Néstor Hugo CHERRY
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Néstor Hugo Cherry nace el 19 de julio de 1955 en Junín (Buenos Aires). Lo llamamos familiarmente Hugo. Luego le conocimos dos apodos de su época del Industrial: «La Pepa» y finalmente "Facundo". Hijo de Néstor Juan Cherry y Noemí Carmen Geiser. Su papá tuvo participación gremial en ATILRA (Sindicato de la Industria Lechera) y atesoraba el recuerdo de esa militancia en los años de la resistencia peronista. El legado materno fue la educación cristiana y la entrega desinteresada, el amor en todos sus actos.
Había nacido con fisura labio palatina, en tiempos en que era difícil su tratamiento. Tuvo muchas cirugías y estadías en hospitales. Como secuela de ello, varias cicatrices y algunas dificultades en el habla. Siempre fue muy buen alumno. Hizo la escuela primaria en la Escuela de Nuestra Señora de Guadalupe y el secundario en la Escuela Industrial Superior. De allí egresó en 1974 como Técnico Electromecánico.
Participó varios años en grupos de scouts cristianos; allí probablemente se desarrolla su inquietud por los temas sociales, la solidaridad, la necesidad de cambios revolucionarios. En el Industrial milita en la UES, y en sus últimos años tiene estrecho contacto con el Director Barber; quien intenta implementar cambios realmente revolucionarios en metodologías y contenidos. Cuando egresa se inscribe en la Universidad Tecnológica aunque manifiesta -no recordamos si se inscribió o no- su interés por estudiar paralelamente Filosofía en la Universidad Católica.
Trabajaba como instalador eléctrico. Siguió vinculado a Montoneros. El 18 de julio de 1976 fuerzas conjuntas de ejército y policía allanan el domicilio familiar de calle Ayacucho. Se llevan libros y ropa (un uniforme de boy scout de Hugo y la boina con escuditos e insignias que usaba con el uniforme). Esa noche no estaba en casa por precaución; nos había dicho que un compañero de militancia había caído preso y estaban buscando a casi todos los conocidos. Cuando le avisamos lo sucedido, él decide no presentarse ante las fuerzas de seguridad y pasa así un año escondido en diversos lugares, incluso en casa de familiares. Sus padres le propusieron arbitrar los medios para que pueda irse del país. A esto él respondía que no podría con su conciencia, no podía dejar aquí a sus compañeros. Finalmente, el 19 de agosto de 1977, estaba parando en casa de su tía Lelis, a la vuelta de la casa paterna. Sale de allí —iba a encontrarse con algún compañero y no regresa más. Nunca tuvimos información.
Era tranquilo, sensible y de una gran inteligencia. Recuerdo haber aprendido mucho de él. Todo lo posible de un hermano seis años mayor, admirado, cuando se tienen entre 12 y 15 años. Si bien me inclinaba más naturalmente por las humanidades, elegí el Industrial por el amor que se desprendía de él hacia esa escuela y por sus compañeros. Me ayudaba con las láminas que tanto me costaron en mi primer año, pero —a pesar de mis reclamos sólo un poco, lo justo, quizás para que pudiera ser independiente y aprender. Me acuerdo de dos de sus compañeros de militancia en la escuela Alberto y Aldo (Alberto Solé y Aldo Partida); dos tipos buenazos, también desaparecidos. Escuchaba a Los Beatles, también Manal y Quilapayún. Coleccionaba las revistas de historietas D'artagnan, particularmente las historietas de Nippur de Lagash y Gilgamesh. Y la revista PELO; tenía la colección casi completa. Iba bastante al cine, era socio de Cine Club y del Núcleo Joven. Fui con él algunas veces y me sentía muy orgullosa cuando veía alguna película prohibida para 14 y me colgaba de su brazo y la conversaba con él.
Teníamos un mueble biblioteca que había sido de nuestra abuela materna (y aún hoy está) repleto con sus libros. Me convencía casi silenciosamente de que leyera algunos; recuerdo haber descubierto así «La Madre» de Máximo Gorki. También a Leopoldo Marechal y Cortázar. Miraba con respeto otros que me parecían menos atractivos, como uno sobre la vida de Marx y otro con textos de Bakunin; alguna vez le pedí que me contara sobre ellos y sobre por qué militaba y con su explicación sentí que un mundo mejor estaba al alcance de la mano, que no habría otra alternativa de pensamiento justo.
Cuando allanaron nuestra casa y él pasó un año «prófugo» yo tenía 14 años. Hicimos un asado en una quinta cuando cumplí los 15 y recuerdo que sólo esperaba que él pudiera estar ese día con nosotros. Por suerte a la tardecita, llegó. En los últimos tiempos, creo que él incorporaba la certeza de que no había una revolución cercana, y que iba a ser difícil salvarse. Luego de su desaparición, y durante unos tres o cuatro años, él estaba en casi todos mis sueños, compartiendo como una figura silenciosa los acontecimientos. Siempre era igual; estaba en casa y a veces nos comunicábamos, pero no entendía por qué los demás no podían verlo.
/ Teresita, su hermana, que amplió su relato en HERMANO - Fragmentos en torno a una desaparición
El recuerdo de los compañeros
«La Pepa» era muy inteligente pero no hablaba en público, por su labio leporino. Hablaba bajito, no se le entendía nada, pero cuando le agarrabas la vuelta era un placer hablar con él. Leía mucho, siempre nos traía cosas para ver, íbamos a su casa a leer. Era un gran militante, lejos fue el más responsable de todos, uno se iba de joda, tomaba unos vinos, pero «La Pepa» se quedaba a leer, estudiaba. Fue realmente la conducción de nuestro grupo, interpretaba, guiaba. Nos decía «si quieren ser buenos militantes tienen que ser buenos estudiantes». Sabía explicar y bajar los conceptos, las ideas.
Era un compañero muy comprometido y muy arriesgado, fue a mi casa estando yo preso en Coronda, a ver a mi vieja y saber de mí. Ella, esperó que nadie escuchara en el locutorio para contármelo; era muy arriesgado. Él era muy buen estudiante, tenía buenas notas, era muy responsable, se hacía tiempo para todo. A muchos pibitos los charlaba y los convencía. Siempre decía «hay que distinguir entre lo ideal y lo necesario» y «las compañeras son para después de la revolución», era muy introvertido. A «La Pepa», lo vi en 1976, anduvimos dando vueltas por el interior de la provincia, escondiéndonos, durmiendo en cualquier lado. / Froilán
Sus padres, Néstor y Noemí, fueron activos miembros de Familiares de Desaparecidos en la ciudad de Santa Fe, y como tales sufrieron el control y la perscución de los servicios de inteligencia. Su hermana Tere ha contribuido con trabajos artísticos y audiovisuales a conservar sus memorias
Su memoria es recordada en la Escuela Industrial Superior con una placa y baldosas por la memoria
Los responsables de su secuestro y des-aparición fueron juzgados y condenados en la Causa Acumulada Santa Fe