Jorge FERRARIO
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Jorge era rosarino, vino a Santa Fe para estudiar en el Instituto de Cine de la UNL. Su papá, trabajaba como mozo en el Restaurant Ritz, un comedor muy conocido de Rosario, donde él también trabajó un tiempo como ayudante de cocina. Con su papá tenía una relación un tanto conflictiva, no sólo porque no aceptaba su militancia, sino que el padre no entendía eso de querer estudiar cine, pudiendo hacer alguna cosa más normal, como abogado o médico, por ejemplo.
Lo conocí más o menos en el 72, cuando vengo, también desde Rosario, a estudiar en el Instituto de Cine de Santa Fe, cosa que no logré hacer, ya que al poco tiempo, lo cerraron. Además de estudiar, Jorge trabajaba en la por entonces más prestigiosa casa de fotografía de Santa Fe: Mario Platini, por lo que recibió el sobrenombre de «Fellini» como doble mención a su trabajo y estudio. Su esposa Bety, con la que vivía por la zona de General Paz y Salvador del Carril, tenía una guardería infantil, esto era más o menos por el 73 pues ya había nacido su hija Bárbara. Ella lo acompañaba en todo; él era un gran militante, un militante de fierro, con pasión y entrega por la causa revolucionaria.
Es una de las personas de las cuales guardo el mejor recuerdo, un tipo muy íntegro, sin dobleces, muy abnegado, siempre dispuesto a hacer lo que se le pidiera, sin poner excusas, aunque las tuviera. Al respecto recuerdo una anécdota que lo pinta entero: resulta que había que hacer una operación en Rosario, se requerían varios días de permanencia en esa ciudad, una semana o más. El problema era justificar esta situación en el trabajo; él, en lugar de decir “no puedo”, se consiguió un certificado médico, se hizo enyesar el brazo y se presentó así solicitando licencia. Posteriormente, Platini estaba muy contento, chocho, por la rápida recuperación y el retorno de su empleado.
En el 74, como consecuencia de la caída de unos compañeros, debemos irnos de la ciudad, Jorge y su esposa, yo y la mía y el «Yoyi» Goizueta, estuvimos primero por la zona de Baradero y luego nos trasladan a Buenos Aires. La situación era bastante precaria, no teníamos domicilio fijo, dábamos vueltas por la ciudad y eso era mucho más complejo todavía porque lo hacíamos con un bebé, al que había que cambiar en los baños de los bares y dar de comer por cualquier parte. Eso duró unos 15 días hasta que a mí y a «Yoyi» nos trasladan. Ya no volví a verlo, ni a saber nada de ellos, hasta que un día, en un diario veo la noticia de su muerte en un “enfrentamiento”. / Jaime
El 18 de febrero del 76 viajaba en un Fiat 125 blanco con tres compañeros cuando fue interceptado en el barrio de Flores, por una patrulla de la Superintendencia de Seguridad Federal. Trataron de escapar y tras circular varias cuadras por Rivadavia, el Fiat fue baleado desde los patrulleros y chocó. Los cuatro militantes quedaron atrapados entre las balas de los policías. Si bien los efectivos dijeron a la prensa que habían encontraron armas de grueso calibre entre sus pertenencias, testigos hablarán años más tarde de una ejecución sin atenuantes. Junto a Jorge murieron Carlos Marcotte, Luis Titunik y Raúl Uhalde todos militantes del OCPO. / Colectivo Ex Presos Políticos y Sobrevivientes - Rosario
«Jorge se había recibido de periodista en Rosario, donde conoce a mi tía, en el actual ISET N° 218, cursaban juntos. Luego vino a Santa Fe para estudiar cine. Será en la Escuela de Cine, donde se integrará a un denominado Grupo de Base, para pasar luego a formar parte de FAL 22, sumándose luego a Poder Obrero de Santa Fe, (quizás a través de Franklin «Yoyi» Goizueta, desaparecido en el 78). Este grupo, a nivel nacional, será conocido como OCPO (Organización Comunista Poder Obrero) conformado por gente de Córdoba, Buenos Aires, Tucumán, La Plata, y demás. / Su sobrino. (Quien también ha reflejado la realidad familiar en un texto que agregamos en Anexos)
Saber.... Me lo contaban las tías viejas, las tías abuelas... por eso tampoco puedo creer que sea tan cierto, que no tenga una pizca del romanticismo que todas ellas tenían, que no exageraran, que no lo pintaran con el color que a mí más me gustaría ver... no sé, pero ellas lo contaban así, con los ojos llorosos... Me lo imagino, porque en realidad nunca lo recordé... y eso que tengo buena memoria, muy buena dicen todos... pero esa escena no la recuerdo como propia, la tengo en mi cabeza, pero sé que es una reconstrucción en base a cosas que me contaron las tías... y mi propia abuela, su madre... No sé cuántos años tendría, más de tres, seguro... también menos de cuatro, porque de otro modo lo recordaría... dicen que puse una flor en su tumba... y que no sabía leer... entonces menos de cuatro, seguro... porque a los cuatro hubiera podido leer su nombre... Fue sólo una vez... no sé por qué no me llevaron más... tal vez mi madre les dijo, tal vez ellas se impactaron demasiado, tal vez yo no quise ir más... nunca me gustaron los cementerios... Sin embargo, con los años... sé que fue un alivio saber que dejé esa flor en su memoria, en un lugar concreto... un lugar que les permitió a las tías visitarlo, y llorarlo... un lugar que le dio tranquilidad al dolor de mi abuela, su madre... estaba ahí, donde yo alguna vez dejé esa flor, sin saber leer su nombre... Los restos del hombre que alguna vez fue mi padre, están en un lugar, quedaron en un tiempo, detenidos, y fue terrible, porque lo mataron... su alma se desparramó un febrero gris en una ciudad gris de un país gris del Río de la Plata... junto a otros jóvenes que luchaban por febreros, ciudades y países luminosos y libres... pero las madres, las compañeras, las hijas, pudimos hacer el duelo, llevando flores, sólo una vez, o muchas veces, o nunca.... pero pudimos, porque supimos... y seguramente perdonamos un poco más... Hoy siento que ese recuerdo construido con las palabras de las tías, es tan importante, tan necesario... porque otros no lo tienen, y sobre todo, porque hay muchos a los que no les importa que haya quienes no lo tengan... Yo sé donde está.... y el dolor es entonces un poco más tolerable en los días de nostalgia y de preguntas... yo sé qué le pasó... y el rencor casi no existe... por supuesto que me gustaría que la justicia responda, que juzgue... pero no siento odio, porque sé... sé cómo pasó, dónde, cuándo... los que lo hicieron andarán con esa carga por esta vida, o por otra... Qué cosas me contaban las tías!!! pero a pesar de ser tan chica, no me ponía triste... sabía que él estaba muerto, y en definitiva, aunque no me daba cuenta por qué... era bueno saber dónde estaba... era bueno saber... / Bárbara, hija
Su memoria es recordada por una placa colectiva Instituto de Cine de la UNL