Yolanda PONTI

Nació en Rafaela el 6 de febrero de 1958. Estudió en el Instituto Ntra Sra de la Misericordia egresando como bachiller pedagógico. Yolanda Ponti era muy joven, vivió apenas 19 años, pero le alcanzaron para ser una gran persona que dejó una huella profunda en todos los que la conocieron, así nos lo dice el relato de sus hermanos, el novio y amigos.

¿Cómo recuerdo a Yolanda ?

Yolanda era la menor de nosotros, 4 hermanos. Una chica de una gran sensibilidad, lo que no le impedía ser muy determinada en sus propias ideas.

Siendo adolescente ya se interesaba mucho por los temas sociales. A partir de esa época (6 años menor que yo) empezamos a tener una muy buena comunicación, compartíamos intereses y creamos una gran complicidad. Me impresionaba su madurez y me preocupaba por que no quemara etapas de su juventud.

La frivolidad le molestaba mucho. Era crítica con respecto a las fiestas de sus compañeras que festejaban los 15 años, porque las consideraba superficiales. Ella ya estaba en otra cosa. Se identificó inmediatamente con la gran efervescencia social que se vivía en el país en los años 72 y 73.

Los fines de semana, cuando yo regresaba de Santa Fe, eran momentos de mateadas con ricas charlas; tenía un buen sentido del humor mezclado con una fina ironía. Era siempre curiosa por saber lo que ocurría en el mundo de la militancia de allá. Al tiempo que me contaba lo que habían hecho en el grupo de los estudiantes secundarios, el AES, la revista con ese nombre increíble de “Que hacer” y otras cosas de la ciudad.

En el 75 fue a Santa Fe a estudiar Servicio Social. Era su manera de dedicarse a fondo y de profesionalizar sus motivaciones. Ya eran tiempos duros por la represión. Al año siguiente traté de que piense en irse de Santa Fe, donde era conocida y estaba muy expuesta. Imposible entonces de convencerla. Para ella irse, equivalía a una traición. Yo sabía de su determinación.

Toda mi influencia de “hermano mayor” era inútil y vivía eso con temor y como un mal augurio. Yolanda tenía esa convicción y una visión determinante, tal vez propia de su juventud. Murió a fines de 76 defendiendo sus ideales. Tenía 19 años.

Junto a los lindos recuerdos que conservo de ella, del cariño mutuo que nos teníamos, además de la tristeza de su pérdida, me queda la interrogación sin respuesta, sino tendría que haber insistido aún para ayudarla a protegerse más.

Pepe, mayo del 2007.


Mi hermana menor

Con Yoli, con la que teníamos poca diferencia de edad, compartimos nuestra infancia, las vacaciones, las tareas de la escuela. Crecidas ya, adolescentes, noté que era muy dueña de sus ideas. Nadie ni nada se las iba a cambiar. Recorría los barrios ayudando a las personas más necesitadas. Era muy hábil en las manualidades. Aprendía a tejer, a cocinar naturalmente, sin ningún esfuerzo. Decidió estudiar asistente social, porque con esa profesión le seria más fácil estar en contacto con los necesitados. Sin embargo en la mitad de su carrera y en el comienzo de su vida como adulta, sus ideales se la llevaron. Nos quedaron muchas cosas en el camino, verla ser madre; algo con lo que soñaba y que me había confiado, tener su hogar y compartir las cosas sencillas de la vida. Nos dejó su recuerdo de una chica sencilla, humilde, sensible, generosa, dispuesta a ayudar. Sus sobrinos, hermanos y cuñados la recordamos siempre. Yoli te amamos.

Tu hermana Mercedes, mayo del 2007


De Daniel, su responsable en el secundario.

Estuve un corto período en contacto con Yoli y el tiempo me robó algunos recuerdos, pero los que quedan son indelebles.

Yo ya estaba terminando la secundaria cuando el frente secundario fue creado. Ella era una de las distribuidoras de la “Que Hacer” y había enviado algunas colaboraciones.

También participamos juntos de la formación de la AES, Asociación de Estudiantes Secundarios y de algún grupo de estudios donde leíamos a Marta Harnecker y sus "Conceptos Fundamentales del Materialismo Histórico" y discutíamos el revisionismo histórico. Estos grupos de estudios eran nuestra manera de formar militancia y ella acompañaba un grupo con las chicas de las monjas.

La recuerdo como una persona muy firme en sus convicciones, radical, inclusive, pero con una manera mansa de ser y de expresarse. También me acuerdo de su "positividad", sus ganas de hacer que las cosas funcionen.

Vivía el hecho de estudiar en el colegio de las monjas como un tormento y una opresión. Ansiaba por un espacio de libertad - como el que teníamos los que Íbamos a escuelas públicas, por relativo que fuese esa libertad - para poder soltar su vocación de activista. Las condiciones familiares le impedían dar ese paso, así que "mordía el freno".

Mi único momento de conflicto con ella - que fue el conflicto con todo el grupo que se quedaba en el frente secundario cuando yo me iba - fue con respecto al futuro de la “Que Hacer”. Un poco por cariño de "padre", un poco por centralizador y otro poco por preocupación objetiva en relación al futuro de la revista, quise dejar un pie adentro y quedarme en el comité editorial. ¡Para qué se me fue a ocurrir la idea! ¡Manijero! fue lo menos que me dijeron! ... y claro que no hubo caso.

/ Daniel, mayo del 2007


El Chino, su ex compañero.

“Esta juventud apresurada...” Yolanda, esas fueron las palabras que elegiste para decir yo también te amo. Parafraseando "al General” que por esos tiempos comenzaba a reprender en público a la “juventud maravillosa”. Con “El Descamisado” en la mano y adentro, un ejemplar recién impreso de la revista “Que Hacer” órgano de difusión política de los estudiantes secundarios de Rafaela. El uniforme gris de la escuela de “las monjas”, pollera tableada, suéter azul, uniforme escolar que, con pintas oscuras, delataba varias horas de trabajo a la salida de la escuela imprimiendo, a pura vuelta de mimeógrafo, nuestra revista. Con el “nosotros” siempre en la boca, ese plural con el que te sentías mejor para gritar que eras del “Santa Fe de Aguirre y Braco montoneros de Perón”...

Días felices en los que con mucha militancia, es decir: entrega, solidaridad, convicción, participabas de asambleas estudiantiles, discusiones con docentes que sorprendidas en su histórico antiperonismo, tenían ahora que saber defenderlo con una heredera de Evita en sus aulas. Por las tardecitas-noches en la unidad básica, junto con los más pibes, sumabas horas de corazón peronista a la causa revolucionaria, mezclando alguna anécdota de la resistencia con alguna panfleteada o pintada reciente contra Osinde y Lopez Rega. Los fines de semana a colaborar con algún compañero/a de los barrios de laburantes en alguna tarea de “reconstrucción” mientras se levantaba la sede de la nueva Junta vecinal y allí alfabetizabas a los más viejos o ayudabas a los pibes con la tarea escolar. Parecía como que todo era posible dentro tuyo (nuestro). Cómo no serlo si eras (éramos) portadores del hombre nuevo que, llenos de osadía y trasgresión, iban a hacer un hospital de niños en el Sheraton Hotel.

Todavía no llegaban los secuestros masivos, las desapariciones, los vuelos de la muerte, pero algo en el aire estaba raro. Entre la muerte de Perón, el viaje de fin de la secundaria ese año del 74 pasó más pronto de lo que todos hubiéramos deseado, entonces vinieron los preparativos para irte a estudiar a Santa Fe. Creo que elegiste Trabajo Social como una manera de darle formación profesional a tu compromiso con los más pobres. No hubo dudas, ni hizo falta ningún test vocacional, aunque creo lo hubo en la escuela y el resultado acompañó tu decisión.

Ya en Santa Fe te sumaste a muchos otros compañeros que viniendo de Rafaela de una militancia secundaria engrosaron las filas de la JUP. Fuiste delegada de año y la cosa ya comenzaba a ponerse cada vez más pesada así que te mudaste de una pensión a una casa de compañeros. Metiste un par de materias pero la Escuela de Servicio Social como el resto de las facultades y la calle comenzaban a ser un lugar inhóspito razón por la que la militancia fue convirtiéndose en un juego peligroso del gato y el ratón. Citas de control en la que todos los días te informabas de alguna nueva caída. Los cambios de casa por allanamientos y caídas eran el preludio del cambio de gobierno que se avecinaba.

Entonces llegaron los verdes y con ellos, cada vez más, la actividad política iba convirtiéndose en una carrera de obstáculos a vencer, para ingresar a la Universidad, para llegar a una cita, para una tarea de propaganda. Había que demostrarles al final de cada día que a pesar de todo la lucha continuaba, aunque todos los días alguien no apareciese a la última cita de control. Había peligro, pero siempre la convicción de continuar fue más fuerte, eras una más de la nueva resistencia peronista y si ya había habido un triunfo, con el regreso de Perón tras 18 años de exilio, éste iba a ser uno nuevo, pero el final, con los compañeros en el poder y vos ibas a ser uno de ellos.

Con todas esas convicciones y la voluntad de darles pelea te subiste ese día al colectivo de la línea 3, ellos como siempre seguros, ya estaban haciendo de las suyas, armando algún nuevo combate, siempre desparejo, donde 10 ó 20 se enfrentarían a uno o dos. Entonces fuiste la chica de los diarios, la de cabellos claros, la que la radio anunció que cayó en un nuevo enfrentamiento de las fuerzas armadas contra el enemigo subversivo. Ellos peleando para que se viera que no iban a tolerar jóvenes con sueños, impertinentes con el poder constituido. Vos, desafiante defensora de la justicia, la patria y el derecho irrenunciable a construir un país sin excluidos...

Yolanda vos fuiste una de todos ellos, viva aún en cada vuelta en que el pueblo, con su historia a cuesta, busca insistente su realización colectiva, con justicia y libertad.

/ Chino, mayo del 2007

Yolanda, mi amiga del secundario.

En estos días sin pensarlo, tuve que darle curso a los viejos y empolvados recuerdos de nuestra etapa anterior, con sus ideales, miedos y las angustias que generó. Todos sufrimos, cada uno a su manera y hubo que tratar de superarlo.

Cuando pienso en Yolanda la imagen que aparece ante mí, es ella caminando apresurada, desgarbada, siempre en actividad, con la mirada brillante y la boca con la sonrisa levemente dibujada. Tenía el pelo castaño lacio, brillante, movía las manos siempre. Era reservada, seria, la vida era un compromiso. No gustaba de las superficialidades propias de la adolescencia, nunca se maquillaba y no gustaba demasiado de los grupos.

Éramos compañeras del curso, nos acercamos a la amistad en tercer año. Yo había perdido a mi madre el año anterior y su mamá ya estaba muy enferma. Ella había sido la partera de la segunda hija de mi madre, Gabriela. Por lo tanto cuando la conocí hablamos mucho con ella. Eso ocurría por las tardes. Yoli le preparaba el té a su mamá e íbamos al dormitorio y manteníamos largas charlas con ella.

Yolanda ya había identificado sus ideales. Creer en un mundo mejor, donde la justicia es posible, trabajar para lograrlo, eran proyectos de vida que se iban gestando en ella.

Así fue que comenzamos a pasar tiempo juntas, a charlar, discutir en la escuela por las cosas que no considerábamos justas. Empezamos a participar de las reuniones estudiantiles el AES (grupo secundario) con gran participación de todas las escuelas.

Paralelamente realizaba trabajos en los barrios carenciados. En esa época, entre esténciles, reuniones y discusiones, empezó su noviazgo con un compañero, el Chino. Una relación especial en la cual tuvo el apoyo que la complementaba y juntos participaban del mismo proyecto de vida. Cuando me entero de Yoli, cómo había sido perseguida y aniquilada tuve sentimientos contradictorios. Por un lado sabía que era su compromiso total con la causa, de la que participó convencida y activamente. Por otro lado pensé, por qué tuvo que morir por ideales tan nobles. Hacen falta personas integras con ideales, son los que hacen grandes a las comunidades.

Sin embargo, seguimos con nuestros recuerdos y nuestras heridas que siempre estarán, aunque duelan menos.

/ Analía, mayo del 2007

Yolanda fue asesinada tras un operativo de persecución realizado por varios móviles de personal de inteligencia del Ejército a través de la ciudad. El omnibus en el que viajaba fue encerrado y baleado en una esquina céntrica de la ciudad (25 de Mayo y Lisandro de la Torre), causando también la muerte del chofer y un transeúnte.

Su memoria es recordada en placas colectivas colocadas en la carrera de Trabajo Social de UNL, el Colegio de Asistentes Sociales y en la Plaza de la Memoria de Rafaela.

En 2019, se realizó un mural colectivo en Avda. Suipacha y Vélez Sarsfield de Rafaela

La Biblioteca del Partido Justicialista de Santa Fe lleva su nombre

La Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNL, a la cual pertenece la carrera de Trabajo Social realizó en 2019 una edición impresa del Homenaje a los Trabajadores Sociales, estudiantes y docentes de la Escuela de Servicio Social desaparecidos y muertos en la década del 70.

Los responsables de su asesinato fueron juzgados y condenados en la Causa Ponti

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