Mario TOTTEREAU «el Francés»
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Sus abuelos eran franceses, de allí su sobrenombre de «el Francés», aunque él era santafesino y el padre había nacido en Paraguay, donde la familia estuvo algunos años. De niño Mario fue a la Escuela Moreno, la de su barrio Candioti, y luego hizo el secundario en el Nacional Simón de Iriondo de Santa Fe.
Con toda la familia solía ir a la quinta de La Guardia, era una vida que los hermanos Tottereau disfrutaban mucho. Era como vivir en las afueras de la ciudad. Era un muchacho muy tranquilo, independiente, de estar con la gente del barrio y reunirse con los amigos a comer. Jugaba al fútbol, iba a cazar patos y perdices con ellos en excursiones que partían desde una quintita que tenía la familia. Hincha de Colón, él y su hermano no se perdían ningún partido.
El hermano mayor comenzó a estudiar en la Facultad en Esperanza, luego fue Mario, y aunque el hermano abandonó, él continuó sus estudios de Veterinaria en la FAVE. Con un amigo de los dos, el «Gordo» Mattiolí, comenzó a participar en la JUP. Fue el vocero de la JUP en su facultad.
En esta época, se puso de novio con María Cristina Mattioli, la hermana de Omar. Cuando consiguió trabajo en la empresa de dragado de la Setúbal (como sereno), se casaron en la Iglesia del barrio Escalante. Se fueron unos días a Entre Ríos y al volver quedaron en la casa de los padres de Cristina. Al día siguiente los secuestraron.
Dicen los amigos que cuando Mario llegó a Esperanza, «era el típico 'facherito' de pelo largo, allí fue cambiando su personalidad y moldeó su espíritu de compromiso y de lucha ante las injusticias y la desigualdad».
Su hermano sostiene que es a partir de su participación en el Operativo Estanislao López, cuando se produce su gran cambio. En enero de 1974 escribe a sus padres explicando las nuevas realidades que estaba viendo y viviendo. Son dos cartas llenas de afecto y preocupación por ellos, en las que se muestra impactado por lo que está viviendo y la recepción de la que eran objeto.
«...Villa Ana, te puedo asegurar que es para verlo y no creerlo, una pobreza enorme (...)» «..la gente te charla, te invita a comer, Vos sabes que salimos hoy a la tardecita al centro, que es la plaza, y nos hicimos amigos de cualquier cantidad de gente, una viejita no nos dejaba venir, quería que nos quedemos a comer (...)»
En una segunda carta se preocupa porque «estarán sintiéndose muy solos pues hasta la fecha es la primera vez que nos encontramos tan separados (...)» y luego dice:
«...les puedo explicar que para mí es una experiencia preciosa, quizás nunca puedan llegar a entenderme, quizás todo esto aparentemente sea ridículo, pero creo que toda esa cantidad de pequeñas dudas (...) que ustedes puedan tener o quizás que yo tenga se vean aclaradas cuando un pequeño pueblo te recibe con los brazos abiertos, te brinda todo su apoyo, te acompaña permanentemente e incluso de toda forma trata de agradecerte lo poquito que uno está haciendo por ellos (...) lo que hemos hecho en este lugar es casi ínfimo -ejemplo el pasar películas o algunas otras pequeñas cosas...»
Estuve en el casamiento de Mario, yo ya estaba fondeado en el campo. Me fui hasta la capilla en Santa Fe a la mañana y tuve que quedarme hasta la noche mirando como jugaban a las bochas. «Pascual» también estaba, escondido porque ya habían detenido a su compañera. Esa fue la última vez que lo vi a Mario: en su noche de bodas, entrando con Cristina al hotel. A la vuelta de su breve luna de miel los secuestran a los dos.
/ Edgardo, “Moncho”
Su memoria es recordada en un monumento en la Plaza de la Memoria en Esperanza
Los responsables de sus secuestro y desapariciones fueron juzgados y condenados en la Causa acumulada