Graciela María de los Milagros DOLDÁN « Monina »

Nació en Santa Fe, el 19 de agosto de 1941, siendo la segunda hija de una familia de cinco hijos. El secundario lo inicia en 1955, en el Colegio del Calvario, donde también había hecho la primaria. Ese año en el que, con los bombardeos de junio, se iniciaba la etapa más terrible de la vida política argentina, nosotras, como alumnas de un colegio católico, festejamos el golpe de septiembre, creyéndonos, infantilmente ingenuas, lo de “libertadora”......

Luego, llegó Frondizi, laica o libre, por supuesto éramos “libres”, íbamos a las manifestaciones y nos relacionábamos con los chicos de otros colegios y las más grandes, con los del Ateneo. Esos fueron nuestros primeros acercamientos al mundo de la política, pero, en nuestra vida cotidiana lo que contaba eran las alegrías y travesuras juveniles en las que, Monina, era siempre activa participante.

Monina era rubia, baja, más bien gordita, simpática, alegre, excelente alumna, aunque nunca fue abanderada ni escolta, porque la competencia por una nota le era algo completamente ajeno, solidaria, de carácter fuerte, inclaudicable en sus ideas. Desde muy joven vivió sus relaciones como hija, hermana, amiga con intensidad y cuidado. Proyectando posteriormente esta vivencia en su visión comunitaria y participativa de la vida.

Lo más importante que nos ocurrió en esos años del secundario fue que nombraran Capellán al cura Catena, un hombre extraordinario, que nos enseñó el verdadero sentido del cristianismo: la justicia. Con él comprendimos lo absurdo de esa “caridad” de dar lo que nos sobraba, entendimos que eso del amor al prójimo significaba luchar por la dignidad de todos, él nos hablaba de la gente de la villa, de sus necesidades, de sus ilusiones, de sus esperanzas y desesperanzas. Nos llevó a conocer realidades que nos eran ajenas, nos enseñó a pensar, a reflexionar, a cantar, a disfrutar de la alegría de las cosas simples. Con él fuimos de campamento a Córdoba, y nos divertlamos mucho, escalábamos (el Champaquí), y cantábamos por las noches junto al fuego.

Monina ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Santa Fe, en 1960 y egresó en 1965. .En la Universidad siguió siendo muy buena alumna. Su certificado de estudios muestra “sobresaliente” en muchas materias y un promedio general más que bueno. El “tomarse la vida en serio” incluyó, sin duda para ella, su capacidad de goce, su incisivo humor su fundamental alegría por lo grande y lo pequeño, sus enojos y sus rebeldías. Cuando se trataba de oponerse a alguna injusticia, siempre Monina estaba en primera línea, ya desde la época de estudiante, tanto en el secundario como en la universidad. Era alguien de una extraordinaria integridad, muy querida y respetada por su bondad y coherencia. En esa época fue presidenta de la Acción Católica Universitaria (J.U.C.) y trabajaba en el centro de Estudiantes de Derecho, en cuya revista colaboraba.

En la Católica, buscábamos la guía espiritual de sacerdotes como Leyendecker, Tavito Vietti, Büntig, el Pepe Serra o el Gordo Aguirre, reconocidos por sus méritos intelectuales y personales. Cuando se recibió, fue de las fundadoras de la Agrupación de Egresados, ya en 1967, cuando comenzaba una etapa de gran activismo social y estudiantil. En ese momento, organizó con otros compañeros de promoción un estudio en Santo Tomé, pero poco después se instala en Santa Fe. Se dedicó al Derecho Laboral, siempre en defensa de los derechos de los trabajadores, y se ofrece para colaborar como abogada voluntaria en la CGT. En las largas horas de guardia en la CGT (planes de lucha de los '60) se organizaban Campeonatos de Truco, que Monina disputaba a los “muchachos” de Penissi.

También colaboró activamente en los Institutos del Colegio de Abogados, donde había pocas mujeres abogadas y su simpatía y dedicación tenían encantados a los solemnes directivos. Fue una de las primeras integrantes de la Asociación de Abogados. Esta Asociación surge a fines de los ‘60, con el fin de defender a los presos políticos de la dictadura.

“Todas las semanas se juntaban en alguna casa y se charlaba de política, entre mates, asado y algún vino en damajuana. No siempre las charlas eran pacíficas, el origen de cada uno daba para que la discusión a veces los encontrara enfervorizados hasta las 4 de la mañana. Pero eso sí, al que estaba detenido no se le preguntaba por sus ideas políticas. SÓLO SE LO DEFENDÍA.”

Testimonio de Laura De Greef. “ Libro Homenaje Derecho”

Pero no todo era estudio, política y militancia, a la Moni le encantaba viajar, sobre todo a dedo, de mochilera, así fue como en nacimiento de su primer sobrina y ahijada, allá por el '65, la encontró en Tucumán, y allí festejó el acontecimiento con las amigas. Descubridora incansable de gentes y paisajes recorrió la Argentina y países vecinos, adentrándose y compartiendo la vida y la cultura de otras regiones. También le apasionaban la playa y el voley, que jugaba en Regatas, pero, a veces esas dos actividades se juntaban en las arenas de Guadalupe.

Era muy generosa y bastante austera consigo misma, tenía poca ropa, aunque de calidad, siempre vestía mocasines, pollera gris y blazer azul, en verano chemises, cuando cobraba algunos pesos siempre compraba algo para su familia, especialmente para su mamá, Irma, por quien sentía una gran ternura, a través de ella se hermanó con el destino de las mujeres postergadas de esa generación.

En el 68 el Centro de Estudiantes de la Católica, el MEUC, inicia una huelga de hambre en apoyo a diversos reclamos estudiantiles, fundamentalmente el aumento de los aranceles. Ella se sumó y estuvo con el grupo con el que tiempo después se formaría el grupo inicial de Montoneros en Santa Fe.

El tema de la legitimidad del recurso a la violencia era un problema que se venía discutiendo en la Católica desde un tiempo antes, en cátedras y asambleas, acerca del derecho de resistencia a la opresión, sobre “la violencia injusta de los opresores y la justa violencia de los oprimidos que se ven obligados a recurrir a ella para lograr su liberación”.

Lucas Lanusse, en su libro “Montoneros, el mito de los 12 fundadores, al que pertenecen la cita anterior, dice que la resolución de formar la organización se toma en un campamento en Cavalango, Córdoba. Sin embargo, las amigas de Monina, recuerdan un campamento en Fortín Olmos, donde trabajó un mes junto a Los Hermanos de Foucault, del que regresa cambiada.

En la siesta santafesina, una de esas en que el calor agobia e invita al mate y la larga charla con los amigos, reunión en la cocina, Monina dice: “Mi vida va a cambiar, no soporto más algunas injusticias; creo que no alcanza con las denuncias y las marchas; no alcanza con la lucha reivindicativa; es un desgaste grande y todo sigue igual... “

Después de eso, aparecía poco por Tribunales, se retiraba de las reuniones sin hacerse notar, pedía que “cubriéramos” sus ausencias de asados y fiestas del Colegio, con diversos pretextos. Cuando el asalto al Hospital Italiano de Santa Fe, es detenida por algunas horas, igual que otros abogados de la Asociación. En febrero de 1971 se fue de Santa Fe. Había ocurrido un allanamiento en una quinta de Arroyo Aguiar, donde fueron detenidos algunos compañeros. A los pocos días, Monina, pretextando una beca en Chile, sale de la ciudad.

En carta a una amiga, con su letra, grande, gorda y clara, explicaba su decisión diciendo;

“hay cosas que a veces no conviene decir a nadie. No es porque queramos cuidarnos el cuero nosotros, todo el día lo tenemos expuesto, es por ustedes....... te extraño y extraño el voley y las charlas, tu casa....(los amigos)....es tan débil nuestra existencia que el amor es como alargar un poco la cosa. Nuestra vida es simple, vivimos pobremente y luchamos todo el día hasta morir por lo que estamos convencidos..... Nuestra entrega es total, hasta la muerte, estamos definitivamente por los pobres, explotados, por los que sufren. Nuestras vidas están por ellos en este proceso de liberación nacional...”

Su práctica política en los barrios de obreros de Córdoba (fundamentalmente los mecánicos ligados a la industria automotriz) la hizo desarrollar una conciencia de clase que, junto con su compañero, José Sabino Navarro, habían profundizado en las discusiones internas de Montoneros. Debido a esto, con la muerte del Negro, la responsabilidad político-militar de la columna es asumida por Monina (Teresa), que no comparte las decisiones tomadas en la organización desde cúpulas alejadas de la realidad política de los trabajadores concretos, que lideraban las luchas. La convicción de Monina hizo que liderara, en coincidencia con el proceso de discusión de compañeros presos, la constitución de la Columna Montoneros José Sabino Navarro en pleno 73, escisión política de la organización que anticipó un debate sobre la articulación de las luchas populares y las organizaciones armadas.

La lucidez y la coherencia de vida fueron una característica que mantuvo hasta el final, cuando decidió volver a las filas de Montoneros, sabiendo de los riesgos inminentes por el nivel de exposición que tendría al reingresar desde el trabajo de base. No obstante, tomó la decisión y se despidió de otros compañeros que no compartíamos el retorno a Montoneros, ella dijo que no podía volver atrás, que su lugar era el del pueblo peronista.

Meses después de la muerte de su compañero en las sierras de Córdoba, ella pasó por Santa Fe, contó a sus íntimas los terribles días vividos entonces, sola, enferma con neumonía, enterándose de su muerte por radio y esperando que vinieran a buscarla. Entonces, alguien inspirado en un relato de Monina acerca de la clandestinidad, que les exigía vivir un día en un lugar y al siguiente en otro y en otro, escribió un poema-canción que le gustó mucho y del que se pudieron reconstruir algunas estrofas:

"Yo que tuve el hogar que tuve

el lugar es lo de menos

allí donde vos andabas

iba mi hogar compañero.

Mi hogar fueron tus dos brazos,

puerta, caminos y cielo

y un par de miradas claras

y el corazón en el centro

Mi hogar fueron tus dos brazos

descubridor de tormentas

Adonde andarán tus brazos

abrazando el mundo entero

le das un hogar a tantos

mi negrito compañero “

En el 73 volvió a Santa Fe y pasó la Navidad con su familia y amigos. Seguía instalada en Córdoba, dónde trabajaba profesionalmente en Derecho Laboral, relacionada a los sindicatos. En agosto del 74, durante un viaje a Córdoba, se encuentra por última vez con sus amigas santafesinas. “Fuimos a las sierras-dicen- y nos comentó que volvía a las filas de Montoneros, que era la única organización que podía tener peso en la coyuntura, que la “derechización” era un hecho y ningún otro grupo organizado podía oponerse eficazmente. Todo lo que argumentamos para disuadirla fue inútil”.

Luego vinieron noticias aisladas, hasta un día de abril del "76 en que en forma confusa se supo que estaba desaparecida. Los testimonios de sus compañeros de prisión, que la conocían además como “la Gringa” o “la Petiza”, “la Gorda” o “la Gorda Sabino Navarro”, hablan elocuentemente de su grandeza de alma. Dice una sobreviviente de La Perla: “Estuvo secuestrada en La Perla hasta febrero de 1977, cuando la fusilaron, junto a otras dos personas. Esa semana llevaban para fusilar a tres personas por día, para que “alcanzaran para todos los oficiales de la nueva promoción”, dijeron. Antes de llegar a ese momento quiero recordar algunas cosas sobre cómo vivió ella adentro: era plenamente consciente que el destino planificado para los secuestrados era la muerte. Tuvo una actitud muy humana en el sentido más pleno de la palabra. Ayudó a todos los que pudo a que estuvieran mejor, levantando el ánimo, retando a quienes decaían, abrazando, mimando cuando podía. Era muy prolija con su imagen: cada mañana, con la venda puesta, se peinaba, arreglaba lo mejor que podía y quedaba así, sentadita, erguida todo el día. Cuando por debajo de la venda una vez vio a una amiga acostada en la colchoneta, hecha un ovillo, le susurró * así no, derechita y bien arreglada para no perder la moral y demostrar que seguimos fuertes”.

Adentro, lideró un intento de organización y resistencia, en condiciones casi imposibles por la venda, la inmovilidad, el traslado continuo de gente. Pensaba mucho en la gente que estaba viva afuera, militando, y que iba a ser secuestrada. Quería evitarlo desesperadamente. Dijo: “las caídas no son aritméticas, son geométricas, en poco tiempo van a caer todos por la cita o contactos, hay que hacer algo”. Pensaba que la única manera en que la gente se salvara del secuestro era que cada uno se dispersara y cortara todo contacto organizativo, hasta que las condiciones cambiaran. Trató de convencer a los militares de que la organización era mucho más fuerte de lo que era, que era imposible que lograran secuestrar a todos, para que intentaran otros métodos, pero estaba convencida de que en poco tiempo todos caerían si nada se modificaba afuera. Los militares le propusieron dar una conferencia de prensa. Ella pensaba aceptar pero no en los términos de los militares sino en los suyos: decirle a la gente que debían dispersarse en esa etapa para que así se salvaran del secuestro y la muerte. Nunca pensó en salvarse a sí misma sino que era un intento desesperado de que afuera hubiera una reflexión y la gente rompiera contactos organizativos. Sí, quería incluir a militantes de bajo nivel en la conferencia, “perejiles” para tratar de protegerlos. En un momento los militares se convencieron de que no necesitaban desmoralizar políticamente pues les sobraban fuerzas para secuestrar y matar a todos los militantes organizados, que era mejor que siguieran así, contactados, para poder localizarlos. Decidieron no hacer la conferencia de prensa.

Fue un intento desesperado. Pero lo peor es que afuera no hubo reflexión. Adentro, los militares sí se dieron cuenta de que ella intentaba manipularlos dando una imagen de la organización más fuerte de lo que era, para hacerlos cambiar de “método” y dar tiempo a que “afuera” se dieran cuenta de lo que estaba pasando. Tenía mucha ternura por los jóvenes secuestrados, por los militantes “perejiles” .. ella decía... “yo ya no quiero vivir habiendo visto a tantos chicos perejiles morir”. Adentro no se perdía en disquisiciones ni frases hechas, solo pensaba en la gente, la gente que sufría adentro y la gente que todavía estaba afuera. Era su principal preocupación. Ayudó a todos los que pudo, no perdió la sonrisa, ni el humor, ni la ironía, ni la ternura, ni la fuerza, ni la humanidad. Una vez la llamaron en medio de un traslado para fusilar, y luego le dijeron que era una broma. Le preguntaron cómo se sentía. Ella dijo “soy un ser humano, cómo te sentirías vos en mi lugar? ...esto que vivo desde hace tanto no se lo deseo ni a mi peor enemigo”.

El día que se la llevaron lo intuía. Después de comer solía dormir un ratito. Ese día una amiga le preguntó: “vas a dormir?” Contestó “No, hoy me vienen a buscar y quiero aprovechar las últimas horas de vida que me quedan, para pensar”. Además dijo “Nena, te van a venir a ver después de que me maten para regodearse con tu llanto, por favor no llores, no les des el gusto”. Ante su fusilamiento expresó una vez más su dimensión política, al decir al jefe del pelotón de fusilamiento: “en Ud. me despido de toda la humanidad”.

/ Testimonio de los amigos y amigas de Monina.

Su memoria es recordada en una placa colectiva en la Universidad Católica de Santa Fe

El 27 de agosto de 2010 en un acto organizado de manera conjunta por la Secretaría de Derechos Humanos de Córdoba, la Comisión Provincial de la Memoria y el Espacio para la Memoria y la Promoción de Derechos Humanos La Perla, se descubrió una placa que dice: “Los que viven en la memoria del pueblo jamás desaparecerán… seguimos luchando por construir el país que soñaron”

Los responsables de su secuestro y asesinato fueron juzgados y condenados en la Causa «Menéndez III» La Perla

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