Alfredo FONTANA
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Alfredo era hijo de Alfredo y Sara Pavón. Don Alfredo, como anteriormente lo había sido su padre, era dueño de un Almacén de Ramos Generales en Marcelino Escalada, un pueblo ubicado sobre la ruta nacional 11, una zona productiva de la provincia de Santa Fe, por lo que la familia, sin ser gente rica, gozaba de un buen pasar económico.
Fue el tercer hijo en una familia que ya contaba con dos hijas. Como en aquella época en los pueblos rurales no existía la escuela media, cuando las chicas terminaron la primaria, el padre compró una casa en la calle Buenos Aires en la ciudad de Santa Fe. Allí se instalaron las hermanas junto a una tía. La infancia de Alfredo fue igual que la de cualquier chico de pueblo, girando en torno a la escuela y a los muchos amigos que allí se formaban. Más o menos para la época en que debía empezar la escuela secundaria, falleció su papá y la mamá se trasladó a vivir a Santa Fe junto a todos sus hijos. Alfredo entra al Colegio de La Salle donde hace el secundario.
Sara, su mamá conoce en esa época a un vecino de la cuadra también viudo, con tres hijas, se casan, formando una gran familia. A Alfredo le gustaban los deportes, sobre todo el fútbol que practicaba con los amigos, pero como buen santafesino también gozaba del río y cuando empezó a trabajar se compró un velero para poder disfrutarlo mejor.
Empezó a trabajar en la Dirección de Hidraúlica al mismo tiempo que estudiaba ingeniería. Muy estudioso y entusiasta, estaba apasionado por la vida universitaria. Atento, alegre, educado, era un muchacho muy querido por la familia, los amigos y todos los que lo conocieron. Al poco tiempo de que empezara la carrera universitaria conoció a Silvia, una chica que ingresó un poco después que él y con quien inició un corto noviazgo. Se casaron cuando tenían 21 años, la fiesta se hizo en la casa de una tía en Santo Tomé y los novios se fueron a vivir a la casita de Pedro Ferré y Alvear, dónde poco antes de cumplir el primer año de casados, fueron asesinados, en un hecho que se pretendió presentar como un enfrentamiento.
A mi querido Amigo-hermano:
Nos conocimos a nuestros 17 años, por esas cosas de la vida. Mi Papá, viudo (hacía muchos años) con tres hijos y su Mamá, viuda, también con tres hijos, uno de sus hijos era él y uno de los de mi Papá: yo. Al poco tiempo de conocernos se produjo un año de casamientos en las dos familias, tanto el de nuestros Padres, como de nuestros hermanos, de los que aún quedaban solteros y quedamos viviendo sólo Alfredo y Yo, con la nueva pareja conformada por su Mamá y mi Papá.
Cualquiera que lea esto dirá, seguramente, que no era una situación fácil, y tal vez no lo era, pero no obstante, aprendimos a querernos y a entendernos. Alfredo era un muchacho como cualquiera de esa época, conciente y preocupado por una realidad Nacional.
Era muy estudioso, buen alumno, ambos estábamos comenzando nuestra carrera universitaria y también comenzábamos a trabajar, debido a esas ansias de independencia, a esa necesidad de mantenernos solos y dejar de depender de nuestros padres.
Durante el día cada uno hacía su vida, y algunas noches también ya que los dos teníamos distintos amigos, pero muchas otras… de esas noches nos quedábamos charlando por horas, después de cenar; compartíamos nuestros sueños, nuestras inseguridades, nuestras certezas. Y nos fuimos respetando y apreciando como personas. Él tenía muy buenos sentimientos, muchas energías y necesidad de ayudar.
Y así, en esa hermandad-amistad, íbamos madurando mientras transcurrían los años, incluso solíamos a veces, agregarnos a los compañeros de estudio, a los amigos del otro, para mantener charlas, guitarreadas, etc. El era alegre, con una risa fácil y franca, sonora, que iluminaba su cara.
Después de algunas noviecitas, se enamoró de Silvia, con la que se casó al poco tiempo, y compartieron su vida, sus ideales y sus luchas. Tal vez por este hecho del casamiento, o porque dejó de vivir en casa, o porque cada uno tomó caminos distintos, es que nos alejamos un poco. Creo que para nada nos dejamos de querer, pero ya no compartimos los momentos de antes.
Y un día, un día terrible, espantoso, me enteré de su muerte, de sus muertes… Y después el dolor, el gran vacío… le habían dado muerte a su hermosa juventud.
/ Raquel (amiga-herman
En los años ’70, la Universidad creaba la carrera de Ingeniería en Recursos Hídricos, que por entonces funcionaba en el viejo edificio de la esquina de calles República de Siria y Chacabuco. Eran los días finales de la dictadura. La de Lanusse. Las fábricas, universidades, barrios, calles, en una permanente y creciente agitación y efervescencia social. Es en ese clima, y en esas primeras experiencias callejeras de lucha política por poner fin a la dictadura, donde toda una joven generación sellaba un compromiso de lucha, cargado de ideales y valores, en la idea del hombre nuevo, del grito de justicia por los pueblos sometidos.
Allí comienza, en ese contexto. Con Alfredo ingresamos y cursamos juntos en 1971, santafesino, buen estudiante, gran compañero y amigo de muchos. Poco después ingresó Silvia, una compañera muy especial, íntegra, de diálogo simple, franco, frontal, buena estudiante, trabajadora, amiga y compañera. Como muchos, contagiados del fenómeno juvenil de los ’70, Silvia primero, Alfredo después, comienzan a transitar experiencias de cada vez mayor compromiso militante con el centro de estudiantes, y con la JUP de aquellos tiempos. Luego de un corto noviazgo ambos contrajeron matrimonio en el ‘75.
Ya mucho antes del 24 de marzo del ’76 la represión venía dura. Pero desde Videla, la “guerra antisubversiva” cobró forma de “terrorismo de estado”, forma institucional. Ya no eran grupos civiles armados, ni las Tres A, o paramilitares. Era el “Estado” por medio de las fuerzas armadas quienes operaban de forma conjunta, abierta, sistemática, un plan siniestro de exterminio a toda manifestación de militancia popular.
Santa Fe fue semillero de una juventud idealista, ideológica y políticamente comprometida, germen de pasión y lucha revolucionaria. Era una de las regiones de mayor resistencia a la nueva dictadura. La caza de brujas de militantes barriales, trabajadores y estudiantes, eran a diario y a la vista pública. Las detenciones “legales” cedieron para pasar a ser en su mayor parte secuestros en casas, calles y oficinas, en otros casos, simples fusilamientos en simulacros de “enfrentamientos”, torpemente fraguados. Sabiendo que el destino que corría cada compañero que caía, era la desaparición, tortura y muerte, muchos eligieron dar su vida antes que entregarse, respondiendo a un poder de fuego desproporcionado, descomunal, que no le daba tampoco chances ni opciones de entrega digna.
La caza de brujas apuntó entre otros al frente universitario. Algunas veces en la semana, rompíamos las reglas de seguridad personal para vernos, charlar o cruzar información. Alguna guitarreada si el lugar lo permitía, y luego despedirnos con la triste sensación de no saber si nuevamente nos veríamos. El cine era a veces un buen lugar, y la vieja película “El Tren”, de Aldrich, con Lee Marvin y Ernest Borgnine, inspirada en la gran depresión de los años ’30, fue la elegida para compartir esa noche, la última.
Era alrededor de las 18 horas, del 7 de Octubre de 1976 y me encontraba en zona cercana al Puente Negro. Tronaron los primeros “bombazos” que con claridad provenían de un barrio cercano, detrás de los talleres ferroviarios. Luego un fuerte, intenso y prolongado tiroteo. Era normal, cosa de todos los días, de toda hora, pero esta vez percibía un sentimiento especial, un triste presentimiento por el barrio de donde provenía. Recuerdo que corrí por Salvador del Carril y tomé el “6”. Recorrí sentado, solitario, cargado de pésimas sensaciones esas pocas cuadras. Al llegar cerca de calle Pedro Ferré, el colectivo toma un desvío obligado, todo estaba cortado, móviles y fuerzas combinadas “operaban” al 1900 de esa calle. La sequedad de mi garganta, la presión en el pecho, me decía que era algo más que un presentimiento. Pronto vino el desgarrador ruido del silencio, del final, el ligero olor acre a pólvora, y la inmediata sensación de ahogo, impotencia, bronca y llanto contenido, y seguro, una oración por lo que imaginaba, presumiendo ya lo peor.
La noticia de la muerte de Silvia y Alfredo tardó algunas horas en llegar, confirmadas también al otro día por el diario local como “enfrentamiento”. Luego, el dolor intenso, largo, eterno, por nuestros dos amigos caídos, compañeros y militantes de la “JUP de Hidráulica”. Ambos mueren abatidos, junto a otras dos militantes, sin piedad ni opción, bajo la metralla pesada de las fuerzas represivas.
Con el recuerdo de siempre, y en su memoria, el recuerdo por todos quienes cayeron víctimas del terrorismo de estado.
/ Juanjo, compañero y amigo
Los responsables de sus asesinatos fueron juzgados y condenados en la Causa Acumulada Santa Fe