Introducción: imágenes de los años treinta
Mariela Rubinzal
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El período abordado trata un momento histórico durante el cual cambiaron aspectos relevantes para la vida cotidiana de las y los santafesinos en, relativamente, poco tiempo. La sociedad fue cambiando al ritmo de una nueva orientación en el modelo del desarrollo económico. El país que vivía de exportar productos del agro comenzó a crear nuevas industrias para abastecer las necesidades de sus habitantes. La industrialización, impulsada por el cierre del comercio exterior durante la crisis económica mundial, atrajo a trabajadores de las zonas rurales hacia las ciudades y rápidamente se consolidó una importante clase obrera industrial que, organizándose a nivel nacional, demandó que el Estado regule al mercado. El movimiento obrero en nuestro país estaba conformado por grupos de distintas ideologías: el sindicalismo revolucionario, el socialismo, el comunismo y el anarquismo.
(Se) trata un momento histórico durante el cual cambiaron aspectos relevantes para la vida cotidiana de las y los santafesinos en, relativamente, poco tiempo.
En este panorama heterogéneo, el sindicalismo fue la corriente de mayor influencia en el período. La corriente sindicalista se inclinaba a encontrar puntos de acuerdo y negociación con los representantes políticos gubernamentales, en vez del enfrentamiento intransigente característico del anarquismo, que propugnaba la desaparición del Estado. Su preeminencia entre los obreros se consolidó cuando el anarquismo comenzó a debilitarse debido a las medidas represivas y a las persecuciones de sus dirigentes, muchos de ellos deportados a sus países de origen. Las medidas implementadas por el primer gobierno de facto del general Uriburu (1930–1932) fueron especialmente duras con el movimiento obrero en general, ya que la vigencia del estado de sitio dificultaba las reuniones; y con el anarquismo en particular. Su régimen clausuró el diario anarquista más importante La Protesta, persiguió a los dirigentes más destacados, y hasta llegó a fusilar a obreros anarquistas.
La incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral también fue un elemento destacable de esta época. Así como también la persistente resistencia por parte de las élites políticas a que éstas participaran como votantes en las elecciones. En esta primera parte del tomo Adriana Valobra analiza la experiencia santafesina, que en el orden municipal habilitó la participación femenina como votantes en las elecciones locales. Las mujeres desarrollaron a lo largo de la historia una cantidad de tareas que no fueron consideradas en términos económicos ni fueron reconocidas socialmente. En este sentido, el trabajo femenino estuvo doblemente invisibilizado por la sociedad/las familias/las comunidades que gozaban de los beneficios del trabajo femenino, y por el Estado, que no intervenía en este ámbito, o lo hacía en forma insuficiente. Los análisis en el tiempo largo de la historia del trabajo llamaron la atención sobre ciertos elementos persistentes durante el siglo XX: el lenguaje laboral sexuado basado en la subordinación femenina; el ideal de domesticidad; el patrón de desigualdad en cuanto a habilidades y destrezas de hombres y mujeres; entre otras cuestiones. Además, están documentados los atropellos, el acoso sexual y el abuso de autoridad que afectaban específicamente a las trabajadoras mujeres. Ellas no aceptaron pasivamente el orden de las cosas y en muchas ocasiones resistieron las injusticias a las que eran sometidas protagonizando silenciosas acciones individuales —como el abandono del trabajo, las ausencias reiteradas, la mala utilización de productos, las respuestas desafiantes a los superiores, como puede verse en los estudios de los archivos empresariales— y también llevaron adelante acciones colectivas fuera de las fábricas.
Están documentados los atropellos, el acoso sexual y el abuso de autoridad que afectaban a las trabajadoras mujeres. Ellas no aceptaron pasivamente el orden de las cosas y en muchas ocasiones resistieron las injusticias.
El Estado comenzó a intervenir cada vez más en las distintas esferas de la vida social, introduciendo una nueva dinámica dentro de la concepción liberal. La inclinación por intervenir en áreas antes libradas a su propia autoregulación (la asistencia social; la cuestión laboral; las transformaciones urbanas; etc.) planteó la necesidad de crear nuevos organismos dirigidos por expertos que estudiaban los problemas que habían surgido y/o pronunciado con la crisis de 1929. Estos expertos proporcionaban a los gobiernos información para elaborar políticas públicas acordes a la realidad social.
En materia económica se siguieron algunos lineamientos del economista inglés John Maynard Keynes (1883–1946), quien proponía un modelo de economía dirigida donde el Estado estableciera los marcos a partir de los cuales se produciría el desarrollo y buscara el equilibrio entre la oferta y la demanda, favoreciendo el pleno empleo junto con la ampliación del consumo. En nuestro país, se tomaron un conjunto de medidas en este sentido. Medidas financieras (el control de cambios, la creación del Banco Central y del Instituto Movilizador de Inversiones Bancarias) con el objetivo de estabilizar la moneda; medidas impositivas (el impuesto a los réditos); medidas de regulación económica para controlar la producción y equilibrar la oferta y la demanda (juntas reguladoras de granos, de carnes, de vino, de la industria lechera, de la yerba mate). Las medidas proteccionistas que adoptaron la mayoría de los países europeos para salir de la crisis afectaron muy particularmente a la economía argentina, que dependía del comercio exterior, tanto para exportar materias primas como para importar manufacturas. En un intento por mantener al menos una parte de ese circuito, Argentina firmó con Inglaterra un acuerdo conocido como el pacto Roca–Runciman en 1933. Ese acuerdo resultó ampliamente favorable a Inglaterra que sólo concedió un cupo de 15 % para las carnes de frigoríficos nacionales. Como contrapartida, nuestro país debía preservar las inversiones inglesas —mantener tarifas ferroviarias, eliminar impuestos al carbón y reducir los de otros productos ingleses, etc.— lo cual generó una gran indignación en la sociedad. En este contexto surgen discursos cuyo tópico central es el antiimperialismo, entre los que se destaca el del grupo radical FORJA (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), liderado por intelectuales como Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jaureche. Desde la prensa y la tribuna pública denunciaron la entrega del patrimonio nacional a los intereses británicos.
La crisis del modelo agroexportador, que se hizo evidente a partir de la crisis mundial, tuvo repercusiones diversas en el conjunto de las provincias argentinas. El trabajo de Eduardo Basualdo organiza, desde el punto de vista económico, el período a partir de dicha gran crisis mundial, la cual dio lugar a la delimitación de dos etapas: la de 1920–1929 y la de 1933–1942. Lo interesante, en este contexto «y en contra de la visión instalada en el sentido común», dice el autor, es que estos segmentos cronológicos muestran un crecimiento considerable a pesar de los altibajos que efectivamente se registraron por estos años. El papel que tuvieron tanto los capitales extranjeros como los nacionales, es una de las claves a partir de las cuales Basualdo analiza el proceso de conformación de una nueva matriz económico–social. En Santa Fe, señala Oscar Videla, la crisis del modelo agroexportador afectó a la provincia en su totalidad, pero golpeó con más fuerza a los pequeños productores, que se vieron especialmente afectados.
La industrialización por sustitución de importaciones fue el proceso mediante el cual se esperaba superar la crisis económica y abastecer un mercado de consumidores en expansión. Esta industrialización se produjo fundamentalmente sobre la base de las industrias que se habían desarrollado en el contexto de la Primera Guerra Mundial (alimentación, vestido, productos químicos y metálicos) y aprovechando la disponibilidad de mano de obra. La multiplicación de puestos industriales fue realmente transformadora e impactó en la conformación de un movimiento obrero organizado. Las industrias se localizaron principalmente en Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe, mientras que en el resto de las provincias los establecimientos eran menos numerosos. Según los datos disponibles en 1938, Buenos Aires concentraba el 72 % de los obreros y empleados del país, el 62 % de los establecimientos industriales y producía el 74 % del total de la industria nacional. Las nuevas formas de producción, los recursos tecnológicos aplicados a la industria y los edificios fabriles transformaron los hábitos y las prácticas laborales. Las denuncias sobre las consecuencias negativas que traía aparejada esta etapa del desarrollo capitalista fueron muchas y configuraron lo que se denominó la cuestión social. Los elementos de la discusión eran la cantidad excesiva de horas de trabajo; la deshumanización del trabajo a partir de la masiva introducción de máquinas; el empleo de mujeres y niños en las fábricas; las malas condiciones de ventilación, limpieza y alimentación que reinaba en los establecimientos fabriles; la multiplicación de accidentes de trabajo; la desprotección jurídica de los obreros; entre otros.
Las medidas proteccionistas que adoptaron la mayoría de los países europeos para salir de la crisis afectaron muy particularmente a la econo- mía argentina, que dependía del comercio exterior.
En este marco, la salud pública fue un tema de vital importancia en esta década. Tal como señala Viviana Bolcatto, «los años treinta marcaron un quiebre», un cambio de paradigma de salud que implicó destinar recursos y esfuerzos estatales a la prevención de enfermedades sociales. Esto permitiría proteger y garantizar la reproducción del trabajo imperiosamente necesaria en esta fase de la industrialización. En este contexto, surgieron nuevas formas de intervención estatal que intentaron resolver problemas relacionados con las malas condiciones laborales, salariales, higiénicas y sanitarias de vida de los trabajadores.
La multiplicación de puestos industriales fue realmente transformadora e impactó en la conformación de un movimiento obrero organizado.
En el campo de la política es notable el impacto de los acontecimientos internacionales tales como la crisis económica (1929), el ascenso de Hitler al poder en Alemania (1933), la Guerra Civil española (1936–1939) y la Segunda Guerra Mundial (1939–1945). Algunos historiadores sostienen que se trató de una época signada por la internacionalización de la política local. Esta característica se verifica en los discursos de los dirigentes políticos de distintas vertientes ideológicas, en las tapas de los periódicos, en los grandes debates de la época, en las sesiones de las cámaras de diputados y senadores. Un aspecto que favoreció este proceso fue la existencia en nuestro país, así como en otros países de Latinoamérica, de una población mayoritariamente integrada por inmigrantes (de primera y segunda generación). Esto implicaba comunidades preocupadas por los sucesos en sus países de origen; diversos vectores por donde circulaba la información; conformación de asociaciones de ayuda para los implicados en la guerra de uno y otro lado. Por ejemplo, el Comité Argentino de Mujeres Pro Huérfanos Españoles, que estaba vinculado al Partido Comunista, se dedicaba a confeccionar ropa para los niños españoles; mientras que la entidad Socorro Blanco, creada en 1936, se dedicaba a organizar misas para honrar la memoria de los caídos zaristas en la Revolución Rusa y a juntar dinero para ayudar a los nacionalistas españoles. De esta manera, el universo político local —muy complejo, por cierto— pareció organizarse en torno a dos polos: el fascismo y el antifascismo, que alcanzaron cierta unidad política coyuntural en la conformación de frentes (el Frente Nacional vs. el Frente Popular). Más allá de estas coyunturas, como explica Alejandro Cattaruzza, los posicionamientos de las culturas políticas solían ser más sinuosos.
La novedad más destacable es la aparición del ejército como un actor dotado de facultades para intervenir en la marcha de los gobiernos democráticos. De hecho, esta primera parte del tomo se desarrolla entre los dos primeros golpes de Estado de la historia de nuestro país: la denominada por algunos Revolución de septiembre en 1930 y, luego, el segundo golpe de Estado en 1943. El primer gobierno militar decretó la pena de muerte y el estado de sitio, al tiempo que limitó la actividad partidaria e instaló una cruel persecución sobre la oposición política, plagada de detenciones arbitrarias y torturas. Su objetivo era transformar la nación modificando, entre otras cosas, la Constitución Nacional. Otra novedad fue la aparición de grupos de laicos católicos con estrechos vínculos con la jerarquía eclesiástica y una gran incidencia en la vida política, conformando un actor de importancia decisiva para esta época. En 1931, el Episcopado fundó la Acción Católica Argentina, una organización nacional dividida en ramas (niños, jóvenes, adultos, varones y mujeres), que en los años siguientes se fue especializando en distintas áreas, como sucedió con la conformación de la JOC (Juventud Obrera Católica) en 1942. Esta organización buscó encuadrar a los católicos argentinos y movilizarlos como un actor político en defensa de la nación católica. Al mismo tiempo, la sociabilidad de los grupos que la conformaban buscaba preservar a sus integrantes de la supuesta contaminación con los valores del mundo moderno.
El primer gobierno militar decretó la pena de muerte y el estado de sitio, al tiempo que limitó la actividad partidaria e instaló una cruel persecución sobre la oposición política.
En octubre de 1934 se realizó el Congreso Eucarístico Internacional, primero en Latinoamérica, en el cual se movilizaron multitudes pocas veces vistas en las calles de Buenos Aires. Estas masas movilizadas dieron un gran impulso a las organizaciones católicas que ofrecieron a la población un espacio alternativo a la política para expresarse. Algunas de ellas se vincularon a grupos nacionalistas de extrema derecha en su búsqueda de instaurar una organización social corporativa. La Iglesia se convirtió en un actor político de peso. Ejerció su influencia sobre los fieles, por un lado, criticando el sistema democrático y liberal, por el otro, legitimando a las figuras de la restauración conservadora. En Santa Fe, el enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado durante el período demoprogresista pivoteó principalmente sobre la cuestión educativa, tal como lo explica en su capítulo José Zanca, situación que cambió con los gobiernos conservadores.
Un periodista de la época, José Luis Torre, utilizó un adjetivo que fue muy eficaz en tanto imagen que se mantuvo en el tiempo. Para él se trataba de una década infame, haciendo referencia, entre otras cosas, al fraude electoral que había oscurecido el juego político democrático instaurado en 1912 cuando se sancionó la ley Sáenz Peña. El fraude electoral que desvirtuaba la elección de los representantes políticos por parte del pueblo tiraba por la borda uno de los pilares más importantes del sistema político al tiempo que instauraba un problema de legitimidad presente en todos los debates de la época. ¿Cómo se alteraban los resultados de las elecciones? Si bien las elecciones se practicaron regularmente —para elegir gobernadores provinciales, diputados nacionales, presidente de la Nación, etc.—, en la mayoría de los distritos existía una maquinaria de control electoral que le permitió a la coalición conservadora denominada la Concordancia —la cual reunía a conservadores, socialistas independientes y antipersonalistas— mantener su predominio durante toda la década. El único espacio en el cual no pudieron ponerse en marcha operaciones para manipular los resultados de las elecciones fue la Capital Federal. En las provincias existieron apenas algunas elecciones limpias durante este período: en Santa Fe, cuando triunfó el candidato demoprogresista Luciano Molinas (1931), y en Córdoba, cuando se impuso el radicalismo con Amadeo Sabattini a la cabeza de la fórmula para la gobernación, en 1936. El radicalismo, que era la principal fuerza opositora, decidió abstenerse de participar en las elecciones como una forma de expresar su rechazo al fraude. No obstante, en 1935 cambió de estrategia e ingresó al campo de la competencia electoral sin dejar de denunciar las maniobras fraudulentas del oficialismo. Las otras fuerzas políticas opositoras, principalmente el socialismo y los demócratas progresistas, reaccionaron conformando una alianza electoral para enfrentar el conglomerado de fuerzas políticas que manejaban los resortes del poder político. Todo este complejo juego de posiciones en el nivel nacional es analizado por Alejandro Cattaruzza, quien además enfatiza en los matices y los cruces entre la cultura y la política de la época. Por su parte, Diego Mauro trabaja en detalle el período demoprogresista en la historia santafesina, mientras que José Zanca y quien escribe nos abocamos a desentrañar el período de los gobiernos locales conservadores alineados con la Concordancia.
Se trataba de una «década infame » (...) si bien las elecciones se practicaron regularmente en la mayoría de los distritos existía una «maquinaria de control electoral» que le permitió a la coalición conservadora, mantener su predominio durante toda la década.
En este período, no sólo el fraude ennegrecía el horizonte político. La década se abre con el primer golpe de Estado producido el 6 de septiembre de 1930, comandado por el general retirado José Félix Uriburu, apoyado por una parte de las fuerzas armadas, de la Iglesia Católica, de los grupos nacionalistas y de las fuerzas políticas opositoras. El nacionalismo venía creciendo desde 1928 cuando una serie de intelectuales —algunos de ellos pertenecientes a la élite— se reúnen para crear la publicación La Nueva República, con el objetivo de difundir sus ideas y desestabilizar el gobierno democrático. Desde esa publicación y contando con el apoyo de militares, la prensa masiva y representantes de la Iglesia Católica se creó el clima propicio para producir el primer golpe de Estado. Éste representó el triunfo provisorio de una solución autoritaria al conflicto abierto por el ingreso de las masas a la política que habían apoyado el regreso de Hipólito Yrigoyen a la presidencia en 1928. Durante los años treinta, el nacionalismo transformó su estructura morigerando sus rasgos elitistas a partir de la inclusión de militantes provenientes de distintos sectores sociales.
La derecha argentina pasó de ser una configuración de pequeños grupos de intelectuales conspiradores a un movimiento militante, con organizaciones relativamente estables y con intenciones de movilización de masas. Así, de una retórica conservadora se pasó a una radicalizada en contenidos sociales; de prácticas asociadas a la producción intelectual y a las acciones represivas contra el movimiento obrero se transitó hacia una actitud menos implacable y más abierta a los sectores populares. Ciertamente no todo el movimiento nacionalista circuló por idénticas vías, así que encontraremos numerosos casos de nacionalistas que reaccionaron negativamente ante este giro de los grupos que se acercaron al ideario de los fascismos europeos. En términos generales, es posible identificar a estos grupos a partir de sus posturas antiliberales, antiizquierdistas y corporativas. La mayoría de los nacionalistas eran católicos y profesaban el antisemitismo, que se expresaba en constantes ataques verbales y físicos a los judíos. Otra característica es que consideraban que la única cultura válida era la nativa y que la sociedad debía ser preservada de la degeneración supuestamente provocada por los inmigrantes.
La derecha argentina pasó de ser una configuración de pequeños grupos de intelectuales conspiradores a un movimiento militante, con organizaciones relativamente estables y con intenciones de movilización de masas.
Los nacionalistas se oponían al feminismo y pensaban que la función primordial de las mujeres era la reproductiva. También los definía una visión decadentista y conspirativa de la historia y la política, que implicó un discurso político configurado bajo la forma de denuncia de un complot y la consecuente cruzada en defensa de la nación. Al mismo tiempo, intentaron acercar a los trabajadores al movimiento a través de diferentes estrategias: organización de sindicatos nacionalistas, movilizaciones callejeras, difusión en fábricas y talleres, entre otras acciones que pretendían disputar el predominio de la izquierda sobre los trabajadores.
La crisis económica y el gobierno de facto de José Félix Uriburu (1930–1932) configuraron un escenario donde era difícil la organización y realización de luchas sindicales, tal como analiza en profundidad Hernán Camarero. Durante el gobierno de Agustín P. Justo (1932–1938) se fue generando un contexto más favorable para impulsar las luchas reivindicativas al regularizarse el índice de empleo y disiparse parcialmente la amenaza de la desocupación. A partir de 1934, huelgas obreras comenzaron a incrementarse al tiempo que se inauguraban grandes establecimientos industriales en las ciudades más importantes del país.
Como señalamos, en los años treinta el sindicalismo fue la corriente hegemónica dentro del movimiento obrero. Una explicación puede encontrarse en los cambios en la composición de la clase trabajadora. En primer lugar, muchos inmigrantes habían adquirido a través de los años una relativa estabilidad laboral que deseaban mantener y mejorar. Por esto preferían las propuestas sindicales moderadas que tuvieran como fin último mejorar las condiciones de trabajo y rechazaban la idea de participar de una rebelión contra el sistema. En segundo lugar, los hijos de los inmigrantes que se habían incorporado a la masa trabajadora también preferían la consecución gradual de las mejoras sociales en vez del rechazo utópico y absoluto de toda la realidad social existente, propio del anarquismo. La acción pedagógica del Estado, a través de la escuela pública, había nacionalizado a esta nueva generación de argentinos, alejándolos de las propuestas internacionalistas y apátridas de los libertarios. En ese sentido, Mariela Coudannes analiza las transformaciones educativas impulsadas por los gobiernos conservadores de Manuel Iriondo (1937–1941) y Joaquín Argonz (1941–1943).
La segunda tendencia en el movimiento obrero era el socialismo. Sin embargo, a pesar de haber conseguido mejoras para los trabajadores a través de la sanción de leyes laborales no consiguieron reunir el apoyo que esperaban. Los trabajadores consideraban que la estrategia del socialismo, la vía parlamentaria para mejorar gradualmente la vida de la clase obrera, no era la más conveniente. Frente a la urgencia de la situación social, se trataba de un camino dificultoso y lento.
La acción pedagógica del Estado, a través de la escuela pública, había nacionalizado a esta nueva generación de argentinos, alejándolos de las propuestas internacionalistas y «apátridas» de los libertarios.
La actividad gremial se vio favorecida por la unidad del movimiento obrero en la Confederación General del Trabajo (CGT), creada en 1930. Al principio, la central obrera se consolidó con el acuerdo de sindicalistas y socialistas, aunque predominaron los primeros porque controlaban los gremios más importantes (ferroviarios y portuarios). A mediados de la década del treinta ganará peso un nuevo actor en el sindicalismo: el comunismo. A partir de un cambio de estrategia —pasando a formar parte de los frentes populares— y en comunión con los socialistas, tomaron la dirección de la CGT, que terminó por dividirse en dos. A pesar de las escisiones y numerosos conflictos internos, podemos asegurar que la CGT se convirtió en un actor fundamental del mundo del trabajo y en un interlocutor para los gobiernos de la década del treinta que intentaron disminuir el conflicto social.
A lo largo de la década también se descubrieron casos de corrupción, de persecución a opositores y la violencia alcanzó los ámbitos donde los representantes debían debatir y acordar principios para la vida cotidiana en sociedad. El intento de asesinato al senador por la provincia de Santa Fe, Lisandro de la Torre, que terminó con la muerte de su compañero de bancada, Enzo Bordabehere, en el Senado de la Nación, quedó grabado en la retina de todos aquellos que vivieron el momento.
La muerte tuvo un lugar central en la vida política de estos años. Los funerales de los líderes políticos se convirtieron en la ocasión de reafirmar identidades, expresar sentimientos y debatir en la esfera pública, ideas, modelos y programas que ellos representaban. Tal como lo señala Sandra Gayol, las muertes de Lisandro de la Torre, Hipólito Yrigoyen y José Félix Uriburu fueron especialmente significativas. El funeral de Yrigoyen fue el reverso del de Uriburu, tanto en lo material como en lo simbólico; no obstante, ambos movilizaron a cientos de miles de personas.
Se trató del período de mayor expansión de las industrias culturales, que permitieron que cada vez más y más personas accedieran a la información, al arte y al entretenimiento. La difusión de la radio en los hogares argentinos, desde los más acaudalados hasta los más humildes que contaban con un miembro de la familia o conocido habilidoso que montaba artesanalmente el aparato receptor, transformó las costumbres familiares y aseguró una mayor circulación de la información a quienes podían leer y a quienes no estaban aún alfabetizados. La llegada del cine sonoro aumentó la actividad de las salas ya instaladas en la década anterior y generó la apertura de muchas más en distintos distritos y ciudades del país. Los trabajadores gozaron de tiempo libre los fines de semanas —gracias a la sanción de algunas leyes laborales— que ocuparon con el consumo de films, paseos al aire libre y lecturas de novelas. Las ediciones populares —libros de bolsillo con una encuadernación rústica— podían encontrarse en bibliotecas, librerías y puestos callejeros de diarios. En las imágenes de la época se pueden observar la gran cantidad de publicaciones que se podían comprar en la calle.
La muerte tuvo un lugar central en la vida política de estos años. Los funerales de los líderes políticos se convirtieron en la ocasión de reafirmar identidades.
Las miradas sobre los años treinta son múltiples. En esta primer parte del tomo intentamos recuperar el trabajo historiográfico de las últimas décadas y ofrecer una historia de Santa Fe situada en una nación y una región (latinoamericana) que tuvo que elaborar respuestas a una coyuntura internacional plagada de sobresaltos: la crisis económica mundial, la Segunda Guerra, la difusión de los fascismos, la aparición de la cultura de masas, la reconfiguración de los modelos de desarrollos, la modernización acelerada. Como en un caleidoscopio, los capítulos de este volumen proponen mostrar la diversidad de reacciones a estos transcendentales desafíos.