Conrado Guillermo CERETTI

Nació el 9 de enero de 1944 en Rosario.​ Al tiempo su familia se mudó a Rafaela, donde cursó sus estudios primarios y los secundarios en el Colegio Nacional. Estudiante de las carreras de Letras y Filosofía en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP, con título de Licenciado en Letras. Traductor, ensayista y docente, escribió para la Revista Panorama, Diario Clarín y Diario La Opinión. Era esposo de Diana Griselda Guerrero detenida-desaparecida junto a Conrado, también periodista, ensayista y socióloga. Trabajaba para los diarios el Cronista Comercial y la Opinión y la Revista Discusión.”​ Era militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), fue secuestrado el 27 de julio de 1976 en Capital Federal y visto por sobrevivientes en los CCD Brigada Güemes, el “205” y el Pozo de Banfield.

Junto a su esposa escribió varios fascículos del Centro Editor de América Latina, como “Asia y África contra el colonialismo” y “La Primavera de Praga”. Conrado viajó por distintos países del mundo, cubriendo hechos de relevancia, lo que forjó en él una personalidad permanentemente consustanciada con los movimientos de liberación y lucha. También fue profesor de griego y latín, además de ser traductor de varios idiomas para la editorial Siglo XXI.

La realidad burguesa fue un escollo insuperable

El derrocamiento del socialista Salvador Allende por las Fuerzas Armadas vuelve a plantear (dejando de lado las eventuales reacciones obreras y populares a que la sublevación diere lugar) un tema caro a la izquierda mundial: el modo de cómo una propuesta de destrucción del capitalismo y simultáneamente, de construcción del socialismo, debe articularse a fin de lograr ambos objetivos.

La vía chilena que conducía a ellos fue implementada, desde el gobierno de la Unidad Popular, por una estrategia pacifista, especie de “revolución respetuosa” cuyo trazado evitó en estos tres años de gestión oficial los enfrentamientos decisivos con el enemigo de clase.

[…] De esa manera, cuidando por una legitimidad que finalmente le jugó la mala pasada, el gobierno de Allende ignoró en los hechos la capacidad de movilización de la burguesía local.

[…] Un somero balance de estos casi tres años de gestión reformista en Chile lleva a verificar que la legalidad constitucional no permite una experiencia como la programada por la Unidad Popular. Esa legalidad tiene por fin regular la producción y reproducción del sistema y pretender, dentro de esos marcos, destruir a éste equivale a una contradicción. Por eso es paradójico que los comunistas que en la II Internacional rechazaron de su seno a quienes propiciaban tal posibilidad inspirados en las teorías evolutivas de Bernstein, hayan sido ahora los principales promotores de un ensayo que todos los hechos históricos, hasta el momento, han demostrado que no es viable.

(De una nota firmada por Ceretti en el diario La Opinión el 14 de septiembre de 1973.)


“A los 32 años la dictadura burguesa terrorista hizo desaparecer a Conrado Ceretti, un 27 de marzo de 1976. Trabajamos juntos en La Opinión, él en Política Internacional bajo la conducción de Enrique Alonso, yo en Economía cuyo secretario era entonces Eduardo Crawley. Para un jovencito de veintitrés, Conrado era el súmmum de la sofisticación y el conocimiento. Hablaba, leía y escribía en 5 idiomas, traducía admirablemente y su memoria (en una profesión donde antes de google era casi imprescindible) adquirió ribetes legendarios. Para qué ir a la biblioteca a consultar si Ceretti, a cinco escritorios de distancia te lo contaba de una. Más todavía, la Enciclopedia Británica no establecía las complejas relaciones que Conrado, mientras prendía un Parisienne y cerraba los ojos, te hacía saber con la cadencia de lo obvio. Para mí cada una de sus ocurrencias era una gema.

Llegábamos a la redacción de Reconquista 585 alrededor de las 15 horas. Un mozo con guantes blancos me servía un café en mi escritorio acribillado de papeles, y como estaba ubicado de frente a la puerta batiente del primer piso, todos los que pasaban chocaban conmigo. Era el momento en que Conrado – de británica puntualidad y barba rojiza – se detenía y charlábamos sobre su última lectura. Le brillaban los ojos mientras paladeaba un fragmento que a toda velocidad traducía en mi homenaje. Amaba la poesía de Gunter Grass y a modo de divertimento me mostró una traducción hecha al galope de una noche de insomnio. Era por cierta magnífica. En su destartalado Citroen 2cv me llevaba a mi otro trabajo, cuando concluíamos la jornada en el diario, nos íbamos a comer por algún bodegón de la calle Corrientes. Escucharlo trazar una semblanza (tenía predilección por los nacionalistas cultos de los que se burlaba sangrientamente pero conocía hasta la exageración) era una fiesta adicional. Diego Luis Molinari evocado por Ceretti era para irse al piso de la risa. Apenas si sabía por ese entonces de su importancia como historiador, mientras Conrado admiraba tanto su fluida prosa como su abrumadora erudición.

Ya no nos tomaremos otra ginebra en El Pulpito, ni la sincopada música de su voz retumbará en mi living. Extraño su sarcasmo, su inteligente titeo, la modulación de sus oraciones exactas, y sobre todo esa admirable aptitud de ser tan serio sin parecer jamás un petulante.”

/Alejandro Horowitcz, marzo de 2021

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