Néstor Américo BALLERIO «Flaco», «Colo»
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Había nacido en la ciudad de Ceres, en el norte santafesino, el 8 de febrero de 1950. Estudió arquitectura en la Universidad Católica de Santa Fe, donde comenzó su noviazgo con Marisa, estudiante de Letras en la misma Universidad, y también, su militancia en el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores). A los 27 años, ya casado y con dos hijos, trabajaba como obrero en la Embotelladora Pepsi de Paraná. El 27 de abril de 1977 fue secuestrado en su casa de Barrio Piérola, Paraná, junto con su esposa Marisa Cavallini. Fue asesinado y sus restos entregados a la familia el 8 de julio de 1977.
«Querido sobrino, te paso a relatar algunas cosas de tu papá, mi hermano Néstor, nunca pensé que tendría que hablar de él en un papel. Éramos muy unidos, compinches; me cubría cuando en la infancia hacía mis travesuras y me encerraban en el baño, donde lloraba como una loca, exagerando bastante... Y a pesar de que no me quedaba quieta en el baño, porque seguía haciendo de las mías usando el lápiz labial de mi vieja o abriendo todas las canillas o la ducha... Néstor no podía sentirme llorar, porque le hacía mal y yo lo sabía... Creo que especulaba con eso un poco y lograba mi cometido, estar lo menos posible en el baño. Él conseguía la llave y me abría, se jugaba como hermano. Fuimos de adaptarnos a las circunstancias y a la economía familiar, sin chistar, era tan bueno... Querido, en la primaria compartimos un año en la “Drago”, yo en 1er grado y él en el último o sea 6to grado. En esa época allí lo apodaban el “Colorado”. Le gustaba Serrat, Los Beatles, bailaba con los Iracundos en el Sargento Cabral o en el Friulano, de Salvador del Carril. Le gustaba fabricar cosas como agregarles al tocadiscos unos bafles grandes para la época, tenían que sonar fuerte y bien; le gustaba mucho la música. Llegó a ser profesor de acordeón y era el único alumno que en las vacaciones buscaba más deberes. Como futbolista era pata dura, nunca logró mi papá que se hiciera de San Lorenzo, era de Unión y de Boca. Lo vimos practicar softball, eso le salía bien. Era introvertido, inteligente, irradiaba mucha paz interior, muy pendiente de las necesidades domésticas de los demás; elemento de bazar que hiciera falta él solito lo traía por voluntad propia, y ¡que a Anita no le faltara el ventilador a la hora de lavar los platos! Cosa que a mí me daba lo mismo. Está bien, yo era más chica, andaba en otra... Pero veo hoy ¡qué diferencia con los jóvenes de 18 años! La forma en que afrontó la muerte de mamá, lo que se movió para sacarla a flote, y luego, cuando nos quedamos sin ella, con una mirada sabía cómo me sentía en ese momento. Me llevaba de colita cuando había una juntada de parejas alrededor de un asado de domingo. Fue un gran hermano, yo diría el ideal, y una gran persona. Fue mi primer amigo...» Un beso, Tía Estela
En 1968 soplaban vientos de renovación y las juventudes asomaban en el espacio público reclamando libertades. El mayo francés roería las pantallas que -aún en blanco y negro- preanunciaban el color y el calor de los clamores. En estas latitudes, con el estado de derecho perdido en 1966, con el injusto golpe militar -otro, esta vez cometido contra un presidente bueno, se respiraba la atmósfera que se densificaría con el «Cordobazo» y el «Rosariazo». El clima se comenzaba a percibir en fábricas y aulas, porque eran los obreros y estudiantes los que iniciaban las luchas y enarbolaban banderas primerizas. En la tranquila Santa Fe también se respiraban aires diferentes. Asomaban con timidez en las plazas y las calles lo que ya no se contenía en el interior de la academia. En esos primeros meses de 1968, con expectativas, comenzamos a estudiar Arquitectura, en la vieja casona de calle San Martín, cercana a los «Dos Chinos», Jockey Club y Club del Orden. Allí la confraternidad era alentada por la necesaria convivencia entre apretadas paredes, propia de una casona señoríal, inadecuada para actividades de facultad. Así aprendimos los primeros diseños y compartimos momentos que desembocaron en una amistad, a la cual se le agregó una dosis de profesionalismo al fundar un estudio entre algunos de nosotros. Néstor Ballerio, Mario, Juan Mario, Carlos y quien escribe -Hugo-, incursionamos en «Estudio 8», realizando trabajos profesionales, pero principalmente preparando exámenes, maquetas y láminas para presentar ante las cátedras. De todo el grupo, el «Colorado» Ballerio sobresalía por su afecto y circunspección. Atento en el taller, su único movimiento en clase era para acomodar el mechón rebelde, el que se desacomodaba más cuando conducía con enorme seguridad su Zanella 150 cc. Cuando organizábamos asambleas, toma de facultad o alguna marcha callejera, era el más precavido y poco toleraba que pasáramos tiempo confeccionando pancartas, banderas o algún inocente «miguelito». Néstor Ballerio sobresalía del resto, no sólo por el color del pelo, sino por la seguridad y la severidad de sus afirmaciones y convicciones, de las cuales nadie lo movería. No obstante, no trasuntaba de ninguna manera su compromiso militante dentro del grupo activista que integraba con Marisa, hasta que nos anoticiamos de su desaparición y muerte. También era el primero a la hora de la generosidad, debido a que era el auto de papá Ballerio el utilizado para visitar obras, trasladar materiales o las maquetas del taller, todos con las novias en los picnic de primavera en la Isla Berduc. Muchos años después su recuerdo se agiganta y vuelven los momentos compartidos alrededor del mate que giraba mano en mano, como también las ideas que debatíamos en momentos de futuro incierto. Retorna el tono de voz suave y modulada (nunca le escuché un grito, ni siquiera en las agitadas asambleas). También rememoró su paso firme y seguro en las marchas con banderas, la misma seguridad que aplicaba en cada gesto de su vida. Su joven vida se apagó, envuelta en igual generosidad de joven comprometido con la gente junto a la mujer que amó -Marisa- y con la cual soñaron mejores mundos para ellos y sus hijos.
/ Hugo
Néstor era un muchacho como tantos, delgado, estatura media, pecoso y ligeramente pelirrojo, de allí es que lo llamábamos el «Colorado» Ballerio. De mirada tranquila y sonrisa siempre presente, oriundo de Santa Fe, ingresó a Arquitectura en 1969, a la Universidad Católica de Santa Fe, ya que por entonces era la única Facultad de arquitectura de la ciudad. Néstor era humilde, sereno, no recuerdo haberlo visto irritado, escuchaba, dejaba hablar, y luego opinaba, breve, concreto. Pero esa serenidad indicaban tanto una personalidad sólida como convicciones firmes. Al poco tiempo de iniciar su vida de estudiantes, su rechazo a las dictaduras que gobernaban y un cada vez más fuerte compromiso social con las luchas que libraba nuestro pueblo, lo fue moldeando, desarrollando y llevándolo a una práctica cada vez más comprometida. Así como era él, simple, claro, sin largas disquisiciones. Su enorme inquietud y creciente compromiso político, lo llevaron por diversas experiencias de búsqueda. Formó parte del primer Centro de Estudiantes de Arquitectura que tuvo Santa Fe, se integró por breve tiempo al «Grupo de los 8», participó activamente en la lucha que llevó la Facultad de Historia, y ya para 1970 encontró en el PRT un lugar definitivo para su militancia revolucionaria. En este período conoció a Marisa, «La Petisa» como la llamábamos cariñosamente, con la que compartió su amor y su militancia. De ese amor nació un hijo, que era su canto a la vida, a la confianza en el futuro. En el '72 son detenidos y encarcelados por su militancia en el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). Y salen en libertad con la amnistía del 25 de mayo de 1973. El período de encarcelamiento, fortaleció las convicciones revolucionarias de ambos. Las condiciones políticas del momento hacían que militaran en la casi clandestinidad, por lo que a poco andar el Partido los envía a Paraná, donde finalmente la represión los asesina. Los que tuvimos el orgullo de compartir la militancia con ellos, atesoramos un recuerdo de los más preciados, lleno de amor y ejemplo de humildad, nobleza y compromiso. Verdaderos revolucionarios. Nunca los olvidaremos. Jua es recordada por una Placa colectiva en la Universidad
Su memoria es recordada por una Placa colectiva en la Universidad Católica y en el Colegio de Arquitectos de Santa Fe.