1. La Revolución de 1943. El origen del peronismo
JULIO CÉSAR RONDINA
«A comienzos de la década del cuarenta, los distintos componentes que forjarían la Nueva Argentina iban arribando —con ciega puntualidad— a su cita histórica». (Miguel Bonasso, El presidente que no fue)
¿Quiénes eran esos adustos militares que en la mañana del 4 de junio de 1943 marchaban desde Campo de Mayo obligando al entonces presidente Ramón Castillo a abandonar la Casa Rosada y presentar su renuncia? ¿Tendrían la misma orientación que aquellos que el 6 de septiembre de 1930 habían derrocado al gobierno de Hipólito Yrigoyen? ¿Este movimiento era una mera revuelta palaciega que trasuntaba la disputa del poder entre facciones encontradas?
Es posible que ni siquiera los propios protagonistas tuvieran una respuesta certera a estos interrogantes, ya que la innegable improvisación con que fue encarado el golpe de Estado habla de las controversias internas del grupo que lo encabezaba.
Lo cierto es que fue recibido con beneplácito por todos los sectores políticos del país. Desde los socialistas de La Vanguardia, los radicales, los hombres de FORJA, los nacionalistas, los católicos y los liberales, los neutralistas y los rupturistas, vieron con agrado la caída del desprestigiado gobierno que, sumido en la corrupción y el fraude, respondía a los designios políticos de la oligarquía ganadera. Un comunicado firmado por Arturo Jauretche decía:
«FORJA declara que contempla con serenidad no exenta de esperanza la constitución de las nuevas autoridades nacionales, en cuanto las mismas surgen de un movimiento que derroca al régimen y han adquirido compromiso de reparar la disolución moral en que se debatía nuestra política».
La falta de legitimidad, unida a los interrogantes sobre el proceso de industrialización, el tipo de relación con las potencias centrales luego de la guerra y la participación política de los nuevos sectores sociales, planteaban cuestiones que no tenían respuesta por parte de la vieja clase dirigente (Rapoport, 2000).
Este autor afirma que el nuevo régimen se proponía fundamentalmente eliminar la corrupción moral y política, buscando la unión del pueblo y la restitución de sus derechos, proclamándose el portavoz del conjunto de las aspiraciones del pueblo. En esto se diferenciaba de los militares del treinta, que eran representantes de un sector social (Uriburu) o de fuerzas políticas (Justo). Es más, podemos afirmar que este es el primer golpe de Estado en la Argentina que se produce sin participación civil y en el cual el Ejército es visto por el conjunto de la sociedad como un restaurador de la democracia (Girbal–Blacha, 2001).
Ahora bien, ¿cuál es la causa inmediata por la que estos hombres de armas se levantaron contra el gobierno? En la finalización del mandato del conservador Castillo, la coalición dominante (la Concordancia) dispuso la designación del magnate azucarero salteño Robustiano Patrón Costas como candidato a presidente. Este líder conservador era un símbolo del fraude institucionalizado en la política argentina y el prototipo de la explotación laboral más abyecta, la que se realizaba en sus ingenios. Ello preanunciaba la continuidad del régimen de oprobio que se prolongaba por casi trece años y que era ampliamente repudiado por la mayoría de la sociedad argentina. La proclamación se realizaría el 3 de junio de 1943.
Este hecho, sumado a que el presidente Castillo había redactado ese mismo 3 de junio el decreto separando del gabinete a su ministro de Guerra, el general Pedro Pablo Ramírez (apodado Palito), que contaba con simpatías dentro del ámbito castrense, fueron el detonante que generaron el levantamiento de Campo de Mayo.
Militares y sociedad
Ante tamaño acto institucional es válido preguntarse qué inserción tenían estos militares dentro de la sociedad argentina. Si nos llevamos por las palabras del por entonces embajador británico en la Argentina, su influencia en el mundo del poder era escasa o nula. Dice Sir David Kelly (1962):
«...en la Argentina, los oficiales del Ejército no tenían lugar en la sociedad y no provenían de la clase gobernante, de los estancieros, los profesionales prósperos y los grandes comerciantes. Llevaban una vida aparte y en realidad no tenían contacto social con los grupos que habían administrado a todos los gobiernos argentinos del pasado, aún los radicales, y todavía menos contacto con los diplomáticos extranjeros o con los corresponsales extranjeros.»
Al mismo tiempo, los peligros de la Segunda Guerra Mundial, en pleno desarrollo, generaron la decisión en los altos mandos militares de crear nuestra industria bélica, por lo que debieron crear las bases fabriles indispensables para tal finalidad. Se forjó así un dinámico proceso de extracción de materias primas, que se complementó con la producción siderúrgica, y que fue la base de nuestra industria.
El GOU
Hacia 1942, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial en pleno desarrollo —y por esos momentos con resultados inciertos—, el ámbito castrense estaba dividido. Unos seguían al general Justo, quien se preparaba para ser candidato a presidente en las elecciones de 1943, aparentemente enfrentando a la Concordancia, pero su muerte el 11 de enero de 1943 frustró tal intento. Estos oficiales —en su mayoría generales, por cuanto el resto de la oficialidad les era adverso— eran pro Aliados.
Otro grupo era germanófilo, profundamente admiradores del ejército alemán y seguidores del Eje. Sostenían posturas conservadoras y antidemocráticas. Un tercer grupo no estaba comprometido con los precedentes y eran partidarios de la neutralidad argentina en la guerra en curso. De este sector habrá de nacer el GOU (Page, 1984).
Estas siglas designaban una logia militar secreta (agrupación o cónclave relativamente usual dentro del ejército), nacida en los albores de 1943. Las siglas, para algunos, significan: Grupo Obra de Unificación; para otros: Gobierno, Orden, Unidad. La acepción más generalizada es: Grupo de Oficiales Unidos. Se destacan como sus referentes el coronel Juan Domingo Perón y el teniente coronel Enrique P. González.
En las bases constitutivas del GOU se advierte la honda preocupación que embargaba a estos oficiales por la creciente presión que los Estados Unidos ejercía sobre el país para involucrarlo en la guerra mundial —con el consecuente alejamiento de la tradición neutralista de nuestro país— y la necesidad de contrarrestar la amenaza que significaba el comunismo a través de los Frentes Populares.
Esta proclama estaba dirigida al grupo de oficiales intermedios, no comprometidos con sectores de poder. Pretendía proteger al Ejército de la tentación de aliarse a Estados Unidos entrando en la contienda mundial, al tiempo que querían salvar al país de un posible triunfo comunista, cuestión sobre la que se hace especial hincapié al punto de asignársele un apartado especial en el documento inicial (Lorenzo, 1999). Asimismo aspiraban a salvaguardar el prestigio de las fuerzas armadas repudiando el sistema político fraudulento y una posible identificación de ellas con el régimen, manteniendo la unidad institucional.
Esta proclama estaba dirigida al grupo de oficiales intermedios, no comprometidos con sectores de poder. Pretendía proteger al Ejército de la tentación de aliarse a Estados Unidos entrando en la contienda mundial, al tiempo que querían salvar al país de un posible triunfo comunista, cuestión sobre la que se hace especial hincapié al punto de asignársele un apartado especial en el documento inicial (Lorenzo, 1999). Asimismo aspiraban a salvaguardar el prestigio de las fuerzas armadas repudiando el sistema político fraudulento y una posible identificación de ellas con el régimen, manteniendo la unidad institucional.
Por otra parte, nuestros oficiales conocían al detalle la geografía física, económica y social del país, dado que cubrían todo el territorio nacional. Ese contacto con la realidad económica y social le permitía advertir la cantidad de conscriptos rechazados por inhabilidad física, la miseria de los pueblos marginales, la necesidad de alfabetización de la población, cuestión que suplían en el cuartel; al tiempo que construían puentes, rutas y medios de comunicación en los lugares más recónditos del país, reemplazando en esto la función del Estado. El desarrollo de estas actividades en vívido contacto con la sociedad le permitía desarrollar una aguda conciencia nacional que se trasuntaba luego en la actitud neutralista (Ramos, 1999).
El general Pedro Pablo Ramírez, ministro de Guerra de Castillo, vio con agrado a la logia y designó como uno de sus ayudantes a Enrique P. González; en tanto el coronel Perón (uno de los fundadores del Grupo) se acercaba al general Edelmiro J. Farrell, convirtiéndose en su asistente.
El golpe de 1943 sorprendió por igual a Estados Unidos y a Alemania, dado que no había una unidad ideológica evidente en todo el movimiento. No obstante ello, Estados Unidos se apresuró a reconocer oficialmente al nuevo gobierno.
Luego de disolver el Congreso y posponer las elecciones convocadas para septiembre, fue designado el general Arturo Rawson como presidente, quien se dio a la tarea de nombrar su gabinete. Para sorpresa de los oficiales que lo habían llevado al poder, designó a un par de políticos conservadores identificados con la década pasada y a otros notorios simpatizantes del Eje. Ello le valió su caída a dos días de haber asumido.
Se designa presidente a Pedro Pablo Ramírez, y con él integrantes del GOU pasan a desempeñar relevantes cargos de gobierno. Perón ocupó la secretaría del ministro de Guerra, general Farrell; el coronel Enrique González, la jefatura de la secretaría de la presidencia, en tanto otra veintena de oficiales ocupó importantes funciones.
La orientación general del gobierno militar surgido en 1943 era de carácter nacionalista, industrialista y autoritario. Intervino provincias y universidades, censuró la prensa, clausuró los sindicatos manejados por el Partido Comunista, intensificó la represión policial de comunistas e izquierdistas, impuso la enseñanza religiosa en las escuelas, cesanteando a maestros y profesores, detuvo a miembros de los partidos democráticos, exoneró a jueces y camaristas y reafirmó la neutralidad argentina en la contienda mundial.
Política económica del gobierno militar
La guerra mundial produjo sustanciales modificaciones en la economía argentina. Se debieron sustituir los productos que provenían de las metrópolis y aumentaron las exportaciones no tradicionales a los países de América Latina.
Si en los diez años anteriores al conflicto el PBI había crecido un 14,5 %, entre 1939 y 1944 creció un 19,4 %. Las importaciones bajaron hasta el 19,5 % de la demanda fija (hacia el 1900 había llegado a ser el 58,6 %). El número de obreros industriales pasó de 437.816 (1935) a 1.056.673 (1946). Si en 1939 sobre el total de exportaciones un 5,4 % era de artículos manufacturados, en 1943 esta cifra trepó al 35 %. También aumentó proporcionalmente el capital nacional en relación al extranjero hasta llegar a constituir el 84,59 % del total.
Si bien había problemas para el abastecimiento de combustible —se utilizaba trigo para sustituir el petróleo—, no existían problemas de desocupación. Evidentemente nuestro país prosperaba al amparo de la neutralidad.
En orden a las medidas nacionalistas, el gobierno allanó las oficinas de empresas monopólicas de electricidad investigando su contabilidad —una comisión publicó un estudio sobre los actos de corrupción de estas empresas—; intervino la Corporación de Transporte, nacionalizándola posteriormente; expropió la Compañía Primitiva de Gas; nacionalizó los elevadores de granos y se hizo cargo del comercio de cereales y los depósitos de mercancía; impuso tarifas aduaneras con fines proteccionistas y amplió el sistema de reintegros para las exportaciones de artículos industriales; impulsó industrias militares, especialmente las de fabricaciones de armas.
En este contexto se asignó al Ejército un papel fundamental en el proceso industrializador: comenzó a buscar materias primas industriales en toda la región andina, participó en la construcción de nuevas carreteras y se crearon plantas experimentales de industria pesada bajo su control y supervisión.
Se conformó la Secretaría de Industria con rango de ministerio, al tiempo que se creó el Banco de Crédito Industrial para el otorgamiento de préstamos a largo plazo.
En materia de medidas económicas de índole social se redujo en un 20 % el importe de los arrendamientos rurales, se impuso el congelamiento de los alquileres en Buenos Aires y se intentó controlar el precio de los alimentos.
Política cultural del gobierno militar
A poco de andar este proceso toman posesión de puestos claves del gobierno (particularmente del aparato cultural del Estado) sectores nacionalistas defensores de la religión católica, abiertos simpatizantes del fascismo, antisemitas, odiaban por igual a los inmigrantes y al gaucho, y en materia histórica eran antiliberales y rosistas. Giordano Bruno Genta, uno de sus adalides (por ese entonces interventor de la Universidad Nacional del Litoral) proclamaba la necesidad de formar una aristocracia de la inteligencia nutrida en la estirpe romana e hispánica.
Héctor Sáenz Quesada, Ignacio B. Anzoátegui, Ramón Doll, Marcelo Sánchez Sorondo, Gustavo Martínez Zuviría (escritor que utilizaba el seudónimo de Hugo Wast), Alberto Baldrich y el mencionado Giordano Bruno Genta son algunos de los expositores de este nacionalismo retardatario, vinculado a la oligarquía ganadera. Algunos pasaron por lo que es hoy el Ministerio de Educación de la Nación.
Como era de esperar, su paso por el gobierno generó una gran resistencia de los sectores medios de la sociedad (tradicionalmente liberales y probritánicos) y de aquellos vinculados con el nacionalismo popular (Arturo Jauretche y la gente de FORJA). Con el ascenso del peronismo al poder —Perón los definía como piantavotos—, este grupo pierde presencia en el marco institucional.
La caída de Ramírez y la presencia de Perón
Hacia fines de 1943, Estados Unidos vuelve a presionar a nuestro país para embarcarnos en la conflagración mundial. Para ello cortaron los suministros bélicos, acusando al gobierno de fascista y aumentaron el envío al Brasil, lo que creó un temor generalizado de que este país nos invadiera. En el intento de llevar adelante un plan para fabricar armas, el gobierno trató de obtener armamento de Alemania, para lo cual envió un agente secreto que fue detenido por los ingleses, que informaron de ello a Estados Unidos. A ello se sumó que fue muy mal visto por la diplomacia norteamericana, el apoyo que se dio al golpe nacionalista que en Bolivia llevó adelante Paz Estenssoro, líder del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR). Estas decisiones generaron nuevas presiones sobre el gobierno nacional. Ramírez cedió y el 26 de enero de 1944 decidió la ruptura de relaciones diplomáticas con Alemania y Japón (Rapoport, 2000; Rock, 1995).
Esto generó un profundo descontento en las filas del GOU y los oficiales neutralistas que quitaron su apoyo a Ramírez, quien renunció entregando el poder a Edelmiro J. Farrell. Con él en el poder crece la figura de Perón, quien es designado ministro de Guerra, al tiempo que retenía la Secretaría de Trabajo y Previsión.
A esta altura del relato se hace menester centrar nuestra atención en el ascendente coronel que produciría un cambio sustancial en la historia política del país.
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