Santa Fe y el artiguismo
JULIO RONDINA
Al producirse la revolución de mayo de 1810, Santa Fe era una dependencia de la Intendencia de Buenos Aires. Su puerto era vital para el cobro de impuestos al tráfico comercial que engrosaban la ya significativa recaudación de la Aduana porteña —principal sustento del esquema virreinal impuesto por España—, toda vez que era la ciudad por la que se entraba, vía río Paraná, al antiguo camino real que llevaba a Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Salta y Lima. En ese entonces, el tránsito terrestre de mercancía era sumamente dificultoso, por la ausencia de carreteras que facilitaran su traslado y por la permanente acechanza de tribus aborígenes alzadas o bandoleros rurales criollos que saqueaban a los viajeros, especialmente comerciantes.
Nuestro puerto recibía no solamente la mercadería que vía Buenos Aires estaba destinada al interior, sino también la que bajaba desde Asunción del Paraguay que con sus productos naturales —especialmente yerba, que durante mucho tiempo fue la moneda principal de una vasta región sudamericana, frutales, etc.— abastecía buena parte de su hinterland. Al mismo tiempo era el punto de salida de la mercadería que provenía del interior mediterráneo con destino a Asunción, Corrientes o Buenos Aires.
De allí es que Buenos Aires resistiera de una manera tenaz la posibilidad que este territorio adquiera su autonomía.
En mayo de 1810, el teniente de gobernador era Prudencio María de Gastañaduy. En junio se recibe la comunicación de la Primera Junta que anoticia del movimiento revolucionario y el gobernador y el Cabildo reconocen al nuevo gobierno.
Al poco tiempo, la Junta de Buenos Aires destituye al gobernador y el Cabildo propone a Francisco Antonio Candioti para que ocupe el lugar, lo que no es aceptado por Buenos Aires, que nombra al español Manuel Ruiz, jefe del regimiento de negros de Buenos Aires, en agosto de 1810.
Esta pretensión santafesina estaba engarzada con la esperanza de cambios en la situación que se vivía: por una parte la posibilidad de gobernarse a sí mismos con hombres surgidos de la comunidad, quienes mejor comprendían las angustias y necesidades lugareñas, entre las que se destacaban el cruel enfrentamiento con el aborigen, la necesidad de incrementar el comercio cesando el cobro de gabelas e impuestos que finalizaban en las arcas de la aduana porteña y la finalización de los tributos ordenados desde aquella capital.
Al pasar Belgrano con el ejército que realizaba la expedición al Paraguay el 2 de octubre de 1810, Santa Fe da una muestra más de su compromiso con el naciente proceso revolucionario y contribuye con dos compañías de Blandengues —doscientos hombres—, armas y otros aportes. Urbano de Iriondo se encarga de señalar que el acaudalado estanciero Francisco Antonio Candioti contribuye con 1300 caballos a esta tropa. El cadete de blandengues Estanislao López parte con este ejército, es tomado prisionero en el Paraguay y es enviado en una nave a Montevideo, de donde se fugará.
Esta contribución debilita el sistema de defensas contra los indios y permite que avancen sobre las líneas de frontera, provocando depredaciones en las estancias cercanas a la capital.
No obstante estas muestras de fidelidad, desde Buenos Aires se siguieron nombrando tenientes de gobernadores ajenos al territorio santafesino. Juan Antonio Pereyra en 1812, Antonio Luis Berutti en 1812, Luciano Montes de Oca en 1813, Álvarez Thomas en 1814 y Eustaquio Díaz Vélez en 1814–1815, fueron sucesivamente designados. Estos convocaban a dos vecinos designados por el Cabildo, con los que constituían una junta ejecutiva, aunque el manejo político seguía en sus manos, bajo el disfraz de una cierta democracia.
Los gobernadores pretendían acentuar el control sobre la provincia, al tiempo que imponían fuertes contribuciones para sostener los ejércitos que se destinaban a someter las rebeliones que se producían en los pueblos del interior, particularmente en el Litoral y la Banda Oriental, al conjuro de los planteos artiguistas. Esto implicaba que desoían las peticiones realizadas por el Cabildo santafesino ante la inestabilidad que provocaba el descuido de los fortines de frontera y de las reducciones aborígenes situadas hacia el norte de la ciudad —San Gerónimo, San Javier, San Pedro y Cayastá—, lo que generaba un constante ataque de indios que saqueaban en las inmediaciones de la ciudad.
Esta situación va forjando un descontento entre los vecinos expresado en el relato del cronista Urbano de Iriondo, quien señala que entre 1810 y 1815
«tuvo Santa Fe seis gobernadores que no se ocupaban de otra cosa que en sacar contribuciones, primeramente a los españoles y luego a los criollos; y a los estancieros en general, auxilios de caballos y reses para el transporte de tropas que venían de Buenos Aires para pasar al Perú y Banda Oriental, dejando nuestra campaña a discreción de los indios».
Designado teniente de gobernador en junio de 1813, el coronel Luciano Montes de Oca tuvo que enfrentar los primeros movimientos militares de Artigas, el caudillo oriental que ya había roto con Buenos Aires después que fueran rechazados sus diputados a la Asamblea del Año XIII. En ese 1813 también llega a Santa Fe, como comandante general de armas, el coronel Eduardo Holmberg —prusiano vanidoso y altanero que incluso se inmiscuía en las deliberaciones del propio Cabildo santafesino—, con órdenes de formar un ejército para enfrentar a Artigas. Para ello, sumó otras dos compañías de blandengues, lo que generó un estado de absoluta indefensión frente a los indígenas, temiéndose ataques a la propia ciudad de Santa Fe.
Con estas tropas, Holmberg vadea el río Paraná y se enfrenta a las fuerzas artiguistas comandadas por el entrerriano Eusebio Hereñú y los orientales Andrés Latorre y Fernando Otorgués, en la batalla de El Espinillo, en las cercanías de La Bajada, actual ciudad de Paraná, el 22 de febrero de 1814. En su parte de guerra, el infatuado prusiano señala como una de las causas de la derrota, que sus tropas conformadas por santafesinos, no querían batirse con las entrerrianas, porque allí tenían «amigos o parientes» (Archivo Artigas, T. XIV).
La batalla de El Espinillo dejará un jalón en nuestras disensiones internas ya que es el primer enfrentamiento abierto entre porteños y provincianos, en el que triunfaron las fuerzas del interior por sobre las del puerto.
Este nuevo cuadro de situación hizo que el Director Supremo, Gervasio Posadas enviara a dos santafesinos, el dominico fray Mariano Amaro y don Francisco Antonio Candioti, como mediadores ante Artigas. Se entrevistan en Belén, en la costa oriental del río Uruguay, con el caudillo, que les propone que se derogue el decreto infamante contra su persona y que no se moleste a los pueblos de Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental, proclamados independientes bajo su protección. Los delegados acuerdan sobre estas bases propuestas por Artigas y firman un convenio ad referéndum de las autoridades del Directorio. Posadas se niega a refrendar este acuerdo.
Artigas y Santa Fe
Los mediadores y todo el pueblo santafesino toman parte por el caudillo y sus propuestas, en las que ven soluciones al estado insostenible que atraviesan, al tiempo que se abre la posibilidad de la instalación de un gobierno propio, autónomo. Los habitantes de Santa Fe no acuerdan con la forma en que Buenos Aires se ha apropiado del poder de los virreyes sin reconocer a los pueblos el derecho a la autonomía, viejo legado cabildeano.
Como explica el historiador santafe- sino José Luis Busaniche en Santa Fe y el Uruguay:
«En esta situación angustiosa se encontraba Santa Fe, cuando se dejó sentir en estas márgenes del Paraná, el clamor que anunciaba los triunfos de Artigas contra los ejércitos del Directorio enviados para someterlo, el sistema de confederación que propugnaba y la protección que ofrecía a los pueblos que se acogían a su bandera, la misma bandera azul y blanca de Belgrano cruzada en diagonal por la franja roja del federalismo». (Busaniche, 1981)
Se sostiene que fue Francisco Antonio Candioti, amigo personal de Artigas, quien solicitó su ayuda para deponer al gobernador porteño Eustaquio Díaz Vélez y designar un gobernador por elección popular.
Los habitantes de Santa Fe no acuerdan con la forma en que Buenos Aires se ha apropiado del poder de los virreyes sin reconocer a los pueblos el derecho a la autonomía.
Mientras tanto, Buenos Aires no ceja en su empeño de doblegar la resistencia de las provincias litorales y envía tropas a Entre Ríos al mando del coronel Manuel Dorrego, quien, el 11 de enero de 1815, es derrotado en la Batalla de Guayabós o Arerunguá, a manos de fuerzas entrerrianas. Esta acción libera definitivamente a la provincia de Entre Ríos de la tutela porteña y extiende considerablemente la influencia política del artiguismo, que se hace irresistible para los pueblos del interior, frente a la prepotencia porteña.
El 20 de marzo José Artigas llega a Paraná. Su lugarteniente entrerriano Eusebio Hereñú traspasa el río Paraná y agrupa en chacras ubicadas al norte de la ciudad a santafesinos que apoyan el alzamiento inminente. Al mismo tiempo, su hermano, Manuel Artigas, pasa a Cayastá para desde allí sublevar a los indígenas de San Javier y Cayastá.
El 24 de marzo se produce el levantamiento de Santa Fe; Díaz Vélez abandona la ciudad y entran las tropas de Artigas con Hereñú a la cabeza, haciéndolo al día siguiente Manuel Artigas. El pueblo santafesino se congrega frente al Cabildo alborozado.
El 2 de abril de 1815 se produce la designación de Francisco Antonio Candioti como gobernador provisorio y se enarbola la bandera de la libertad, la insignia artiguista. El listón rojo era, según Artigas, «signo de la distinción de nuestra grandeza, de nuestra decisión por la República para sostener nuestra libertad e independencia».
El 2 de abril de 1815 se produce la designación de Francisco Antonio Candioti como gobernador provisorio y se enarbola la bandera de la libertad, la insignia artiguista.
Casi coetáneamente, el 31 de marzo se produce un levantamiento en Córdoba, designándose a José Javier Díaz como gobernador artiguista. De esta manera, se consolida la presencia política del caudillo en el amplio corredor de las provincias litorales y el centro del país. La simiente de la Liga de los Pueblos Libres ya está echada. Esta situación política provoca que el 3 de abril, se produzca la sublevación de Fontezuelas, en la que Álvarez Thomas, enviado por el Directorio a doblegar el levantamiento de Santa Fe, se rebela, causando la renuncia Alvear.
El 14 de abril Artigas cruza el Paraná y llega a Santa Fe, donde permanece hasta el 23 de ese mes. El 26 es designado Francisco Antonio Candioti como gobernador propietario. También se elige una Junta Representativa, primer antecedente del Poder Legislativo de la provincia, encargada de sancionar el Reglamento de Gobierno.
De esta manera, Santa Fe logra su autonomía como provincia y se comienza a regir por sus propias instituciones. Al mismo tiempo, forma parte de la Liga de Pueblos Libres y será una más de las provincias que tendrán en Artigas su líder y protector.
No obstante ello, Buenos Aires no cejará en su intento de doblegar a Santa Fe. El Director Supremo Álvarez Thomas temeroso de que Santa Fe continúe aliado con Artigas, envía un ejército de 1500 hombres, tres buques de guerra y un falucho, al mando de Viamonte, con instrucciones de desconocer la autonomía santafesina y sustraer a la provincia del protectorado artiguista. El 25 de agosto llega Viamonte a Santa Fe y el 27 fallece el gobernador Candioti. Las tropas de Viamonte arrasan la ciudad y es elegido teniente de gobernador Francisco Tarragona, quien hace arriar la bandera artiguista.
Sin embargo, el 2 de marzo de 1816 se produce el pronunciamiento de Añapiré —cuartel general de Estanislao López— en el que el pueblo de Santa Fe, encabezado por Mariano Vera y López, y contando con el apoyo del coronel artiguista Francisco Rodríguez, se subleva contra las tropas porteñas. Finalmente, el 31 de marzo Viamonte se rinde en la vieja Aduana de la ciudad. El 3 de abril vuelve a flamear la bandera de Artigas y el pueblo santafesino en la plaza elige como nuevo gobernador a Mariano Vera.
Buenos Aires intentará en reiteradas ocasiones sojuzgar a Santa Fe, pero la inquebrantable decisión de los vecinos ya con la conducción del brigadier Estanislao López, rechazará esta pretensión, quedando así consagrada como una más de las provincias del Río de La Plata.
La Asamblea del Año XIII
Al inaugurarse la Asamblea del Año XIII, Artigas reúne al Congreso de los pueblos orientales, también llamado Congreso de Peñarol o de Tres Cruces. Con representantes de 23 pueblos orientales, Artigas pronuncia sus célebres palabras: «Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa por vuestra presencia soberana». Allí les entrega a los diputados orientales las Instrucciones.
Al inicio del Congreso, Artigas plantea que se debe considerar si la Asamblea será reconocida por obedecimiento o pacto:
«Examinad si debéis reconocer la Asamblea por obedecimiento o por pacto. No hay un solo motivo de conveniencia para el primer caso que no sea contrastable con el segundo y al fin reportaréis la ventaja de haberlo conciliado todo con vuestra libertad inviolable... Esto ni por asomo se acerca a una separación nacional: garantir las consecuencias del reconocimiento, no es negar el reconocimiento y bajo todo principio nunca será compatible un reproche a vuestra conducta».
El Congreso acordó el reconocimiento condicional de la Asamblea del Año XIII. Y el historiador santafesino José Luis Busaniche, dice:
«Las Instrucciones de Artigas eran las que contenían en forma más franca, precisa y sistemática, los principios fundamentales del credo federal y demuestran un conocimiento suficientemente meditado de los textos constitucionales norteamericanos».
Los diputados son rechazados bajo pretextos formales, ante lo cual Artigas rompe con Buenos Aires. El Director Gervasio Posadas lo declara traidor y pone precio a su cabeza. El caudillo encabeza una cerrada lucha contra el centralismo porteño. Recupera Montevideo, que estaba en manos de tropa porteña y propicia y apoya los levantamientos autonomistas que surgen en Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Córdoba. Se conforma la Liga de los Pueblos Libres, la que abarcaba, en los momentos de mayor esplendor, las provincias ya mencionadas más la Banda Oriental y los pueblos de Misiones, bajo el control de Andrés Guacurary —Andresito Artigas—. Don José es declarado su Protector.
En mayo de 1815, Artigas instala su campamento en Purificación, unos cien kilómetros al norte de la ciudad de Paysandú, cerca de la desembocadura del arroyo Hervidero. Purificación habría de transformarse en la capital de hecho de la Liga Federal.
El Congreso de los Pueblos Libres
El 29 de junio de 1815 se reunió en Concepción del Uruguay —en aquel entonces Arroyo de la China—, Entre Ríos, el Congreso de los Pueblos Libres llamado Congreso de Oriente. Fue convocado por Artigas para «tratar la organización política de los Pueblos Libres, el comercio interprovincial y con el extranjero, el papel de las comunidades indígenas en la economía de la confederación, la política agraria y la posibilidad de extender la Confederación al resto del ex–Virreinato del Río de la Plata». La invitación de Artigas al Pueblo Libre de Santa Fe para el Congreso de Oriente fue dirigida el 21 de mayo de 1815 y fue designado delegado el ciudadano doctor Pascual Diez de Andino. Expresamente se instruye al dicho diputado para que:
«...promueva, proponga, discuta, y sancione todos los puntos concernientes, a fijar de una vez el sistema proclamado en esta América de su libertad e independencia, y la de cada uno de los Pueblos unidos, y en particular la de éste, haciendo q’ se reconosca por Provincia independiente, con todo el territorio, q’ comprende su jurisdicción en el Continente Occidental del Río de la Plata, para que establesca, y reconosca la autoridad suprema q’ ha de regir a todos con los límites, y extensión, que convengan a un perfecto gobierno federado, y a la conservación de los derechos de los Pueblos, y en suma para q’ en todo quanto se trate, y promueva en dicho Congreso, relativo al bien general de todos los Pueblos unidos, y al particular de éste, proceda con arreglo a las instrucciones, q’ se le han dado».
De este poder concedido se desprende el claro objetivo independentista y americanista, así como autonómico y federal, en la perspectiva de la organización política nacional, constituyéndose en la base fundamental de los ejes de discusión en el Congreso de los Pueblos Libres.
Es relevante señalar que, para este congreso, Artigas pide a los pueblos misioneros, es decir indígenas, que envíen diputados que sean hombres de bien y de alguna capacidad para resolver lo conveniente en ese mismo sentido. Se destaca así la conducta del artiguismo con respecto a los indios, a los que considera una parte singular y relevante del pueblo, en absoluta igualdad de derecho que los criollos.
Si bien no se encontraron actas escritas de las deliberaciones del congreso, las provincias se declararon independientes «de todo poder extranjero». Estamos así frente a una primera declaración de independencia que se adelantó más de un año a la que luego se realizaría en Tucumán. Así lo afirma Artigas en respuesta a la comunicación que el Directorio le realiza para darle cuenta de la declaración de Tucumán de 1816. Las expresas instrucciones que en tal sentido llevaba el delegado de Santa Fe, Diez de Andino, también lo certifica.
Como resultado de las deliberaciones se envía una delegación a Buenos Aires con la premisa de mantener la unidad en base a los principios de:
«La soberanía particular de los pueblos será precisamente declarada y ostentada, como objeto único de nuestra revolución; la unidad federal de todos los pueblos e independencia no sólo de España sino de todo poder extranjero».
Los cuatro delegados son detenidos en Buenos Aires y el nuevo director ordena invadir Santa Fe.
En 1816 se produce una nueva invasión portuguesa a la Banda Oriental, que toma Montevideo en 1817, lo que exige a Artigas destinar sus mejores esfuerzos a enfrentarla. No obstante ello, la diferencia abismal de tropas, armamento y equipamiento en favor de los brasileros termina por derrotarlo en la batalla Tacuarembó, en 1820.
Luego de la batalla de Cepeda, en la que Ramírez y López vencen el 1° de febrero de 1820 a las tropas directoriales, se firma el Tratado de Pilar, que produce la ruptura entre Artigas y Ramírez. La disidencia se centra en que aquel reclamaba que en dicho pacto se estableciera expresamente el rechazo a la invasión portuguesa a la Banda Oriental, lo que quedó diluido en el texto del acuerdo.
Decidido a doblegar a quien fuera su lugarteniente, Pancho Ramírez, Artigas se interna en Entre Ríos, pero sufre diversas derrotas a manos de este y se ve obligado a exiliarse en Paraguay.
Artigas entra allí con lo puesto el 5 de septiembre de 1820. Dice la tradición que antes de cruzar el Paraná, le da al sargento Francisco de los Santos, de ascendencia guaraní, los últimos 4000 pesos que le quedaban para que le llevara a sus lugartenientes presos en Río de Janeiro, entre los que estaba el propio Andresito. Después reparte entre los pobres la pensión que le había dado Gaspar Rodríguez de Francia. Muy pocas figuras de nuestra historia alcanzaron su desdén hacia la riqueza y los honores.
En Paraguay, a la sombra del dictador Gaspar Rodríguez de Francia y del presidente Carlos Antonio López después, vive durante treinta años en la más extrema pobreza. Muere a los 86 años, el 23 de septiembre de 1850.
Los ejes políticos de la propuesta artiguista
La figura de este patriota oriental es vital para entender el derrotero de los iniciales años de nuestra primigenia revolución, y en su pensamiento y acción se encuentran resumidos los valores más trascendentes por los que lucharon nuestras primeras generaciones independentistas y que aún hoy reclaman plena vigencia y concreción.
En sus principales planteos postula tres grandes principios que serán el norte de su pensamiento: independencia, república y unión mediante el sistema de pactos. El proyecto de Artigas, una república democrática, igualitaria, independiente, susceptible de integrar a las capas étnicas y sociales marginadas por el dominio colonial, con fuerte inserción en las tradiciones, creencias y culturas populares, encontrará la drástica oposición del patriciado de las ciudades. De allí la grandeza del proyecto y la cerrada resistencia que encontró en los círculos portuarios de Buenos Aires y Montevideo.
Si bien no se encontraron actas escritas de las deliberaciones del congreso, las provincias se declararon independientes «de todo poder extranjero». Estamos así frente a una primera declaración de independencia que se adelantó más de un año a la que luego se realizaría en Tucumán.
El planteo de independencia era absoluto: de cualquier poder extranjero. No solamente del poder español que, derruido y decadente, había sumido a estos territorios en un atraso de siglos, sino también del portugués o de cualquier nación europea.
En su construcción política debió enfrentar a la vacilante y contradictoria política de Buenos Aires —que en momentos transaba con el resto del poder español o buscaba un príncipe europeo para que reine, retaceando la declaración de independencia— y soportar el asedio de las tropas portuguesas y brasileras que invadieron su territorio, interesadas en conquistar la Banda Oriental por su excepcional situación geopolítica.
Al mismo tiempo debió enfrentar la apetencia de Inglaterra, que no habiendo podido adueñarse del extremo oriental del estuario del Río de la Plata en sus invasiones, no admitía que dicho territorio quedara en manos de alguna de las dos grandes naciones de las que era lindera: las Provincias Unidas y el imperio lusitano del Brasil. De allí que fuera operando, hasta lograr que el Uruguay sea declarada una nación independiente. Con ello se acentuaba la disgregación de una nación posible: la Nación Latinoamericana, que era el mandato implícito que nos llegaba desde el fondo de la historia.
Nada más contrario al pensamiento e ideario artiguista, que fiel a la tradición hispanoamericana, concebía a la Banda Oriental como una provincia más de las del Río de la Plata, y planteaba la necesidad de conservar la unidad —por ende, la fuerza— entre las provincias que habían compuesto el anterior Virreinato del Río de la Plata. De allí que no aceptara volver a una República Oriental del Uruguay, fruto de las maniobras inglesas.
El inclaudicable espíritu confederativo y republicano que lo animaba, interpretaba las necesidades impostergables de los pueblos del interior, que reclamaban el reconocimiento de sus legítimos fueros, a la par de la necesaria convivencia con los grandes puertos rioplatenses de Buenos Aires y Montevideo.
La exigencia de una organización nacional concretada a través de estadios sucesivos de articulación social y regional marcan un original modelo de representación política, que pocos demócratas lograron entender cabalmente.
Su respeto irrestricto por la soberanía popular y el «gobierno inmediato de las gentes» nos hablan de una democracia directa que no encuentra parangón por estas latitudes y que presupone el ejercicio del poder a través del consenso de las mayorías participando en asambleas plenarias.
En el orden político territorial, Artigas concilia la democracia pura con la representativa. Mantiene los Cabildos y la designación anual de sus miembros en la plaza pública. De allí provienen también el gobernador, los legisladores de la provincia, sus diputados y senadores nacionales, y el candidato para la presidencia de la Confederación. También propone el sistema de elección para la Justicia local, cuya administración deposita en los Cabildos mientras no se constituyan tribunales ordinarios.
En la circular para elegir representantes en 1813, lo único que se pedía era que fueran personas de bien, con prudencia, honradez y probidad. Como en las más antiguas elecciones del común hispánico, la soberanía sin exclusiones ejercida en forma directa. En el acta de elección de la Villa de Nuestra Señora de Guadalupe, muchos firmaron «a ruego de otros» —analfabetos—. Otorgués decía «que el diputado sea de la calidad y clase que fuere». Así no solamente se aseguraba la representación popular sin exclusiones de orden social o económico, sino que se afirmaba la soberanía particular de los pueblos.
Este modelo de representación política —que reclamaba que se debía expresar en un texto constitucional, todo un avance para la época—, tenía una fuerte inserción en las tradiciones, creencias y culturas populares y entendía como imprescindible, la integración de las capas étnicas y sociales marginadas. Esta pretensión, aún hoy, se demuestra como una tarea pendiente en la que estamos embarcados los habitantes de estos países latinoamericanos.
Pero fundamentalmente este sistema de otorgamiento de derechos políticos a todos los ciudadanos por el hecho de serlos, chocaba contra la pretensión de las élites portuarias que pretendían restringir el otorgamiento de tales derechos solamente a los ilustrados, estableciendo el voto calificado que excluía de la elección a los marginados.
En cuanto al sistema de división de poderes, la originalidad que surge del análisis de sus propuestas radica en que es el primero que articula en el Plata la fórmula tripartita de poderes al modo clásico de Montesquieu; pero concebida en la compleja dualidad de un régimen para la Nación y otro para el gobierno interior de las Provincias.
Si bien el sistema de tripartición de poderes no era algo novedoso en el Río de la Plata, lo que diferencia la propuesta artiguista de los proyectos de Buenos Aires —por caso, el del deán Funes—, es que estos solamente lo proponían en el orden exclusivo del régimen de gobierno central, en tanto Artigas lo propone en coexistencia con el de las provincias.
El respeto irrestricto por la soberanía popular y el «gobierno inmediato de las gentes» nos hablan de una democracia directa que no encuentra parangón por estas latitudes y que presupone el ejercicio del poder a través del consenso de las mayorías participando en asambleas plenarias.
Asimismo, Artigas es el primero en proponer el régimen de Ejecutivo presidencial, pero reformando su método de elección y exigiendo la obligatoria rotación del cargo entre los candidatos de todas las provincias, por sorteo y en igualdad de condiciones, con lo que reduce la preponderancia de Buenos Aires.
En relación al régimen provincial, proponía que las provincias dictaran sus propias constituciones y se rigieran por ellas, eligiendo a sus gobernadores, legisladores y demás funcionarios de provincia, sin intervención del gobierno federal.
Artigas y la educación
El caudillo oriental es el primero que consagra en América en un texto constitucional, la enseñanza primaria obligatoria y gratuita —Constitución Oriental de 1813, cap. 1º, art. 3º—. Dispone que la Legislatura de la Provincia Oriental tendrá el poder de requerir a los diversos pueblos, curatos, distritos y otros cuerpos políticos,
«para hacer a sus expensas los establecimientos públicos de escuelas para la enseñanza de los niños y su educación; de suerte que se tendrá por ley fundamental y esencial que todos los habitantes nacidos en esta Provincia precisamente han de saber leer y escribir».
Al mismo tiempo establece que el cargo más grave contra un juez anunciador, será el de no obligar a los padres a mandar sus hijos a la escuela —Instrucciones orientales, abril de 1813.
Asimismo establece la obligación de levantar a expensas comunes aulas de gramática, agricultura, ciencias, bellas artes, etc., para contrarrestar el oscurantismo infundido por la Metrópoli, para imponer en América su predominio.
Con respecto a la cuestión religiosa, reconoce la libertad de cultos y deroga el Tribunal de la Inquisición que «sólo sirve para pueblos tiranos», indicará. Así, el respeto por la libertad civil y religiosa señala a las claras su compenetración con los ideales que la revolución francesa había esparcido por todo el mundo.
La integración de los marginados
Párrafo especial merece su pretensión de expropiar las tierras sin laboreo o que perteneciera a los enemigos de la revolución o malos americanos, para repartirlos entre los negros libres, los zambos, los indios, los criollos pobres y todos los que puedan trabajarlas.
En este solo artículo estaban condensados el grito de mayo y el espíritu libertario de aquella revolución: justicia, igualdad, acceso a la tierra y a los medios de vida. Y por si fuera poco, esa verdadera perla del lenguaje y de la filosofía reivindicatoria: «con prevención que los más infelices serán los más privilegiados».
Para ello, en tanto planteaba esta reforma agraria, tendía a un sistema que amparara a las industrias regionales, impidiendo el ingreso indiscriminado de bienes confeccionados en extraños países.
En el primer aspecto, decía el Reglamento Provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de su campaña y seguridad de sus hacendados, dado a conocer desde su cuartel general, el 10 de septiembre de 1815:
«Artículo 6: Por ahora el Sr. Alcalde Provincial y demás subalternos se dedicarán a fomentar con brazos útiles la población de la campaña. Para ello revisará cada uno, en sus respectivas jurisdicciones, los terrenos disponibles; y los sujetos dignos de esta gracia, con prevención, que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres, todos podrán ser agraciados con suerte de estancia, si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y a la de la Provincia... Artículo 12: Los terrenos repartibles son todos aquellos de emigrados, malos europeos y peores americanos que hasta la fecha no se hallan indultados por el jefe de la Provincia para poseer sus antiguas propiedades... Artículo 19: Los agraciados, ni podrán enajenar, ni vender estas suertes de estancia, ni contraer sobre ellos débito alguno, bajo la pena de nulidad hasta el arreglo formal de la Provincia, en que ella deliberará lo conveniente».
Esta reforma le acarreó el recelo de los ganaderos con asiento en Montevideo y de los porteños que tenían grandes propiedades en la provincia oriental, que veían así peligrar sus propiedades; pero indica cuál era el contenido social del protectorado artiguista.
El segundo aspecto de su política que se ha mencionado —sentido altamente proteccionista de los frutos del país— tiene su expresión concreta en el Reglamento Provisional de derechos aduaneros para las Provincias Confederadas de la Banda Oriental del Paraná, sancionado el 9 de septiembre de 1815. Allí se destaca que se gravaban los derechos de importación con tasas de un 40% para las ropas hechas y calzados; los caldos y aceites estaban gravadas con un 30%; y un 25% todos los efectos de ultramar, con excepción del azogue, las máquinas, los instrumentos de ciencia y arte, libros e imprentas, pólvora, azufre y armamento de guerra, lo mismo que oro en todas sus formas. Todos los frutos provenientes de América tenían un derecho de un 4%, con excepción de los que vinieran de las cinco provincias aliadas —Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones y Córdoba— que estaban exceptuados de impuestos. Para la exportación, los productos estaban libres de derechos. Esta política enfrentaba abiertamente a la propuesta de los comerciantes porteños claramente librecambistas.
La composición social de sus ejércitos
Artigas, en misiva del 7 de diciembre de 1811 a la Junta Gubernativa del Paraguay, decía:
«Proclamé a mis paisanos convidándolos a las armas; ellos prevenían mis deseos, y corrían de todas partes a honrarse con el bello título de soldado de la patria... en términos que en muy poco tiempo, se vio un ejército nuevo, cuya sola divisa era la libertad... la memorable victoria del 18 de mayo, en los campos de Las Piedras, donde mil patriotas armados en su mayor parte de cuchillos enastados, vieron a sus pies novecientos sesenta soldados de las mejores tropas de Montevideo, perfectamente bien armados... entonces dije... que la patria podía contar con tantos soldados, cuantos eran los americanos que habitaban la campaña, y la experiencia ha demostrado sobrado bien que no me engañaba».
Esta creación de un ejército nuevo que venció y sustituyó al que tenía el régimen colonial, no solamente en sus integrantes y en la forma de ingreso al mismo, sino también en las ideas que lo dirigían, es de la mayor importancia.
Como dice Leonardo Rodríguez Maglio en su libro La filosofía popular y regeneradora del magnánimo José Artigas:
«La primera característica del ejército nuevo fue su procedencia: quienes lo formaron eran civiles americanos improvisados como soldados, no mercenarios o militares profesionales europeos; la segunda fue su ideología: quienes lo integraban eran patriotas cuya sola divisa era la libertad, no defensores del antiguo régimen; la tercera característica fue su extensión: en su inicio el ejército nuevo no fue un cuerpo militar separado y distinto del resto de su pueblo, sino que fue el mismo pueblo oriental quien se armó y lo constituyó. Esta composición incluía no solamente a criollos, sino también a mulatos, zambos, negros e indios. Es decir, todo el abanico social popular se reflejaba en dicha composición».
Dámaso Antonio Larrañaga, su secretario y hombre de confianza en aquellos años, nos dejó su testimonio. El presbítero, con agudeza, dirá:
«Conoce mucho el corazón humano, principalmente el de nuestros paisanos, y así no hay quien le iguale en el arte de manejarlos. Todos le rodean y todos siguen con amor, no obstante que viven desnudos y llenos de miserias a su lado, no por falta de recursos sino por no oprimir a los pueblos con contribuciones, prefiriendo dejar el mando al ver que no se cumplían sus disposiciones en esta parte y que ha sido uno de los principales motivos de nuestra misión».
Su relación con los pueblos originarios
Artigas impulsó la restauración del antiguo régimen de la República Guaraní Misionera, sistema que establecía que los cabildos indígenas debían ejercer el gobierno efectivo de los pueblos. Esta decisión fue tan radical que llegó a ordenar que los blancos fueran desterrados de estos, para que los naturales se gobernaran por sí. Impartió órdenes estrictas, no solamente para que se tornara al sistema que regía antes de la expulsión de los jesuitas, sino que quiso que este régimen se extendiera a todos los pueblos de indios. Dispuso que se volviera a la antigua organización misionera, reconociendo que «ellos tienen el principal derecho», y ordenando al gobernador de Corrientes darles tierras en las que pudieran vivir de su trabajo. Con esto estableció una auténtica y revolucionaria opción preferencial por los pobres.
Desconocer o minimizar la importancia que las misiones tuvieron en el programa y movimiento artiguista configura una grave amputación al proyecto y, para entenderlo cabalmente, es posible que se lo deba mirar desde las misiones y no desde los puertos del Plata. Dice Oscar Bruschera, historiador uruguayo:
«Cuando llegó la hora de la ruptura definitiva con Buenos Aires, Artigas debió llevar a la práctica su visión integradora en el creciente ámbito geográfico de su directa influencia. En el ancho marco de las provincias vertebradas por el Uruguay, el Paraná y el Paraguay, el centro de la visión geopolítica de Artigas eran las misiones. En esta región el caudillo había acuñado sus experiencias esenciales, interpretando claramente su doble condición de nexo interregional y de frontera viva entre las jurisdicciones políticas de la América austral».
Por las misiones se ganaba al Paraguay para la unidad del Plata, asegurando el acceso a las provincias interiores, permitiendo la salida de los productos de esta región por los puertos del Plata y estableciendo un muro de contención ante el avance portugués.
La preocupación de Artigas por las Misiones superó el mero interés estratégico. Se propuso de manera expresa restaurar la antigua organización comunitaria propia de los pueblos que integraron esa república, organización que la Corona española desarticuló con la expulsión de los jesuitas y el establecimiento de un nuevo orden económico y social basado en el individualismo, el cual, junto con el latrocinio de los nuevos administradores, llevó a la ruina de las misiones.
Esta visión del prócer despertó la adhesión incondicional del pueblo misionero, encabezado por uno de sus más leales lugartenientes, el caudillo Andrés Guacurarí. Andresito, que firmaba Andrés Artigas demostrando así su amor filial, provenía de las comunidades guaraníes, es decir de las experiencias de las misiones jesuíticas. Fue la fiel expresión del soldado guaraní, librando las batallas para su liberación social en el marco de las luchas por la independencia. Primero se desempeñó como gobernador de Misiones, luego de Corrientes, y siguió incondicionalmente al caudillo hasta su derrota y aprisionamiento por los invasores portugueses, que lo hicieron caminar hasta Río de Janeiro, donde finalmente desapareció.
La preocupación de Artigas por las Misiones superó el mero interés estratégico. Se propuso de manera expresa restaurar la antigua organización comunitaria propia de los pueblos que integraron esa república, organización que la Corona española desarticuló con la expulsión de los jesuitas y el establecimiento de un nuevo orden económico y social basado en el individualismo.
Los guaraníes sintieron verdadera veneración por Artigas, a tal punto que, ya en derrota en su campaña final, por cada poblado que pasaba salían mujeres y niños, hombres y ancianos, a pedirle su bendición. Y fue con indios misioneros que reconstituyó una y otra vez su ejército después de cada derrota, hasta su ingreso definitivo en el Paraguay.
Consideraciones finales
El ideario artiguista descansa sobre tres elementos esenciales: la soberanía particular de los pueblos, la opción preferencial por los pobres y la inclusión social, particularmente en lo que se refiere a la incorporación de los indios a su sistema. Este es el trípode del ideario artiguista, que tiene un eje dinamizador: la activa participación popular, el no al modo liberal sino a través de los cabildos y congresos que auspició y respaldó vigorosamente. La idea de soberanía particular de los pueblos y de gobierno inmediato, que proviene de corrientes españolas de larga data y reclama para su efectiva vigencia la plena libertad y el pleno goce de los derechos para todos los habitantes de estos vastos territorios.
«La libertad de América forma mi sistema y plantarlo mi único anhelo», dirá en una ocasión, para más adelante señalar que «nosotros no dependemos sino de nosotros mismos y de nuestros propios recursos», concluyendo en una carta a Simón Bolívar que «luchamos contra tiranos que intentan profanar nuestros más sagrados derechos». Allí están expresadas las ideas centrales de este gran patriota. En este mundo que hoy vivimos, en que los protagonistas son los estados continentales y en que pareciera que Latinoamérica, al fin, está dispuesta a superar su balcanización para también ser protagonista de su propia historia, la figura de Artigas adquiere renovada vigencia como referencia obligada de una impostergable integración americana para la búsqueda en común de la felicidad de nuestros pueblos. Dejarlo recluido en la Plaza Independencia de Montevideo y limitarlo al actual territorio uruguayo es no haber comprendido su lucha y su proyecto.
¿Quién era José Gervasio Artigas?
¿Quién es este personaje que tanta influencia tendrá en la historia regional y nacional? Nacido en la Banda Oriental, dentro de una familia de reconocida posición social, su abuelo fue uno de los primeros pobladores de Montevideo. Se educó en el convento de los Hermanos Franciscanos y de niño acompañaba a su padre y abuelo en los tratos con los habitantes originales de la campaña, con lo que aprendió su idioma y costumbres. Muy joven se independizó de su familia, yéndose a vivir a la zona rural. Allí fue resero y arriero, operando en el comercio de animales durante años —algunos señalan que fue contrabandista—. Así recorrió y conoció como la palma de su mano todo el territorio de la provincia oriental y trató en profundidad con los habitantes rurales, sean estos criollos, aborígenes, mulatos, zambos o negros esclavos.
Artigas tenía urbanidad y no tenía modales propios de los gauchos. No era un intelectual, pero era perspicaz y con talento natural, diestro en las faenas del campo. A diferencia de otros próceres americanos, Artigas no fue educado en Europa ni salió nunca del ámbito de su patria. El único idioma que conocía y hablaba con fluidez, aparte del castellano, era el guaraní. Artigas no tuvo otros maestros que su austera, aldeana y cristiana familia —sus padres, todos sus abuelos y tíos pertenecieron a la Orden Tercera de los Franciscanos, que implicaba la asistencia a los pobres y enfermos—, los indios y los paisanos, y los frailes franciscanos, que le inculcan su cultura milenaria. Esa era su singularidad. Su ascendencia sobre el paisanaje se fundó en la cristalinidad de sus procedimientos y en la preocupación por los más infelices.
Fue asombrosa la austeridad en la que vivió. El historiador Félix Luna aludió al ascetismo franciscano del Protector de los Pueblos Libres. Robertson describe su austeridad y pobreza. Larrañaga ve «indicios de un verdadero espartanismo», Sarratea se sintió ofendido cuando Artigas lo invitó a almorzar sobre un cuero tirado en el piso.
Poseedor de una fuerte personalidad y gran prestigio, se destacaba entre el paisanaje, que lo reconocía como líder o caudillo.
Ingresado al cuerpo de Blandengues, encargado de cuidar las fronteras y la campaña, alcanza un alto concepto y es designado para ayudar al sabio Félix de Azara en sus tareas de colonizar y asegurar la frontera norte para frenar el avance de los portugueses de Brasil. Con él inicia un proceso de repartimientos de tierras para afincar pobladores rurales en el territorio oriental. Azara le encomendó la tarea de realizar el deslinde y entrega de los solares en un pueblo recientemente fundado como el de San Gabriel de Batoví.
Participa en forma activa en la reconquista de Buenos Aires de las manos de los ingleses en 1806, y en la defensa de Montevideo, de los mismos agresores en 1807. Después de las invasiones inglesas, a fines de 1807, Artigas fue encomendado para otorgar certificados o constancias de títulos de dominio, para los vecinos que querían establecerse en los terrenos ubicados al norte del Río Negro.
Cuando en 1811 Elío declara la guerra a la Junta de Buenos Aires, Artigas deserta de la guarnición de Colonia y se pone a disposición de la Junta Grande, que le asigna el grado de teniente coronel y 150 hombres para levantar la Banda Oriental. José Rondeau, militar que se insurreccionó junto a él, fue designado jefe superior. Luego del llamado Grito de Asencio, el 28 de febrero de 1811, en el que dos campesinos, Pedro José Viera y Venancio Benavidez, insurreccionan la campaña oriental, el 18 de mayo Artigas derrota a los realistas en Las Piedras y pone sitio a Montevideo.
Cuando el Primer Triunvirato firma con Elío el armisticio por el cual se pone fin al sitio de Montevideo y se entrega la Banda Oriental a los españoles, Artigas y los orientales resisten tal decisión de Buenos Aires. Ante el hecho consumado, se retira hasta el arroyo Ayuí, en tierra entrerriana, hoy Concordia, protagonizando el famoso éxodo del pueblo oriental o la Redota. Centenares de familias uruguayas acompañan a su caudillo, mostrando con ello su voluntad de no quedar bajo el dominio español o portugués. En las precarias condiciones de aquel entonces, más de 16.000 orientales acompañan al caudillo en su exilio. Esta gesta es a su vez custodiada por tropas de indios charrúas y minuanes, que también veían en Artigas a su protector.
Sarratea, enviado por el Primer Triunvirato como nuevo jefe de las milicias orientales, entra en conflicto con Artigas y lo declara «ladrón, facineroso e indecente», e insta a los montoneros a abandonarlo. Ante ello, se le rebela parte de su tropa y por esto debe regresar a Buenos Aires, siendo nombrado nuevamente Rondeau al frente del Ejército de Operaciones. Juntos, Artigas y Rondeau, ponen nuevamente en sitio a Montevideo.
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