Raúl BRU « Oso »

Nunca supe muy bien el origen de su apodo: era un tipo grandote, pero nada exagerado. En realidad, su físico era el de un deportista, o mejor, el de un tipo al que le gustaba practicar todo tipo de deportes; tal vez la conjunción de su anatomía con un carácter alegre, bien dispuesto, respondía a la imagen del «oso bueno», esa que nos dejaron los dibujos y películas infantiles de casi cinco décadas atrás.

No obstante, en lo que no nos equivocamos es que esa identificación que quedó en nuestra memoria, que llevamos con nosotros hasta hoy, es la que define a Raúl Leonel Brú como un muy buen tipo, generoso, con predisposición -siempre- a dar abrazos de «oso bueno», con un compromiso y lealtad con todos, en particular con su propio modo de entender el mundo, a toda prueba. El Club 9 de Julio de Rafaela era su gran amor, al menos su primer gran amor. Como vivía en calle Lamadrid al 300 y el club está en Ayacucho, dos cuadras hacia el oeste -en tiempos de niñez todas calles de tierra- con «arcos naturales», los árboles en hilera, funcionales para jugar a la pelota, dividía su tiempo -tal como los demás chicos- entre el club, los pocos baldíos que quedaban y el «partidito en la calle» con los arcos que brindaba la naturaleza y la gente de Espacios verdes de la Municipalidad. Pero lo del 9 de Julio no era solamente un pasatiempo: jugó como arquero en las inferiores de fútbol, también en la reserva y -por lo tanto- fue suplente en alguna ocasión del titular en el equipo de «primera» que revistaba en la liga rafaelina. También jugó al básquet en el mismo club, pero poco tiempo y para ayudar a formar equipo ya que la institución dedicaba poco y nada a otra cosa que no fuera fútbol.

Pero la actitud del Oso era siempre esa: estaba bien dispuesto permanentemente para dar una mano, en este caso, a la institución de sus amores. A veces, cuando cruzo por la calle a quienes nos animaban los domingos de aquellos años, principios de los sesenta, cuando 9 de Julio era poderoso, con «jugadores de Santiago del Estero y todo», la imagen joven, con media sonrisa de Raúl, viene a mi encuentro. Las mañanas de la Escuela Rivadavia lo tuvieron siempre como un animador privilegiado, sobre todo en el patio y en los juegos compartidos.

Su vocación de servicio se reflejó en algo que nos impactó a todos cuando en el sexto de entonces, tuvimos que manifestar nuestros planes futuros, tanto relativos al estudio como al trabajo. Muchos, la mayoría -por aquello de estudiar algo «que fuese útil para defendernos en la vida»- elegimos ir para Perito Mercantil; otros, los menos, bachilleres, o técnicos en la «Escuela fábrica». Solitario entre los varones, el Oso dijo que quería ser… maestro normal. Aún él en el Normal -el famoso normal de «las hermanas Cossettini»- y nosotros en otras escuelas, aunque con menor frecuencia, seguíamos compartiendo aspectos de la vida: las salidas de fin de semana, la pileta del Club Independiente… y ya sobre los años 68, 69, volvimos las miradas hacia las «cosas que ocurrían en otras ciudades». Cuando en mayo del 69 irrumpió el Cordobazo, esos «20 días que cambiaron la historia reciente de este país» al decir de María Seoane, todos los secundarios de nuestra aldea previsible, formal y en cierto sentido aburrida, no sabemos muy bien por qué, nos dirigimos a la plaza 25 de Mayo, de la que eran cercanos todos los colegios de entonces como en cualquier pueblo o ciudad chica de provincia.

Los días que entonces transcurrían indicaban claramente que «algo pasaba» en todos lados, que ya nada sería igual… lo mismo que en nuestras mentes, aunque en éstas aún de manera confusa. Muchísimos chicos estaban allí, los del Normal, del Nacional, de la Técnica, del Comercial, del San José. El Oso también. Los años que siguieron fueron vertiginosos; pocos y con un encadenamiento en los hechos que hoy nos cuesta desmadejar. Pocos, pero tan llenos de vitalidad que aún proyectan su onda expansiva. Raúl empezó a trabajar con la gente de la Juventud Universitaria Peronista de la UTN de Santa Fe en 1971… entonces era el Ateneo Universitario, de raíz católica y opción peronista. Siempre tenía una humorada: todos lo recordamos por esa capacidad infinita de encontrar un motivo para que las cosas de esa vida tan dura y comprometida no fuera una carga sino un servicio, como lo había querido en aquella decisión que lo llevó a ser maestro Normal pocos años antes.

Todas sus compañeras y compañeros de la escuela secundaria, también los de la UTN, aún hoy cuando hurgan en sus memorias vuelven a los lugares comunes y sagrados de aquellos años compartidos -continuadores de la adolescencia sin ser adultos del todo- y ponen en valor su nobleza sincera, su buen humor que humanizaba la vida y su predisposición para servir… los tres pilares que daban sustento al camino emprendido de participación política. Los días soleados, de calles de tierra, de tribunas viejas, de afecto a raudales en «la normal», del despertar a mil cosas -pero sobre todo al compromiso con los demás, que siempre fue su rasgo distintivo- han pasado cronológicamente. Lo que no ha pasado es la presencia de un buen Oso, de un querido Raúl que está, aun cuando su vida haya quedado enredada allá en Córdoba, un día de diciembre de 1976.

/ Ricardo, compañero y amigo.

Escarbando en los cajones del pasado puedo rescatar una imagen tuya. Hoy, ya lejos y en una sociedad libre del miedo y del «algo habrán hecho» que me condenó al silencio y la vergüenza de la mirada con lástima, condescendiente de los que miraron hacia otro lado, puedo decir orgulloso: obvio que sí, ¡algo hicieron! Creer y trabajar para y por un futuro mejor y libre, más equitativo y justo. Entregar hasta la vida por defender su pensamiento y sus ideales, por defender la libertad y la vida. Raúl fue un hijo, hermano y amigo leal y noble, que sembró el recuerdo que perdura con una sonrisa más allá de la muerte. Participó activamente desde chico en su comunidad educativa y deportiva (Club 9 de Julio). Durante su adolescencia (16 años) fue «condecorado» por su valentía de sobreponerse al miedo y su compromiso al salvar una niñita de morir asfixiada.

Militó y trabajó junto a sus compañeros, políticamente, hasta el momento de su muerte. Tenía 24 años ese noviembre en que le arrebataron la vida intentando darme un mejor lugar donde vivir, creyendo y trabajando por el futuro y peleando por la libertad. Ese 2 de noviembre en la ciudad de Córdoba no pudieron doblegar su lucha. Hoy, 34 años después, te rescato del olvido. Dejo testimonio de mi orgullo de saberte una persona íntegra y entregada, leal y compañera… Tengo la cabeza y la barba disfrazada de blanco y me pesa ser diez años más viejo que vos, pero… dos pequeños nietos, destacados personajes de su comunidad por sus valores y compromiso son quizás un reflejo de tu lucha y vivo testimonio de que la sangre manda… Quizás, y es muy posible serán las que completarán con orgullo vuestra lucha… Papá, hoy más que siempre, más que nunca jamás… ¡Presente! Gracias

Mariano Javier Brú, su hijo, en 2010

Poesías a su hijo Mariano

Su memoria es recordada en una placa en la Facultad de Ciencias Económicas UNL y una columna en la Plaza de la Memoria de Rafaela

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