Juan Carlos AGUIRRE
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Fue el mayor de tres hermanos, Jorge y Marcos Salvador fueron los menores. Nació en Goya, Corrientes, el 10 de noviembre de 1944, en el seno de una familia humilde, de padre empleado y madre ama de casa. Cursó sus estudios primarios en una escuela pública para varones, y los secundarios en la Escuela Normal, donde se recibió de Maestro en 1962, y fue elegido el mejor compañero del curso.
En su adolescencia comenzó su interés por los marginados, sobre todo a partir de su contacto directo con las enseñanzas de Monseñor Alberto Devoto, quien como integrante del movimiento de los curas tercermundistas, impartía los valores y conceptos de la nueva Iglesia Católica. Así, junto con otros jóvenes movilizados por esta nueva forma de conocer a Dios, integró grupos de reflexión, participó de tareas comunitarias. Le gustaba mucho bailar, salir con amigos, leer y escuchar música folklórica.
A los 16 años se puso de novio con mi mamá, Alicia, dos años más joven que él, quien también cursaba sus estudios en la Escuela Normal, y de la que egresó en 1964, con medalla de oro a la mejor alumna de su promoción. En 1963 fue a estudiar arquitectura a La Plata pero, por problemas económicos, tuvo que regresar a los pocos meses. Comenzó a trabajar entonces como maestro en una escuela rural hasta que en 1964 se crea el Instituto Superior «José Manuel Estrada», auspiciado por la Iglesia, y desde el que, por intermedio del entonces sacerdote Rolando Camozzi Barrios, con quien tenía una profunda amistad, es convocado para cumplir la función de bedel.
A prIncipios de 1965, ambos se radican en Santa Fe. Mi mamá como pupila en el Instituto de Profesorado de Educación Física y mi papá en una de las casas que el Colegio Mayor Universitario brindaba a los estudiantes del interior. Eligió la carrera de Ingeniería Química. A los pocos años, se sumó su hermano, Marcos Salvador Aguirre «Cacho», quien también vivió en el CMU. Se casaron en octubre de 1969 en una ceremonia que ofició el Cura Atilio Rosso, confesor y amigo entrañable de papá. La fiesta se celebró en la casa de calle San Jerónimo del Colegio Mayor, del que papá era decano para ese entonces. Me contaron que le gustaba mucho y se dedicaba bastante a leer y conocer la historia de Corrientes, pero esa historia que no se cuenta en los libros escolares; también que escuchaba mucho chamamé y música folclórica; que siempre que se reunían gritaba un sapukay (grito típico del correntino que evoca emociones).
Sé que de Santa Fe, en 1972, fuimos a Salta como clandestinos. Allí y en pleno preparativo de un operativo, tuvimos que trasladarnos urgente a una casa con varias familias más, que terminaron allanando en octubre de 1972. Mamá, Laura de dos años y yo de uno, junto al resto de las mujeres y niños detenidos, fuimos a la Comisaría Departamental de Salta, desde donde luego de varios días nos retiró mi abuela materna. Mamá, embarazada de mi hermana Clarisa, fue llevada al Hogar del Buen Pastor de Salta, donde funcionaba la penitenciaría de mujeres y luego de unos meses, trasladada a Devoto, donde nació Clarisa en la maternidad Sardá el 5/3/ 1973. Fueron liberadas el 11/4/1973.
Papá sin embargo, fue objeto de torturas en la comisaría y de allí lo llevaron directamente a Rawson, donde permaneció bajo condiciones de máxima seguridad hasta el 25 de mayo de 1973, cuando fue liberado junto al resto de los presos políticos.
Ambos participaron de la espera eufórica del regreso de Perón en Ezeiza, de donde tuvieron que escaparse entre las balas que preludiaban lo que se avecinaba. Luego del alejamiento de Montoneros con Perón, pasamos a la clandestinidad, primero estuvimos en Jujuy y luego, a partir de 1975, en Tucumán. Vivíamos en una casita muy precaria en uno de los barrios más humildes de las afueras de la capital. Recuerdo que una noche mis hermanas y yo nos despertamos sobresaltadas por fuertes golpes en la puerta: nos estaban allanando la casa, Papá se salvó de milagro porque pudo escaparse por una puerta trasera, descalzo y en pantalones. Mamá para entonces estaba embarazada de mi hermano José Manuel. Al poco tiempo nos encontramos con él y escuché que le contaba a mamá que de tanto correr descalzo se le ampollaron los pies. También recuerdo que en esa época viajábamos mucho en tren. Mi madre lo acompañó en todas las etapas por las que atravesó mi padre: la clandestinidad, el traslado intempestivo de casas, y siempre con nosotros a cuestas.
Después del Golpe del 76, la vida en Tucumán se hizo insostenible al punto que a principios de julio tuvimos que abandonar la casa y trasladarnos urgente a Santa Fe, donde teníamos previsto ir a la casa de una compañera de nombre «Norita». Mientras viajábamos en tren, escuchamos por la radio que ese domicilio había sido allanado. No teníamos a dónde ir. Llegamos a Santa Fe y papá decidió que nosotros (mamá y sus cuatro hijos), nos viniéramos a Goya, y él se volvería a Tucumán. Fue a ver al Cura Atilio quien intentó persuadirlo de que no regresara a ese lugar tan temible diciéndole «Juan Carlos te van a matar», sin lograr convencerlo. Para ese entonces su hermano Cacho y su esposa Marita ya estaban desaparecidos.
A los pocos días mientras almorzábamos en la casa de mis abuelos maternos, que fue nuestro hogar durante muchos años, le dieron a mamá la noticia de que papá había muerto en un enfrentamiento. Varios diarios lo publicaron, señalando que la fecha del hecho había sido el 12 de Julio de 1976, en todos se la incluía a Margarita Azize Weiss aunque algunos también señalaban que habían «caído» otros militantes. Recuerdo que mamá no tenía consuelo y nosotros no sabíamos qué pasaba, hasta que salió de su dormitorio y nos dijo: «lo mataron a papá». Fue lo último que dijo de él hasta el advenimiento de la democracia. A mamá la vinieron a buscar en abril (creo) de 1977, para trasladarla al Regimiento de Resistencia (Chaco), de donde regresó para quedar detenida durante varios meses, en la Comisaría Departamental de Goya. Pero esa es otra historía.
Laura (hija)
“A casi 34 años de su muerte, nuestro padre regresó a casa".
Juan Carlos Aguirre fue asesinado en Tucumán el 12 de julio de 1976, pocas horas después ingresaron sus cuerpos al Cementerio Norte de Tucumán para ser enterrados en una fosa común, y a pesar de saberse sus nombres, identificados como NN.
Muchos años después, cuando la angustia, el silencio, el misterio y el oprobio social que rodeara la muerte de nuestro padre, se hicieron insostenibles, comenzó la búsqueda. Así conocimos personas que generosa y desinteresadamente nos brindaron las piezas que faltaban para confirmar que los datos acerca de cómo, cuándo y dónde había fallecido, tenían cierto grado de certeza, e incluso el probable lugar de su sepultura. Con el rompecabezas precariamente armado emprendimos el camino hacia su encuentro. El proceso fue largo, muchas veces penoso, pero siempre preñado de esperanza.
El ejercicio del derecho a sepultar a nuestro padre como una forma de elaborar un duelo largamente pospuesto, sólo fue posible porque miramos hacia atrás, buscamos, preguntamos, reconstruimos, recurrimos a la justicia. Lamentablemente, aún hoy persiste la reticencia e incluso el miedo a dar respuestas. Mas, estas conductas devienen imperdonables pues para reconstruir cada historia individual de los que todavía hoy se encuentran desaparecidos, se necesitan personas e instituciones que contesten, abran archivos, informen.
Es inaceptable que a esta altura de la historia se pretenda y promueva el criterio de dejar todo atrás, olvidar. Asumir definitivamente esa postura importaría privar a miles de familias conocer dónde, cuándo y cómo murieron sus seres queridos; y también cuál fue el destino final de sus restos. O dicho de otro modo, sería despojarlos de su derecho a la identidad y reconstrucción de su propia historia. Ejercitar la memoria no conlleva aspiraciones de revancha o venganza.
Aquellos que, como nosotros, transitaron por la dolorosa experiencia de no saber o saber a medias, de no haber tenido la prueba cierta de la muerte como es el cuerpo, de haber perdido a un padre, esposo, hijo, amigo, sin poder reclamarlo a riesgo de correr su misma suerte, sin poder despedirse, velarlo y darle sepultura, tenemos el derecho y también la obligación de luchar para que en medio de la tragedia de estas pérdidas injustificadas, se impongan la verdad y la justicia. Es que, relegarlos al olvido, importaría volver a matarlos.
Dicen los que lo conocieron, que Juan Carlos, nuestro padre, era un gran tipo, que le gustaba leer, escuchar y bailar música folclórica, divertirse; que era obstinado e impuntual, que con las palabras tenía un enorme poder de persuasión, que tenía una fuerte convicción religiosa, que sentía desapego por las cosas materiales. También dicen que quiso un país mejor y por eso luchó hasta la muerte.
Pero nosotros, sus hijos, que hoy tenemos más años de los que él tenía cuando murió, nos lo perdimos, como también se lo perdieron sus ocho nietos... Y la verdad, aún cuando su impronta y su mensaje se nos proyecta, no nos alcanzan los recuerdos de los demás, porque hubiésemos querido tenerlo, disfrutarlo. “
Su memoria es recordada por una placa colectiva colocada en el Octógono de la Facultad de Ingeniería Química de Santa Fe en 1996.
Baldosa de la memoria. El 14/09/2012 en la vereda de acceso a la Escuela Normal “Mariano I. Loza” de Goya, descubrieron la “Baldosa de la Memoria” que recuerda a Juan Carlos “Yacaré” Aguirre, refrendada por la Ordenanza municipal N° 1.629 (Programa Baldosas de la Memoria). Participaron del acto familiares, autoridades municipales, concejales, integrantes de “Memoria, Derechos Humanos y Solidaridad” (MeDeHS), el jefe del Batallón de Ingeniero de Monte 12, personal y alumnos del establecimiento, como así también compañeros de militancia. Luego, el concejal Juan Domingo González -impulsor de la ordenanza-destacó la lucha de numerosos militantes que perdieron su vida en la década del 70’. Y en ese marco, mencionó que “desde el 2003 se convirtió en una política de estado la defensa de los Derechos Humanos, lo que permite contar con la presencia de un Jefe del Ejército en un homenaje a un desaparecido”.
Sus restos fueron exhumados e identificados por resolución del Juzgado Federal N°1 de Tucumán mediante la intervención del Equipo Argentino de Antropología Forense en 2008