Osvaldo Sigfrido DE BENEDETTI
En el momento de salir de casa me sorprendió ver a mi hermano mayor, Osvaldo, hablando con nuestra madre en el zaguán. Era extraño porque habían cerrado la puerta cancel como si hubieran querido aislarse. Al pasar al lado de ellos oí que Osvaldo decía: “dependerá de Uds. que continuemos viéndonos”, Cuando más tarde y hasta ahora hemos querido ponerle una fecha a este hecho no logramos hacerlo. ¿En el 66, 67, 68?
Mi mamá, sólo se acuerda que Osvaldo tenía 17 años y Gabriel 15 cuando la revolución entró de lleno en nuestras vidas. ¡Cuántas veces! Mamá, evocó esa conversación, en la que Osvaldo le explicó que había decidido entrar en una organización política con el objetivo de tomar el poder para transformar la sociedad, luchar contra la injusticia y erradicar la miseria. Al mismo tiempo, él era consciente de que los poderosos no aceptarían perder sus privilegios sin resistencia, que los riesgos eran grandes y que muchas veces los primeros caían. Ante su mirada angustiada, Osvaldo había agregado que se iba a cuidar y que no quería poner en peligro a la familia, por eso, dependería de nosotros el que continuáramos viéndonos.
Hasta ese momento habíamos formado parte de esas familias casi sin historia como la mayor parte de la clase media argentina de los años 60. El camino parecía trazado de antemano: Mis hermanos sin dudas serían más tarde profesionales como nuestro padre y yo, en tanto que mujer, hubiese realizado estudios “sociales” o formado parte del cuerpo docente, o quizá sería la esposa de un profesional, ama de casa y madre de familia. Nuestros padres nos criaron con completa libertad. Ellos nos explicaban lo que estaba bien, lo que estaba mal. Nunca utilizaron otra forma de educación que la palabra. Me acuerdo de peleas memorables de mi mamá con los curas y monjas de las escuelas católicas que frecuentamos en los primeros años de la primaria, a causa de las penitencias que imponían y por lo que se decidió que pasáramos a las escuelas públicas.
La casa familiar estaba situada en la esquina de Sarmiento e Ituzaingó, Barrio Candioti. Es increíble la cantidad de anécdotas que circulan alrededor de mi familia y de esta casa, que estaba siempre llena de gente. A pesar de la pésima comida de mamá los amigos venían y volvían a venir. En esa casa se reunían primero todos los chicos del barrio, creo, que era la única en que podíamos jugar a la zapatería y a los indios y cowboys sin que nos reprendieran por el desorden; más tarde fue lugar de reunión de los familiares de presos políticos, albergue de militantes huyendo de otras provincias, y también refugio de jóvenes vecinos “exiliados” de sus hogares. Fue sin lugar a dudas una de las casas más allanadas de la ciudad, todo daba motivo para que la policía viniera y revolviera todo, sabían donde estaba guardado el material prohibido, iban directamente a buscar volantes, libros y afiches.
Más tarde, cuando Osvaldo y Gabriel ya no estaban en casa, las bombas hicieron su aparición, sacando a nuestros padres de la cama y despertando la solidaridad de los vecinos que corrían para llegar antes que la policía preguntando “Élide, Osvaldo ¿Tienen algo que esconder?” Aunque papá era médico y en esa época un médico era considerado “alguien”, nosotros vivíamos de forma muy modesta. Había una gran austeridad en la casa aunque siempre tuvimos muchos libros. La lectura era una de nuestras distracciones favoritas, como lo eran las charlas con los amigos y asolearnos en la costanera en verano. Los chicos pasaban horas jugando a la pelota en la esquina, en esas épocas el automóvil no era todavía el dueño y señor de las calles del barrio. Además siendo socios del Club de Regatas, ellos participaban de las actividades deportivas, remo, water polo, natación, que eran un verdadero semillero de amigos.
A papá lo llamaban el médico de los pobres, muchas veces las visitas se las pagaban con un pollo, un pescado, un paquetón de naranjas y no nos asombraba llegar a casa y encontrar un linyera almorzando en la sala de espera. Mamá acababa de servirle uno de sus “famosos arrocitos” en la mesita redonda de la entrada, pero, era sin duda un protegido de papá. Desde chicos mis padres nos habían inculcado el respeto por los más débiles y pobres. “El amor al prójimo, el amor al prójimo” repetía papá. Y hasta el cura de la Iglesia de enfrente, a pesar de no vernos nunca en misa, decía que la Sra. De Benedetti era la mejor cristiana del barrio. Por eso, cuando la militancia llevó a los muchachos a “expropiar un camión cargado de carne o de leche para distribuir la mercadería en los barrios humildes, para ellos no fue más que la continuidad lógica de aquello que habían visto en nuestra infancia.
Escribir sobre Osvaldo —el Tordo y Gabriel —el Tordito hace que la costra apenas cicatrizada vuelva a sangrar. Por eso prefiero detenerme en las anécdotas de nuestra niñez y adolescencia antes del paso de Abbadón el exterminador. Osvaldo respondiendo en COVEIQ (el concurso de preguntas y respuestas organizado por los estudiantes de la universidad); cantando en el coro, aprendiendo a tocar el acordeón a piano, como cantante folklórico con los amigos del barrio y después como orador en las asambleas universitarias, organizador de acciones espectaculares de propaganda.....
Eran las épocas de Onganía, de manifestaciones casi cotidianas, de reuniones tardías, de entusiasmos, de sueños, que rápidamente nos llevaron a alejarnos de la casa familiar para militar en lugares diferentes. El Tordo que participa del V Congreso del Partido donde se resuelve la creación del ERP, ocupa rápidamente importantes responsabilidades dentro de la organización, lo que le vale lamentablemente mucha publicidad, su nombre y su rostro aparecía en diarios y afiches que bajo el rótulo de “Buscado” lo presentaban como enemigo de la sociedad cuando él era solamente un gran enemigo de la injusticia social.
Para mí siempre fue el hermano alegre, juguetón, que sabía hacer todo, excelente alumno, hermano, hijo, esposo y padre amoroso. Osvaldo era el compañero de Liliana y padre de dos hijos varones que casi no tuvieron tiempo de conocerlo. Uno de los únicos recuerdos del hijo mayor está asociado a una capilla donde se realizaban las visitas de los familiares en una de las cárceles por donde pasó. El menor, de pañales, no tiene ningún recuerdo. La primera vez, abril del 72, es detenido en Buenos Aires y sale en libertad con la amnistía de Cámpora, no regresa a Santa Fe y vuelven a detenerlo a fines del 74 en Tucumán. El Tordo conoció prácticamente todas las cárceles del país: el Buque Cárcel Granaderos, Devoto, La Plata, Rawson, Córdoba....
En el 78, cuando tenía 30 años, es retirado de la cárcel de Rawson, llevado a la unidad penitenciaria de Córdoba de donde es sacado por orden de Menéndez y Bussi, con el silencio cómplice del juez Manlio Martínez, es fusilado el 21 de julio. 30 años más tarde las expresiones de cariño y de admiración por Osvaldo continúan emocionándonos. Un día un compañero se me acerca. Al enterarse de quién era yo comienza a llorar y me pide disculpas diciéndome entre sollozos que no podía evitarlo, él había compartido la cárcel en Rawson y en Córdoba y dijo: Osvaldo había montado una escuelita y era él quien le había enseñado cómo comprender la política internacional.
Un antiguo compañero de facultad, en Rosario, agregaba que era un “bocho”; otro decía “él lo sabía todo”. Me permito transcribir una parte de la carta que los antiguos compañeros de cautiverio enviaron a mis padres exiliados en Francia. Cuando la escribieron hacía 21 años que había sido asesinado. Ellos señalaban: ...“ Que el recuerdo Osvaldo Sigfrido es de verdadera satisfacción. Que ha sido un honor el haber compartido el cautiverio con una persona de tan relevantes cualidades y prendas personales, dotado de tan clara inteligencia y vivacidad, de brillante simpatía. Estamos persuadidos que esta caracterización que estamos haciendo era compartida por el conjunto de quienes allí habitábamos forzadamente.....siempre nos hemos considerado amigos (en la más rotunda expresión) de Osvaldo a quien hemos querido entrañablemente. Tener la satisfacción y el privilegio de decirlo así hoy a sus propios padres, llena enteramente nuestras expectativas de este momento de evocación”.
/ Su hermana Emma
Su memoria es recordada en la Escuela Industrial Superior mediante una placa y Baldosas por la memoria en la vereda del establecimiento
También se lo homenajeó en el Cementerio del Norte, convocado por familiares y la Asociación de Ex Presos Políticos de Tucumán, colocando una piedra recordatoria en la tumba donde yacen sus restos.
Los responsables de su Osvaldo fueron juzgados y condenados en la Causa De Benedetti-Tucumán.
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