Marta María BENASSI

Marta María Benassi Fasano nació el 12 de julio de 1949, en el marco de la familia conformada por Estela Ángela (su madre), Carlos Alberto (su padre) y María Estela (su hermana). Luego se incorporan sus hermanos menores, Carlos José y Juan Vicente. Marta era una persona alegre que amaba la vida. Se posicionaba crítica y reflexivamente acerca de los mandatos impuestos a los jóvenes en aquél momento.

Era querida por todos los que la conocían por su sencillez, transparencia y sinceridad para llevar adelante sus proyectos. Esto caló hondo en el corazón de todos nosotros, sus familiares y amigos. Fue coherente con un espíritu cristiano que la lleva a observar las injusticias sociales como situaciones no deseadas para el prójimo, indignándose frente a las mismas. Por esto se compromete activamente en una opción de vida que privilegia la lucha para lograr la justicia en pos de los que menos tienen. Cuando termina la secundaria, viaja a Córdoba a seguir la carrera de Psicología y profundiza su compromiso social, comenzado años anteriores en Santa Fe. Participa en los Campamentos Universitarios de Trabajo en Tucumán, y en la Agrupación Estudios Sociales (AES) abriéndose éstos nuevos horizontes de comprensión de la realidad de la pobreza y marginación social que la llevan a optar por la militancia política.

Conoce a quien fuera su compañero Carlos Rodolfo Laluf, con quien luego comparte el resto de su vida, contrayendo matrimonio. Su primera detención se produce en la Navidad de 1971 permaneciendo presa en la cárcel de Villa Devoto hasta el 25 de mayo de 1973. Una vez en libertad, pese a las posibilidades de comenzar una «nueva vida», decide profundizar su tarea militante. Se instala junto a su esposo en la ciudad de Rosario. El 11 de agosto de 1975 nace su hijo Carlos Ignacio, cuyo nacimiento fue deseado intensamente por ambos.

En agosto de 1977 fueron detenidos por manos genocidas, que los trasladaron al campo de concentración conocido como la Quinta de Funes. Allí padeció una serie de sufrimientos y violaciones a su persona basadas en la mentira y el sometimiento brutal. Tuvo que desprenderse, entre otras de su hijo querido, hecho que le causó el más tremendo de los dolores. Hoy sabemos, a través de testimonios de compañeros sobrevivientes que en marzo de 1978 en uno de los famosos «vuelos de la muerte» terminaron con sus vidas. De Marta siempre recordaremos lo mejor de ella: su fuerza, su entrega y su valor aun viviendo situaciones extremas en la cárcel, la persecución y la muerte. Nos deja su sonrisa y su cariño que nos acompañan en todos nuestros días.

/ Carlos, su hermano

«Marta me precedió seis años en el camino de la vida. Familia de origen italiano, trabajadora, honesta, religiosa, virtuosa. Como era el más chico de cuatro hermanos, fui beneficiario de mimos y atenciones prodigadas con generosidad. Y Marta era prodigadora y cariñosa. Un espíritu sensible, generoso, solidario y alegre. No recuerdo haberla visto enojada alguna vez.

Si el huracán no hubiese pasado en los ‘60 y ‘70 quizás hubiera sido un ser brindado a los demás desde la psicología, la carrera que siguió... fue a estudiar a Córdoba en épocas turbulentas. Cordobazo. Lucha armada. Revolución, para terminar con la miseria lacerante de muchos. Cárcel. Trelew, 22 de agosto. Devoto.

Recuerdo que cuando tenía sólo 17 años y viajaba desde Santa Fe a Buenos Aires con asiduidad los domingos, día de visita en Devoto. Era para mí el encuentro con una santa. Todo virtud, todo paz, todo evangelio post-conciliar tercermundista. Rodeada de otras mujeres-santas que, en mi visión de adolescente, pagaban con las rejas el valor de luchar contra la dictadura. Nunca se quejó. Su fortaleza interior era en mi experiencia, grandísima.

Fue para mi una fuerza de atracción irresistible hacia el compromiso político. El ejemplo arrastra. Culminó esta etapa en la liberación la noche del 25 de mayo del 73, que viví con ella en Devoto. Día exultante. Climax de la épica romántica y utópica de entonces.

La paz que sobrevino duró poco. En ella sobresalió la búsqueda afanosa de un hijo hasta que la vida la ayudó a adoptar a Nacho apenas nacido. Lo amó y cuidó aún en medio de las limitaciones de la clandestinidad.»

/ Juan, su hermano menor

Marta Benassí, la amiga incondicional de la adolescencia

Hablar sobre Marta es básicamente evocar a aquella amiga con la que compartí horas y horas de charlas íntimas y confidencias, mientras entre los 13 y los 17 años nos íbamos convirtiendo en mujeres y nos preguntábamos grandilocuentemente sobre nuestra misión en el mundo; es describir a la cómplice en el proceso de descubrir qué era el amor, los hombres, nuestra sexualidad; es volver a escuchar nuestras risas incontenibles ante quienes, sintiéndose mayores y más maduras, nos catalogaban de chiquilinas; es contemplar una vez esa foto tomada en las arenas de Rincón donde parecemos dos niñas despidiéndose de las rondas infantiles; es verme parada una noche de invierno en una esquina del Barrio Candiotti de la ciudad de Santa Fe escuchándola decir que se haría monja porque esa era su vocación, mientras yo no podía dejar de llorar porque sentía que esa decisión nos separaría para siempre.

En marzo de 1962 comencé mis estudios de magisterio en el Colegio Adoratrices en esa ciudad. No sé dónde pero lo más probable que haya sido en un recreo, nos elegimos como amigas y no dejamos de serlo de una forma total por cinco años. Fueron años de candor e inocencia, permítaseme la expresión a riesgo de parecer cursi, cuando era imposible imaginar siquiera que nos tocaría enfrentar el terror.

Volví al país en 1985 después de mi exilio en Venezuela. Cuando fui a visitar a sus padres, su madre me abrazó llorando y me dijo: «Ay, su Marisabel, su Marisabel, siempre quiso seguirte, hacer lo que vos hacías, no podía estar sin vos, cómo te quería!» Me conmovió profundamente el dolor del que creo esa madre nunca pudo recuperarse, viví la impotencia de no poder ser fuente de consuelo, y por el contrario sentí que mi presencia era causa de que su herida se profundizara. Sin embargo, no dejaron de llamarme la atención esas palabras que decían que yo había sido alguna vez el espejo donde Marta se había mirado. Posiblemente porque en aquellos años lo sentí a la inversa:

Marta era a mis ojos esa persona que encarnaba la entrega y el compromiso totales, la bondad sin límites, un ejemplo a seguir. Por ese proceso de identificación masiva, propio de esa edad, es que me resulta difícil hablar de ella sin el nosotras. Fue más tarde, como consecuencia de la propia maduración, cuando empezamos a diferenciarnos.

Ambas fuimos hijas de madres maestras, de grado y de «trabajo doméstico» (¿así se llamaba la materia?) la de ella; de música la mía; vivíamos en el mismo barrio, cercano al colegio; los valores y costumbres familiares eran muy semejantes y las dos adheríamos a una visión practicante del cristianismo que viró luego hacia el compromiso social primero y al político después. ¡Cómo nos tomamos la vida tan en serio desde tan jóvenes! ¿Consecuencia de una educación de género? ¿A las mujeres se nos exigía más el recato, las buenas costumbres, la abnegación desde pequeñas? ¿0 fue nuestra raíz cristiana la que nos llevó a ser distintas de algún modo en ese aristocrático colegio donde una monja nos recordaba cada lunes que «no éramos chinitas del Liceo sino niñas de las Adoratrices», mientras revisaba que nuestras uñas no estuviesen pintadas de rojo carmesí? Seguramente la causa no fue única y tampoco estarán ausentes nuestras propias variables psicológicas, pero hoy quiero evocar con la misma alegría con la que la encaramos en aquellos años, nuestra participación en «Obra de Barrios», una tarea de catequización en el Barrio Yapeyú que lideraba el padre Antonio Rodríguez. A despecho de las críticas que a un proyecto de tal naturaleza le haría hoy en día, no vacilo en afirmar que nos acercábamos a aquellos niños a los que queríamos enseñarles que Dios era su padre mientras nos preguntábamos qué vivencia de la paternidad tendrían, con mucho amor y con más respeto.

Nos pasábamos tardes enteras de sábado preparando nuestras «clases», nos esmerábamos como las maestras que empezábamos a ser con las mejores propuestas didácticas que se nos iban ocurriendo, llegamos a hacer un relevamiento casa por casa del barrio para saber cuántos niños vivían en cada familia para no olvidarnos de ninguno, y los domingos madrugábamos para llegar al barrio a la hora convenida.

Marta no entró al convento, aunque con humor podríamos decir que casi, porque en 1967 nos fuimos a Córdoba a estudiar Psicología a la Universidad Católica. El primer año nos alojamos en el mismo colegio universitario, y después en la misma pensión, y a diferencia mía, Marta trabajaba como maestra para costearse parte de sus estudios, y vuelvo a recordarla como perseverante, ordenada, alegre, coqueta sin estridencias, solidaria.

Córdoba, la vida universitaria y la política irrumpieron en nuestras vidas con toda la fuerza de aquellos años.(...) vinieron, entre muchos otros acontecimientos, el Cordobazo y el Viborazo. Creo ubicar en ese año de 1971 el primer indicio de que nuestras opciones políticas empezaban a ser muy distintas. Cercana al peronismo de base, yo había participado de esa segunda movilización y cuando volvía de esa jornada encontré a Marta en la pensión donde vivíamos estudiando con toda dedicación, ajena a la emoción que yo ponía en describir esa «gesta heroica de la clase obrera y sus vanguardias clasistas». Su respuesta, algo burlona, aludía a que el pueblo no podía seguir enfrentándose desarmado a la represión y que era hora de pasar a otras formas de lucha. Rápidamente entendí que no era indiferencia su dedicación al estudio en esos momentos convulsionados, sino que era, repito, un dato evidente de su adhesión a otras estrategias políticas. De esta segunda etapa son muchas más las preguntas sin respuestas que lo que me queda en la memoria. Frente a la reflexión de hoy, pienso que el principal motivo del desconocimiento de nuestras cotidianeidades y por lo mismo de la imposibilidad de seguir alimentando la amistad como lo habíamos hecho durante la adolescencia fue esa lógica de «compartimentación» de la vida, tan propia de aquellos años, que nos impusieron en parte las dictaduras y las persecuciones que nos tocó enfrentar, y en parte nuestras opciones políticas.

No creo necesario aclarar que esta semblanza de mi mejor amiga del secundario es solo un pequeño retazo de mi memoria... Marta fue mujer, hija, hermana, amiga, esposa, madre, compañera, militante. Enriqueció a muchas personas. Pero ella no puede corregirnos, completar nuestros relatos, afirmarlos o negarlos. Marta no puede hablar de sus tormentos, de sus dudas, de sus dolores, de los horrores que le tocó vivir. Y no puede, porque hay que decirlo, Marta fue víctima de un crimen de lesa humanidad, Marta fue forzada a su desaparición.

Nos queda mucho de ella. Y nos asiste el derecho a la verdad y el derecho a la justicia. El camino es todavía largo y hay que continuar recorriéndolo.

/ Marisabel

Su memoria se recuerda en una placa colectivas en AMSAFE provincial

Los responsable de su desaparición fueron juzgados y condenados en la causa «Guerrieri-Quinta de Funes»

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