Rosario 1853–1912: La urbe paradigma del modelo agro - exportador
PAULO MENOTTI
Oportunismo comercial y las luchas obreras
Una carencia o motivo de orgullo que acarrean las rosarinas y rosarinos es que la ciudad que los vio nacer no tuvo una fundación formal sino que nació de una confluencia que unía dos rutas comerciales, una terrestre de Buenos Aires al Alto Perú, y otra fluvial que por el río Paraná unía Asunción con Buenos Aires, y se había producido casi por azar o necesidades de contrabando. Sin avergonzarse, la aldea aprovechó esa pequeña ventaja y logró insertarse en el proyecto político de la Confederación argentina y luego de la República Argentina, como parte de ese país productor de materias primas, y llegó a convertirse en la segunda ciudad de la nación. Esto es, un país que crecía enormemente pero que no cobijaba en su seno a todos sus habitantes por igual. En este breve recorrido, nos proponemos analizar el modo en que Rosario se fue insertando en ese proyecto de país y cómo fue que de una aldea llegó a convertirse en una ciudad cosmopolita.
Rosario, ciudad gracias a Urquiza
Ciudad y Puerto de la Confederación
En la década de 1820, cuando el gobierno central de las Provincias Unidas del Río de la Plata se había disuelto y Santa Fe era gobernada por el federal Estanislao López, Rosario comenzó a ser tenida en cuenta. En 1823, el pueblo recibió el título de villa, es decir, ciudad pequeña con jurisdicción municipal. Sin embargo, mayor consideración tuvo el 5 de agosto de 1852, cuando Rosario fue declarada ciudad. La iniciativa fue del entonces gobernador de Entre Ríos, Justo José de Urquiza, quien tenía ya un conflicto con el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas que no permitía la libre navegabilidad, es decir que entren barcos extranjeros por los ríos Paraná y Uruguay.
Antes de lograr ese reconocimiento, Rosario se había convertido en un importante bastión desde donde se concentró el Ejército Grande, formado por Urquiza para combatir y terminar derrotando a Rosas en la batalla de Caseros, en febrero de 1852. Semanas antes del enfrentamiento, hubo una aclamación popular en la ciudad a Domingo Faustino Sarmiento, por su función de boletinero del Ejército Grande —lo que provocó recelo de Urquiza— y también hubo festejos el 25 de diciembre de 1851 por ser el día de partida de las tropas santafesinas, entrerrianas, correntinas, brasileñas y uruguayas dirigidas por Urquiza, de hecho una calle rosarina adoptó por denominación a esa misma fecha.
Con el triunfo de Caseros, la redacción de la Constitución Nacional y la escisión de la provincia de Buenos Aires en otro estado —tras la revolución del 11 de septiembre de 1852—, se conformó la Confederación argentina con capital en Paraná. Como los porteños se apropiaron de su aduana con el fin de no redistribuir lo recaudado allí, la Confederación se quedó sin recursos para sostenerse. Urquiza necesitaba un puerto natural que compitiera con el de Buenos Aires, para comerciar con extranjeros y para sacar los productos locales sin intervención de Buenos Aires. Fue así que Rosario ganó importancia y riqueza y se transformó en el Puerto de la Confederación (Sabato, 2012).
Sede de empresarios marítimos
Entre los primeros que se fueron asentando en Rosario entre 1853 y 1862, fue un grupo de comerciantes originarios del Piamonte y la Ligura (Italia) (Tarragó, 2006) que instalaron sus casas comerciales y sus residencias en la ciudad y que habían adoptado la ruta comercial que tenía por base Montevideo y se extendía por el río Paraná hasta Corrientes y Asunción, aprovechando las oportunidades que le brindada el gobierno de la Confederación argentina. De esta manera, se gestó una ciudad que estaba motorizada por el comercio fluvial, porque por su puerto pasaban mercaderías producidas en el interior y por esto, más tarde Rosario fue llamada la Fenicia argentina (Álvarez, 1998).
Hacia el inicio de la presidencia de Urquiza, la ciudad no superaba los cinco mil habitantes y se extendía por un radio de no más de diez manzanas organizadas a partir de tres calles que se originaban en la costa del río. Esas arterias urbanas que, hasta entonces no tenían nombres, fueron adoptando las denominaciones de Del Comercio o Mensajería, por ejemplo. Otras fueron llamadas Córdoba y Buenos Aires porque formaban parte de los caminos que conducían a esas ciudades (Fernández, Pons, Videla, 1999).
En 1858 la ciudad ya contaba con 10 mil habitantes, producto de una pionera y febril inmigración desde el exterior pero, más importante, desde otras provincias, que vieron en la ciudad puerto una posibilidad de trabajo y de ascenso social rápido. Eso también le permitió a la ciudad contar con un café estilo europeo, además de pulperías, una librería y un teatro.
En 1858 la ciudad ya contaba con 10 mil habitantes, producto de una pionera y febril inmigración desde el exterior pero, más importante, desde otras provincias, que vieron en la ciudad puerto una posibilidad de trabajo y de ascenso social rápido.
En ese sentido, quienes se dedicaban al comercio podían hacer crecer sus economías, y la misma situación lograban quienes tenían un oficio como albañil, carpintero o costurera, entre otros. En esa década, Rosario se volvió un polo comercial y una tierra de oportunidades. Ese fue el momento en el que se desarrolló la burguesía rosarina por lo que, las denominadas familias originarias, a diferencia de otras ciudades, se formaron al calor de la inmigración.
¿Oportunidades para todos?
Las posibilidades de ascenso social, sin embargo, no estaban disponibles para todas las personas que habitaron por entonces Rosario. Con el cambio de gobierno, el gobernador Domingo Crespo (1851–1854) reordenó la organización política santafesina y dispuso en cada departamento provincial un jefe político que se ocupaba, justamente, de la vida política. Durante esa década, Rosario tuvo varios jefes políticos, sin embargo, Nicasio Oroño tuvo una gestión que dejó sus huellas. En su mentado plan de organización institucional, Oroño implementó el Cuerpo de Serenos, modificó la fisonomía de la ciudad impulsando obras edilicias (cementerio público, puentes, templo religioso, mercado central y monumentos) y apoyó a la salud pública. También puso nombre a las calles, como vimos, y hasta habilitó una lotería (Videla, Wexler, 2004).
Más allá de estas, una de las medidas de Oroño pone en cuestión su carácter progresista. En sintonía con leyes implementadas desde 1814 pero anticipándose a regulaciones creadas en 1865, el jefe político de Rosario en 1855 implementó la ley de vagos y malentretenidos. Esa normativa tenía como trasfondo llevar a la proletarización a los sectores populares.
Impacto de la organización del Estado nación
Parque militar de la nueva república, el nuevo rol de Rosario
Las diferencias entre la Confederación argentina y la secesionista provincia de Buenos Aires terminaron en dos batallas en Cepeda (1859) y en Pavón (1861), que implicaron el triunfo porteño, la disolución de la Confederación y la creación de la República Argentina, el proyecto de Bartolomé Mitre. Desde 1862, la república comenzó a sentar bases para consolidar un Estado nación de corte liberal. En ese tránsito, los primeros tres presidentes (Mitre, Sarmiento y Avellaneda) procuraron crear instituciones con ese fin, de unificar el territorio bajo una nación, como el ejército, la justicia, la educación y el comercio, por ejemplo.
Con la organización del Ejército argentino, Mitre reordenó a las milicias provinciales y consolidó una estructura que tuvo como fin reprimir a quienes no se ajustaban a su proyecto político. En 1865 estalló la denominada Guerra de la Triple Alianza o Guerra del Paraguay, contienda bélica que enfrentó a Argentina, Brasil y Uruguay contra Paraguay hasta 1870. La ciudad de Rosario jugó un papel muy importante en esa guerra porque aportó un caudal importante de soldados que, en el Batallón Santafesino y en el Regimiento Rosario sumaron mil hombres y porque la ciudad fue el parque militar más importante desde donde partieron pertrechos de guerra. El arsenal estaba ubicado en el actual barrio Tablada, en el límite con las avenidas Pellegrini y Belgrano. La plaza López fue el potrero donde se concentró al ganado bovino y equino para participar en la guerra.
Ley de vagos y malentretenidos
Esta ley permitía a las autoridades sacarles los hijos a los padres pobres que creían que estaban haciendo un mal camino y ponerlos bajo la vigilancia de un artesano, quien les enseñaría un oficio. Esa normativa, similar a la que en la ficción alejó a Martín Fierro de su familia para obligarlo a prestar servicio en la frontera, tenía como trasfondo llevar a la proletarización a los sectores populares que podían ganarse el sustento sin necesidad de emplearse. La regulación apuntaba a mendigos y personas sin una ocupación clara, a quienes ponía en el rango de criminales, pero en primer término, a niños que estaban incorporados al mercado de trabajo desde los seis a ocho años. Por ejemplo, solamente estaban autorizados los niños vendedores de cigarrillos y no así los que comercializaban otros productos en el Mercado Central. (Cárdenas, 1993)
Esto permitió reposicionar a Rosario entre las ciudades argentinas porque impulsó la producción de trigo y su transporte, que hasta entonces no se había cultivado en el sur santafesino, dedicado a la cría de mulas. La cara trágica del conflicto bélico fue que cerca de la tercera parte de los que marcharon a la guerra murieron en ella. Incluso, uno de los personajes más celebrado por la sociedad rosarina de la época, el Abanderado Grandoli, quien portó la bandera confeccionada en Rosario y murió en la batalla de Curupayty (Álvarez, 1998).
Tras la llamada «Conquista del desierto», las hijas e hijos de los aborígenes eliminados, los que habían logrado sobrevivir, fueron repartidos a las familias ricas de Rosario para trabajar en el servicio doméstico.
Antes se convertirse en una fiel servidora de la guerra, la plaza militar rosarina había servido a resolver conflictos como el de los pueblos originarios y los malones. Desde Rosario, en la década de 1860 se continuó ganando territorio que había pertenecido a los indígenas, corriendo la frontera hasta el actual departamento General López, llegando hasta Melincué. Luego, tras la llamada Conquista del desierto, las hijas e hijos de los aborígenes eliminados, los que habían logrado sobrevivir, fueron repartidos a las familias ricas de Rosario para trabajar en el servicio doméstico.
Los caudillos fueron otro blanco de la represión del naciente Estado nacional. Tras la batalla de Pavón, las fuerzas porteñas protagonizaron una masacre de gauchos en Cañada de Gómez, entre los cuales es posible hallar rosarinos que habían luchado con Urquiza. Más tarde, muchos gauchos, es decir, campesinos pobres que se opusieron a participar en la Guerra del Paraguay, fueron traídos a Rosario encadenados para luego ser embarcados. En 1870, se produjo la última sublevación montonera cuando Ricardo López Jordán se alzó en armas en Entre Ríos. Parte de la represión estuvo a cargo de la Guardia Nacional con asiento en Rosario y, en ese marco, Sarmiento pasó por nuestra ciudad y probó las nuevas armas, una ametralladora que hizo disparar contra las paredes de la Escuela Normal de Mujeres, que estaba en construcción. Así logró cierta dispersión de los rebeldes de Paraná. En 1876, el caudillo fue encarcelado en la ciudad, donde su esposa logró ayudarlo a escapar.
La peste de la guerra
Otra desgracia que trajo la guerra fueron las epidemias de cólera en 1868, una enfermedad provocada también por la falta de higiene en el agua y en los alimentos, y la de fiebre amarilla en 1871, endémica en Brasil, provocada por un mosquito. Muchos rosarinos por entonces confiaban más en rezar o en curanderos pero tuvieron una certeza en culpar a la laguna de Sánchez, que estaba ubicada en la actual plaza Sarmiento y se extendía hasta la actual calle Maipú, es decir, en pleno centro rosarino. La laguna, que por entonces se ubicaba en los límites de la ciudad, era utilizada como depósito de basura. Sin embargo, la población aprobaba dicha actividad, además de reclamar taparla con tierra. Pasada la peste, la laguna continuó existiendo durante muchos años más. En 1871 se empezaron a implementar medidas higienistas, se formó un cordón sanitario que cerraba los caminos hacia la ciudad y se cerró el puerto durante un mes, dando prioridad a la salud por encima de los negocios. Rosario salió casi indemne de la segunda epidemia en comparación con Buenos Aires, que tuvo miles de víctimas fatales.
Entre 1862 y 1880, las condiciones sanitarias de Rosario eran deplorables porque no había un servicio de cloacas y en las viviendas se realizan pozos ciegos con baños en la parte posterior de la casa. En esos hogares se seguían utilizando aljibes con pozos cercanos al de los desperdicios con la consiguiente contaminación. Recién en la década del 80, con el aporte de médicos higienistas que afirmaban que las enfermedades como el cólera tenían que ver con esta falta de estructura urbana, se comenzaron las obras sanitarias con el extendido de una red de agua potable y una de cloacas. Mientras tanto, se mantuvo el servicio de aguateros, que en carretas realizaban la venta de agua, que era juntada en la orilla del río Paraná, en las actuales Sargento Cabral y avenida Belgrano.
En esa época, se inicia también un precario sistema de transporte con tranvías conducidos a caballo, que se suman al transporte de carros para las mercaderías, y de coches de plaza, es decir carros elegantes tirados a caballo que hacen un servicio de taxi.
Recién en la década del 80, con el aporte de médicos higienistas que afirmaban que las enfermedades como el cólera tenían que ver con esta falta de estructura urbana, se comenzaron las obras sanitarias.
Las epidemias también pusieron freno al proyecto de declarar capital federal a la ciudad de Rosario. Muchos porteños, aunque no todos, no querían que fuera Buenos Aires porque eso significaba que debían ceder el puerto y su aduana, que le generaba recursos. En 1867, el diputado bonaerense Manuel Quintana presentó el proyecto para que Rosario fuera la capital de la Argentina. La ciudad, entonces, no iba a pertenecer más a la provincia de Santa Fe y se iba a establecer un territorio federal, es decir, que pertenecía a la Nación argentina. En ese marco, para apoyar esa idea, nació el diario La Capital, actualmente denominado el decano de la prensa argentina, por ser el más antiguo. En abril de 1868, el diputado Joaquín Granel presentó el primer proyecto de ley para declarar capital federal a Rosario pero este proyecto fue vetado por el presidente Mitre una vez y, luego, por el presidente Sarmiento. Por último, en 1880 se declaró capital federal a la ciudad de Buenos Aires.
La ciudad retoma el crecimiento
A pesar de las epidemias, la ciudad continuó en crecimiento a medida que el capitalismo va triunfando a nivel mundial y sigue siendo un polo de atracción para migrantes internos, mientras los extranjeros comienzan a arribar, aunque sin ser un aluvión. En 1869, la urbe llegó a tener 23.000 habitantes según el primer censo nacional de ese último año y reflejó que tres cuartas parte de la población eran nativos y abundaban llegados de otras provincias, en especial de Córdoba que elegían a la ciudad como un buen lugar para trabajar y crecer económicamente.
En ese entonces, en Rosario hay oficios que antes no hubieran prosperado y entre ellos había «veintitrés abogados, ocho escribanos, diecisiete médicos, veintidós farmacéuticos, dieciséis ingenieros y seis agrimensores. Hay un escenógrafo, un taquígrafo y dos buzos. Hay once litógrafos y cuarenta y siete cajistas de imprenta. Hay nueve organistas, pomposa denominación que disfraza mal a los ambulantes tocadores de organillo. Hay doce aguateros y más de mil costureras, cifra que involucra a tareas domésticas. Los albañiles llegan a 442, y los carpinteros a 365, por el auge de la edificación», según expresó Juan Álvarez. Un estudio estima que ganaban estos últimos en promedio, dos pesos cuarenta, una suma que apenas cubría la mitad de necesidades básicas. El censo reflejó que en la ciudad había 3.775 casas habitables, sólo una de ellas tenía tres pisos y 66 eran de alto, es decir con terraza. Predominaban los ranchos construidos de barro y caña, algunos de ellos con techos de chapa. El mercado central, en tanto, cambió su emplazamiento y se ubicó en las calles San Martín y San Luis (actual plaza Montenegro) y sirvió para la llegada y salida de mercaderías. En Rosario, también creció el comercio que pasó de recaudar 22.000 pesos fuertes en 1865 a 1.250.000 en 1869. Por el puerto se exportaba cobre procedente del norte argentino y Bolivia, y en menor medida lana sucia, mineral de plata y cueros. A pesar del impulso que había dado la guerra, todavía no se exporta cereal, que debe ser importado (Álvarez, 1998).
La educación pública y la justicia también se fueron creando en la ciudad. Hasta 1874, Rosario tuvo solamente una escuela secundaria, el colegio Santa Rosa que estaba bajo la dirección del canónigo Milcíades Echagüe. Recién en 1870, el entonces ministro de Justicia e Instrucción Pública y luego presidente Nicolás Avellaneda puso la piedra fundacional de la Escuela Normal de Mujeres, conocida como Normal n° 1, que terminó por concretar su fundación en 1879 y sirvió a la idea de Sarmiento que era construir escuelas para formar maestras y así armar una estructura educativa. En el período que va entre 1862 y 1880, también se organizó la burocracia judicial en nuestro país. En 1863, el Congreso de la Nación, con el impulso del presidente Bartolomé Mitre, crearon los Juzgados Federales, que centralizarían la justicia en Buenos Aires. En Santa Fe, le tocó a Rosario recibir uno de esos fueros y el primer designado fue el juez José María Zuviría.
La idea de progreso llega a Rosario
Un tren de inversiones
En 1880 se consolidó el Estado nacional argentino y eso coincidió con el gobierno de Julio A. Roca, cuyo lema fue orden y progreso, y con el inicio de los denominados gobiernos oligárquicos (1880–1916). En parte, el orden se había establecido con el fin de las guerras y revueltas internas. Eso permitía, según la perspectiva de la élite política que dirigía al país, también llamada oligarquía, el avance del progreso.
Una de las principales facetas de dicho progreso fue la implementación del ferrocarril en nuestro país, que tuvo en la década del 80 una expansión sin igual en Rosario. Sin embargo, es justo destacar que el tren ya había tenido su comienzo en abril de 1863 en la sureña ciudad santafesina, por decisión de Mitre. Ese año, el gobierno de la República Argentina inauguró las obras para la construcción del ferrocarril Rosario–Córdoba, denominado Ferrocarril Central Argentino, un proyecto que luego se iba a ampliar hacia Mendoza, por el oeste, y hacia Tucumán, Salta y Jujuy, por el norte.
La obra, debido a la influencia de capitalistas ingleses, estuvo en manos del ingeniero norteamericano William Wheelwright y tomaba los estudios iniciados en 1854 por el ingeniero Allan Campbell y presentados al entonces presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza. Wheelwright viajó a Inglaterra a buscar fondos para iniciar la obra a partir de la construcción de la Estación Rosario Central. La construcción de la línea férrea se finalizó en 1870, al igual que la estación, y permitió que Rosario se convierta en un importante enclave ferroviario portuario. La empresa no lo hizo por mero altruismo, sino que logró que el Estado argentino le cediera una legua a cada lado de la vía, por lo que obtuvo dos millones de hectáreas (Scalabrini Ortiz, 1958).
Una de las principales facetas de dicho progreso fue la implementación del ferrocarril en nuestro país, que tuvo en la década del 80 una expansión sin igual en Rosario.
En 1873 se inició la construcción del Ferrocarril Central Norte que unía Córdoba y Tucumán, que luego fue denominado Central Córdoba y su estación estaba en el actual parque del Che Guevara. En 1883, el empresario Carlos Casado inauguró una nueva línea ferroviaria denominada Ferrocarril del Oeste Santafesino, cuya estación estaba en el actual parque Urquiza. En 1900, se inauguró el Ferrocarril de Santa Fe, con estación en la actual terminal de ómnibus Mariano Moreno.
Nuevas empresas
El desarrollo productivo de Rosario se fomentó a partir de su papel de puerto al que confluyeron líneas ferroviarias que transportaban, principalmente, cereales. En ese sentido, el tibio origen industrial de la ciudad se relacionó con la transformación inmediata de materias primas cercanas, el cereal, por lo que panaderías, confiterías, fábricas de fideos serán las que irán creciendo a partir de pequeños molinos, que también fueron prosperando a grandes empresas a partir del siglo XX.
Carlos Casado, inmigrante español, fue el gran empresario que monopolizó el mercado exportador de granos y brindó impulso a la ciudad y la región hasta que la crisis de 1890 concentró esas operaciones en manos del capital extranjero, con Dreyfus y Bunge & Born, entre otros.
En la década del 80 también fueron proliferando otras producciones, como las ligadas al sector cárnico y a los materiales de construcción. Sin embargo, la principal obra pública de la ciudad, el puerto de Rosario vio constantemente postergada su construcción hasta iniciado el siglo XX. Mientras tanto, se van sucediendo proyectos y pequeñas obras de madera y hierro. Más allá de estos retrasos y las posibilidades de acercamiento de las naves a la costa, el puerto requirió mucha mano de obra que, aunque flexible, en sus tiempos de máxima ocupación dio trabajo hasta a 6.000 personas. Otro centro fabril importante en la ciudad fueron los Talleres del FCCA, que se instalaron en la ciudad entre 1886 y 1890, y también llegaron a ocupar a cerca de 6.000 personas en sus aserraderos, donde se construían los interiores de los vagones de pasajeros y en los hornos donde se moldeaban piezas de repuesto para locomotoras. Los talleres y la conducción de máquinas ferroviarias incorporaron a la ciudad una importante cantidad de inmigrantes británicos que fueron los pioneros del fútbol en Rosario. La comunidad inglesa ya había creado un club de cricket, el actual Club Atlético del Rosario, Plaza Jewell, ya en 1867. En 1889 los obreros ingleses fundaron el Club Rosario Central y en 1905, los ex alumnos de la escuela —de la veintena de escuelas inglesas en la ciudad— de Isaac Newell, amantes del balompié, fundaron Newell’s Old Boys.
Más importante, entre los progresos productivos, fue la instalación en 1889 de Refinería Argentina, una empresa modelo de Ernesto Tornquist que procesaba el azúcar traída de Tucumán en una línea férrea directa para suministrar al mercado interno y hasta exportar. En esa fábrica moderna llegaron a trabajar 3.000 personas, de las cuales había un plantel de 500 mujeres con labores constantes (Schvarzer, 2000).
Otras elaboraciones en base a materias primas utilizaron pieles, lanas, inicialmente estimuladas por la exportación y como derivado de aquel proceso, una nueva industria se va extendiendo entre otros rubros, como muebles, confecciones, cigarros, cervezas y licores, atendiendo a un mercado interno creciente y estratificado. De estas últimas, una empresa, la cervecería Schlau fue ganando importancia (Pons, Ruiz, 2005).
Una ciudad de gringos obreros y obreras
La idea de colonización de la tierra que para los ojos de la élite política y empresaria argentina estaba vacía, fue tomando aliento en este tiempo. Santa Fe fue una de las primeras provincias en impulsar la llegada de extranjeros para poblar el campo con la colonia Esperanza, a mediados del siglo XIX, pero el costo del viaje hacía difícil la llegada de europeos. Recién en 1880, gracias al estímulo de cónsules argentinos en el exterior y de empresarios navieros, comenzaron a llegar de forma masiva extranjeros que, ante las dificultades de hacerse con la tierra, aprovecharon las ventajas de buen salario —comparado con la pobre paga recibida en sus países— que ofrecía Rosario.
En 1895 ya era evidente la explosión demográfica que vivía la ciudad porque había en Rosario 94.025 habitantes, de los cuales casi la mitad eran extranjeros.
El desarrollo productivo de Rosario se fomentó a partir de su papel de puerto al que confluyeron líneas ferroviarias que transportaban, principalmente, cereales.
La cifra superó los 100 mil con el nuevo siglo y de los inmigrantes, la gran mayoría eran italianos —casi un 70 %—, seguidos por españoles, franceses, uruguayos e ingleses, entre otros. Décadas más tarde se incorporaron a la ciudad los inmigrantes árabes y hebreos. A pesar de que la élite comercial rosarina estaba formada por inmigrantes, la gran masa de trabajadoras y trabajadores —en un 80 %— también se contaba entre este grupo humano (Falcón, 2005).
Desde la década del 60, tanto pobres como ricos compartían sus viviendas en el centro de la ciudad en una promiscuidad urbana, y a medida que se fueron incorporando los inmigrantes a la ciudad desde la década de 1880 se fueron multiplicando conventillos, casonas abandonadas en las que cada familia o inquilino ocupaba una habitación y hasta 50 personas compartían un baño o una fuente de agua. Estos conventillos aumentaron de 246 en 1884 a 1.188 en 1900. La obra teatral El canillita, escrita por Florencio Sánchez en Rosario refleja la vida en estos espacios, así como también los sufrimientos de la clase obrera y la cuestión de género (Prieto, 1999). A medida que la población se proletarizó también surgieron los barrios netamente obreros alrededor de las fábricas o centros de trabajo. Tanto los talleres ferroviarios como la Refinería de Azúcar conformaron el perfil netamente obrero de la seccional Décima, un barrio que quedó en el contorno de la ciudad y que daría origen a las principales luchas proletarias. Otro arrabal donde predominaron las trabajadoras y los trabajadores fue el de Tablada, en la parte sur de la ciudad, que fue habitado por portuarios, obreras bolseras (textiles) y de los mataderos municipales.
Recién en 1880, gracias al estímulo de cónsules argentinos en el exterior y de empresarios navieros, comenzaron a llegar de forma masiva extranjeros que, ante las dificultades de hacerse con la tierra, aprovecharon las ventajas de buen salario —comparado con la pobre paga recibida en sus países— que ofrecía Rosario.
Tiempo de revueltas en «la Barcelona argentina» 1890–1913
Revoluciones radicales
El gobierno de Miguel Juárez Celman se inició en 1886 y generó un furor de inversiones, que se sumaron a la iniciada en 1880 con la idea de orden y progreso. Pronto, en 1889, la exponencial huida de las inversiones en nuestro país desalentaron a los mercados y se produjo la quiebra de la casa financiera que había abierto la puerta de entrada y salida de divisas de nuestro país, la Baring Brothers. El presidente también había permitido que las provincias tomen crédito sin control y Santa Fe se endeudó más de lo aconsejable. Esa crisis se unió a la crítica al cerrado estilo de gobierno del presidente, denominado unicato, que había limitado las posibilidades de negocios a su círculo íntimo.
El 26 de julio de 1890 se produjo una insurrección cívico militar llamada Revolución del Parque, que agrupó a la Unión Cívica formada por Bartolomé Mitre y Leandro N. Alem, junto a Julio A. Roca, parte del Ejército y la Iglesia Católica. En la revuelta que fue derrotada por la traición de gran parte de sus impulsores, estuvo el rosarino Lisandro de la Torre. Por esto, Juárez Celman renunció y asumió la presidencia Carlos Pellegrini. Más tarde, las autoridades reprimieron otra demostración democrática cuando la Guardia Nacional abrió fuego contra varias personas que estaban por inscribirse a las próximas elecciones matando a varios cívicos, autonomistas e iriondistas —una facción del PAN ligados a la figura de Simón de Iriondo— en la plaza 25 de Mayo. Esa represión determinó que Rosario se convierta en un importante bastión radical (Rock, 2010).
En 1891 se realizó una convención de la Unión Cívica en Rosario en la que participaron Bernardo de Yrigoyen y Mitre que, luego, decidieron acordar con el gobierno y una fracción decidió formar la Unión Cívica Radical, liderada por Alem. Un año más tarde, el presidente Carlos Pellegrini declaró un estado de sitio y encarceló a los principales líderes radicales. La situación fue empeorando porque la salida de la crisis de 1890 se cargó sobre las espaldas del pueblo, con devaluación de la moneda y aumentos impositivos. En el caso santafesino, agentes privados, empresarios bancarios se habían ocupado emitir bonos de manera descontrolada que luego pagaron santafesinas y santafesinos con su trabajo.
En enero de 1893, primero se levantan en armas los colonos del centro de la provincia de Santa Fe y luego la rebelión estalla en Rosario. El 29 de julio, los radicales atacaron la jefatura política de Rosario en un enfrentamiento que duró 38 horas y dejó más de un centenar de muertos. La revolución avanzó hacia la capital provincial y depuso al gobernador Juan M. Cafferata para que asuma Mariano Candioti, con cierto apoyo del gobierno nacional. En ese marco, Alem decidió llevar su estado mayor a Rosario, que lo recibió como a un presidente. Sin embargo, el gobierno nacional decidió reprimir la acción y Roca dirigió la operación militar que depuso a los radicales. El golpe de gracia a la revuelta llegó cuando los protagonistas optaron por volver a sus empleos en la burocracia estatal.
En 1896, Alem se quitó la vida y la Unión Cívica Radical quedó inorgánica hasta que en 1903 Hipólito Yrigoyen comenzó la reorganización. Otra vez la presión impositiva y la falta de autonomía política llevaron a los rosarinos a apoyar a los radicales en la revolución de 1905, que tuvo mucho menos alcance que la anterior y los convenció de seguir la vía electoral para llegar al gobierno. Las cuestiones de la autonomía rosarina, sin embargo, fueron politizadas por un grupo de ciudadanos que formó la Liga del Sur en 1907, bajo el liderazgo de Lisandro de la Torre, por fuera del radicalismo.
Orígenes del movimiento obrero de Rosario
Hacia 1890, la clase trabajadora iba tomando cada vez más cuerpo y el movimiento obrero comenzaba a organizarse llegando a construir casi una treintena de sindicatos en esa década. Fruto de la persecución europea a la Segunda Internacional, llegaron a la ciudad los socialistas y también anarquistas que, desde entonces, fueron mayoría en Rosario, que por esto fue denominada la Barcelona argentina.
Ese mismo año, en sintonía con un puñado de ciudades del mundo, Rosario conmemoró por primera vez el 1° de mayo, con una nutrida participación de trabajadoras y trabajadores, mientras los dirigentes llamaban a organizar una asociación obrera que terminó conformándose dos años más tarde. Así nació en 1892 la Sociedad Internacional Obrera (SIO), que agrupó a socialistas y anarquistas en Rosario.
Hacia 1890, llegaron a la ciudad los socialistas y también anarquistas que, desde entonces, fueron mayoría en Rosario, que por esto fue denominada «la Barcelona argentina».
Sin embargo, entre los libertarios no había un único criterio ideológico sino que se repartían entre organizadores, que planteaban la necesidad de formar organizaciones obreras, y los antiorganizadores, que proponían la vía revolucionaria a partir del acto individual que despertaría las conciencias de los oprimidos. Estos últimos, que no prosperaron, tuvieron un fuerte respaldo y giraron en torno a publicaciones como El Perseguido (1890), Demoliamo (1893) y Libre iniciativa (1895).
Algunas voces de militantes anarquistas colaboraron en darle forma al movimiento obrero rosarino. Antoni Pellicer i Paraire, más conocido como Pellico desde el periódico La Protesta Humana —que luego se convirtió en el principal diario anarquista La Protesta— expresó la necesidad de forjar organizaciones duales que se ocupen de la cuestión gremial, así como también de la cultura política de los trabajadores. La Casa del Pueblo, fundada en 1900, sirvió de base para centralizar a las organizaciones gremiales rosarinas y como base de fomento cultural y político desde su local en el barrio Refinería (Monserrat, 2006).
Más conocida fue Virginia Bolten, quien desde el periódico La Voz de la Mujer impulsó la cuestión de género desde el anarquismo a partir de su lema que rechazaba la patria, la religión, la opresión burguesa y también la opresión masculina del hogar. También desde La Casa del Pueblo y desde su organización obrera en la Refinería Argentina, las mujeres fueron unas protagonistas clave en la organización de la clase trabajadora rosarina.
Primeras luchas obreras rosarinas
Es posible hallar antecedentes en el siglo XIX de huelgas y protestas de trabajadoras y trabajadores, como la de aguateros en 1877, pero es en la década de 1890 cuando se inician las principales protestas de un movimiento obrero ya conformado. Hasta 1896, no plantearon protestas formales y es posible que haya habido reclamos por cada sindicato o lugar de trabajo, pero las autoridades siempre reprimieron cualquier forma de organización, en caso de cualquier revuelta, como fue la de los radicales en 1893. En 1896 se produjo una huelga ferroviaria que tuvo repercusión en gran parte del país y contó con la solidaridad de las trabajadoras y trabajadores rosarinos, que declararon un paro general en la ciudad.
Ya en 1901, con el apoyo de la Casa del Pueblo se inició la huelga de Refinería Argentina impulsada por mujeres con el liderazgo de Virginia Bolten, en la que reclamaban mejores condiciones de trabajo y salarios. En esa oportunidad, en una arremetida de la policía local, fue asesinado Cosme Budislavich, el primer mártir obrero de la Argentina, se cree que a manos del propio jefe político Octavio Grandoli. La policía impidió el sepelio del obrero muerto y volvió a disparar a los concurrentes en el cementerio.
De esa huelga surgió la idea de centralizar la organización de los sindicatos y centros anarquistas en una federación que adoptó el nombre de Federación Obrera de Rosario (FOR), que era liderada por anarquistas aunque contaba en su seno a los socialistas. La unidad no duró porque en la huelga portuaria de 1902, las diferentes estrategias de lucha, anarquistas por la acción directa y socialistas más moderados, terminaron dividiendo a los portuarios y a la FOR, que continuó siendo libertaria, al igual que a nivel nacional donde los ácratas terminaron confluyendo en la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), que adoptó los principios del comunismo anárquico en 1905. Por su parte, los socialistas se restringieron hacia algunos sindicatos vinculados al transporte, como ferroviarios y tranviarios. Por entonces, también hicieron su aparición los católicos con el Círculo Católico de Obreros de Rosario, una organización que intentaba contener a los trabajadores para evitar las huelgas.
Entre 1901 y 1907 la ciudad vivió un período de gran agitación obrera. Además de las de portuarios que eran reiteradas, en 1904 entraron en huelga los dependientes de comercio y se repitieron escenas de violencia como las de tres años antes. En 1907 se vivió una huelga de cocheros de plaza que logró la solidaridad de los trabajadores, pero también de los comerciantes de la ciudad. Además, los inquilinos también se declararon en huelga por las condiciones de vida en los conventillos.
Tras un reflujo, los reclamos y acciones de fuerza obrera volvieron con el cambio de gobierno provincial cuando los radicales llegaron a la gobernación provincial en 1912. Ese año, los ferroviarios cuyas tareas recibían menos reconocimiento pararon y conformaron la Federación Obrera Ferrocarrilera (FOF), que agrupó a socialistas y anarquistas. Un año más tarde, los tranviarios declararon huelga y recibieron el respaldo del intendente Daniel Infante, que se declaró socialista. En esta oportunidad, el Ejército ocupó la ciudad para someter a los tranviarios, que perdieron en su lucha (Karush, 2002).
Diario La Capital
Jorge Raúl FernándezLa cuestión de la capital de la República Argentina no estaba solucionada en 1867. El artículo 3 de la Constitución Nacional, luego de la reforma de 1860, establecía un mecanismo para la designación de la misma, requiriendo dos requisitos. Por un lado, la sanción de una ley especial del Congreso Nacional que determine un lugar como capital federal. Por el otro, la necesidad de la cesión del territorio a federalizarse por parte de la o las legislaturas de las cuales depende el mismo. Mientras tanto, las autoridades nacionales residían en la ciudad de Buenos Aires debido a un acuerdo entre el gobierno provincial y el nacional, acuerdo aceptado por este último mediante la Ley nº 19, conocida como ley de compromiso o de residencia.
En ese contexto, el legislador Manuel Quintana presenta el 1º de julio de 1867 un proyecto ante la cámara de diputados de la Nación para declarar a Rosario como capital federal. La iniciativa cuenta con el auspicio de Justo José de Urquiza, quien por entonces se postulaba para las elecciones presidenciales de 1868 y para lo cual le resultaba vital obtener el apoyo de los santafesinos, lo que lo lleva a apoyar la idea de crear un diario que impulsara su proyecto. Y allí nace La Capital, el decano de los diarios argentinos, fundada por Ovidio Lagos y financiada por el caudillo entrerriano. Su primer número sale a la luz el 15 de noviembre de 1867, siendo impreso en una imprenta y librería ubicada en la calle del puerto pero distribuida en toda la ciudad, lo que lleva a Juan Álvarez a expresar que ese día se «puso en las calles de Rosario por vez primera la nota llamativa de los primeros vendedores ambulantes». En ese número inaugural, Ovidio Lagos señala los objetivos del periódico en un artículo titulado Nuestro propósito, donde manifiesta, entre otros conceptos, que «el pueblo santafesino tendrá en nuestro diario un intérprete fiel de sus legítimas aspiraciones y un defensor incansable de sus libertades y sus derechos, sin que nos importe en ese via crucis, la amarga censura de los círculos, ni nos arredren los peligros ni los abusos de autoridad», y donde termina afirmando que «las columnas de La Capital pertenecen al pueblo», debiendo destacarse también una nota de Eudoro Cardozo con variados argumentos en sostén del proyecto de declarar a Rosario como capital de la República Argentina. Poco tiempo después, en los primeros días del siguiente año, se producirá la primera de las muchas clausuras del periódico, como represalia por haber impreso en sus talleres la declaración del Obispo Gelabert excomulgando al gobernador Oroño y a todos los legisladores que participaron en la sanción de la ley de matrimonio civil, pero pronto reabrirá sus puertas al modificarse la situación institucional provincial.
Mientras tanto, el proyecto de ley declarando a Rosario capital federal es aprobado por el Congreso el 18 de agosto de 1868 pero es vetado el 25 de septiembre por el presidente Mitre. Reiterada la iniciativa por el senador Granel en el siguiente año, corre la misma suerte, o sea, es aprobado por el Congreso pero vetado por el entonces presidente Sarmiento. El fracaso del proyecto no amilana a Lagos y el periódico seguirá siendo voceado por los canillitas, será parte de la vida cotidiana de los rosarinos, interpretará sus demandas y expresará los reclamos y objetivos de sus dirigentes, convirtiéndose en el decano de los diarios argentinos con más de 150 años de existencia y extendiendo su opinión en diversas zonas del territorio provincial.
Un balance de sesenta años
El caso de Rosario pone en evidencia el desarrollo de la Argentina desde mediados del siglo XIX hasta el Centenario de la Revolución de Mayo en 1910. La urbe creció desde una pequeña aldea de apenas 5.000 almas hasta convertirse en una ciudad de 300.000 habitantes. El salto demográfico implicó el desarrollo del comercio y de algunas industrias de importancia como Refinería Argentina y talleres ferroviarios, además del puerto que ubicaba a Rosario como la segunda ciudad del país, que transmitieron la sensación de una ciudad que progresaba. De hecho, fue durante ese tiempo una urbe que permitió el ascenso social a miles de personas que migraron desde sus países de origen o desde otras provincias.
Tanto la ciudad como el país, no brindaban posibilidades de mejor vida para todos y eso se tradujo en una importante tradición de lucha del movimiento obrero rosarino.
Sin embargo, al mismo tiempo, tanto la ciudad como el país, no brindaban posibilidades de mejor vida para todos y eso se tradujo en una importante tradición de lucha del movimiento obrero rosarino, con momentos de alta conflictividad social. El anarquismo hegemonizó, desde fines del siglo XIX, a la agitación de la clase trabajadora. En este sentido, en seis décadas, Rosario se convirtió en una ciudad de progreso, pero también en un lugar de luchas obreras.
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