Héctor Luis FLUXÁ « Topi »
Última actualización
Última actualización
Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Topi, mi hermano.
Es el menor de tres hijos, en una familia de clase media santafesina. Papá empleado de Banco Provincial de Santa Fe, mamá Dietista del Departamento de Nutrición de la provincia. Padres socialistas que soñaron con un país menos desigual, y así nos educaron. La villa bancaria, ese conjunto de casitas de tejas rojas, atrás de la universidad, todavía de ritmo apacible y tardes bucólicas, fue donde Topi creció, jugando mucho, en un grupo grande de chicos de barrio. Todavía estaba frente a casa la canchita de Ferro, y todos los días había fútbol entre los chicos. Topi era inquieto, curioso, todo lo investigaba, aprendía jugando.
Cursó el primario en la escuela J. J. Paso. Sus maestras tenían un sentimiento contradictorio con él. Era inteligente, sensible y seductor, pero aprendía demasiado rápido y las clases lo aburrían y terminaba revolucionándoles el aula.
Los abuelos vivían en San José del Rincón y allí durante los veranos, entre los arenales, el verde, los pájaros y el rió se enamoró de la naturaleza, la costa, la isla y se convirtió en un excelente nadador. Juntos, los tres hermanos disfrutábamos nadando largos raides por el arroyo Ubajay.
El secundario lo hizo en el colegio Nacional Simón de Iriondo. Fue desarrollando su gusto por la lectura, la música y el cine, sin abandonar nunca la actividad deportiva ni momentos junto al río o al aire libre. Era sensible ante las desigualdades y las injusticias y frecuentó barrios humildes como La Lona, Alto Verde y Villa del Parque donde se interesó por la obra del cura Catena. En todos ellos hizo amigos.
Cuando terminó el secundario quiso conocer el país, y comenzó, junto con dos amigos, mochila al hombro, un poco a dedo y un poco en colectivo por recorrer las provincias de Tucumán, Catamarca y La Rioja. Era el verano de 1975. De regreso, se instaló en Rosario donde yo ya estaba desde hacía tres años, estudiando arquitectura en la UNR. Su plan, entre otros tantos, era comenzar también la carrera de arquitectura. Yo le había reservado un lugar en mi pieza de la vieja pensión de la calle Pasco 152, a cinco cuadras de La Siberia. En esa época, la facu había sido trasladada a esos galpones precarios de paredes de bloques y techos de fibrocemento. Arquitectura, Música y algunos laboratorios de Ingeniería eran lo único que había de la Universidad en ese predio horrible que se tornaba hermoso por los miles de estudiantes que lo llenaban todo.
Cuando llegó Topi a la pieza de la pensión, yo me puse eufórico de contento. Él lo estaba mucho más. En realidad, le significaba, como lo había sido para mí, comenzar un nueva vida, liberarse, especialmente de la mirada aprensiva de nuestros viejos que veían con preocupación el riesgo que comenzaba a significar para nosotros, nuestro sueño de trabajar para construir un país con justicia para todos. Los viejos sabían que lo nuestro era un crecer a partir de los valores y la sensibilidad que ellos mismos nos habían enseñado. Se estaba volviendo peligroso, pero ya no podían detenernos. Topi estaba lleno de sueños, planes, proyectos, quería hacerlo todo, no quería perder tiempo. Recuerdo su cara, su alegría su entusiasmo, él sentía que a partir de ese momento todo iba a ser para él un ininterrumpido hacer y crecer en libertad. Y así lo fue, con una alegría contagiosa, con una fuerza imparable, hasta el día en que lo mataron.
1975 fue un año de intensa actividad universitaria en Rosario. El taller número cinco de la Facultad de Arquitectura era un sitio que incentivaba a la investigación y la polémica, donde entre los estudiantes de los distintos niveles crecía el entusiasmo en el desarrollo de propuestas de viviendas de función social, la discusión política permanentemente presente y el creciente convencimiento de que un mundo distinto era posible y podía construirse. Ese fue el ámbito donde Topi no solo comenzó con sus estudios universitarios, sino donde, con su característico entusiasmo, rápidamente se insertó con participación activa. .
El operativo Independencia que comenzó en Tucumán por decreto presidencial de Isabel Martínez de Perón, se extendió muy pronto a todo el país. Rosario se fue tornando cada vez más convulsionada, se multiplicaban los allanamientos y detenciones de estudiantes, militantes políticos y dirigentes gremiales.
Topi conoció a Silvia Somoza y unos meses después decidieron irse a vivir juntos. Se mudaron a una piecita en la azotea de otra vieja pensión, en la esquina de Presidente Roca y Catamarca. Era una habitación paupérrima de tres metros por tres metros donde había una cama simple y un pequeño roperito. Ellos le agregaron una biblioteca hecha con tres tablas y Unos ladrillos apilados, una mesa de dibujo de las fabricadas por él, que también funcionaba como única mesa del lugar, y en un rincón sobre un banquito pusieron un calentador. El único tesoro, además de los libros, era un pequeño grabador que alguna vez había sido mío y unos cuantos casetes de música que Topi había ido coleccionando con esfuerzo. En la puerta pegaron un cartelito que decía: HOGAR DULCE HOGAR, y abajo entre paréntesis y con letra chiquita: “un poco frescón”.
Silvia era una mina macanudísima, inteligente, de respuestas rápidas e ingeniosas, de un humor incisivo, un tanto sarcástico, que armonizaban con una mirada profunda y destellante. Era rosarina, provenía de una familia humilde, trabajadora y esforzada que orgullosa veía cómo su niña ya había terminado de cursar su tercer año de la carrera de Psicología. Con el tiempo, Daniel, su hermano, casi cinco años menor, me contaría que Silvia era quien lo incentivaba con sus estudios, le controlaba la tarea y pugnaba por inculcarle que desarrollarse como persona no era sólo pasarse las tardes jugando a la pelota con amigos.
1976 fue para Topi y Silvia un año de actividad intensa entre universidad y militancia. Ambos formaban parte de la CURS (Corriente Universitaria por la Revolución Socialista), rama universitaria de la Organización Comunista Poder Obrero. El golpe militar del 24 de marzo recrudeció el accionar represivo de la policía, las patotas de civil y el Ejército que comenzó a ser de repente otro componente más del terror en las calles de Rosario.
En diciembre de 1976, Topi y Silvia, eufóricos de contentos, nos anunciaron que Silvia tenía un embarazo de tres meses y habían decidido casarse. La fecha que eligieron fue la primera semana de febrero. Eran conscientes que la llegada de un bebé los obligaría a realizar muchos más esfuerzos y unos cuantos ajustes en sus vidas. Pero a ellos nada los acobardaba, tenían una fuerza envidiable y un entusiasmo para todo que resultaba contagioso.
El jueves 20 de enero de 1977 estuvimos trabajando juntos toda la mañana. Yo alquilaba una pequeña oficina donde estaba dando mis primeros pasos en proyectos de arquitectura. Topi, que para ese entonces había terminado su segundo año de la carrera, me ayudaba por las mañanas dibujando planos, lo que además de irle dando cierta práctica le permitía juntarse con algunos pesos, por demás de valiosos para ellos que siempre estaban apretados con la guita. Yo había terminado mi quinto año de la carrera, y hacía ya un año que me había casado con María Dolores. A las doce cortamos de trabajar, yo lo había invitado a comer algo con nosotros, me contestó que no, que la mamá de Silvia los esperaba con unas pastas ese mediodía. Nos despedimos. Nunca más lo vi.
Luego de desesperadas búsquedas, pudimos llegar a reconstruir lo que ocurrió: Entre la madrugada y la siesta del jueves 20 de enero de 1977, siete estudiantes, militantes del ala universitaria de “Poder Obrero” fueron secuestrados en distintos lugares de la ciudad de Rosario. Recluidos todos juntos en el centro clandestino de detención, tortura y desaparición de personas que funcionaba en dependencias de Investigaciones de la Jefatura de la Policía Provincial en Rosario, fueron torturados durante tres días por la patota asesina de Feced. De allí uno pudo escapar, y en la madrugada del domingo 23 de enero, en un simulacro de persecución y enfrentamiento, los otros seis fueron asesinados en las inmediaciones de las calles Cafferata y Ayolas —hoy calle Uruguay-, zona de galpones, con pocas viviendas y propicios paredones de fusilamiento.
Las personas asesinadas en la que hoy se conoce como “La Masacre de Cafferata y Ayolas”son:
Hector Luis Fluxá, 20 años, estudiante de arquitectura, oriundo de Santa Fe.
Silvia Lidia Somoza, 22 años, estudiante de psicología, oriunda de Rosario.
Mónica Cristina Woelflin, 25 años, estudiante de medicina, oriunda de Rosario.
Nadia Doria, 33 años, estudiante de psicología, oriunda de Villa Constitución.
Gladys Hiriburu, 20 años, estudiante de medicina, oriunda de Santa Fe.
Luis Ulmansky, 24 años, estudiante de psicología, oriundo de Moisés Ville
Su memoria es recordada en placas colectivas en la Escuela Nacional y el Colegio de Arquitectos de Santa Fe
LOs responsables de su secuestro y asesinato fueron juzgados y condenados en la causa Feced III y IV