo durante la década de 1930 hasta su nueva reorganización con la llegada del peronismo. A diferencia de los anarquistas que se agrupaban en organizaciones flexibles, las Sociedades de Resistencia, los comunistas centraron su organización en células de fábrica con grupos de tres personas semiclandestinos para evitar ser despedidos. Cuando lograban convencer de organizarse a más trabajadores, formaban un comité de fábrica, antecesor de las comisiones internas de fábrica, y cuando lograban juntar un número considerable formaban el sindicato. Además, los comunistas se diferenciaron de los anarquistas en que éstos se organizaban por oficios y los otros lo hicieron por industria o rama de la producción. Sin embargo, los comunistas no lograron insertarse entre los trabajadores de servicios, como ferroviarios, telefónicos o tranviarios, además de los trabajadores del Estado, que fue el terreno liderado por socialistas y sindicalistas revolucionarios. Por esos años, se comenzó a reclamar por el fin del trabajo flexible y por la permanencia en los lugares de trabajo ya que, frente a distintos cambios de gobierno se modificaba en gran medida la planta de trabajadores y trabajadoras del servicio público.
Ese año se produjeron menos movimientos huelguísticos y los más importantes fueron, además del Swift, de telefónicos y docentes. Sin embargo, hacia el mes de junio comenzó a sentirse con mayor fuerza la desocupación debido a la crisis económica que se había iniciado en Estados Unidos.
El golpe de Estado del 6 de septiembre aceleró los trámites para que las distintas organizaciones sindicales llegaran a una unidad que se dio a fines de ese mes conformando la Confederación General del Trabajo (CGT), que en Rosario tardó en lograr una seccional casi una década. El nexo entre CGT y movimiento obrero rosarino fue a través de la UOL.
Ricardo Caballero, un caudillo de los barrios rosarinos
Caballero fue una rara avis en el escenario político de Santa Fe y de la Argentina durante la primera parte del siglo XX. nacido en la provincia de Córdoba, estudió Medicina en la capital de esa provincia pero rápidamente se mudó a Rosario donde tomó a la política como su principal ocupación (Videla, Zanella, 2004). Las ideas anarquistas lo llevaron a preocuparse por la cuestión social de principios del 1900 pero encontró en el radicalismo, con la Revolución de 1905, una organización política que le permitió practicar su militancia y dirigencia. Con la Unión Cívica Radical (UCR) se convirtió en vicegobernador de Santa Fe, el primero gracias al voto popular de mayor amplitud en la provincia. Debido a la militancia en ese partido, forjó amistad con Hipólito Yrigoyen, a quien ayudó en su primera elección presidencial al convencer al elector santafesino que decidió la elección de 1916. Formando parte de la UCR también fue electo diputado nacional y senador por Santa Fe. También fue el primero en poner en práctica una política de acercamiento a los sectores proletarios y también a aquellos que se enfrentaban a la élite social, a la que denominaron oligarquía terrateniente en junio de 1912, cuando se produjo la huelga de arrendatarios rurales llamada El Grito de Alcorta.
Desde entonces hizo uso de una extraña retórica que combinaba el apoyo a los reclamos obreros que le sirvió para ganar una importante base social y política en Rosario — en barrios obreros— y en el sur santafesino, así como también una aguerrida oposición que lo acusaba de demagogia. Caballero también fue dueño de un discurso nacionalista con elementos de criollismo, una «glorificación del gaucho» (Karush, 2004) que se oponía a lo extranjero, aunque con una tajante separación, porque atacaba a los capitalistas internacionales y los burgueses inmigrantes, y defendía a los trabajadores inmigrantes. Es posible que ese discurso le haya permitido tener el voto de los trabajadores nativos (Falcón, Monserrat, 1993), cuestión que pone en duda su obrerismo ya que, en esos años el 75 % de los trabajadores era inmigrante o descendiente de éstos. Sin embargo, Caballero apuntó sus críticas a la plutocracia política rosarina que representaba la Liga del Sur y luego el Partido Demócrata Progresista. Además de esto, Caballero también adscribió al antimperialismo desde la década de 1920, cuestionando desde la intervención de Estados Unidos en América Latina hasta el accionar de empresas inglesas en nuestro país.
En 1928, Caballero llegó a su umbral de representación política e intentó plasmar sus ideas como jefe político de Rosario pero el crítico marco social de huelgas en la ciudad le valió una oposición que lo llevó al declive en su base política. Con la crisis de 1930, de cara a la proscripción y posterior abstencionismo de la UCR yrigoyenista, Caballero terminó adscribiéndose a la Concordancia dirigida por Agustín P. Justo y tejiendo alianzas con antiguos rivales como Juan Cepeda. En ese período, Caballero comenzó a alejarse de la política y, además de desempeñarse como profesor de la Facultad de Medicina, el viejo caudillo rosarino se dedicó a la historia en la corriente revisionista que se oponía a los lineamientos de la denominada historia oficial. Caballero no adscribió al peronismo, falleció en 1963 en Rosario y la UCR no le dedicó un lugar entre sus personalidades.
Una ciudad con clase, obrera
En los casi veinte años que los radicales gobernaron por primera vez y de modo continuo la provincia de Santa Fe, la ciudad de Rosario partió de ser una urbe ejemplar en la Argentina del modelo agroexportador a convertirse en el polo de conflictividad obrera. Está claro que antes, desde la última década del siglo XIX la ciudad había adoptado características de rebeldía proletaria en gran medida debido a su abrupto crecimiento demográfico, comercial y productivo. Sin embargo, la llegada de los radicales al poder provincial significó el desafío para los dirigentes de la UCR de transformar a los trabajadores en su base política (Karush, 2002, 2006), un proyecto que, a la larga demostró ser inviable debido a los innumerables conflictos sociales y escenarios de luchas obreras que se fueron presentando en ese período. La ciudad que había sido denominada la Barcelona argentina, debido a la hegemonía de dirigentes y cultura política de los anarquistas, mantuvo esa lógica a finales del período tratado en este texto.
Ya, apenas asumido el gobierno de Menchaca–Caballero, con Infante como intendente, la huelga de tranviarios significó un primer desafío que abrió filas en el radicalismo, iniciando una saga de rupturas en hasta seis facciones diferentes hasta el golpe de Estado de 1930. Luego, el impacto de la Primera Guerra Mundial y, más importante todavía, de la Revolución Rusa, inició un ciclo de huelgas que en el país y en Rosario produjo escenas de revueltas revolucionarias que deslegitimaron cualquier intento de convertir a los trabajadores en meros ciudadanos. La bonanza de los años 20, con sus características de mejoramiento económico pero con su carga de persecución al movimiento obrero, no logró acercar a la clase trabajadora con la élite política y menos con la empresarial. Por último, hacia fines de la década de 1920 cuando varias voces de la dirigencia económica y política mostraban su inconformidad con las pautas liberales de la democracia, dejando lugar a formas de desprecio hacia la vida de los trabajadores y las trabajadoras, de acuerdo a cómo lo reflejó el asesinato de Luisa Lallana, quedó claro que la clase obrera había mantenido su identidad clasista en oposición a los sectores altos de la sociedad. Así lo demostró el último período de convulsión social que atravesó la ciudad y que fue frenado por la crisis económica y por el gobierno de facto de José Félix Uriburu, cuyo alzamiento fue aplaudido por la burguesía rosarina.
La bonanza de los años 20, con sus características de mejoramiento económico pero con su carga de persecución al movimiento obrero, no logró acercar a la clase trabajadora con la élite política y menos con la empresarial.
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