Graciela RUBIO
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Cuando me pidieron escribir sobre ella parecía fácil y sencillo, porque está muy fresca su risa, su amistad, soy un poco también por ella.
Graciela era linda, morocha, usábamos impresionantes plataformas y minifaldas, estudiábamos juntas y sobre todo nos divertíamos, las dos proveníamos de familias humildes así que estudiar era nuestra prioridad.
Su hogar era un hogar feliz. «Porota», la mamá, y Daniel, el hermano, con el que se adoraban. Alternábamos matemáticas y química con luchas estudiantiles, analizábamos el imperialismo y nos enfrascábamos en interminables debates con nuestros compañeros de estudios. El patio de su casa y de la mía, fueron testigos de esos descubrimientos de lo que existía más allá de nuestra querida Santa Fe.
Militamos en la JUP (Juventud Universitaria Peronista) porque ambas veníamos del peronismo... porque ¿cómo íbamos a quedar fuera de toda esa actividad?, marchas y movilizaciones, estudio, campamentos, trabajo solidario.
Graciela conoce a Fernando, un compañero del PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores), se enamoran y se va con ellos. La amistad permanece, las visitas, siempre disfrutando del dulce de leche, de la risa, del debate, del «meloneo» mutuo.
El compromiso absoluto con sus ideales continuó hasta el día de su muerte. Su entierro fue multitudinario. En lo personal, fue la primera pérdida... luego se sucedieron otras muertes, desapariciones, pero Graciela fue la primera.
La sigo extrañando, seguramente en este momento histórico ahí estaría... con su risa fácil, debatiendo, escuchando y preparando su única especialidad culinaria: salchicha con puré.
/ Stella
Me piden que escriba algo sobre la "Negrita", como yo llamaba a Graciela del Carmen Rubio. Detesto los panegíricos póstumos a que somos tan afectos los argentinos. Entre otras razones, porque las buenas personas no necesitan de las exageraciones para valorarlas.
Sí esa persona además era una joven militante política cuyo sesgo distintivo enaltecía lo mejor de nuestra condición humana, menos aún.
En este caso además de haber sido una buena persona y una joven militante política de los años 70, fue mi amor primaveral, ese que marca profundamente nuestra capacidad de querer y ser querido.
Intento sin embargo describirla, con la «objetividad» desapasionada que nos da el tiempo, con la «sabiduría» de quien se debate aún en el intento por comprender la convivencia de lo supremo y lo absurdo, lo virtuoso y lo miserable, lo amoroso y lo odioso.
En fin, con la mirada despojada de todo maniqueísmo, como si al final del camino la verdad nos deslumbrara con el descubrimiento de que nada es ajeno a la condición humana y que por lo tanto todos tenemos en diferentes proporciones vilezas y virtudes que hemos sabido cultivar, vencer y/o someternos para vanagloria y vergüenza propia.
¿Qué es lo diferente entonces en cada uno de nosotros? ¿Qué nos hace mejor a unos u otros? ¿O es como dice el tango: «todo es igual, nada es mejor»?
No tengo dudas, en que no obstante esta percepción de lo que tenemos en común en tanto especie humana, estas cosas en común se nos presentan no solo en diferentes proporciones sino también o por ende en diferentes jerarquías. Con lo cual, nada hay en común entre la vida apasionada, solidaria y vital de una joven mujer como fue la «Negrita», y la de sus verdugos.
No fue una joven brillante, si por brillante se entiende excepcional. Tuvo brillo propio, no fue excepcional porque lo excepcional fue esa generación de jóvenes que se multiplicaron por miles. Fue de esos jóvenes cuya abnegación y estoicismo militante opacan completamente los errores y sesgos unilaterales que también los identifican.
La «Negrita» perteneció a esa generación que intentó cambiar el mundo desde su lugar, con fervor, con pasión y convicción. Fue eso y mucho más que eso. Por supuesto que también la flaqueza, la duda, la tristeza embargaron en algún momento su espíritu, pero a quién no. Lo que enaltece a Graciela justamente, es que de su condición mortal y desde su vulnerabilidad humana haya podido elevarse a la estatura moral que conocimos en ella; que conviviendo con sus miedos haya enfrentado la vida del modo en que lo hizo.
No quiero cansar con lugares comunes convirtiendo a estas líneas en lo que quise evitar. Pero quiero agregar una última cosa para decir, que más allá de lo que expresó como joven militante política, fue también el sueño juvenil del amor ideal que encontré.
/ Fernando
Su memoria es recordada en una placa colectiva colocada en la Universidad Católica de Santa Fe