Reynaldo BRIGGILER «Pepo»
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Editorial EL PERISCOPIO - Libre de reproducirse con mención de fuente
Reynaldo Ramón José Briggiler era un nombre demasiado largo para un niño quizás por eso fue siempre «Pepo» para quienes lo conocieron y amaron. Nació en un pueblo de inmigrantes cercano a la ciudad de Santa Fe, San Jerónimo Norte, un 19 de marzo de 1952, en un hogar integrado por los padres y dos hermanas.
Los estudios primarios los realizó entre la Escuela Inmaculada Concepción y la Escuela Normal Gral. José de San Martín, los secundarios en el Liceo Militar hasta la mitad de 4to año en que fue expulsado de ese instituto y pasa al Colegio Simón de Iriondo donde al año siguiente se recibe de Bachiller. Era un joven tímido, no muy conversador, introvertido al que le gustaba leer y jugar al rugby, jugó para el Liceo Militar y El Quillá, dónde también fue nadador. Pero, por sobre todo le gustaba estar con Ana María, su novia de siempre.
Ana María cuenta: Nos conocimos porque estudiaba con mi hermano en el Liceo y después se hizo de nuestro grupo, así fue que el 6 de enero del 66 nos pusimos de novios, él tenía 14 años y yo 13. Nos veíamos los días miércoles en el Liceo porque yo iba a almorzar con mi hermano y los padres de él lo iban a visitar, así que cuando terminábamos de comer me juntaba con él y otros cadetes, salía los viernes hasta el domingo a la noche, entonces íbamos al cine Garay que quedaba cerca de mi casa, o a bailar con la hermana de él que era mayor de edad, su novio, la prima y el suyo. Pero, cuando estaba sancionado nos veíamos cada 15 días, si es que la madre lo dejaba, porque muchas veces la penitencia de ella era que no me viera, así que a veces no podíamos vernos ni salir por tres semanas seguidas.
Esa fue la adolescencia en Santa Fe. Al finalizar el secundario se fue a estudiar Psicología a Rosario, allí comenzó a militar, seguía siendo el mismo chico introvertido, callado, sin problemas con nadie, lo único que cambió fue que nos veíamos únicamente una vez al mes porque estudiaba y trabajaba y yo no podía viajar todos los fines de semana. Un día me propuso que nos casáramos, se lo dijimos a nuestros padres y nos unimos el 28 de abril de 1972. Eran épocas duras. El país, que ya había pasado por Cordobazos y Rosariazos, seguía convulsionado, pero los jóvenes estudiaban, trabajaban, proyectaban y soñaban con el mundo que ayudarían a construir y que seguramente sería mejor.
Una noche o mejor dicho una madrugada estábamos durmiendo, de pronto nos abren la puerta del dormitorio, ¡fue la primera vez que lo vi saltar de la cama! Era la policía, nos llevan detenidos a nosotros y a todos los habitantes del departamento y de los otros departamentos, en total 19 personas que entramos a la Jefatura de Rosario, era el 3 de junio del 72. Estando detenidos nos separan, las mujeres por un lado, los hombres por otro, en cierto momento entra un chico que vendía alfajores, compro un paquete para mí y le mando otro a él, al rato vuelve el muchacho y me dice que no lo ubica, que allí no está… A las 48 hs nos sueltan a todos pero de Pepo no se sabe nada, comencé a buscarlo en todas las comisarías y lugares donde se me ocurría que pudiera estar y nada, recién el 22 me dicen que está en Jefatura y me lo dejan ver, me pide que no me preocupe que me cuide, yo estaba embarazada, y vuelvo a Santa Fe.
El 3 de septiembre estaba mirando el noticiero de la TV cuando lo mencionan y dicen que él había matado al Gral Sánchez, me descompongo y el 9 nace nuestra hija María Eva. Lo trasladan a la cárcel de Devoto y yo sólo podía ir una vez al mes porque económicamente no estaba bien, cosa que Pepo no sabía. Una de esas veces que voy de visita, estando en un pabellón grande todos los presos con sus familiares, le doy la gran sorpresa, el mejor regalo para un preso del peronismo, le cuento, que le había mandado una carta al General pidiéndole que fuese el padrino de María Eva y que Perón había aceptado. Nombró como su representante personal en esa ceremonia al Sr. Ceballos de Rosario, que era la persona con quien yo había mandado la carta a España. Esa tarde fue una fiesta en todo el Pabellón, era la primera vez que Perón aceptaba algo así estando exiliado.
Pepo estaba feliz, re-emocionado. Cuando fui a la Catedral de Santa Fe para realizar los trámites del bautismo, hablé con el padre Re, quien era el sacerdote que nos había casado y que me conocía de toda la vida. El cura me explica que la ceremonia bautismal era colectiva y es entonces cuando yo le digo que no, que tenía que ser privada porque era un caso especial y le cuento, me mira y dice: ¡¡Te casé con un guerrillero y ahora me lo traés a Perón de padrino!! Bueno, finalmente la ceremonia fue como yo quería y Perón fue el padrino de María Eva.
Pepo es juzgado y condenado y lo trasladan al buque Granaderos, para entonces yo ya había empezado a trabajar y podía visitarlo más seguido, los guardias eran muy estrictos con las visitas, que si la pollera era corta, que si era larga, que si estaba privado de visitas, etc, etc, etc… hasta un día en que voy y me dicen que lo habían trasladado a Rawson. A esa cárcel tan lejana habían trasladado a todos aquellos que, los dictadores del momento, consideraban los presos más importantes, así los mantenían alejados de sus familias y de sus compañeros en lo que se consideraba una cárcel de gran seguridad. Siempre que podía me escribía, me hacía pequeñas poesías y el primer y único dibujo que me mandó fue una imagen del Principito.
En Santa Fe se organizó la Comisión de Familiares de Presos Políticos, había gran solidaridad, yo puedo viajar gracias a la labor de esa comisión, después de estar dos o tres días se produce la asunción de Cámpora como Presidente. Cumple con su palabra de dar libertad a los presos, por suerte yo estaba allí. Nunca me voy a olvidar, entramos todos los familiares a la cárcel y de allí salimos con nuestros esposos, hijos, padres, hermanos, fue una fiesta, el pueblo entero salió a la calle a festejar con nosotros. De Rawson fuimos a Buenos Aires y nos quedamos dos días, luego regresamos a Santa Fe, donde seguimos viviendo hasta que María Eva tuvo un año y medio.
Él seguía militando y un día me dijo que nos teníamos que ir a Misiones. Estuvimos ahí como dos meses y luego nos instalamos definitivamente en Corrientes, trabajaba en los barrios. Con la gente del noroeste fuimos a Ezeiza a recibir a Perón, fue terrible, pero Pepo se encargó de organizar y cuidar de todos, fue muy triste, el pueblo había ido a una fiesta… Cuando el embarazo de mi segundo hijo ya estaba por el octavo mes regresé definitivamente a Santa Fe, él venía a vernos cuando podía, a ese hijo lo llamé Andrés, en homenaje a su padre, porque Pepo en la clandestinidad, había elegido llamarse Andresito, como el cacique guaraní hijo adoptivo de Artigas y héroe de las luchas por la independencia del Río de la Plata.
El 5 de octubre de 1975 vino a casa su mamá para anunciarme que lo habían matado en Formosa. Cayó con el nombre de Ángel Córdoba, pero los compañeros que lo conocían avisaron a los padres para que lo fueran a buscar, fue el padre, estaba enterrado en una fosa común, tenía puestas sus botitas de gamuza. Por suerte entregaron el cuerpo y hoy está enterrado en el Panteón familiar. Falleció el chico que quería un mundo mejor para todos «sin injusticias», tenía 23 años y toda una vida por vivir junto a los hijos que quería tener y disfrutar, no pudo ser, un ideal muy fuerte se lo impidió, ojalá algún día podamos ver que esos sueños, esos ideales se hacen realidad.
Su memoria es recordada en una placa colectiva en la Escuela Nacional «Simón de Iriondo»