Mónica SOMASCO

«Mi hermana Mónica murió a la edad que hoy tiene mi hija mayor, veintitrés años. Tantos otros de tristeza acumulada han filtrado este recuerdo que sin embargo es a la vez grato y amargo. Pensando en elegir una perspectiva para hablar de mi hermana considero la única posible, soy la hermana menor. Dicen que caminó a los 9 meses, que fue siempre muy estimulada… dibujaba muy bien (de eso me acuerdo yo), me hacía unas bellísimas carátulas con dibujos de Disney, los clásicos de esa época y sobre todo, unas fantásticas muñequitas de papel con insuperable equipo de accesorios. En esto todos están de acuerdo: era muy linda y muy alta y muy personal. Alguna vez usó mini short y sobre ellos un tapado largo, así la contemplo, admirada, esa tarde que iba la Academia de Inglés. Otra mañana espera el eterno 17 “bis” con una boina tejida por la abuela y su carpeta grande de dibujo para ir a la escuela Mantovani. Las historias se componen de retazos que se unen y separan al mismo tiempo, de imágenes que se ven a medias, en un espejo manchado por el tiempo.

Estudiaba Historia y Artes Visuales y todo parecía maravilloso. Como esa vez cuando fuimos juntas a Buenos Aires a la casa de la abuela y recorrimos todos los museos de la ciudad, las librerías de viejo de la calle Corrientes y nos sentamos en el pastito verde, cercano a la Torre de los Ingleses. Mónica dibujaba y yo quería ser como ella. Alguna vez fuimos al Festival de Guadalupe -entonces era una fiesta-, y otra, a ver teatro independiente. Así eran ellos en esa época: les gustaba leer, opinar, discutir, tocar la guitarra, cantar folklore (escuchar La Pomeña me hace llorar un poco). Idealistas desbordados, así quisimos ser nosotros pero ya no pudimos. En nuestra casa nunca entendimos bien lo que pasaba, aunque las señales eran tan obvias y contundentes: auto robado, bomba en la puerta, desaparecer un poco de los lugares que se suele frecuentar… Mi papá siempre se reprochó no advertir la magnitud de la tragedia, no obrar a tiempo para salvarle la vida. Después de la muerte, el largo silencio como una mordaza, la angustia que cierra la garganta y de vez en cuando la alegría de encontrar a alguien que la conoció, intercambiar algunas frases para hacerla presente nuevamente, para que viva en estas palabras.» Su hermana Cecilia

«Cuando pienso en Mónica, no puedo pensar en otra cosa que en su alegría, era lo que la definía, siempre alegre, siempre riendo, era abierta, espontánea, para nada esquemática, como solíamos ser algunos de los militantes de la época. Creo que lo último que compartí con ella, mi amiga, mi compañera de facultad y militancia, fue en el Boulevard santafesino, Farándula Estudiantil, la risa de Mónica y las nuestras que celebraban la vida y los sueños compartidos.» Ana «Mónica, empezó la Facultad con Susana Trossero y conmigo en el año 73, era una chica re inteligente a la que le iba muy bien en la carrera del Profesorado de Historia y que a la vez también estudiaba en la Escuela de Arte Juan Mantovani.

Pertenecía a una familia de clase media acomodada, el papá era ingeniero y ella disfrutaba mucho de las comodidades que podía brindarle su familia, pero, al mismo tiempo era una persona muy comprometida con la militancia y el proyecto político. Era una chica muy alegre, vivaz, gozaba de la vida y no respondía a los prejuicios o esquemas de la época. Recuerdo una anécdota que refleja ese aspecto de su personalidad. Resulta que yo y otras amigas habíamos ido a pasear por calle San Martín, se nos acercaron unos muchachos a charlar y nos invitaron a bailar. Ir a bailar, era un hecho que los/las militantes considerábamos una actividad absolutamente burguesa y una conducta impropia de nuestra condición, por lo que dijimos que no. Cuando se lo contamos, ella riéndose nos dijo ¿y por qué no? Cursó unos tres años de la carrera y siempre aprobaba con las mejores notas, luego abandonó, seguramente por las exigencias de la militancia o por problemas de seguridad, no lo se. Cuando era muy jovencita había participado en el Movimiento de Juventudes y en Núcleo Joven. En el Profesorado, como miembro de la JUP, formó parte del Centro de Estudiantes, que la JUP había ganado en el año 75. La última vez que hablé con ella fue en enero o febrero del 76, me llamó por teléfono. Se había casado con un muchacho de la Facultad de Química, Alberto Baronio. A los dos los mataron en San Nicolás en el año 77.» María

Mónica Somasco y Alberto Ramón Baronio fueron asesinados en Zárate el 21 de abril del 77.

Los responsables de su desaparición fueron juzgados y condenados en la Megacausa Campo de Mayo

Su memoria es recordada en una placa colectiva colocada en la Facultad de Humanidades y Ciencias en 2017

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